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Terminar una relación no es terminar con la familia

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Lo más común, que no es lo ideal pero sí lo que más veces se presenta, es que cuando una relación de pareja se acaba, alguna o ambas partes acaben muy dolidas, se siente(n) traicionada(s) y se queda(n) muy enojada(s) con la otra parte.

Esto hace que las condiciones para la separación no sean óptimas y aunque todos los padres diríamos que buscamos lo mejor para los hijos, la realidad, pocas veces admitida, es que buscamos castigar al infractor lo más que podamos, incluso a costa de los hijos.

Tomemos por ejemplo un caso en que se disuelve una relación, por una infidelidad del hombre, sin afirmar que este caso sea uno de los más comunes. Aunque desde mi criterio sí hay diferencia en ser infiel y ser desleal, asunto que podré explicar en otro momento, normalmente a esto se le dice “traición” y sí, puede ser una traición a la pareja pero no necesariamente es una traición a la familia y esta es una aclaración muy significativa en el futuro de los integrantes de esa familia.

Digo que condiciona el futuro de todos los miembros de la familia porque, primero, se establece que esa familia está desbaratada; segundo, que hay que castigar al traidor y dejarlo lo más alejado posible del contacto con los hijos (porque es una mala influencia); y tercero, porque condiciona al traicionado a hipotecar su vida en aras de consolidar la familia.

Vayamos analizando a cada integrante de esa familia y sus implicaciones futuras:

PADRE: Por ser el infractor, merece todo el odio, a veces, no solo de su expareja, si no el de los hijos también. Por esta razón, se debe limitar al máximo la convivencia con los hijos y prácticamente prohibir convivencia de los hijos con la pareja de padre. Esto hace que el padre no pueda programar actividades con sus hijos, se debiliten los vínculos individuales entre padre-hijo(s), se genere un distanciamiento con el hijo y no pueda aportar casi nada (Solo parte económica) en la educación y desarrollo de sus hijos. Genera conflictos con su nueva (cuando la tenga) pareja que le complica su relación y que no permite que la relación con la madre de sus hijos se vaya sanando, por el contrario se va desintegrando cada vez más. En conclusión sufre por la falta cercanía con su(s) hijos, sufre por la presión de su expareja y lo presionará su nueva pareja, por lo que le que le queda es ajustarse a lo permitido (Ver a sus hijos dos días cada dos semanas) ir rompiendo sus vínculos individuales, por lo que incluso, las pocas horas que conviva con sus hijos, no las disfrutará. 

MADRE: Está dolida, se siente traicionada y lo más “justo” es que el traidor sufra la mayor condena, incluso (aunque no lo admita) a costa de su hijos. Su vida se centra por completo en sus hijos y por lo mismo, se priva de oportunidades para rehacer su vida, la visión se le acorta, se le recrudece el rencor a su expareja porque la ha dejado limitada y cae en frustraciones que, en algunas ocasiones, se traducen en no estar de buen humor con sus hijos o sentirse agobiada por tanta responsabilidad, habla mal de padre a los hijos y tiene pocas oportunidades de conocer una nueva pareja.

HIJOS: Pierden una parte fundamental de su apoyo en desarrollo emocional y educativo, sufren la distancia del padre, pierden identidad de la familia y tienen que soportar los malos comentarios de uno o de ambos padres con respecto al otro. No entienden porque si ambos padres les dijeron que el cariño que sentían sus padres por ellos no cambiaría, la realidad es que si sienten mucho cambios. Pierden a un confidente, cómplice o compañero en la vida, en algunas ocasiones pierden los dos y su capacidad para desarrollar relaciones con personas de ambos sexos se limita. Tienen que estar lidiando con las parejas de uno o de ambos padres y no logran congeniar los cambios que está viviendo.

Si bien todo esto está basado en el supuesto del que el padre traiciona a la madre, las implicaciones de los integrantes de la “exfamilia” se mantiene si la separación es por cualquier causa pero con resentimiento de una o ambos padres.

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