Felipe Monroy
Polarización: el mundo de las exageraciones
Con regularidad se afirma que la polarización en los países democráticos produce una agresividad conversacional de tal nivel que favorece la aparición de perfiles políticos emergentes, exóticos, pendencieros, radicales y viscerales. De hecho, hay muchos ejemplos recientes sobre como políticos ‘antisistema’ se hacen populares y hasta acceden al poder gracias a una muy fervorosa grey que los enaltece.
Normalmente no importa que tales personajes digan sandeces titánicas, burdas exageraciones, vaticinios alarmistas o vivan en la vulgaridad mediática; sus seguidores las aceptarán como válidas y –peor– doblarán la apuesta.
Una auténtica sociedad polarizada no sólo reduce la conversación a absolutos opuestos e irreconciliables sino que, velozmente favorece la tirantez hacia mayores radicalizaciones que vuelven a alimentar a los polarizadores. Ese es el verdadero rostro de la polarización: la exageración ignominiosa. Si alguien dice ‘opción’, el siguiente lo reclamará como ‘derecho’; si otro afirma que algo es ‘malo’, el siguiente dirá ‘diabólico’; si se afirma que algo ‘mejora’, alguien dirá que es ‘histórico’; así por el estilo.
La exageración siempre ha sido un mecanismo discursivo para ganar adeptos o para sumar enojos; y en la política se utiliza indiscriminadamente: el acuerdo se vuelve promesa, al cambio se le denomina transformación, la indignación es rabia, el error es catástrofe y la alternancia, esperanza. Y, casi siempre, el usuario de la hipérbole es usufructuario de sus efectos. Por ejemplo, la persona estrafalaria de modos radicales quizá jamás llegue a ganar un debate razonado, pero ni falta que hace; si se hace famosa y todos hablan de ella, quizá hasta triunfe en una elección.
La cuestión con estos personajes radica en que, para mantener la fidelidad de sus adherentes no sólo necesitan de un discurso polémico y altercador sino que es preciso el conflicto en sí. De lo contrario, sus ideas no dejan de ser sólo unas peroratas soflameras que resultan indiferentes o, si acaso, risibles para el respetable; de estos hay muchos ejemplos que pretenden crear polémica donde no la hay. Quienes mejor representan este caso en México son todos aquellos que en junio 2018 vaticinaron el desastre económico con el triunfo de López Obrador porque el dólar subiría hasta los 35 pesos; y que son los mismos que en este 2023 continúan profetizando el desastre económico porque el dólar está por debajo de los 17 pesos. Es decir, no hay un verdadero conflicto allí excepto que el que aquellos quieren creer y hacer creer a los demás.
Ahora bien, ¿qué sucede con los personajes estrambóticos cuando en efecto hay conflictos subyacentes importantes? Lo que se ha visto en estas semanas en Argentina con el ascenso de la popularidad de un exótico como Milei (para quien el concepto de dignidad humana es indistinguible de propiedad privada de valor comercial), es un caso digno de análisis. Primero, porque el país sudamericano no sólo vive horas bajas por una crisis actual sino que ha tomado el tobogán desde hace décadas y no ha hecho sino profundizar su eterna crisis derivada de una dependencia casi absoluta de los vaivenes económicos mundiales y del alegre endeudamiento con el que todos sus regímenes han hipotecado el futuro del país.
En esas condiciones, es casi comprensible que la locuacidad pendenciera de un personaje se haga escuchar y logre seducir a los más ignorantes o los más desesperados. Sujetos así prácticamente pueden decir sin ruborizarse que van a instaurar una ley de la selva donde sólo los fuertes, privilegiados y aventajados sobrevivirán, y aún así encontrar adeptos entre los más desfavorecidos de conciencia alterada o en su momento más esquizofrénico.
Dicho lo cual, ¿México tiene las condiciones de tragedia mayúscula como para favorecer el surgimiento de personajes igualmente extravagantes y exóticos? Considero que no. Sin duda los problemas más graves y apremiantes en el país son la seguridad pública y los servicios de salud; esa realidad es conflictiva y acuciante. Y, sin embargo, los personajes más gárrulos (locuaces) que quisieron polemizar desde esas urgencias, no lograron encontrar los suficientes apoyos institucionales o fieles aplaudidores de sus exageraciones, descalificaciones, desprecios, insultos e improperios. Es decir, la exaltación majadera no se convirtió en candidatura de nada.
Todo lo contrario. En contra de todo pronóstico, México es un país menos polarizado. Incluso la oposición contra el régimen actual converge y coincide con las políticas sociales prioritarias, con un sistema económico mixto y con la valoración de la diversidad regional y cultural del país.
Fuera de esto, sin embargo, pervive el mundo de las exageraciones. Para los polarizadores no hay sino un ‘México infernal y destrozado’ que requiere urgentemente ser rescatado… y adivinen a quién proponen.