Columna Invitada
¿Juventud criticada?
Por Antonio Maza Pereda
Es interesante ver cómo, simultáneamente, se critica a la juventud mientras que una gran mayoría de las personas tratan de parecer o aparecer más jóvenes de lo que realmente son. Cabría la duda de pensar que ese reproche procede de nuestra envidia: quisiéramos volver a ser jóvenes y que tuviéramos la experiencia y los conocimientos que nos dan la edad. A veces, por lo menos.
El hecho es que se critica a los jóvenes como grupo. Y generalmente ese tipo de crítica se centra en la falta de compromiso de los jóvenes en una serie de temas: la política, la sociedad, la religión o la cultura, por decir algunos asuntos. Se habla de que los jóvenes ya no se comprometen y muchas veces no analizamos a fondo estas críticas. Valdría la pena confrontar lo que valoran nuestros jóvenes comparado con lo que aplicamos en la práctica los que ahora criticamos.
Se dice que la mayor abstención electoral ocurre en el grupo de los jóvenes. Pero no analizamos si verdaderamente la oferta política que se les presenta es como para que realmente se entusiasmen. También deberíamos cuestionar si, efectivamente, cuando teníamos nuestros primeros años de ciudadanía, estábamos ansiosos por emitir nuestro voto de una manera sensata e informada.
Se dice también que a los jóvenes no les importan los temas sociales. Se habla de un egoísmo colectivo y se supone que este es más fuerte en los jóvenes. Les llamamos: “la generación de cristal, quejumbrosa y pasiva”. Recordando nuestros años juveniles, hay que reconocer que a la mayoría no nos preocupaban los temas sociales y que solo a pocos verdaderamente les apasionaban.
En temas como el conocimiento, criticamos el hecho de que los jóvenes tienen mucho mayor interés por las redes sociales que por la cultura, misma que para algunos parecería estar en decadencia. Pero se nos olvida que, en nuestra generación que no tenía un acceso tan amplio a los temas culturales o informativos, no nos dedicábamos como jóvenes al leer a Aristóteles, a Kant, Dostoievski, a Octavio Paz o a Juan Rulfo, por ejemplo. Claro, siempre ha habido alguna minoría con intereses culturales, pero claramente en nuestra generación y sobre todo en las clases menos favorecidas, se leía el Libro Vaquero o se veían los programas de televisión, qué era muy escasos.
Realmente, ¿es justa la crítica que le hacemos a nuestra juventud? Hablamos de una cultura del entretenimiento, analizamos científicamente los efectos de la distracción prácticamente permanente. Algo hay de razón: una pedagoga brillante, a quien conozco personalmente, habla de que hoy en día el gran tema no es el síndrome de déficit de atención, y que este se confunde con la sobreestimulación que reciben los niños y jóvenes. Y que ellos no han creado. También es claro que ellos no han construido el entretenimiento adictivo. Es cierto que hace algunos años la calidad del entretenimiento era bastante inferior. Pensamos en las grandes ciudades y no recordamos que, cuando una proporción importante de la población era rural, las opciones de entretenimiento eran muy limitadas. Todavía hace unas cuantas décadas, en muchos poblados pequeños el único medio de entretenimiento eran las cantinas y las pulquerías, y estas últimas tenían su área para mujeres. Los juegos de cartas y otros similares era lo que daba el entretenimiento en esos establecimientos.
En los temas políticos y sociales valdría la pena cuestionar: ¿quién ha desanimado la participación ciudadana, no sólo la de los jóvenes sino de la población en general? Somos los mayores quienes estamos permanentemente desprestigiando el quehacer político. Y luego nos extrañamos de que los jóvenes no quieran participar en las labores ciudadanas. Cosa que tampoco es nueva: en la generación de los 60, el movimiento del 68 iniciado en Francia y replicado en muchos países, incluyendo el nuestro, se basaba en una muy justificada desconfianza hacia el sistema político.
Podría decirse que prácticamente en todas las edades, la participación en los temas mencionados siempre ha sido un tema de minorías. Esperamos tal vez demasiado de los jóvenes cuando nosotros mismos no tenemos la participación qué esperamos de ellos. Y hay que reconocer que no hemos predicado con el ejemplo: les pedimos lo que no dimos en nuestro momento.
Tenemos que construir como Sociedad una cultura de los valores que necesitamos, pero hay que estar conscientes de que en la mayoría de los casos tendremos una respuesta minoritaria. La construcción de las sociedades es una labor dificultosa y lenta. Una labor que requiere formar minorías que, siguiendo la parábola evangélica, consisten en un poco de sal que hace agradables los alimentos, de una pequeña cantidad de levadura que fermenta toda la masa. Porque no podemos esperar una sociedad donde todos sean participativos, influyentes, cultos y sabios. Pero sí tenemos la obligación de apoyar a esas minorías de jóvenes que están destacando en los campos que a la Sociedad le importan. Animarlos, asesorarlos, instruirlos y aceptar qué harán las cosas de maneras diferentes de como nosotros lo hubiéramos hecho.
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