Análisis y Opinión
La (increíble) fuerza del caos
¿Será pura agresión irracional? La veintena de jóvenes encapuchados que zigzaguearon hacia Ciudad Universitaria causando incontables destrozos materiales, un incendio a una reserva ecológica y dejando víctimas de violencia a miembros de la prensa no tenían ninguna agenda, no hicieron ninguna petición, no había consigna ni demanda; por ahí una pinta extraña que parecía reivindicar una lucha de trabajadores y académicos de la UNAM, pero éstos no tenían ni idea de los hechos.
¿O serán grupos de choque cuyo mero objetivo es desprestigiar las legítimas movilizaciones y luchas sociales? Si así fuera, ¿en dónde más hemos visto impunes hordas anónimas que llevan estragos sin sentido e incesantes agresiones físicas a terceros mientras la acuciante realidad se invisibiliza bajo la furia de los puños, de martillos, bates, aerosoles de colores, pasamontañas y símbolos verdipurpúreos?
Pareciera que estuviéramos ante una encrucijada de posturas: O estos actos son desatados por verdaderos individuos subnormales o están envueltos en la mentira de intereses más astutos y perversos. Por desgracia, parece que debemos inclinarnos por la segunda.
Existe una sentencia terriblemente desesperanzadora de Federico Campbell: “Tener poder es tener impunidad… Ninguna verdad se sabrá respecto a hechos delictuosos que tengan que ver, así sea mínimamente, con la gestión del poder”. Estas fuerzas de caos devastador son la muestra perfecta de ese poder que sale impune; porque no sólo destruyen lo visible sin que ninguna autoridad los llame a cuentas; sino porque dinamitan la confianza popular en la necesidad de la asociación, la movilización y la expresión social para mejorar nuestras comunidades.
Sobre estos grupos, es claro que no desean adhesión ni aprobación social. Por el contrario, su principal objetivo es producir encono, desprecio, irritabilidad y desconfianza. Sin embargo, si ellos no pierden es porque ya están pagados; ya sea por la carta blanca que en ciertas jornadas la autoridad les regala para actuar fuera de la ley bajo su filiación al género cárdeno encapuchado o porque hay otras fuerzas políticas o económicas que los están patrocinando. En todo caso, como dice Campbell, ninguna verdad se sabrá detrás de estos actos antisociales.
Si aceptamos esta hipótesis, debemos reconocer la existencia de un poder misterioso, que no anuncia sus planes ni intenciones, que no comunica sus verdaderos proyectos, que anda por encima de los pueblos y sus instituciones como en caballo de hacienda, que sus discursos son el ignominioso silencio detrás del inmueble vandalizado o el amoratado inocente, que resuelve los conflictos desde el ángulo más agudo y oscuro. ¿Quién o quiénes son tal poder? ¿Qué los redime o los excusa de la justicia formal? ¿Quién bendice sus favores? ¿Quiénes hacen antesala en sus vestíbulos con nerviosa actitud o sobrado engreimiento?
Cuando estos fenómenos cunden en la sociedad, la perspectiva de confianza entre instituciones, organismos y asociaciones se ve afectada. Y entre la penumbra suelen emerger los tuertos reyes de los ciegos: los que ya no necesitan máscaras para enfilar sus golpes contra las instituciones; los que no les conviene que la confianza de la sociedad en las instituciones crezca; los que hacen del caos una fuerza útil. Por cierto, en la década 2008-2018 la confianza no hizo más que bajar y a partir del 2018 subió apenas discretamente. Ahora pregúntese, ¿no le parece sospechoso que hoy muchas instituciones estén bajo asedio permanente?
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe