Opinión
Esa es la política real; lo otro, ilusiones y buenos deseos de ingenuos
Lo que vimos estos últimos días en la escena política es, a querer y no y lo reconozcamos y aceptemos o no, la política real. Es, lo que los especialistas y estudiosos del tema llaman: Real Politik.
Frente a la realidad que es la lucha descarnada y sin cuartel por el poder -lucha que no reconoce límites y freno alguno de índole ético-, está la ingenuidad de grupúsculos de sedicentes intelectuales o autonombrados analistas políticos, que a golpe de buenos deseos e ilusiones juveniles, pretenden derrotar a miles de políticos profesionales cuya conducta, más que evidente en los días pasados, lo único que les importa es la obtención y retención del poder.
Ridículos se ven unos cuantos, con sus pancartas en mano y la Columna del Ángel de la Independencia como fondo. Una vez desahogado el espectáculo ya desgastado y muy conocido de los que no tienen templete aborrecido, viene la parte bonita del día: Las entrevistas a los nuevos salvadores de la patria amenazada.
Su vieja y aceda verborrea, nada dice y menos aún, pretende decir algo. Se trata, únicamente, de verse bien; de que las audiencias vean en ellos la encarnación de la corrección política. Con eso basta; de ahí, al siguiente templete para defender otra causa. ¿Cuál? La que fuere, con tal de que genere entrevistas.
Ante el espectáculo descrito arriba, vale la pena preguntarnos: ¿Es condenable lo que estos grupúsculos hacen? Pienso que no, en modo alguno. Es criticable sí, porque transmiten a los políticamente correctos y a no pocos ingenuos, que ése es el camino que va a eliminar la corrupción, traer la honradez y probidad en el sector público.
Esa ingenuidad -o perversidad en quienes ven y toman esas prácticas para generarse un prestigio, sea académico y/o político-, es la que debe ser exhibida y criticada.
La política real, la que no conoce límite y escrúpulo, la que se da en los partidos y sus dirigencias, la que se practica en las Cámaras del Congreso o en los Parlamentos -en prácticamente todos los países democráticos- y en los gobiernos y sus estructuras, es la que debe conocerse y dominarse para enfrentarla de manera correcta y sobre todo, productiva para el desarrollo de éste o aquel país y su cultura cívica y democrática.
Nuestros políticos de cubículo, pizarrón o cabina de transmisión o estudio televisivo, bien les haría conocerla para, entonces sí, poder opinar de manera objetiva de cómo combatirla.
Mientras sigan con esos remedos de ópera bufa y con grupúsculos que no rebasan los 50 o 100 elementos, lo que único que van a generar serán las risas y las carcajadas de los políticos (abiertas o contenidas), a los que quieren echar de sus cómodas y redituables posiciones.
Oh ingenuidad y novatez, cuántas ingenuidades se cometen en tu nombre.
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