Felipe Monroy
Masonería y catolicismo, nuevamente en la encrucijada
En estos días retornó la polémica político-religiosa respecto a la participación de un prominente político mexicano como referente de ‘liderazgo católico’ en el país cuando se cuenta con prueba razonable de su reciente adhesión e incorporación a una logia masónica. El debate resurge respecto a la larga batalla –intelectual, moral y ritualista– que ha existido entre la vida cristiana y la masonería desde hace tres siglos por lo menos.
Como escribió Jenifer Nava hace unos meses sobre la ceremonia de grado máximo masón del político en cuestión (quien también afirma tener una profunda devoción católica popular): “Gracias a que la masonería no está peleada con la religión, sus miembros pueden conservar sus creencias”. Para las logias masónicas no hay conflicto de incorporar a un católico a su sistema de signos, instrumentos y estrategias; pero en la Iglesia católica sucede todo lo contrario.
Lo dice así la Declaración sobre la Masonería firmada por Ratzinger (y autorizada por Juan Pablo II) en 1983: “La afiliación [a la masonería] sigue prohibida por la Iglesia. Los fieles que pertenezcan a asociaciones masónicas se hallan en estado de pecado grave y no pueden acercarse a la santa comunión”. Radical sentencia.
El 24 de marzo de 1985, L’Osservatore Romano publicó unas ‘reflexiones’ de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe (En ese entonces comandada por el cardenal Joseph Ratzinger) con el que se explicaba a detalle lo resuelto por la Santa Sede respecto a las asociaciones masónicas un par de años antes.
Lo primero, se plantea que la Iglesia considera negativa a la masonería tanto por las acciones que los masones han hecho contra la Iglesia como por los fundamentos doctrinales que les distinguen. El papa León XIII sentenció que “masonería y cristianismo son esencialmente irreconciliables hasta el punto de que inscribirse en una significa separarse del otro”, escribió en la carta Custodi del 8 de diciembre de 1892. Desde entonces, dicha doctrina no ha cambiado.
El conflicto entre la Iglesia católica y la masonería se agudizó en los albores del siglo pasado (cuando se intensificaron las logias anticatólicas); el fenómeno cundía en Europa pero también en el resto del mundo. El papa Pío XII en su carta Ad Ecclesiam Christi de 1955 habla sobre las necesidades de América Latina compara a la masonería con una “pérfida insidia de los enemigos” y la coloca junto a la superstición y el espiritismo; al mismo tiempo, procedentes de episcopados lejanos, proliferan las denuncias de que la masonería trabaja como una sociedad secreta y esotérica que “reina sin ser molestada en los vértices del Estado” pero “opera con simbología de la rosacruz, la magia o la brujería”.
Estos conflictos pasaron a un segundo término durante los conflictos bélicos globales pero resurgieron en complejidad durante la Guerra Fría causando mucha confusión entre fieles y obispos católicos. De hecho, entre 1974 y 1981 se llegó a considerar que la excomunión a católicos partícipes de ritos masónicos sólo aplicaba a aquellos inscritos en logias “que realmente maquinan contra la Iglesia”. Ante la confusión, primero el cardenal Šeper y después Ratzinger zanjaron toda duda.
Ratzinger reconocía que no todas las logias masónicas toman actitudes de hostilidad contra la Iglesia y que parecía incluso admirable el principio masón de “no imponer a nadie” una posición filosófica o religiosa vinculante “porque más bien [la masonería] trata de reunir juntos, por encima de las religiones y visiones del mundo, a hombres de buena voluntad sobre la base de valores humanistas”; sin embargo, decía que tras los muros de esta organización “la comunidad de los ‘albañiles libres’ y sus obligaciones morales se presentan como un sistema progresivo de símbolos de carácter sumamente comprometido. La rígida disciplina del arcano que lo domina refuerza aún más el peso de la interacción de signos e ideas. Este clima de secreto comporta, además, para los afiliados, el riesgo de llegar a ser instrumentos de estrategias que les son desconocidas”.
Es decir, no descarta que –desde la ingenuidad– ciertos católicos ‘con buena voluntad’ deseen participar de los símbolos y ritos masónicos pero afirma que, “el valor relativizador” y la “fuerza relativizadora” de la comunidad moral-ritual masónica tiene “capacidad de transformar la estructura misma del acto de fe cristiano”.
Porque en un mundo donde todo es relativizado, los ritos se reducen a escenificaciones y los símbolos a disfraces; y el sentido de ambos se limita al pragmatismo más inmediato.
Pero no es todo, de hecho, para el catolicismo, la masonería promueve un sistema de pensamiento que debe ser ‘combatido’. Así lo demuestra la canonización y beatificación de numerosos creyentes que han obrado contra la masonería. La Iglesia católica reconoce como virtudes heroicas los actos de los fieles que “contrarrestan la masonería” como dicen las hagiografías oficiales de los santos David Uribe (sacerdote mártir mexicano); Enrique de Ossó (sacerdote fundador español) y las beatas Josefina Nicoli (monja italiana y; Rita Amada de Jesús (religiosa portuguesa).
Una doctrina que permanece en nuestros días. El actual prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, el cardenal argentino ‘Tucho’ Fernández, dando respuesta a una inquietud del obispo Julito Cortés de Filipinas reafirma la doctrina de la Iglesia respecto a la incompatibilidad entre el cristianismo y la masonería pero añade que “en el plano pastoral” se recomienda a los obispos que desarrollen un catecismo popular en todas las parroquias con las que recuerden al pueblo la inconciabilidad entre la fe católica y la pertenencia a las asociaciones masónicas. Incluso se recomienda que los obispos del país hagan una declaración pública sobre esta materia.
*Director VCNoticias.com @monroyfelipe