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Qué he aprendido durante el coronavirus

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La vida en cuarentena, así diga el mayor de los ermitaños que es lo que siempre estaba esperando, a todos nos tomó, si bien no por sorpresa, sí mal preparados.

Yo creía estarlo. Desde hacía 2 meses había hecho, como dicen mis hijas un súper “para el fin del mundo” (para nosotros y para el perro), había contratado mayor internet y cambiado el módem para aguantar a todos conectados 16 horas al día, puse escritorios y sillas de oficina para cada quien y compré productos de limpieza para que la casa casi se limpiara sola, pero la realidad, es que no hice un plan de contingencia real.

Me encontré confinada, con más trabajo que antes, con mis hijas y mi marido igual que yo, y con la casa… Nadie sabe qué tan grande puede ser hasta que tiene que limpiarla. Y ninguno estaba preparado. 

Mis mañanas se pasaban entre conferencia y meter la ropa a la lavadora. Llamada y colgar la ropa. Enviar mails y limpiar cocina. Mandar una propuesta y tener que hacer comida. Y así se pasaron 2 semanas hasta que encontré que si no trataba la situación pragmáticamente, como lo haría en la oficina, esto iba a acabar con mis nervios, los de mi familia y de paso con los de mis socios y mis empleados.

Decidimos hacer un plan familiar. Mi trabajo es mantener el orden (no por nada mi cuñada me dice Mussolini),  Entendí que tenía que seguir con mis horarios anteriores: salir con el perro, tener mis juntas desde las 7 am y sacar el trabajo diario. Solo que ahora con un cambio. El tiempo que pasaba en el coche, o en desayunos o comidas largas lo invierto por días en los quehaceres de la casa, con ayuda de todos.

Hicimos un calendario con días y horas y tratamos de apegarnos a él. Hasta las plantas tuvimos que ponerlas en prioridad, porque sino no sobrevivirían la guerra. Y aprendimos una lección muy importante: las comidas tenían que ser a horarios que estuviéramos todos. De pronto nos vimos juntos las 24 horas en la misma casa pero cada quién con horarios diferentes.

He ido aprendiendo que bailar con la escoba quema más calorías que ir al gimnasio, que se puede aprender a planchar después de los 40 sin quemar nada, que le rezas todos los días a los electrodomésticos para que duren toda la cuarentena sin dañarse y que cocinar a las 7 am hace que te vuelvas un “mini chef” pero ordenado y así tienes el día libre para seguir con tus horarios de oficina. 

Que trabajar a distancia nos puede hacer más productivos pero que sigue siendo fundamental trabajar en equipo, por lo que las videoconferencias y los documentos compartidos son el pan de cada día.

Que las copas de vino no se acaban, solo que ahora nos las tomamos mientras brindamos por cualquier motivo en una videollamada. Que los cumpleaños no se olvidan y los celebramos mandando regalos, pasteles y globos por mensajería, y que una llamada para saber si están bien nuestros conocidos nos puede llenar el alma.

Que aunque no podamos ver a los abuelos, porque son a los que más hay que cuidar, sí les podemos ayudar a ser más tecnológicos para que puedan ver a los nietos en la cámara. Que la vida en familia es más fácil porque cuando a uno de los miembros se le baja la moral, están los demás para subírsela, y que los paseos diarios hacen que descubras cómo la naturaleza se puede ir transformando día con día y nos la estábamos perdiendo.

Que el ejercicio es fundamental, desde caminar, si se puede, hasta seguir a un instructor por Instagram, lo importante es no dejar de moverse. Que llevar una rutina te da la confianza que por ahora no tienes en el futuro. Y que no hay nada más gratificante que trabajar todos los días sabiendo que gracias a eso no solo tu familia está bien, sino que puedes ayudar a varias más que dependen de tu trabajo.

El tiempo y la distancia dejaron de ser un pretexto. En realidad, ahora es cuando más cercanos estamos, tanto con los que vivimos como con los que están “tan lejos pero tan cerca”. Aprovechemos cada minuto de esta nueva era, porque esta es nuestra nueva normalidad. 

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