México
Habemus líder ¿ya no tenemos problemas?
Los brillos del poder suelen enceguecer a cualquiera. Incluso a aquellos cuyos principios éticos o morales les ponen los pies en la tierra. En la ruta de la gobernabilidad suele emerger el espejismo de confundir la meta con el camino. Y esto genera muchos problemas a los líderes que, mirando el final del horizonte, ignoran la senda por donde caminan.
Sí, es importante contemplar el destino y la meta; pero es el camino el verdadero triunfo de los gobernantes. Parafraseando al pastor Graham: “No hay problema si uno posee ambiciones; el problema es cuando las ambiciones poseen nuestras vidas”. Los cambios que se abren paso en los diferentes perfiles de la vida social en México pueden tener en el horizonte las metas más nobles de todas: acabar con la corrupción, la impunidad y el crimen; pero las metas no son el camino y, aunque parezca una obviedad, el inicio no determina el final de la ruta, cada empresa debe enfrentarse a una senda inexplorada. Pero ¿vale cualquier camino? ¿Antecede el fin a los medios? ¿Por qué ruta se puede buscar la meta sin dejar a nadie en la vera del camino, sin pasar por encima de sus derechos, sin dejar de escuchar lo que las voces sencillas descubren a ras del suelo?
En estos días de transición administrativa, algunas organizaciones internacionales y acuciadas asociaciones particulares se aprestan a presionar a las próximas instituciones públicas en México de asumir ciertas agendas con las que nadie en sus cinco sentidos puede discrepar: el combate a la corrupción, la erradicación de la impunidad y la disminución del crimen en México. Pero, aunque haya coincidencias en los objetivos ulteriores, son sus medios inconfesables los que deben preocuparnos: la renuncia voluntaria de la soberanía nacional, la sujeción de la constitución política y sus leyes a caprichos de ‘especialistas’ impuestos desde el extranjero, la erradicación de la discrepancia o el relativismo legal que pone bajo permanente sospecha al ‘Estado de derecho’.
En estos escenarios crece el riesgo de que los liderazgos cedan ante los obsesivos espejismos que muestran estos grupos de poder: muestran el tesoro al final del arcoíris, la eficiencia de la panacea, pero no los efectos secundarios ni los sacrificios que se toman para llegar a la prometida olla de oro.
Hay un relato popular originario del Llano Grande, Jalisco, que cuenta la historia de un hombre que encontró una cueva llena de bellos tesoros; tomó cuantos pudo y quiso salir, pero una voz lo detenía al tiempo de cerrar el lugar. “¡O todo o nada!” repetía la voz que cerraba la cueva si el hombre no cargaba con todos los tesoros. Viéndose en el predicamento, el sujeto decidió ir por un par de borricos y ayuda de sus amigos al pueblo. Salió de la cueva, dejó su sombrero atado al árbol que marcaba la vera de la cueva y emprendió camino a su casa. Allá encontró la ayuda, preparó los jumentos y quiso regresar a la dichosa cueva a la que jamás volvió a encontrar. Nunca encontró el camino: perdió el tesoro y, por supuesto, su sombrero.
El relato deja en claro que la ambición puede hacernos olvidar lo importante que es el camino. Ni las reformas, ni los nuevos modelos de operación, ni la transformación de las instituciones pueden ser la meta en sí mismos. Se deben contemplar los medios, el camino, la ruta y la actitud con los que se emprende misión hacia la meta. A los dirigentes les hace falta preguntarse con serenidad ¿con quién se emprende ese trayecto? ¿Qué voces hay que escuchar debajo de los fulgores del poder? ¿Cuántas veces habrá que recular en el camino, reconocer los errores, bajar la velocidad humildemente para sentir la senda por donde se marcha?
En la tradición católica, la expresión ‘Habemus papam’ es utilizada cuando se informa que un nuevo papa ha sido elegido; y para no pocos, el personaje electo determina la meta de una iglesia bimilenaria, como diciendo: tenemos el líder, gozamos del tesoro. Pero el horizonte siempre se abre a otro horizonte y, en esa confianza de la historia, el camino es el verdadero bien asequible y el mejor legado que se puede dejar.
@monroyfelipe