Opinión

Salma Hayek tiene razón

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Desde que me mudé a la ciudad de Los Ángeles en octubre del 2015, experimentar a la comunidad latina ha sido parte del vivir cotidiano de esta gran ciudad californiana. No hay duda de que México y el resto de Latinoamérica tiene presencia aquí, influyendo, contagiando y seduciendo al ciudadano nativo de Estados Unidos, más los migrantes de todas las demás naciones.

Hace unos días vi la película ‘Beatriz at Dinner’ (2017) dirigida por el puertorriqueño Miguel Arteta y quien lejos de lo que podríamos sospechar –como provenientes de una nación de habla hispana que somos- éste realizador sí le supo dar al clavo en cuanto la relación México y Estados Unidos, yendo más allá del discurso de los años 70 donde se pensaba que los latinos sólo provenían de la tierra boricua y que pertenecían a barrios pobres, incluso sólo mencionados como carne de cañón en Vietnam.

Arteta invita a la mexicana Salma Hayek a ser Beatriz, una terapeuta de medicina alterna que se ve una noche atrapada entre cuatro paredes, dentro de una situación que le cuestionará sus valores latinos y la enfrentará al lado oscuro del capitalismo.

La cinta es escrita por el actor y escritor Mike White, con experiencia al abordar el mundo hispano en su ‘Nacho Libre’ con Jack Black, así como teleseries de adolescentes a la ‘Dawson’s Creek’, sobresaliend por el filme independiente con Jennifer Aniston ‘The Good Girl’ (2002). ‘Beatriz at Dinner’ se estrenó en enero en el prestigiado Sundance Film Festival y aun no tiene fecha de estreno en México.

Las buenas noticias, es que la crítica especializada aplaudió a la cinta de Hayek y ya se habla que es el mejor papel de la carrera de la Veracruzana. Aunque apenas estamos a la mitad del 2017, Hayek podría colarse en diciembre a la temporada de premios y hacer un gran regreso desde su nominación al Oscar por ‘Frida’.

Pero más allá de los premios, lo importante de ‘Beatriz at Dinner’ es su paralelismo con los tiempos que Estados Unidos respira con Donald Trump representando el status quo de Washington.

Si el cine a veces es metáfora poderosa, con Beatriz tenemos a una mujer que porta la tristeza en su mirada, añorando a su pequeño pueblo costero donde creció y sabiéndose sola en casa, sólo con el amor para sus mascotas donde una de ellas –una cabra- murió asesinada por su vecino. La protagonista aun así porta amor en sus venas y lo transmite en cada una de sus sesiones de terapia. Entre sus clientes se encuentra Kathy (Connie Britton), una ama de casa adinerada en California que aprecia al personaje de Hayek porque ayudó a su hija a superar el cáncer.

Pero por una jugarreta del destino, el auto de Hayek no arranca y ella es invitada a quedarse a cenar –muy a regañadientas del marido de Kathy- sabiéndose que un poderoso magnate de nombre Doug Strutt (John Lightow) vendrá a la casa y se hablará de negocios en la mesa.

Sin revelar de más de la trama, sólo diré que el corazón del filme es ver a estos dos seres opuestos en posturas ante la vida intercambiar palabras. Beatriz es la latina que no entiende que haya empresarios que arrasen con ecosistemas y Doug el hombre que tiene el poder y la arrogancia para hacer lo que desee, aún en tierras ajenas como México.

Si comienza a parpadear en su cabeza el apellido Trump, es porque se logra una historia que evoca a la perfección –intencional o no (el filme se hizo antes de las elecciones de noviembre 2016)- la situación del latino frente a la política del inquilino de la Casa Blanca.

Lo mejor de ‘Beatriz at Dinner’ es que lejos de discursos y aleccionamientos, el personaje de Salma consigue decirnos que lo importante incluso no son las nacionalidades, o el grosor de la cartera o el pasaporte, sino el tipo de alma que habita en la persona.

Hayek, con su actuación, consigue ser un David frente a Sansón. Mujer que porta el calor de la tierra donde nació y que vive la moraleja de “los humildes serán bendecidos y ensalzados hasta los cielos”. Humildes por abrazar lo sencillo y no por no dejar de ser valientes.

‘Beatriz at dinner’ derrumba el concepto de que venimos a la vida a tomar y apropiar, aun a costa de los demás, mientras la nostalgia moja nuestros pies y nos dice que la madre naturaleza siempre viene y va, pero jamás abandona. Y sólo aquel dispuesto a siempre dar, será quien pueda llegar a sentir el calor de los Campos Elíseos.

Porque el cine es para siempre…

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