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¿Se desinfla invitación de Francisco a México?

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Luego de la reunión del presidente electo de México, Andrés Manuel López Obrador, con el nuncio apostólico, Franco Coppola; el prenotado secretario de relaciones exteriores, Marcelo Ebrard Casaubón explicó que la relación de la próxima administración federal con la Santa Sede no incluirá ni nuevos tratados ni acuerdos legales; aseguró que sí se tiene en el horizonte el apoyo en la reflexión que provean las asociaciones religiosas en el país, con especial interés del mensaje del papa Francisco pero “sólo como opinión”. Muy lejos de lo planteado por el propio López Obrador en su campaña: “Voy a invitar al papa Francisco para que nos ayude, nos acompañe en este proceso”.

¿Qué ha pasado? ¿Se ha desinflado el interés de invitar al papa Francisco a México? Según fuentes cercanas al presidente electo una nueva visita del pontífice a México, ahora con López Obrador como presidente, es sumamente importante por que las bases del proyecto de nación están soportadas en criterios morales. Y los fieles católicos -así como la influencia que aún detenta la iglesia católica entre las asociaciones religiosas- pueden ser agentes destacados en la construcción de nuevas relaciones de responsabilidad ente los ciudadanos, las instituciones y los funcionarios públicos. Por ejemplo, orientando los valores de la administración de los recursos en necesidades reales de la población, en la vigilancia del correcto actuar del gobierno y sus funcionarios, y en la participación transversal de los principios éticos y morales en la vida pública de la nación.

Pero ese interés del presidente electo ha tenido varios tropezones. Primero, recibió un frío entusiasmo de los obispos de México ante la idea de involucrar al Papa; después, el desmentido de la falsa confirmación de que el papa Francisco había aceptado la invitación; más tarde, ha encontrado poca afinidad de organismos de la iglesia mexicana en los foros de paz donde se escucharían las voces que construirían la estrategia de paz; y, finalmente: Ebrard mismo es un factor de distanciamiento entre la iglesia y el próximo gobierno.

“No estamos esperando del Santo Padre más que su mensaje y su punto de vista como otros que lo pueden dar”, declaró ante los periodistas que le interrogaron de la reunión del presidente electo con el delegado institucional del Papa en México. La declaración deja entrever la cautela de Ebrard respecto a la iglesia católica; cuando fue jefe de gobierno de la capital, demandó por daño moral al cardenal arzobispo de Guadalajara, Juan Sandoval Íñiguez, y entró en conflictos verbales con la Arquidiócesis de México.

Pero el retrogusto de su administración capitalina debe quedar atrás; como secretario de relaciones exteriores está obligado a contemplar los avances en las relaciones entre México y la Santa Sede. Desde la reanudación de trabajos bilaterales en 1992, México ha logrado hacerse un espacio en el corazón de la ciudad vaticana a través de sus artesanos, de sus obras y sus tradiciones, de sus chefs y su gastronomía universal, de su cooperación educativa con un sector pocas veces contemplado: el de sacerdotes postgraduados en estudios de especialización en Roma.

La Ciudad del Vaticano y la Santa Sede son estupendos escaparates globales, tanto para la difusión del arte y las tradiciones católicas mexicanas como para los oficios diplomáticos de alta trascendencia internacional.

Ebrard se equivoca, no es “sólo un mensaje…como el que otros pueden dar”. El mensaje es la excusa, Francisco lo puede dar desde el Vaticano. De hecho, ha dado varios comentarios dirigidos a México y hasta ha participado en videoconferencias (organizadas por su fundación Scholas) en línea, respondiendo inquietudes de niños y de jóvenes mexicanos. Pero, la administración de López Obrador no sólo requiere el mensaje; espera la coincidencia programática de varios compromisos: ¿Cómo participarán las diócesis, sus obispos y sacerdotes, sus religiosas y laicos, en la “cuarta transformación” que espera cumplir expectativas semejantes a las de la Independencia, Reforma y Revolución mexicanas? ¿Cómo avanzar a una nueva relación entre iglesias y el Estado, lejos de jacobinismos trasnochados, vacunada de la simulación esquizofrénica entre ‘moral privada’ y ‘moral pública’? ¿Qué rescatar de la cada vez más lacerada conciencia ética cristiana de una población mayoritariamente católica y paulatinamente indiferente a los valores humanos?

De ser honesta, la invitación del papa Francisco a México sería culminación de un trabajo respetuoso con el episcopado y las congregaciones religiosas católicas en México y no un fin por sí mismo. El punto de partida está en aquel 13 de febrero de 2016, cuando Bergoglio emitió un par de mensajes tanto a los liderazgos eclesiales en México como a los liderazgos políticos, económicos y sociales. A los últimos los urgió a una mayor responsabilidad personal para construir el país y en la parte central de su discurso criticó la corrupción y el privilegio de unos cuantos: “Un futuro esperanzador se forja en un presente de hombres y mujeres justos, honestos, capaces de empeñarse en el bien común, este bien común que en este siglo XXI no goza de buen mercado. La experiencia nos demuestra que cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano, la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión de las culturas diferentes, la violencia e incluso el tráfico de personas, el secuestro y la muerte, causando sufrimiento y frenando el desarrollo”. Enrique Peña Nieto no logró concretar esa sinergia y sin duda la Santa Sede tendrá paciencia para ver los verdaderos colores de la administración lopezobradorista.

@monroyfelipe

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