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Reportear el infierno: Javier Valdez

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Tal Cual… Conocí a Javier Valdéz Cárdenas en junio del 2010. Faltaban unos días para las elecciones en Sinaloa y como enviado tuve el privilegio de conocerlo a través de un amigo común y reportero de La Jornada -Roberto Garduño- quien también estaba cubriendo los comicios en Culiacán.

Eran días aciagos y difíciles en el país. Estábamos tal vez en el momento más álgido y violento de la “Guerra contra el narcotráfico” que emprendió Felipe Calderón y estados como Sinaloa, Coahuila, Durango, Michoacán y Tamaulipas, entre otros, eran escenario de enfrentamientos, ajusticiamientos, secuestros y “daños “colaterales” como decía en entonces primer mandatario para justificar la muerte de inocentes.

Sinaloa era reportado como “foco rojo” en materia electoral. Pero nadie se esperaba que en vísperas de las elecciones en Tamaulipas, el 28 de junio, asesinarían al candidato del PRI al gobierno de Tamaulipas, Rodolfo Torre Cantú. En pleno cierre de campaña un grupo de sicarios disparó contra los vehículos de su comitiva.

Desde Culiacán seguíamos las noticias mientras asistíamos a los cierres de campaña, aderezados con grupos norteños, los mismos que componen narco-corridos y que en época electoral trabajaban  para los  candidatos del PRI, Jesús Vizcarra y de la alianza PAN-PRD y Movimiento Ciudadano, el ex priísta Mario López Valdez.

Una de esas noches, cenando en el hotel donde nos hospedábamos llegó Javier Valdéz y estuvimos platicando por casi dos horas de los pormenores de la elección, los municipios que podrían tener conflictos, del perfil de los candidatos y de que cómo se encontraba la situación de violencia en el estado.

Amable en su trato, pero franco, con una prosa privilegiada, nos hizo una serie de recomendaciones para la cobertura electoral, nos platicó que en unos días viajaría a España ya que era finalista de del Premio Rodolfo Walsh en la Semana Negra de Gijón, España, en el 2010, por su libro “Miss Narco”.

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Al final de la cena se despidió y encaminó hacia fuera de la cafetería. De pronto regresó y nos recomendó procurar no salir del hotel por las noches a “echarse un trago” porque era muy peligroso el Culiacán de esos días. “No saben si saludan a una morra que sea buchona o novia o hermana de un sicario o algún bato que se les quede viendo o los desconozca. Mejor aquí tranquilos y seguros”. Y se fue a seguir con la talacha periodística.

Javier Valdéz no se equivocaba. Tenía el pulso del estado, de lo que ocurría y podría ocurrir. Al día siguiente viajamos en un pool de prensa en una camioneta hacia municipio de El Fuerte, Sinaloa. Un cierre más de campaña. La recomendación para quienes íbamos de enviados era esconder identificaciones de reportero y en caso de algún retén, de cualquier tipo, es decir de policías, federales o de la mafia, decir que éramos maestros y que íbamos a un curso.

Afortunadamente no hubo retenes. Pero si decenas de historias de reporteros locales que nos narraban como  prácticamente reporteaban desde el infierno. De cuáles eran los protocolos para ir a cubrir un descabezado, un colgado, una balacera. Que los reporteros, al igual que los servicios de emergencia, tenían que dejar pasar más de una hora desde el aviso de los hechos, porque los sicarios en ocasiones regresaban a rematar a quien llegaba pronto a la escena del crimen.

Después de esas elecciones hable con Javier Valdés un par de veces para preguntarle temas relacionados con Sinaloa. Entrevistas breves vía telefónica. Una de esas veces lo cuestione sobre la narco-cultura y cómo era que la sociedad sinaloense aceptaba, veía bien, el involucramiento de jóvenes, casi adolescentes, en el narcotráfico.

“En Culiacán y en Sinaloa en general somos una sociedad alcahueta. Si el bato de 17, 18 años llega con la moto o carro nuevo a su casa los papás dicen: mi hijo agarró un buen jale, es listo. Ya nos compró la pantalla y nos da hasta dólares. O mi hija tiene un novio que es empresario, le compra todo y la lleva a buenos lugares”.

“Pero si a los meses el bato o la muchacha aparecen muertos o desparecen por cualquier motivo derivado de sus nexos con quienes eran sus jefes o novios, entonces sí los padres lloran y maldicen al narcotráfico. Somos una sociedad alcahueta”, me comentaba hace tres años Javier Valdés.

Desde entonces no volví hablar con él. Pero siempre que podía lo leía en Rio Doce o compraba sus libros, los recomendaba a otros colegas y si bien no llegamos a ser amigos, a lo lejos admire su trabajo y su carrera.

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Unos días antes de su muerte compre el libro “Narcoperiodismo” que reconozco no había empezado a leer hasta dos días después de su muerte. En el amplio texto hace un recorrido por la zona de guerra en que se ha convertido ejercer el periodismo en estados como Veracruz, Tamaulipas y Sinaloa. Entrevista colegas, expertos y habla de la perversa relación entre el crimen y autoridades de algunos estados para silenciar a los periodistas.

Unos días después del crimen en contra de la corresponsal de La Jornada en Chihuahua, Valdéz Cárdenas  escribió en su cuenta de Twitter: “A Miroslava -Breach- la mataron por lengua larga. Que nos maten a todos, si esa es la condena de muerte por reportear este infierno. No al silencio”. Descanse en paz uno de los mejores periodistas mexicanos.

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