Opinión
Contra la rechifla política
En los últimos días escaló a la agenda nacional un fenómeno inquietante que viene verificándose en cada evento del presidente de la República junto a los gobernadores de los estados: la copiosa rechifla y abucheo al ejecutivo local que sólo se disipa cuando López Obrador apacigua los ánimos. Los gobernadores han reaccionado con diversos matices de institucionalidad pero es un hecho que para ellos la situación es, además de indeseable e intolerable, odiosa y perniciosa.
Por supuesto, en ningún espacio social donde se busque con honestidad la colaboración, la participación o la reconciliación los abucheos al adversario tienen utilidad alguna. Sin embargo, también hay que reconocer que el ser humano tiene pasiones reales y hay que saberlas diferenciar de sus intereses.
Es importante no perder de vista estos dos planteamientos, precisamente para no tirar más de lo ya radicalizado. Caer en lecturas absolutas es el verdadero éxito, premeditado o no, de las rechiflas: Igual de pernicioso es motivar este fenómeno con ilusión de utilidad política como desacreditar el auténtico desahogo de pasiones políticas largamente acalladas.
Es decir, si los abucheos son una torpe estrategia de los aduladores de López Obrador -o incluso del mismo presidente de la nación- estaríamos frente al más grotesco, ruin, inmaduro e inútil gasto de energía o recursos del ‘arte político’; pero, al mismo tiempo, negar la posibilidad de un razonable acto de indignación popular coloca al confabulador de intereses a la misma altura política que los primeros. La supuesta neutralidad (o inocencia) de unos y otros es mera referencia ficticia en el terreno apasionado de sus filias y de sus fobias. Y eso sí es útil para los acumuladores del poder.
Cualquiera de los caminos precedentes aletargan el proceso necesarísimo de madurez política, del autorreconocimiento de la propia ciudadanía como el genuino ente social que tiene la responsabilidad de mantener el orden y prevenir el caos; que debe hacer acopio de las bases legítimas de su autoridad y delegar facultades para propiciar el mayor bienestar común.
Todos los teóricos políticos coinciden en que el pueblo es sumamente vulnerable a las ideas que se colocan frente a sus ciudadanos; pero justo por esa debilidad, el verdadero servicio político se debe enfocar –como escribió Edmund Burke- en “perfeccionar ese prodigioso edificio que es el hombre… esa criatura cuyo privilegio consiste en ser en gran parte su propia obra… que cuando se realiza como debe realizarse, está llamado a ocupar en el orden de la creación un lugar que no es el más pequeño”. De lo contrario, sólo intuiríamos el estercolero hasta que la hienda nos llegue al cuello.
En síntesis: Si las autoridades o los políticos no imaginan otro escenario dónde convivir y competir, ¿por qué habría que agotarse la creatividad en la ciudadanía?
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