Análisis y Opinión

El sentido de la nota roja

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‘Feminicida serial’ repiten una y otra vez para forzar el mote popular al sospechoso Andrés ‘N’ cuya detención reveló una serie de secuestros y asesinatos de mujeres en el Estado de México. La historia se desarrolla, como era de esperarse, entre la sórdida información y las abundantes teorías.

No podemos ocultarnos del todo, ni mantenernos absolutamente al margen de este drama amorfo; por ello, cada tanto, cuando saltan estos perfiles inquietantes a la prensa, nos crean nuevas narrativas que se insertan delicadamente en nuestra cultura y así la sociedad reconfigura sus límites de confianza y sus medidas de autopreservación, nos retorna el sentido de escándalo, temor y repulsión.

En este 2021, bastaron apenas un puñado de horas para que todos los datos posibles entorno al presunto homicida serial de Atizapán fluyeran entre los medios de comunicación y las redes sociales. Los datos sueltos de una narración inacabada, los detalles sospechosamente filtrados por vecinos o policías y las temerarias suposiciones en la conversación social crean alarma entre las familias (especialmente en aquellas con mujeres jóvenes) y despiertan la infinita imaginación de los curiosos.

Y, sin embargo, a pesar de las múltiples críticas al género, la nota roja no sólo es un pozo de datos morbosos que estremecen sin sentido al respetable. La exploración de los perfiles y las conductas antisociales habla con claridad de los espacios oscuros de nuestras comunidades reflejadas la mente de quienes cometen los crímenes tanto como de quienes tratamos de entenderlos para repudiarlos.

En octubre de 1942, el caso del multihomicida Gregorio Cárdenas Hernández estremeció a la sociedad mexicana; y años después sucedió igual con los casos de Fernando Hernández Leyva, Juan Carlos Hernández Béjar, Patricia Martínez Berna, Raúl Osiel Marroquín, José Luis Calva Zepeda y Juana Barraza. Es probable que sus nombres no digan mucho; por el contrario, fueron sus motes, sus apodos, la manera en que la prensa los tornó en figuras de escándalo, lo que al final logró inocularlos en las fibras de lectores y audiencias: ‘La mataviejitos’; ‘El sádico’; ‘El caníbal de la Guerrero’; ‘Los monstruos de Ecatepec’; ‘El estrangulador de Tacuba’.

La labor de la prensa, de los medios de comunicación y todo el análisis entorno a estas transgresiones al orden natural buscan dar sentido a lo que golpea con pasmo y repugnancia a la sociedad, se exploran las débiles razones criminales en el perfil psicológico y la historia personal del criminal, se contrastan las desviaciones sociales ‘comunes’ con las ‘inaceptables’ y nos salvamos todos mientras contemplamos la ruta de un remedo de humanidad camino al castigo justo.

Sin embargo, un fenómeno casi imperceptible cambia esta tradicional narrativa con el acusado Andrés ‘N’; la prensa -por ejemplo- no pudo sólo llamarle ‘el feminicida de Atizapán’ porque, si nos atenemos a los datos de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana, tan sólo en marzo pasado se registraron 267 homicidios de mujeres, de los cuales 91 fueron catalogados como ‘feminicidios’ (esta última cifra guarda una estabilidad preocupante: desde el 2020, prácticamente el número de feminicidios por mes oscila entre 90 y 98 casos) y, por si fuera poco, 26 de los 100 municipios con más feminicidios se encuentran en el Estado de México. Así que, la probabilidad de que Andrés ‘N’ sea el único asesino de mujeres en aquel municipio conurbado a la Ciudad de México es más bien escasa.

‘Feminicida serial’ ha sido la elección general de los medios; pero esperemos que esto no relativice el grave problema de violencia generalizada y agudizada entre las mujeres; y que tampoco sea utilizado para agenda política alguna.

*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe

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