Análisis y Opinión

Salomé se sacó la Lotería

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De Frente y Claro con José Luis Arévalo

Corría el año de 1938, la Guerra Civil española estaba a punto de terminar. En Alemania, en el mes de marzo, Adolfo Hitler se fortalecía vislumbrando la invasión Nazi en Austria al tiempo en el que abolió el Ministerio de Guerra y creando el “Alto comando de las fuerzas de defensa” que le dio control directo del ejército alemán. Ese mismo año, se realizó una importante grabación en vivo: el primer registro de la Novena sinfonía de Gustav Mahler por la Orquesta filarmónica de Viena bajo la dirección de Bruno Walter. En Estados Unidos se estrena Blanca Nieves y los siete enanos, convirtiéndose en el primer largometraje en dibujos animados. Mientras tanto, en México, el Presidente Lázaro Cárdenas concretaba la histórica expropiación petrolera aquel 18 de marzo.

En medio de este escenario mundial, el 11 de febrero de ese mismo año, en la calle de Yurécuaro de la colonia Morelos, a un costado del barrio bravo de Tepito, en el seno de una familia sencilla, nació quien fuera bautizado como Josué Ambrosio Arévalo Gama. El segundo de cinco hermanos (4 hombres y una mujer) concebidos por Don Rubén Jesús y Doña María de la Luz. Ella, con una voz espléndida a la hora de cantar, y él con talento también de pianista; así que el amor por la música venía desde la cuna.

A “Bocho”, como le llama la familia, le gustó la guitarra desde los cuatro años de edad. Sin embargo, para dedicarse a la música debía cursar alguna carrera universitaria, esa era la condición de su padre. Así que se inclinó por estudiar contabilidad; aunque a los 13 de años de edad logró hacer sus primeras pruebas musicales en la XEB y de ahí para el real. Estudiaba y tocaba el piano participando en programas radiofónicos y una que otra tocada con los cuates.

Llegó el año de 1959 y con él, la Revolución Cubana. Fidel Castro llega al poder y con ello, “la más grande de las Antillas” recupera su esencia y mientras muchos cubanos abandonaron la Isla, otros se quedaron recuperando mucha de la música que hubieran podido perder bajo el régimen de Fulgencio Batista. Con 21 años de edad, nuestro pianista dejó de ser “Bocho” para convertirse en Pepe. Ya con la carrera universitaria terminada y por consiguiente la autorización de su padre, se lanzó a la aventura y conoció a grandes músicos de la época, muchos de ellos cubanos que serían una influencia vital en su carrera. Así que luego de tocar en “El Caracol” de Caleta en Acapulco, forma parte del grupo “Los Semi Afros”. Posteriormente tiene la gran oportunidad de ser el pianista de figuras como Toña La Negra, Daniel Santos y Pepe Jara. Hasta que a mediados de los años 70, por azares del destino, empieza a trabajar en el Bar León; un pequeño lugar ubicado detrás de la Catedral Metropolitana, en la calle de Brasil número 5, al final de un pasillo y junto a un hotel.

Corría el año de 1978 cuando apareció la más amada de sus mujeres. “Salomé”, cuyo nombre resonaba en el tarareo de una canción para nada popular. Con algo de desconfianza, Pepe, ya con sus Mulatos, logra el arreglo de una de las canciones más sonadas en aquellos años: “Oye Salomé, perdónala”, canción que encumbró a su joven orquesta y a ese pequeño negocio, cuna de políticos, intelectuales y jóvenes amantes a la música tropical, que encontraron en ese pequeño bar el sitio ideal para hablar de política, del arte, de la mujer, de la música, en medio del sonido característico de los vasos cuando se hace un brindis y defendiendo el recién surgido movimiento “La Rumba es Cultura”.

Y con “Oye Salomé”, Pepe Arévalo y sus Mulatos dejan el Bar León para establecerse en El Gran León, en la calle de Querétaro número 225, para que apareciera “Pedro Navajas”, convirtiendo a este lugar en el más importante de la música afroantillana de la Ciudad de México. Por El Gran León pasaron todas las figuras del momento: desde Celia Cruz, hasta Irakere, sin dejar atrás a Enrique Jorrín con su Cha Cha Chá y a Anthony Banana con su Reggae. Y no podemos dejar de mencionar las largas temporadas en el emblemático y ahora olvidado Teatro Blanquita, las 36 películas y tres telenovelas, y de ahí “las mil y una noches” durante seis años con el Rey Hassan II y su hijo Mohammed VI en Marruecos, para luego llevar su música a gran parte del continente europeo y Estados Unidos. La música de Pepe Arévalo llegó para quedarse.

Y en medio de todo esto, yo recuerdo durante mis años de infancia y juventud que mi papá compraba por lo menos una vez por semana un billete de la lotería. Siempre con la terminación en el número 6. ¿Porqué? No lo sé, pero siempre el 6. Dudo que a lo largo de los años se haya ganado la Bolsa con el Premio Mayor; si fue así, seguramente su carrera como contador no fue del todo exitosa; lo suyo ha sido y siempre será la música.

Sin embargo, al pasar apenas sus 60 años de maravillosa trayectoria, la Lotería Nacional lo reconoce con el mejor de sus premios: quedar plasmado en la inmortalidad y la historia de la Institución de Asistencia Pública más importante del país. Gracias Lotería Nacional, es un orgullo que mi padre esté en sus billetes. Y gracias Salomé, ahora si lo perdonaste y nos has dado el mejor de los premios.

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