Opinión

¿Un efecto inadvertido del Envejecimiento Demográfico? ¿Usted sí lo detectó?   

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Esto que escribo hoy, será mejor entendido por quienes vivieron el sismo de hace 32 años. Enseguida verá por qué.

Los que hayan vivido aquel sismo -con un número de años suficiente para darse cuenta cabal de la magnitud de la tragedia, tanto en pérdida de vidas humanas como materiales-, recordarán que nadie habló en esos días de algo que hoy ha ocupado una buena parte de los espacios mediáticos: las mascotas.

No me refiero a los perros entrenados para encontrar personas sino a lo que la corrección política llama hoy: Animales de compañía.

Escasas dos generaciones han transcurrido desde el sismo de 1985 y ya, sin sentirlo, se han registrado cambios profundos en la estructura demográfica del país; éstos, entre otras manifestaciones de dicha transición demográfica, se nos presentan hoy en la cantidad de mascotas sin dueño al lado de edificios colapsados.

¿Qué explica este hecho, no visto en el año 1985 con la magnitud actual? ¿Cuáles son las causas para que algunas personas hayan tenido en su pequeño departamento, tres o cuatro animales que les servían, nunca mejor usado el término, de compañía?

¿Estamos acaso ante la presencia de viudas y viudos quienes, ya en los últimos años de su vida, sin recursos para pagar una enfermera o sin algún pariente que hubiese aceptado el encargo de compartir con él o ella su soledad y vejez, los animales, perros y gatos, eran los únicos que les daban el afecto que en los decenios anteriores se los prodigaban el esposo o la esposa?

¿Estamos acaso ante la evidencia de que cada año son más los mexicanos que viven más de 65 o 70 años, y solos? ¿En verdad, para esos mexicanos, la única fuente de afecto son el perro o el gato? ¿Es un animal acaso, el que recibe las muestras de cariño del que por diversas razones se sabe irremediablemente solo, abandonado por los suyos y dejado, como solemos decir, a la buena de Dios?

Al margen de lo que podamos pensar de la vida a una edad avanzada en las tristes condiciones de la total soledad, y de las razones que impulsan a una persona en dicha situación a comprar uno o más animales de compañía hasta que su vida se extinga, es explicable esa búsqueda de afecto.

Sin embargo, ¿qué pensar de quien -hombre o mujer-, a los veintitantos años prefiere, en vez de buscarse una pareja y compartir con él o ella la vida, adquiere uno o más perros y a ellos, en público y en privado, los cubre de besos y apapachos mil? ¿Qué pensar de esta conducta, más propia de un estudio psiquiátrico que de la conducta de una persona normal?

En aquella persona mayor, que después de una vida plena en la cual tuvo hijos y nietos -quienes en determinado momento le voltearon la espalda por ser catalogado él, como un viejo latoso e ideático y ella, una vieja       achacosa-, se entiende (y aplaude en un descuido), que busque compañía en un perro o dos, y a ellos entregue los afectos que los parientes rechazan; pero en una persona que empieza a vivir, ¿es aceptable dicha conducta?

¿Qué dice esto último de la sociedad en la cual afirmamos vivir, la cual, para ser más justos, deberíamos decir sobrevivir?

¿Es sano, desde el punto de la convivencia humana, que en los tiempos que corren una persona en sus veinte y pico de años, encuentre la razón de su vida en un perro o un gato?

¿Con quién compartirá su vida y la soledad -que a veces mata más que la delincuencia-, en caso de llegar viva a los 85 o 90 años? ¿Con un robot, diseñado y construido para acompañar ancianos?

Siquiera los perros y los gatos pueden, en determinadas condiciones, mostrar gestos que preferimos identificar como de cariño o afecto, ¿pero un robot?

Esto que vemos hoy: miles de mascotas que hacían llevadera la vida a miles de personas mayores de 60 o más años, están hoy en el abandono; son la prueba clara de que algo ha cambiado en la población mexicana.

Sin sentirlo nos estamos convirtiendo en una sociedad donde, cada día, hay más viejos que viven más y al mismo tiempo, hay mujeres que deciden tener, cada día, menos hijos o simplemente no tenerlos.

Piense por favor, de tener usted 50 o 55 años, ¿cómo será su vida cuando, a los 75 u 80, ya solo, no tenga con quien compartir recuerdos y recibir una muestra de afecto? ¿Acaso un perro o un gato será el sucedáneo de la pareja?

Tanto avance para que los últimos años vivamos con un perro, y andemos levantado la mierda que deja en el parque. ¡Qué pinche vida nos espera

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