Columna Invitada

¿Hay que temer a la Inteligencia Artificial?

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Por Antonio Maza Pereda

Una discusión importante en este año 2024, a nivel mundial, con mucha probabilidad, será sobre la Inteligencia Artificial. Ya ha sido propuesta por el Papa Francisco como el tema de reflexión para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. Sin duda, también habrá otros muchos que sigan este camino. En las discusiones del Foro Económico de Davos, a principios de este año, la mayor parte de los líderes estuvieron de acuerdo en que la Inteligencia Artificial es una gran oportunidad para el desarrollo económico… Siempre y cuando pueda ser utilizada de una manera responsable. Ellos hablaron de la necesidad de crear salvaguardas, para evitar que su uso dañe a algunos sectores de la población mundial.

Comentaba en estas páginas que algunas de las grandes firmas de consultoría mundiales consideran que, en los próximos años, la Inteligencia Artificial agregará valor a la economía mundial de una manera impresionante. No falta quien habla de que cada año se generará un valor económico como el que genera Estados Unidos en dos años. Lo cual es algo realmente enorme; difícilmente se puede hablar de alguna tecnología que haya producido tanto valor tan rápidamente.

Esto, sin embargo, tendría que balancearse, viendo cuál sería el efecto de la Inteligencia Artificial en el empleado y su remuneración. Esas mismas compañías de consultoría estiman que, cuando la Inteligencia Artificial esté plenamente aplicada, los trabajadores dedicados a labores repetitivas, y que no tienen que ver con tecnologías informáticas, dejarán de ser indispensables. Y calculan que, en algunos años, los ingresos de este tipo de personal habrán disminuido en un 30 %. Los entusiastas de la Inteligencia Artificial hacen las suposiciones de que ese personal podrá ocuparse en otros tipos de trabajo, que por definición serían aquellos que requieren de capacidades de manejo de las tecnologías informáticas en tareas que no sean repetitivas.

Guardando las distancias, eso fue lo que ocurrió durante la Revolución Industrial. Los artesanos, en términos generales, fueron sustituidos por maquinaria que generaba productos bastante aceptables, pero tal vez no tan buenos como los que generaban los artesanos. En cambio, los obreros no requerían capacitación, porque el trabajador se volvía alguien que no requería de habilidades especiales y se ocupaba en actividades repetitivas, como la de alimentar a las máquinas con la materia prima que requerían. Y ese personal no necesitaba de un intenso entrenamiento, por lo que era fácil de sustituir y, en consecuencia, recibía una remuneración mucho menor. Es en esa época en la que se crea el proletariado y se empieza a hablar de la explotación del obrero por el capital.

Tuvieron que pasar decenas de años para que, en los países desarrollados, se recuperara el salario de los obreros, en buena parte gracias a la especialización de los mismos. Y todavía quedan grandes cantidades de personal muy mal pagado en los países con escaso desarrollo. Un tema tan importante que dio lugar a documentos papales como la encíclica Rerum Novarum, que se ocupó entonces de un asunto que anteriormente no significaba un problema agudo.

La cuestión de la Inteligencia Artificial ya ha sido tratada anteriormente, aunque de una manera sensacionalista. Como en la película “2001, Odisea del Espacio”, donde una computadora inteligente trata de acabar con un ser humano y solo en el último momento este se salva. O más recientemente, las películas con los argumentos del “Terminator”, donde las máquinas inteligentes se escapan del control y amenazan a la humanidad.

Probablemente, estamos muy lejos de llegar a una amenaza tan exagerada. Pero ya están ocurriendo algunos conflictos que preocupan. El año pasado, entre las huelgas que hubo en la industria cinematográfica, un tema relacionado directamente con la Inteligencia Artificial fue la huelga de los así llamados “extras”, actores poco sofisticados cuyo papel es completar escenas donde aparecen cantidades importantes de personas. Usando la Inteligencia Artificial, empezó a ocurrir que se captaban las imágenes de esos extras, se les hacía alguna ligera modificación a sus imágenes y se aprovechaba en otras películas haciendo el papel de los “extras” originales, a los cuales ya no había que pagarles. Y esto provocó una parálisis en esa industria de la cual todavía no se terminan de reponer.

Los entusiastas de la Inteligencia Artificial dicen que esos trabajadores desplazados podrán encontrar trabajo en las nuevas tareas que genere la Inteligencia Artificial. Pero aquí hay la situación de que esos actores, poco especializados y que solo saben hacer trabajos repetitivos, no podrán adquirir rápidamente las destrezas necesarias para convertirse en un trabajador que haga labores no repetitivas y que estén relacionadas con el manejo de la informática. No queda claro cómo se sostendrán las familias de esos trabajadores durante el período que necesiten para adquirir las habilidades necesarias para volver a ser empleables.

Probablemente, la Inteligencia Artificial tiene mucho sentido en los países que, por un lado, tienen una natalidad muy baja y un invierno demográfico, donde una parte importante de la población está jubilada y deberá ser sostenida por un número cada vez menor de trabajadores en edad laboral. En los países en desarrollo, en los países pobres, no solamente no hay esos problemas, sino que, además, no existen los recursos necesarios para tener el reentrenamiento masivo del personal que la Inteligencia Artificial desempleará, y el impacto puede ser severo.

¿Qué podemos esperar? Es pronto para pronosticar. Pero no cabe duda de que, si los líderes empresariales están hablando de la necesidad de controlar y hacer un uso responsable de la Inteligencia Artificial y, por otro lado, el pontífice de la religión más extendida del mundo dice algo parecido, cada uno desde su particular punto de vista, es que están viendo la necesidad de estudiar el asunto más a fondo. Y procurar que la Inteligencia Artificial también tenga corazón, como dice el Papa Francisco. Hay que revisar esta cuestión intensamente. Ciertamente, es el corazón quien tiene la capacidad de entender que no se trata nada más de generar mayor competitividad, a base de tecnologías que contribuyan a dar salarios cada vez más escasos a la gente que no tiene posibilidades de una educación avanzada.

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

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