Columna Invitada
Sociedad rota
Por Antonio Maza Pereda
A riesgo de ser repetitivo, hay que volver a entrar al tema de la división en nuestra sociedad. Un quiebre, un enfrentamiento entre los miembros de esta. ¿Cuál es su origen? No es algo nuevo. Es cierto que determinadas tendencias políticas han influido más o menos; que algún presidente o dirigente ha aprovechado más este método, pero hay que decir que es un problema que viene de siglos.
Nuestra sociedad, desde el principio de su formación, tuvo áreas donde había poca relación entre los distintos grupos sociales. Algo que viene de los tiempos de la colonia, donde el sistema de castas, que dividía a la población en diferentes tipos de personas, con diferentes derechos y privilegios. Desde los peninsulares, que tenían muchísimos derechos, hasta las castas indígenas o de origen afromexicano, las cuales tenían poquísimos.
También, aparte de este tema puramente racial, hemos tenido otras divisiones: de tipo económico, de estudios o de alcurnia. Por ejemplo, cuando se habla de los pobres, depende mucho de quién lo está diciendo. Es muy posible que una persona de clase adinerada hable, por ejemplo, de un profesor de universitario, diciendo que es “un muerto de hambre”. Mientras que la gente con educación avanzada hable de los “burros cargados de oro”.
Una pregunta interesante sería: ¿ha existido realmente un esfuerzo serio por evitar este tipo de ruptura? Es muy difícil encontrar ejemplos. Se han creado cosas como el Instituto Nacional Indigenista, que supuestamente tenía como objeto mejorar la situación de los grupos indígenas. Pero muchas veces sus soluciones o apoyos resultaron ser acciones cosméticas, que tenían que ver con el modo de hablar o con el modo de tratar a las personas, pero no entraban al punto de fondo. Ese fue el caso del indigenismo, que en algunos tiempos intentaba lograr que los indígenas perdieran su cultura, con el pretexto de “civilizarlos”.
Veamos el apoyo a las personas discapacitadas donde, por ejemplo, la gran mejora que se ha hecho es: ya no decirles inválidos, sino que son personas con capacidades diferentes. Lo cual no deja de ser algo puramente cosmético. Algo en el lenguaje, que tiene alguna importancia, pero que no resuelve de fondo el problema. Por ejemplo: lograr que una persona con una discapacidad motora o visual, cuando obtenga algún tipo de empleo, reciba el mismo salario que alguien que haga trabajos similares.
O hablar de la gran división de nuestra sociedad, que se puede decir que todavía es mundial: la discriminación a la mujer en muchísimos campos, no solamente el laboral. Consideren el trato discriminatorio al género femenino, la poca apreciación por sus logros y la falta de tomar realmente en cuenta sus opiniones, que pueden ser valiosas y enriquecedoras y que no se están aprovechando. Y, por supuesto, en la remuneración. Pero eso sí: nos damos por muy satisfechos porque hablamos de hombres y mujeres, niñas y niños, ingenieros e ingenieras, presidentes y presidentas, como si eso ya resolviera realmente la ruptura de fondo. Y ese es un tema que es importante y que no se está atendiendo, más que de estas formas cosméticas.
Hay que tener muy claro que esto no va a ser una situación que se resuelva rápidamente. Aquí tenemos una cuestión relevante, pero que no ha sido urgente y, por lo tanto, se ha pospuesto de manera indefinida.
Tenemos que encontrar el modo de resolver este problema. Cuando se dan este tipo de rupturas, cuando se tienen este tipo de diferencias, es fácil que un populista, o incluso una persona de buena fe, pero mal orientada, sean escuchados. Simplemente, porque otros, tal vez con mejores ideas, con mejores orientaciones, no están actuando. No nos podemos quejar de que la población prefiera al demagogo, que aprecie sus dádivas, o apoyos. No es culpa de quien acepta esos beneficios, porque no han encontrado otros que les hayan dado algo que les permita aliviar un poco esa división.
En el análisis después de las elecciones en México, nos hemos encontrado muchas quejas en el sentido de decir que la gente votó por quién le diera más y que su actitud política era “estirar la mano” a ver cuánto les llegaba. Curiosamente, a muchos votantes no les importó si el gobernante miente o es inepto. “Otros, nos podían haber dado y no lo hicieron”, nos dicen. “Este, por lo menos, nos dio algo”, agregan.
¿Cuál es la solución? En el largo plazo, a la nación no le conviene esto. Probablemente, hay un problema de liderazgo. ¿Quién tiene el arraigo y el arrastre para encabezar el proceso de reducir esas fracturas? Difícilmente podemos confiar en la clase política. Todos los diferentes partidos se han dedicado con singular alegría a sembrar el odio y provocar la división, siguiendo la frase atribuida a Maquiavelo: “divide y vencerás”.
Tal vez algunos elementos del sector privado podrían tener ese papel. O las iglesias que, en general, salen mejor calificadas en las encuestas de confianza ciudadana, junto con las universidades. Urge reunir a los mejores pensadores de este país para encontrar soluciones, aunque sean parciales, a esta división que nos aqueja. Y concientizar a la ciudadanía de que este problema es vital y hay que atender su solución. Urgentemente.
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