Columna Invitada

El linchamiento de Rafael Benavides

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Por Ignacio Anaya

El 14 de noviembre de 1928, Rafael Benavides ingresó por la fuerza a la vivienda de una familia mexicana en el poblado de Aztec, Nuevo México. Bajo un evidente estado de ebriedad, este hombre de 39 años intentó asaltar sexualmente a una joven de la casa. Los gritos de la víctima y su hermana alertaron y espantaron al sujeto, obligándolo a huir. Tal vez con eso debería haberse contenido, pero su impulso persistía. Más tarde llegó a un rancho perteneciente a una pareja blanca estadounidense. George Lewis, dueño y residente de la propiedad, estaba afuera, mientras su esposa de 60 años descansaba. Benavides la agredió y luego la condujo a una colina cercana, dejándola herida, desnuda e inconsciente. Esta vez, la agresión no fue contra una mujer mexicana, sino una anglosajona, quien, al recobrar el sentido, buscó ayuda y fue apoyada inmediatamente por las autoridades.

Sin demora, el sheriff organizó a varios pobladores para dar con Benavides, localizándolo en una casa abandonada. Esta masa de individuos, correctamente descrita como una turba, le exigió rendirse. Ante su negativa, le dispararon, hiriéndolo en el abdomen. Las autoridades presentes lo detuvieron y lo trasladaron a un hospital. Tras ser informados de que Benavides no sobreviviría, los guardias abandonaron el lugar. No obstante, algunos ciudadanos, movidos por prejuicios raciales, sentían que debían castigar aún más al mexicano, en quien veían a un ser degenerado. Los actos de Benavides les daban validez a estas preocupaciones de la población blanca. Un grupo de hombres enmascarados irrumpió en el recinto y secuestró al herido. A pesar de sus intentos de resistir, el estado debilitado del mexicano no le permitió defenderse adecuadamente. Lo llevaron a un árbol, lo colgaron y lo pusieron detrás de un vehículo que al acelerar lo dejó colgando.

El periódico hispanoparlante La Opinión escribió el 8 de diciembre de 1928 que “lo aprehendieron, lo hirieron gravemente, sin haberlo juzgado ni escuchado, sin haber aclarado su culpabilidad ante los tribunales… lo arrastraron por las inmediaciones y luego lo colgaron en un árbol.” Los historiadores William D. Carrigan y Clive Webb han investigado a fondo el caso de Benavides, estableciendo este linchamiento como el final de un largo periodo donde, según sus investigaciones, al menos 547 mexicanos fueron linchados en Estados Unidos; aunque sugieren que la cifra real podría ser más elevada. Se puede encontrar un análisis con mayor detalle sobre dicho fenómeno en su obra Forgotten Dead: Mob Violence against Mexicans in the United States, 1848 – 1928 (2013).

El linchamiento fue ampliamente cubierto por la prensa y denunciado tanto a nivel nacional como internacional. La Secretaría de Relaciones Exteriores de México, encabezada por Genaro Estrada, instruyó al embajador en Estados Unidos, Manuel C. Téllez, para que exigiera justicia. Sin embargo, las acciones más contundentes tuvieron lugar en el mismo estado de los hechos. El juez Reed Holloman inició una investigación, alegando que “aunque el pobre hispanoamericano pareciera ser culpable de un atroz crimen, existen leyes para castigarlo. Aquellos que lo hicieron incurrieron en un crimen aún peor…”. A pesar de contar con múltiples testimonios, nadie fue enjuiciado y los responsables de la muerte de Benavides quedaron impunes.

Para Carrigan y Webb, este suceso “ilustra el patrón generalizado de violencia de turbas contra mexicanos en los Estados Unidos”. Según ellos, tras el caso Benavides, estos actos violentos comenzaron a tener un carácter oculto, sin el respaldo público y con sanciones por parte de las autoridades. Aunque la violencia no cesó, sí se volvió más aislada, menos evidente, pero igualmente dañina. Un elemento importante que influyó en la posteridad fue que, a pesar de no negar el crimen cometido por el sujeto, la mayoría de la prensa reprochó el linchamiento.

El caso de Rafael Benavides no es simplemente un incidente aislado en la vasta historia de los Estados Unidos. Más bien, representa un punto culminante de las tensiones raciales y culturales de una época larga en la que el linchamiento de mexicanos y otros grupos era una práctica alarmantemente común. El hecho de que Benavides, ya gravemente herido y bajo custodia, fuera sustraído de un hospital y posteriormente ejecutado en manos de una turba enmascarada, habla de la profunda animosidad y el deseo de “justicia” que emanaba de la percepción colectiva contra una minoría en aquel país.

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

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