Columna Invitada

Oposición: leal o facciosa

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Por Antonio Maza Pereda

A unos cuantos días de las elecciones presidenciales en México, da la impresión de que todavía no hay nada completamente definido. Claro: los partidos políticos, sobre todos los tradicionales. Han estado diciendo por semanas que ya están ganando. Pero el hecho de tener grandes cantidades de ciudadanos indecisos, una gran incertidumbre acerca del abstencionismo, y la desconfianza sobre las casas encuestadoras, es difícil tener una idea clara de los resultados que debemos esperar.

Por el contrario, de lo que sí podemos estar bastante seguros, es de que habrá una nueva oposición: sea si pierde el partido en el gobierno como si pierde la actual alianza opositora. La ciudadanía debe estar preparada para este evento. No cabe duda de que, no importa cuál sea el resultado, vamos a tener una oposición bastante molesta. Difícilmente podemos esperar a que quien pierda se conforme y reconozca sin problema su derrota. En el mejor de los casos, podemos esperar una fuerte batalla en los tribunales. O algo peor, que esperamos que no ocurra.

¿Cómo actuará esa oposición enojada? A la ciudadanía le convendría una situación de madurez de los contrincantes, que actúen como una oposición leal, reconociendo su derrota. Lo cual no quiere decir que dejen de competir políticamente. Pero que sigan dentro de las reglas del juego democrático que nuestras leyes han establecido. Que continúen señalando fallas, pero también estando dispuestos a colaborar en aspectos que consideren importantes para el bien de la comunidad. En los países de larga tradición democrática, se forma incluso una organización a la que llaman “el gabinete en la sombra”, formado por políticos y expertos qué analizan las propuestas de gobierno de la administración gobernante y proponen nuevas ideas, otros modos diferentes de atender las situaciones que se están presentando.

Tristemente, en nuestro país no tenemos una tradición así. Es difícil hablar de una oposición profesional, que analice a fondo las propuestas de gobierno y que no ataque por atacar a la administración en curso. Y menos en circunstancias como la actual, donde todos los partidos políticos, en mayor o menor medida, se han dedicado a atacar, no solo a la oposición, sino a sectores muy importantes de la ciudadanía. Aquí, como se dice en la frase clásica: el que esté libre de pecado que tire la primera piedra.

Tristemente, pudiera darse lo que llamaríamos una oposición facciosa, una que no reconozca logros y que ataque por sistema a quienquiera que haya ganado. Una aceptación incondicional hacia su facción, ocultando las fallas de sus adeptos. Tratar al contrincante político como enemigo, incluso como enemigo mortal. Al que no hay que darle ni el menor reconocimiento. O destruirlo, si se puede.

Hace un par de décadas, por lo menos, de que presenciamos ataques sin misericordia y siembra de odio. A la clase política le parece difícil que las cosas ocurran de otra manera. Por otra parte, y esto es mucho más grave, ese ánimo beligerante se ha transmitido a la ciudadanía. Nos encontramos con frecuencia familias en donde ya no se puede hablar de política, sin que haya graves ataques e insultos de los unos a los otros. Y no hablemos de esta misma actitud en el trabajo, en eventos sociales, a veces incluso en las organizaciones religiosas, no gubernamentales, filantrópicas y otras dedicadas al bien común. ¿Cómo podemos evitar este horror?

En alguien tiene que caber la razón. Y cómo, por desgracia, no es de esperarse encontrarla en los partidos políticos, solo podemos esperarla de la ciudadanía. Quien gane, por desgracia, querrá eliminar a quienes se atrevieron a enfrentarle. Quienes pierdan encontrarán muchas razones para desconocer su derrota. Por el contrario, nos encontraremos debates donde no se reconocerán aciertos y prolifere la crítica destructiva. Por no hablar de las famosas “fake news” y, en el extremo, de la continuación de la violencia.

Nos toca a la ciudadanía el papel de poner moderación en las discusiones, reconocer los aspectos positivos y también los negativos de las propuestas y las acciones de trabajo de los gobiernos. Y exigir, como mandantes que somos, que nuestros mandatarios, así como sus opositores y la ciudadanía, que actuemos con moderación y cortesía. Como la que nos merecemos todos por el hecho de ser conciudadanos y mexicanos.

No se trata de no reclamar. Por supuesto, debemos de seguir exigiendo a la clase política, que tanto nos ha quedado a deber, que nos cumplan sus abundantes promesas. Hacerlo siempre con un estricto apego a los hechos y la nobleza de reconocer cuando no tuvimos aciertos o nos hemos equivocado en nuestras críticas. Reclamar, no engancharnos en pleitos estériles. Utilizar la lógica para criticar, no el hígado.

Un gran tema, y uno del que depende la salud de nuestra vida pública. Bastantes problemas tenemos con la dificultad de construir y mantener la paz, como para seguir echándole leña al fuego, asumiendo actitudes intolerantes. Y si la clase política no está dispuesta a moderarse, solo queda el remedio de que los ciudadanos sin partido, los hombres y mujeres sin poder, exijamos fuertemente a quienes dicen gobernar en nombre nuestro, que reduzcan la crispación, el encono, el enojo que estamos viviendo día con día.

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

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