Felipe Monroy
Poder femenino: las candidatas
La culminación de los procesos selectivos de las dos principales fuerzas políticas de México ha determinado que serán mujeres las que liderarán la contienda presidencial a partir de este momento. Tanto Xóchitl Gálvez como Claudia Sheinbaum han recibido el respaldo de las organizaciones partidistas que, en principio, las empujarán a lo largo de la campaña con la intención de ganar el voto del pueblo ciudadano.
Ante ello, los vaticinadores absolutos se arriesgan a asegurar que, por primera vez en la historia, México tendrá a una mujer al frente de la presidencia de la República. Sin duda, esta sentencia podría representar una confirmación del avance del poder femenino en las cúpulas políticas del país y, sin embargo, hay una sensación de exiguo triunfo del feminismo en todo este proceso.
En primer lugar, nadie podría escatimar las respectivas trayectorias de vida, de servicio público y de acción política que ambas mujeres representan; cada una, desde sus convicciones y trincheras lograron hacerse de una imagen y un estilo político que ahora será importante presentar y diferenciar ante la ciudadanía. Sus historias personales de construcción de personaje político, sin embargo, también serán parte del juicio ciudadano y, en ambos casos, a las virtuales candidatas se les cuestiona independencia y autonomía política frente a liderazgos masculinos o grupos de conservadurismo del estatus quo.
En el caso de Gálvez, la sospechosa declinación de varios contendientes así como los arreglos cupulares previos a su insaculación le restan simbólicamente las cualidades de un triunfo personal en la candidatura; pero, además, para ella será difícil consolidar una identidad sólida de valores y principios éticos, morales y políticos ante el utilitarismo pragmático de los disímbolos partidos políticos que la promueven. Lo único que parecen compartir auténticamente los partidos de su alianza es su animadversión personal hacia López Obrador, y ni siquiera a sus políticas, sino sólo a su estilo.
Con Sheinbaum sucede algo parecido, se le sabía favorita del presidente y así lo comprendieron los encuestados; además, los partidos aliados de Morena, no podrían ser más antagónicos ideológicamente, sólo son convergentes en el pragmatismo político, y esto –ya se ha visto– resta contundencia a los discursos, los cuales deben mantenerse en una diplomática tibieza. Con ella, su candidatura femenina se ve lastimada por la dependencia tanto de su persona política como del movimiento a la figura de López Obrador quien, de hecho, fue mencionado más veces en el momento estelar de la virtual candidata.
Ellas, a diferencia de las otras contadas mujeres que han buscado la presidencia de México, están en el pináculo de masivas organizaciones y estructuras políticas cuyos recursos y dinámicas son vastos. Estructuras que, por supuesto, buscarán apuntalar a sus candidatas presidenciales pero que también viven arduos procesos selectivos de candidatos para los más de 20 mil cargos públicos que se disputarán en 2024. Son, por tanto, ‘una pieza más’ de un complejo motor y, declaradamente, no son la más importante: una debe servir para mantener un proyecto político-ideológico y otra, para arrancar trozos de poder político al régimen actual. Y quizá por ello, frente a personalidades como Rosario Ibarra, Marcela Lombardo o Marichuy Patricio, Claudia y Xóchitl parecen figuras mucho más pequeñas.
Ojalá me equivoque y ambas mujeres finalmente puedan definir en estas masivas organizaciones –las cuales se han distinguido hasta ahora por no acabar de consolidar su sistema sociopolítico respecto a la identidad y el papel de las mujeres– no sólo proyectos o programas sino una auténtica cultura política que cambie perspectivas sobre el poder y el valor femenino en la construcción de una nación que, por misóginas omisiones o por disparatadas ideologías de ocasión, hoy tiene deudas de seguridad, desarrollo personal, trabajo, plenitud, libertad y hasta de identidad con las mujeres. Deudas y necesidades que no se remedian con simulaciones empáticas, ni a través de pastiches lingüísticos ni –sobra decirlo– obedeciendo directrices de neocolonialismo cultural provenientes de poderes fácticos globales.
Hay que ver el vaso medio lleno; es la primera vez en la historia que las candidaturas femeninas a la Presidencia no representarán “una opción más” entre las posibles sino que, derivado de la clarificación política del último sexenio, cada una de ellas deberá sintetiza la plenitud identitaria ideológico-partidista de sendos movimientos y sus respectivos intereses. Desde esa posición habrán de internarse en una campaña que buscará votos, sí, pero que sería un desperdicio si sólo pretendiera eso.
Es, al final, una prueba para ellas, para su energía política y la estamina que las haga crecer ante el cansancio, para su inteligencia y su habilidad; pero también es una prueba para sus movimientos políticos y para el pueblo mexicano frente a nuestros fantasmas misóginos, frente a la cosificación y artificialidad de la mujer, y frente a un machismo que polemizará cada traspiés y cada expectativa estética de las virtuales candidatas.
Ojalá las candidatas se enfoquen en la oportunidad que tienen para influir en la cultura del poder femenino en México y no en las superficialidades de la imagen.
*Director VCNoticias.com @monroyfelipe