Opinión
El noble valor de la crítica
Hay un propósito -relativamente sencillo- que muy probablemente pocos incorporaron en sus rituales de noche vieja: el propósito de ser serenamente crítico con lo que ve, escucha o cree saber para el año que comienza. Vivir la crítica reflexiva y activa para no caer en etiquetas extremistas.
La crítica no sólo será un privilegio de la inteligencia y la razón humanas, será un gesto de valentía, de coraje y de justa indignación; y tendrá un gran valor en el año. No sólo porque las comunicaciones populares están ya saturadas de falsedad y engaños; sino porque los espacios de convivencia humana comenzarán a parecer guetos de ficticia libertad donde las más alucinantes certezas son la droga o vacuna que mantiene en la pureza a legiones de radicales. Y todo, alimentado por los intereses de privilegios.
De inmediato nos viene a la mente, por ejemplo, la prolongada insistencia del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, en la construcción del muro fronterizo al punto de ‘cerrar’ el gobierno del país más poderoso del mundo para presionar a su congreso por dinero. Por supuesto, un muro es la representación más simple de la división, la separación y la protección, de encierro y de frontera; de miedo, sí, pero también de apropiación y de control; sin embargo, también hay otras acciones que representan los mismos problemas de aislamiento y necedad.
Son las acciones tiránicas o absolutistas, las certezas invulnerables e irrenunciables, la autoritaria superioridad, el rechazo a la crítica, el chovinismo patológico y, la más perniciosa, la simplificación polarizante. Todas estas actitudes, invariablemente, tienen dos caras y el engaño nos insiste en que una de ellas es la única correcta, la única pura o la única útil.
El engaño, pues, tendrá una privilegiada posición entre las irracionales búsquedas de hits o ‘likes’ en las redes sociales; entre la infinita desconfianza de las fuerzas políticas y fermentará entre la ignominia de los fanáticos, los aplaudidores a ultranza o los negadores sistemáticos.
Piense en el tema que usted quiera y encontrará radicales que se empeñen en hacernos ver que los problemas sólo tienen dos posiciones: ser aliados absolutos o enemigos irreconciliables. Allí tiene usted el origen de la mentira, del error o la falsedad.
Apuntó el genial Nicolás de Condorcet hace 300 años que “los errores, cuando nacen, no infectan más que a un pequeño número de hombres, pero, con el tiempo, el número de imbéciles aumenta” y explica: “Entre el momento en que esos errores alarman a los partidarios de los errores anteriores y el momento en que estos últimos desaparecen, en cada nación se forman dos partidos, y si es verdad que no siempre esos dos partidos dan lugar a una guerra, provocan continuas revueltas y acaban con la opresión de uno de ellos por el otro”.
¿Qué falsedades cree usted que unos u otros partidarios le han sabido vender? ¿Cuáles errores ha adoptado y defendido sistemáticamente? ¿En qué lugar se visualiza a usted mismo cuando piensa que está siendo crítico: desde alguno de los lados del muro o por encima de éste?
El ejercicio de la crítica será mucho más importante en los meses por venir que ser abierta oposición o formal adversario. La radicalidad sólo profundizará la hendidura del error. El propio Condorcet vaticina con tristeza que sin la crítica serena se abre la puerta a un riesgo enorme porque “es imposible que, quien establece errores que él mismo considera inocentes, prevea cuántas extravagancias funestas y monstruosas saldrán a la luz en el futuro a partir de la semilla fatal que sembró”.
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