Análisis y Opinión
Don Hipólito (1946-2021), el estilo episcopal
El sorpresivo fallecimiento del arzobispo mexicano Hipólito Reyes Larios (1946-2021) ha consternado a la Iglesia católica mexicana, especialmente a la grey veracruzana que siempre tuvo en él a un pastor ‘de los suyos’ y la que hoy eleva preces por el eterno descanso del servidor episcopal.
Reyes Larios falleció apenas cinco días antes de cumplir 75 años de edad y de que pudiera presentar su renuncia al papa Francisco para ser relevado en la sede metropolitana de Xalapa; su prematura muerte, en términos eclesiásticos, afecta el proceso de estudio de los obispos residenciales que desde hace algunos meses son candidatos a sucederle en la cátedra veracruzana. Se sabe bien que el arzobispo saliente suele tener cierta confianza para indicar algunos aspectos de necesidad pastoral en la región que influyen en la elección de las características y perfiles de los potenciales sucesores.
Y, aunque no es una regla, la ausencia de Reyes Larios en este proceso sin duda impactará en el perfil de lo que la Iglesia en Veracruz propondrá para andar y servir por lo menos en la próxima década en el estado. En el horizonte aparentemente aún lejano se encuentra el Proyecto Global de Pastoral mexicano cuyos retos y desafíos tienen como punto de evaluación el 2031 y el 2033 para celebrar los 500 años de las Apariciones de Guadalupe y los dos mil años de la Redención; pero también, en lo mundano, el horizonte inmediato parece reclamar que desde la sede metropolitana se suavicen las relaciones con los poderes civiles del estado de Veracruz, especialmente con el ascenso de los políticos ligados al partido del presidente de la República y el gobernador del Estado.
El acompañamiento a políticos sensibles y honestos pero presionados por fuerzas, de dinero o poder, ajenas a los intereses de los veracruzanos parece una encomienda pastoral que no había sido tan urgente y delicada como desde la vivida en la época posterior al gobernador de infeliz memoria, Adalberto Tejeda Olivares.
Desde la perspectiva religiosa, la inspiración y confianza del Espíritu Santo marca la totalidad de las decisiones de la Iglesia y sus apóstoles; sin embargo, justo el perfil de Hipólito Reyes Larios insiste a la Iglesia católica que la claridad con que se lea la historia y la política también representa las definiciones que, afortunadamente o no, se toman desde la jerarquía en beneficio o perjuicio del pueblo.
Don Hipólito fue un hombre destinado a la política; arropado por ella por los cuatro costados y siempre –por su voluntad y sin ella- involucrado en las no siempre santas vías del poder. Desde su tierra natal, su padre y diversos familiares participaron en diferentes servicios públicos; y, aunque la máxima evangélica exige ‘dar al César lo que es del César y dar a Dios lo que es de Dios’, es también comprensible que un noble y obediente hijo retorne a casa en Navidad. Es decir, que celebre, goce y se regocije con los suyos, aunque se le acuse de no ser neutral.
En las diversas ocasiones en las que coincidí con el arzobispo Reyes Larios (un par de funerales, algunas asambleas, varias ordenaciones episcopales y dos visitas pontificias) siempre noté esa excesiva diplomacia y circunspección con la que rechazaba ser entrevistado a profundidad y sin red de seguridad, pero también advertí esa sencillez que siempre tuvo para verter en pequeños comentarios su parecer político que en ocasiones dominaban su misión evangelizadora.
Comprendí además la distancia que él reconocía entre su propia persona y la de su egregio predecesor, el cardenal Sergio Obeso Rivera, que fue siempre una referencia y un portentoso líder dentro del episcopado nacional; distancia que no lo amilanaba, sin embargo, para dejar evangelizar con la sencillez de su carácter, de sus palabras y sus gestos.
Veracruz, hay que decirlo, guarda una singularidad política en su relación con la Iglesia católica. Una imbricada relación histórica entre el poder y la misión; porque por allí entró la cristiandad, por la ‘verdadera cruz’ pero también por la verdadera capitanía militar; Allí se vivieron los peores gestos de la persecución religiosa pero también ha dado el –hasta el momento- único santo obispo mexicano; porque allí la fe y la política aún no se asumen como realidades naturales, necesarias y en ocasiones paradójicas de cada persona.
La temprana y sorpresiva partida a la Casa del Padre de don Hipólito Reyes sin duda impactará en el perfil de lo que la Iglesia en México propondrá como pastor, servidor y misionero para el Pueblo de Dios en Veracruz, un renovado estilo episcopal que atienda con sagacidad política lo inmediato y que sirva con esperanza cristiana a la trascendencia. Descanse en paz, don Hipólito.