Análisis y Opinión

Noi volgliam Dio

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El primer hecho: Los primeros sorprendidos de las manifestaciones religiosas en la movilización política del Frente Nacional Anti-AMLO han sido los pastores de esa grey católica. Los activistas político-religiosos que han llevado la oración y las imágenes devocionales a la acampada que exige la renuncia del presidente López Obrador actúan por cuenta propia, quizá apenas animados por oscuros ministros que también obran al margen de las recomendaciones de sus superiores.

Un segundo hecho: Las motivaciones religiosas de los manifestantes no son homogéneas. Si algo aprendimos de la guerra cristera del siglo XX es que los fieles católicos politizados guardan una pluralidad compleja entre ellos. Así, por ejemplo, para algunos será obra del espíritu que una mañana el presidente decida libremente renunciar; para otros, las plegarias apuntan a que el Señor recoja en sus brazos al mandatario como recompensa por sus fatigas en la tierra; y también están los que rezan por lo bajo el himno de la otrora Unión Popular: “No le temas a ese gobierno / que los templos nos viene a quemar / que la mano de Dios poderosa / con su espada lo viene a aplacar”.

Estos últimos son los que realmente inquietan. Porque su lucha exige ciertos indispensables en los que están plenamente convencidos: que el gobierno regente es obra directa del maligno; que sus acciones desde el poder atentan contra la santidad del pueblo de Dios y de la instauración de su Reino en la tierra; y, finalmente, ellos mismos se reconocen como un ‘ejército de Cristo combatiendo a los enemigos, soportando con valor las amarguras y penas de la campaña’. La dimensión política y la religiosa están tan perversamente entreveradas que no hay resolución posible, sólo hay conflicto, pugna celestial, antagonismo bíblico.

Para este grupo no hay diálogo ni orientación pastoral posible porque ya hay una certeza tan radical que incluso sus propios obispos y pastores que piden prudencia y mesura son repudiados por su ‘tibieza’ o por su ‘traición a su misión divina’. Estos fieles no esperan aprender nada, ni descubrir nada; de sus obispos sólo buscan su ‘fiat’, su “hágase, con mi bendición”. Las circunstancias son absolutamente distintas a las vividas en 1926 bajo la cruel persecución religiosa del gobierno callista, pero estos creyentes exclaman como aquellos católicos: “Esperando ansiosos oír la voz de combate de nuestros Pastores y la aprobación de lo que les ofrecemos, pedimos su bendición”.

A diferencia del pasado, más que una convicción religiosa politizada hoy estamos frente a una politización mística. No es una fe que inspira a vivir y cambiar los contextos adversos; es una opción política cuyo seguimiento otorga la recompensa divina. En estos grupos primero se reconoce su identidad política (anti-lopezobradorista, anti-izquierda, anti-comunista, ultraderecha conservadora, etcétera) y después se ajusta su dimensión moral-religiosa. Para decirlo con claridad: en la acampada de FRENAAA hay hombres y mujeres de cierta identidad política que comparten algunas prácticas católicas y no católicos que comparten perspectiva y prácticas políticas; en esto, estos creyentes tienen más cercanía con las diez tesis del Patriarca Pérez que con la fe de los cristeros.

Por ello, no hay liderazgo moral que los guíe, ni referencias terrenales que les atemperen sus pasiones sólo personalidades extremadamente politizadas que usurpan sólo algunos recursos del magisterio religioso para justificar sus obsesiones. Por ejemplo, acusan al gobierno lopezobradorista de comunismo y lo repudian tal como lo solicitó la Iglesia en el siglo XX; pero voluntariamente olvidan la severa crítica “a las carencias humanas producidas por el capitalismo” o “el riesgo de que se difunda una ideología radical de tipo capitalista… que rechaza incluso tomar en consideración a las ingentes muchedumbres que viven aún en condiciones de gran miseria material y moral” como apuntó el papa san Juan Pablo II en Centesimus annus y con el que, al menos en el discurso, coincide el presidente.

Estos católicos tampoco hacen eco de lo que sus obispos les enseñan. La Conferencia del Episcopado Mexicano les conminó en junio pasado: “Exhortamos a eliminar todo discurso que promueva el odio, la división, la exclusión y que ahonde en la separación, fragmentación y rencor social. Frente a los grandes retos que enfrenta el país, solo en unidad, solidaridad, comunión, paz y amor podremos salir adelante. Como Iglesia profesamos un profundo respeto por las opciones sociales y políticas que los mexicanos libremente eligen”. Esto es: el catolicismo es la identidad que nutre la opción política; no al revés.

Un tercer hecho: la libertad religiosa es un derecho humano lleno de complejidades. Por una parte, cada persona tiene el derecho a elegir libremente las dimensiones de su fe y convicción ultraterrena, a asociarse con otras personas cuyas ideas morales y trascendentes son semejantes, tiene además derecho a educarse y compartir con sus seres queridos dichas convicciones. Y los límites de estas garantías sólo son el resto de los derechos humanos fundamentales. Es decir, las convicciones religiosas de quienes repudian la administración de López Obrador no deberían utilizarse ni a favor ni en contra en el debate político planteado, no deberían ser reprimidas ni condicionadas institucionalmente. Es una libertad que debe seguir siendo garantizada.

Sin embargo, la otra cara de la libertad religiosa ocurre en la natural experiencia de la pluralidad. La libertad religiosa pone en el ágora de la tolerancia la posibilidad de juzgar los acentos, matices, fuentes y prácticas de todas las expresiones religiosas; especialmente cuando estas expresiones son utilizadas por intereses políticos. Y en ese debate, los católicos también saben cuál es su identidad; lo dice el papa Francisco: “Devolviendo mal por mal, pasando de víctimas a verdugos, no se vive bien. En cambio, el que vive según el Espíritu lleva paz donde hay discordia, concordia donde hay conflicto… Los hombres espirituales devuelven bien por mal, responden a la arrogancia con mansedumbre, a la malicia con bondad, al ruido con el silencio, a las murmuraciones con la oración, al derrotismo con la sonrisa”. Ser morigerado, se solía decir.

*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe

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