Columna Invitada

Dos Villas y una frontera

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Por Ignacio Emerio

El trayecto desde San Pedro de la Cueva hasta Tucson se realiza aproximadamente en seis horas y media en carreta, aunque probablemente sea más, considerando el cruce fronterizo que suele ser bastante tardado, dependiendo del día y la hora. Un poblado en Sonora y el otro en Arizona, ambos comparten un recuerdo en el contraste: una figura heroica para el estado estadounidense, pero un asesino para la población de ese pequeño pueblo sonorense.

Francisco Villa (Doroteo Arango) es un personaje inmortalizado en la memoria histórica de México, pero como muchas figuras históricas, su legado es complejo y debatido. En Tucson, Arizona, una estatua de Villa montado en su caballo permanece de pie, siendo un símbolo de identidad para los mexicanos que allí trabajan, viven y residen. Esta pieza de bronce, de cuatro metros de altura, fue donada por el gobierno mexicano y la Agrupación Nacional Periodista a Estados Unidos, y se desveló el 1 de julio de 1981. En San Pedro de la Cueva, la plaza del poblado lleva el nombre de “Mártires”, y en su centro se encuentra un monumento dedicado a los hombres que fueron asesinados por órdenes del revolucionario.

La inauguración de la estatua en Tucson evidenció la dualidad de Villa: un héroe revolucionario para algunos, un bandido despiadado para otros. Los críticos recuerdan el ataque de Villa a Columbus, Nuevo México, en 1916, que resultó en la muerte de entre 15 y 18 estadounidenses. En contraste, la comunidad mexicana residente en Tucson sigue defendiendo la escultura, ya que para ellos es un símbolo de su presencia en Estados Unidos. Sin embargo, no todos los mexicanos comparten la misma opinión. En una entrevista para el New York Times, un día después de la presentación de la figura, un joven llamado Bernardo R. Acedo, alegando ser nieto de una víctima del Centauro, declaró lo siguiente: “Las personas aquí consideran a Villa un héroe, pero no lo es. Él organizó una masacre en San Pedro de la Cueva, Sonora. Para mí, un héroe es alguien que da su vida para salvar a otras personas. Lo que hizo Villa fue lo contrario”.

El 2 de diciembre de 1915, Villa y su gente cometieron una matanza en este pequeño pueblo, ejecutando a alrededor de 83 hombres adultos, incluido el sacerdote local, que intentó intervenir. El libro “Masacre en San Pedro de la Cueva” del investigador Nicolás Pineda, publicado en 2019, rescata esta historia olvidada, que contradice la narrativa heroica del caudillo del norte. El trabajo de Pineda revela cómo Villa castigó a una población inocente que confundió a sus dorados con un grupo de bandoleros y, por ello, dispararon contra ellos.

En esta masacre, la otra cara del Centauro del Norte se hace evidente. La estatua de Tucson representa la figura heroica, el luchador revolucionario. Pero en San Pedro de la Cueva, su recuerdo es más oscuro y doloroso; el monumento es una evocación de aquel 2 de diciembre para sus habitantes.

Estas dos imágenes contrastantes de Villa son representativas de cómo las figuras históricas pueden ser tanto héroes como villanos, dependiendo de la perspectiva. Mientras que, en Tucson, la estatua simboliza la resistencia y el coraje de la población mexicana, en San Pedro de la Cueva, la memoria del caudillo evoca la ira y la crueldad que también formaban parte de su carácter.

Los monumentos y las historias que las personas eligen para recordar, y la manera de hacerlo, son a menudo un reflejo de nuestra propia relación con el pasado desde el presente. En este caso, la estatua de Francisco Villa en Tucson y la memoria de la masacre en San Pedro de la Cueva ilustran cómo una figura histórica puede ser recordada de diferentes maneras, dependiendo de dónde se encuentre y quién esté recordando.

En última instancia, ambos recuerdos de Villa resultan relevantes. No podemos, o no deberíamos, ignorar ni la figura heroica ni la villana, porque ambas forman parte de la persona que fue. Me parece que el historiador Friedrich Katz lo expresó de una manera simple y concisa en su obra biográfica sobre dicho personaje: “Existe un difundido acuerdo entre amigos y enemigos respecto a que era capaz de grandes actos de generosidad y de actos de crueldad igualmente grandes.

Esa dualidad intrínseca, que Katz tan acertadamente menciona, pone de manifiesto la naturaleza de la memoria histórica, su complejidad y su diversidad. La historia, con su esplendor y horror, es un espejo roto con piezas armadas del pasado. No hay verdades universales cuando se trata de cómo se deben recordar las figuras históricas; cada percepción está sujeta al individuo por una parte y a la colectividad por otra. Estas narrativas disonantes coexisten para enriquecer el entendimiento de la historia, propiciando una reflexión más profunda y significativa.

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

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