Opinión
Cine: Huachicolero, autenticidad narrativa
Ciudad de México.— ¿Dónde están los predilectos de la fortuna? ¿Dónde están sus palacios, los lujos y excesos a los que nos tienen acostumbrados como natural consecuencia las narrativas del crimen organizado? Huachicolero (México, 2019) no opta por el camino fácil: nos presenta el fenómeno del robo de gasolina sin la romantización del dinero ni del poder; su ruta, por más de una razón, es la autenticidad, la entrañable y dolorosa autenticidad.
Huachicolero es el primer largometraje del joven cineasta guanajuatense Edgar Nito quien ha decidido ofrecer una mirada sobre la realidad del sistemático robo de gasolina en los abandonados poblados mexicanos y cuyos efectos son mucho más complejos que el dinero fácil. La historia se desarrolla en el estado de Guanajuato, en precarios poblados asentados sobre las líneas subterráneas de gasolina que pasan por páramos desérticos cuyo horizonte dominan en la lejanía las antorchas de una activa refinería.
En la espesura de la noche y tras el tedio impasible de un soborno repetido mil veces, un primer crimen al pie de una toma clandestina de gasolina impone el tono y la oportunidad para comprender la realidad en la que vive el protagonista Lalo (un debutante Eduardo Bando) y el resto de los pobladores: el negocio de la gasolina robada es parte de la cultura, casi invisible pero cuya sombra se alza en las alegrías y esperanzas de todos los personajes.
Nito nuevamente hace mancuerna con Alfredo Mendoza (Masacre en San José -corto del 2015-) para escribir un guión original inspirado por trazos de acontecimientos reales. Se trata de la historia de Lalo, un adolescente de secundaria con las pequeñas pero heroicas aspiraciones de un muchacho amoroso, gentil, trabajador y obediente de su madre (Myriam Bravo). Lalo nos introduce, con su mirada sencilla y auténtica, a muchos de los perfiles y dinámicas sociales que son capturados por la cultura del huachicol: su trabajo -inocente y legítimo- convive con el negocio del robo de combustible; y sus deseos juveniles compiten con quienes usufructúan sus bienes; es decir: todas sus rutas son la misma ruta.
Nito aprovecha la experiencia actoral de Fernando Becerril (don Gil), Leonardo Alonso (agente Loaeza), Pedro Joaquín (Rulo), Regina Reynoso (Ana) y la propia Bravo para acompañar al novel Eduardo Bando en su idílica travesía y dejarse también acompañar él mismo por los espacios que le son propios y que rezuman autenticidad en este drama social.
Aunque el robo de combustible y las subsecuentes estrategias de los gobiernos mexicanos para intentar erradicarlo han dominado los titulares periodísticos en este 2019, Huachicolero nació como idea mucho tiempo antes de que siquiera fuera una preocupación popular y en el filme se refleja: la historia no fue forzada a posibilidades melodramáticas ni a exageraciones narrativas. En ella sólo vemos el crudo y auténtico escenario sobre el cual los personajes hacen su vida tan cotidiana como maravillosa.
Nito nos ofrece su ópera prima que suponemos trabajosa pero auténtica; una historia a veces terrible y dolorosa, y en otras grácil y risueña, pero incontestable, genuina. Ahí reside la fortaleza de esta propuesta y por ello el filme ha sido extensamente reconocido en los festivales internacionales donde ha sido presentado (Mejor Narrativa a filme internacional en el Festival de Tribeca y el Premio del Público en el Oldenburg Film Festival). No sólo por la pulcritud y creatividad técnica con la que se han aprovechado los pocos recursos que tuvieron el cineasta y el crew sino por la genuina naturalidad de la historia, la honesta mirada sobre aquello que nos enseñan tanto la sentencia del poeta López Velarde en el siglo XIX (“El Niño Dios te escrituró un establo y los veneros del petróleo el diablo”) y las silenciosas tragedias representadas todas en la explosión de ductos de gasolina en Tlahuelilpan a inicios de este año con la consecuente muerte de 173 personas que se dedicaban al huachicoleo.
@monroyfelipe
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