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La muerte tecnócrata: el éxito de la consulta

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En el fondo no hemos comprendido lo importante: contemplamos la agonía del modelo tecnócrata en México. Después de varios sexenios de duro perfeccionamiento, la maquinaria aceitada de la tecnocracia hiper-despolitizada respira sus últimos estertores. En su lugar, la gobernanza hiper-politizada toma posición con el consecuente temblor de cambios. La abultada elección de Andrés Manuel López Obrador, la polarización ideológica, las feroces argumentaciones y contraargumentaciones sobre aeropuertos, consultas y demás temas de interés social sólo evidencian que los políticos volvieron a tomar el sitio que los tecnócratas tomaron las últimas tres o cuatro décadas.

Desasosiego, confusión, incluso náuseas. Eso es lo que algunas personas aseguran sentir como síntomas en el proceso de transición para el gobierno de López Obrador. Ciertos opinadores y ciudadanos no dejan de decir, por ejemplo, que hay ‘incertidumbre’ en los mercados, que la falta de liderazgo provoca confusión, que la indefinición tiene al país en la zozobra. Añoran el donaire experto de los especialistas, los que nunca preguntaban, los que cobraban lo que cobraban porque sabían lo que hacían, los que comparaban la economía con gripas y pulmonías o la política diplomática con enchiladas sin considerar a los miserables de las primeras o a los desplazados de las segundas crisis. Aquellos tecnócratas acostumbraron a varias generaciones a comprender que su docta decisión siempre era mejor para la gente sin necesidad de consultarla ni de explicarles nada, total ‘qué va a saber de macroeconomía la gente promedio’.

Y, de pronto, aparece una consulta ciudadana llena de problemas, errores, intereses, sesgos y demás dolencias para preguntar a la gente qué opina sobre viabilidad aeroportuaria. Es evidente que los expertos en consultas evidenciaron sus errores, los especialistas en leyes mostraron sus lagunas legales; y los expertos en aeronáutica, inversiones e infraestructura simplemente miran con recelo que la gente opine de algo que desconoce del todo.

Quizá tengan razón, pero creo que deben dar un paso atrás para tomar perspectiva sobre la consulta. En el fondo opino que lo último que importa de ella es el resultado; lo importante es el acto en sí. El cambio de actitud frente a la gobernanza. Personalmente nunca tuve opción y, sin embargo, creo importante que la ciudadanía debe darse siempre la oportunidad de dar muestras de actitud madura, responsable y cívica.

Y, a pesar de la oportunidad, qué despreciable espectáculo vimos los ciudadanos y los medios de comunicación cuando cotejamos a gente que votó varias veces en diferentes casillas. No están probando nada excepto su capacidad de engañar.

Es claro que las fallas de los sistemas de votación deben reducirse lo más posible; pero mientras exista el factor humano, todo sistema es falible. Creo que lo único positivo es el nivel de indignación y profunda conciencia que se gesta entre la gente, nos ayuda como ciudadanía a ser más exigentes, a dudar más, a desconfiar mejor. Así se obliga a los grupos de poder a adecuarse. El gran reto ahora es para el propio grupo de poder: porque si quiere hacer una nueva consulta en otro tema o si deja de consultar a la gente, igual la ciudadanía le reclamaría. Ya fuera por la falta de aprendizaje o por la falta de compromiso.

En su mejor expresión, los tecnócratas quieren mirar este ejercicio de consulta desde la eficiencia y verificación; pero los políticos ponen acento en el marco ético y moral. Yo no creo que el médico debe arrancar un dedo al paciente para verificar que sangra; basta un pinchazo en la punta de este. Todos los datos arrojan lo evidente: la consulta tiene miles de errores técnicos y políticos, obrar con malicia como un acto incorrecto más para ‘comprobar su vulnerabilidad’ es un acto agresivo, innecesario, gandalla decimos. No es experimentación, es dolo.

He ahí el verdadero triunfo de la consulta (y de lo que venga en el horizonte): la muerte de la tecnocracia. La vuelta de la política dura, el renacimiento de un estilo que busca, lucha, conserva o retoma el poder; el inefable poder.

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