Unión Mujer
Violencia pasiva: un lío del que no es fácil salir, pero que te cambiará la vida
Hablar de violencia pasiva puede resultar un tanto incómodo para quienes son conscientes de que es una realidad en nuestro entorno que parece no tener fin. Y esto es porque todos de alguna forma tenemos enraizados comentarios y actitudes que parecen ser inofensivos y que terminan siendo entre otras cosas, violencia.
Para escribir esta breve reflexión, me di a la tarea de revisar algunas investigaciones y estudios sobre el tema y, a pesar de que hay muy buena información que nos ayuda a comprender de donde viene la violencia, quiénes son sujetos susceptibles a ella y las huellas que dejan en una persona que vivió o vive en violencia, no pude responder a la siguiente pregunta: ¿Cómo detenemos esta ola de violencia, que no parece violencia, pero que deja herida?
La violencia pasiva se puede entender como el conjunto de actitudes o comentarios que se realizan de manera consciente o inconsciente y que dejan en la otra persona un sentimiento de confusión. A pesar de que no hubo ninguna pelea, gritos ni manifestaciones notorias de enojo, la persona encuentra expresiones que la hacen sentir culpable, insuficiente, o invisible y peor aún es difícil de detectar y por lo tanto complicado de hablar.
Imaginemos la siguiente situación:
En un domingo por la tarde, una madre comienza a preparar todo para iniciar la semana: lavar ropa, hacer comida y ordenar las áreas comunes. Le pide a su hija que la apoye limpiando su cuarto. Su respuesta: “ya voy, ma”, saliendo del cuarto de su hija levanta la voz y le pide a su esposo que le ayude con los trastes sucios y su respuesta es: “ … “ silencio absoluto, parece ser que él no la escuchó.
Ella sigue con sus labores. Después de unos 40 minutos de quehacer, la madre regresa con su hija para ver como va y se encuentra con el mismo desorden del principio. La madre comienza a sentirse enojada y levanta el tono de voz con su hija: “Te pedí una sola cosa: que limpiaras tu cuarto”, la respuesta de su hija: “Te dije que ya iba, ¿no ves que estaba haciendo algo de la escuela?”. Sale del cuarto, entra a la cocina y, por supuesto que los trastes siguen intactos.
La gran mayoría de nosotros sabe cómo termina esta historia, con una mamá enojada y triste a la vez, e hijos y esposo pensando que es una loca obsesionada con la limpieza.
La situación que describí anteriormente es una escena común de todos los días, los sentimientos que experimentó la madre, todos los hemos sentido de alguna u otra forma. Hay situaciones en donde no hay evidencia clara de un descontento, pero de manera sutil encontramos en nuestros pensamientos confusión, e incluso algo de irritación que nos hace pensar dos veces la manera en que vamos a responder a lo que acabamos de recibir.
Así funciona la violencia pasiva, son respuestas que recibimos, (y quiero aclarar que, en muchas ocasiones, se dan de manera inconsciente) que terminan hiriendo a veces más de lo que pensamos.
Volviendo al ejemplo que narré, la verdadera herida que sintió la madre realmente no fue por el desorden del cuarto o los platos sucios, sino por el mensaje que recibió de sus seres queridos. Por un lado, se pudo haber sentido ignorada ante el silencio del esposo que aparentemente no escuchó y, por otro lado la respuesta de su hija que la hizo sentir desubicada.
¿Cómo salir de este lío? Ciertamente la madre no tiene evidencia suficiente para hacer un reclamo con tono fuerte, tanto su hija como esposo podrán salir victoriosamente librados con excusas como: “no te escuché” o “estaba haciendo mi tarea”. Todo lo que ella sintió es fruto de su percepción de la realidad. ¿Hizo algo mal? ¿Debió haber estado más al pendiente de las prioridades de su hija y esposo? Quizá ¿Debió haber continuado con las labores ella sola? ¿Debió haber expresado su enojo y tristeza a quienes parecen no darse cuenta de lo que ella siente?
Hay varias maneras de terminar esta historia, pero más importante que terminarla, es tratar de que no nos vuelva a pasar a nosotros alguna situación similar. Tanto desde la posición de la madre, como la de la hija y el esposo. Todos podemos hacer mucho para reducir los niveles de violencia en los que vivimos. ¿Cómo? Haciéndonos conscientes del momento en el que vivimos y de cómo decidimos responder ante lo que se nos presenta.
Existen cientos de oportunidades para andar en un camino de paz y de generosidad con el otro, pero la gran mayoría de las veces las dejamos pasar. Nosotros importamos y nuestras prioridades también, pero ninguna persona puede estar en función de nosotros. Si logramos ver más allá, nos daremos cuenta de que lo que nos es insignificante, puede ser importante para el otro y si ese otro es importante para ti, entonces aquello ya no será insignificante.
Si tomamos el momento y lo volvemos consciente, nuestras respuestas no sólo dejarán de ser automáticas, sino que empezaremos a responder desde el amor y cariño que le tenemos a la persona y veremos como prioridad también las necesidades de los que nos rodean.
¿Fácil? Nunca, sobre todo porque luchamos contra nuestras costumbres. ¿Lo vale? Totalmente, la gente que te rodea se empezará a sentir tomada en cuenta y más importante: amada.
La violencia pasiva da fuertes mensajes que se leen entre líneas, empecemos a dar fuertes mensajes de cariño y atención con nuestras respuestas y actitudes.