Opinión
Comunidad y espada
Sólo en la virtualidad de las redes sociales pueden converger pensamientos tan extremos de especímenes humanos tan radicales. No es un descubrimiento. Desde la aparición de las redes sociales y el inmenso crecimiento de plataformas de información digital, hemos sido testigos de una encarnizada lucha de millares de personas por abrogarse la razón absoluta en una ‘realidad’ construida de ficciones.
Que esos usuarios construyan desde la ignorancia o la perversión un mundo virtual lleno de engaños y egoísmo nunca ha sido el problema porque, en principio, la libertad de dicho mundo también abre espacios de información real y conectividad humana; sin embargo, el drama consiste en que las estructuras falaces trascienden su espacio y adquieren corporeidad en la vida cotidiana.
El fenómeno de la falsedad digital que se convierte en realidad humana se ha enfocado en las noticias e incluso lleva el nombre de la información periodística (‘fake news’); pero el problema trasciende al periodismo. Es la ‘fake life’ de la que debemos preocuparnos.
Basta mirar los principales eventos de la semana: el clímax de la crisis política en Venezuela, las trágicas muertes del fenómeno del huachicoleo en México o el drama humanitario de las migraciones de la cintura americana; todos han sido evaluados y calificados por los usuarios de las plataformas digitales, prácticamente no hay opinión -por más absurda que sea- que no se haya vertido en el inmenso cuerpo de la red. Pero esa pulverización de opiniones no se queda en ese espacio, salta a la realidad con todas las fronteras de seguridad y certeza, con los muros de la convicción irracional y quizá hasta con la violencia del narcisismo.
Como consecuencia, presenciamos la disolución de la comunidad real humana. Y no es una exageración sino una descripción. Las comunidades reales -debilitadas por la modernidad líquida- son, en esta época, “las últimas reliquias de las antiguas utopías de la buena sociedad”, como apuntó Zygmunt Bauman. Este fenómeno es un tema recurrente en la reflexión de los filósofos contemporáneos porque toca y trastoca la experiencia y realidad de la comunidad humana.
Incluso el propio papa Francisco difundió su pensar en este tema en su mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales 2019. Bergoglio parte de la idea de que, en la vastedad de los desafíos del contexto comunicativo actual, el hombre no desea permanecer en su propia soledad, y reconoce que este ambiente mediático es tan omnipresente que “resulta muy difícil distinguirlo de la esfera de la vida cotidiana”.
Como dos rostros en una inasible esfera, Francisco asegura que, si bien este ambiente abre una posibilidad extraordinaria de acceso al saber también reconoce que es uno de los lugares más expuestos a la desinformación y a la distorsión consciente de los hechos. El pontífice critica que la identidad del mundo de las redes virtuales se basa “en la contraposición frente al otro” y propone al encuentro, la proximidad y al compañerismo como recursos de comunidad.
Es una mirada más compasiva a lo que sugiere el filósofo René Girard (“El nacimiento de la comunidad es primordialmente un acto de división”) pero lleva la carga de la acción y la radicalidad cristiana (“No piensen que he venido a traer paz a la tierra; no he venido a traer paz, sino espada” Mt 10,34).
La espada o la división son la figuración de una acción, de la opción por no permanecer en la neutralidad, exige involucramiento, propone una renuncia a los intereses propios y puede incluso suponer no pocos sacrificios.
Aunque más lúgubre, incluso Bauman coincide: La utopía de la armonía en la comunidad humana puede estar reducida al tamaño del vecindario inmediato, es lo más lejos que pueden llegar nuestros esfuerzos y sacrificios; pero si esa comunidad humana es la última reliquia de las antiguas utopías hay que conmoverse porque aún sueña con una vida compartida, con mejores vecinos y mejores reglas de cohabitación.
Sólo así, las redes digitales, el inmenso ambiente mediático contemporáneo, no esclavizan ni atrapan; liberan cuando más de uno se implica, se compromete.