Opinión

Anticorrupción: A sus colaboradores, el primer aviso

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Por Felipe de Jesús Monroy 

Andrés Manuel López Obrador ha insistido largamente en el diagnóstico de la decadencia y corrupción de la administración pública; y ahora, desde la investidura presidencial, hace el pronóstico de que acabará la corrupción. Pero antepone el criterio de no emprender venganza o persecución a funcionarios precedentes. Y de toda esta lógica sólo puede emerger una conclusión y un escenario: Este es un aviso de cortesía a sus colaboradores porque, muy probablemente, serán los primeros en ser juzgados bajo los nuevos estándares morales de la Cuarta Transformación.

Si por alguna razón los funcionarios cercanos al tabasqueño piensan que esa radicalidad moral no los alcanza, que no hay poder que los remueva de su actual condición de privilegio, quizá deban reflexionarlo un poco más. Están compelidos a actuar sin privilegios, sin lujos, sin intenciones de nepotismo o influyentismo porque esas “son lacras de la política” como lo afirma el presidente.

López Obrador pretende recuperar modelos teóricos de la administración pública clásicos que afirman que, si bien son complejos los procesos para facilitar la labor de gobierno, lo primero es armonizar a los colaboradores, luego a la sociedad. Esto hace sentido por el diagnóstico de López Obrador sobre el estado de la impunidad y corrupción en la administración pública.

Así, para mantener y conservar el poder que le confió el pueblo mexicano (así como la riqueza que amortiguaría todos los programas sociales) parece hacer caso a la conseja de mantener opuestos a sus colaboradores para que se controlen mutuamente y evitar que uno o más funcionarios acumulen poder que ponga en peligro el mando central.

No hay otra salida para el presidente López Obrador. Sus colaboradores tendrán una función más cercana a los comisionados que a los oficiales: su cargo es extraordinario en virtud de que el dueño de la legitimidad se los puede retirar en cualquier momento. Es decir: Si no somete a su equipo a las altísimas exigencias éticas y morales de la administración pública, establecerá una dominación potencial sobre sus labores. En concreto: Si fallan, o los reprende o asumirá la comisión de las tropelías. Parecería que para Andrés Manuel no le bastará el rendimiento óptimo de sus funcionarios sino la docilidad que muestren ante principios morales muy específicos.

López Obrador no ha manifestado ningún deseo de imponer ‘castigos’ a quienes corrompan la vida pública del país; pero el castigo crea sí puede crear condiciones positivas para el proceso de trabajo de los funcionarios, no es sólo un elemento decisivo de la política sino también de la administración pública.

A López Obrador habrá que recordarle constantemente lo que escribió el politólogo romano Frontino: “No hay nada más desafortunado para un hombre decente que conducir un cargo que le ha sido delegado de acuerdo con las instrucciones de sus colaboradores”.

Es decir: la cultura de privilegios e influyentismo también puede corromper a los colaboradores más cercanos de López Obrador. Algunos incluso ya han manifestado síntomas de esta putrefacción. Y, si no hay castigo en ellos, si no hay consecuencia o congruencia en el repudio absoluto del presidente a este cáncer social, la inmoralidad del propio presidente hundirá aún más al pueblo en el oscuro abismo de la simulación y la corrupción.

@monroyfelipe

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