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Pequeñas acciones que crean vínculos y grandes recuerdos

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En varios de los escritos anteriores he mencionado la importancia de crear vínculos individuales con cada hijo y no solo con todos en su conjunto y también he resaltado que la creación de estos vínculos individuales no es tan compleja como parece.

Con pequeñas acciones que hagamos con cada hijo, vamos a ir creando situaciones que constituyan grandes recuerdos para nuestro hijo(a) y que nos vayan permitiendo no solo acercarnos con el(la) sino que formen experiencias de dos y que a lo largo de su vida, la ayudarán a ubicarnos como parte fundamental de su crecimiento y de sus vivencias.

El día de hoy quiero compartirles algunas anécdotas de acciones muy sencillas pero en las cuales sólo intervenimos mi hija y yo y que para ambos, nos crearon vínculos individuales con el otro. Las historias que les contaré no son grandes acontecimientos, todo lo contrario, son como dice el título, pequeñas acciones pero que aún el día de hoy los dos recordamos gratamente.

Como también he comentado en escritos anteriores, cada relación padre-hijo(a) es única y un gran componente de ella depende de las características y personalidades de los involucrados, por lo tanto, aunque a mí me hayan funcionado, no significa que apliquen para todos los casos, pero si dan un claro ejemplo de que con pequeñas acciones creamos grandes recuerdos.

La primera y aunque estoy seguro que mi hija lo sabe básicamente por lo que yo u otros familiares le hemos contado, porque ella era una recién nacida cuando sucedió, sirvió para que ella me ubicara a mí, su papá, como parte integral de su vida.

Mi hija significó mi debut como padre, tanto su mamá como yo éramos muy jóvenes, teníamos 22 y 24 años respectivamente y apenas un año de casados. Mi hija resultó ser una bebé envidiable, desde el mes de nacida, dormía toda la noche sin interrupciones y durante el día se entretenía muy fácilmente, por lo que salir con ella, no nos causaba a nosotros, sus padres, ningún inconveniente.

Incluso recuerdo que mis hermanos y familiares me decían que no era una niña normal, que ya tendría un hijo que se comportara como hijo de verdad y sabría lo cansado que es ser padre. Al final, tuve un segundo hijo y él les dio la razón a los demás. Ni aún con la experiencia previa del primer hijo, resulto más sencillo el entender las acciones del segundo.

Ya en algún escrito anterior he comentado que yo no tengo “oído musical” es decir, no me apasiona la música y no la relaciono con momentos de mi vida como lo hace la mayoría de la gente, por lo que cuando escogí una canción de cuna para mi hija, usé la que mejor me sabía que era una de Alejandra Guzmán, llamada “Hacer el amor con otro”.

Obviamente esta canción no era el prototipo de canción de cuna para un bebe y probablemente fue por eso que fue una anécdota que nos permite recordarla aún hoy en día. Como dije, yo le cantaba esta canción para que se durmiera tanto en la casa como en otros lugares y de ahí que mis amigos y familiares le comentaran a mi hija, cuando ella ya estuvo un poco más grande esto y primero le despertó la curiosidad por conocer esta canción y posteriormente, le generó un grato recuerdo cada vez que la escuchaba.

En lo personal, no creo que mi hija tenga un real recuerdo de esa etapa tan temprana de su vida, pero sí creo que hizo que esa canción, le creara un sentimiento de seguridad y cariño, incluso cuando su letra no tiene nada que ver con eso.

Mi intención al contarles esta anécdota es que aun cuando yo como persona no soy un fanático, ni siquiera seguidor de la música, si usé la música para crear un vínculo con mi hija, tal vez, hasta subconscientemente seleccioné esta canción para que fuera algo diferente, exclusivo entre ella y yo. Y con algo tan sencillo, establecí el primer vínculo individual con mi hija.

Otra de esas pequeñas acciones que nos crearon un vínculo a mí y mi hija es la siguiente: Cuando ella tenía unos 4 años, nosotros vivíamos en un condominio horizontal sobre la Calzada de Tlalpan en la Ciudad de México. Tlalpan es una avenida importante que recorre del sur al centro y que contaba con la primera línea del Metro (al menos eso creo) que iba a nivel de calle, en lugar de ir por debajo de la ciudad como todas las demás.

Los domingos, acostumbrábamos desayunar antojitos mexicanos que compraba en un mercado cercano a la casa y el “ritual” era que salíamos mi hija y yo, caminábamos al Metro más cercano, nos subíamos, recorríamos dos estaciones, bajábamos al mercado comprábamos el desayuno y regresábamos de la misma forma a la casa.

Al llegar a la estación de regreso a la casa y pasar por el puente para atravesar la calle, nos quedábamos unos minutos sobre el puente y mi hija, saludaba, agitando la mano, a los choferes del metro que pasaban por debajo del puente y se emocionaba mucho cuando el chofer le respondía el saludo.

Los primeros domingos, la verdad es que pocas veces el chofer prestaba atención al puente y por lo tanto no se enteraba del saludo de mi hija y en consecuencia no le regresa el saludo. Sin embargo, cada domingo eran más choferes los que notaban el saludo de mi hija y eso sí, todos los que lo notaban, le regresaba el saludo.

Seguramente, todos los que tienen hijos me darán la razón al decirles que, para mi hija, el hecho que le regresarán el saludo era un gran logro y la ponía muy contenta. Esta es otra muestra de cómo una pequeña acción le generaba a ella un “éxito” en su corta vida y se fue convirtiendo ya no en una rutina de compra de desayuno dominical, sino en un historia de vida.

Hace unos días, cuando platicando con mi hija, le preguntaba por anécdotas que ella consideraba importantes en nuestra relación padre-hija, me comentó estas dos y si bien yo las recordaba, no las consideraba tan relevantes en nuestra relación, pero si muestran claramente lo que el título menciona. No tienen que ser grandes acciones o que requieran de mucho tiempo, sino que los vínculos se crean por situaciones sencillas pero en la que los protagonistas son solo padre-hijo(a).

Por último, quiero platicarles otra aventura que en los recuerdos que mi hija me compartió, le dejaba claro que ella podía contar con su papá y como los anteriores no es una historia espectacular, solo es una historia de una aventura padre-hija. A estas alturas, mi hija tendría unos 8 años y su hermano ya era parte de la familia, aunque apenas tenía poco más de un año.

A mi hija al cumplir los 5 años, su tía le había regalado una gatita siamés y era la adoración de mi hija desde entonces, se llamó Nala en clara referencia a un personaje de El Rey de León de Disney. De hecho, a partir de ese momento, la mascota ideal para ella, son los gatos y he podido comprobar que incluso gatos que no conoce bien y que normalmente son ariscos, con ella son accesibles y se le acercan.

Nosotros vivíamos en un departamento y un sábado, regresando de comer, llegamos al departamento y la gatita no estaba. Buscamos por todas partes y nada, entonces empezamos a llamarla por su nombre y oímos que nos respondía, pero no ubicábamos de donde venía su respuesta, hasta que después de un rato, pudimos detectar que venía de un apartamento del edificio de junto y entonces ahora el problema estaba es saber qué número de departamento era para poder tocar el timbre y ver si era posible pasar por ella.

Estuvimos un rato tratando de pensar qué departamento sería, cuando de repente,llegó una señora que vivía en el edificio e iba a entrar. Le preguntamos en qué piso vivía y nos dijo en el tercero (el piso donde estaba el departamento del que salían los maullidos de Nala). Le preguntamos si sabía quién vivía en el departamento que daba a la calle de Miguel Ángel y nos dijo que ese era su departamento y le explique la situación y le pedí que si nos permitía pasar a recoger a nuestra gatita.

La verdad es que fue una suerte que haya sido en esa época, porque ahora con la inseguridad que se vive, no sé si la señora hubiera estado tan dispuesta a que entráramos a su casa a buscar a la gatita. Sin embargo, nos permitió pasar y efectivamente ahí estaba Nala, muy asustada y en cuanto vio a mi hija, se acercó de inmediato a ella y mi hija la cargó, agradecimos a la señora y efectuamos con éxito la “misión de rescate”.

La verdad es que la aventura, otra vez, no fue espectacular, pero sí fue una acción coordinada padre-hija y nos creó un vínculo de cercanía que hemos preservado todos estos años.

La conclusión de este escrito, es que como padres siempre quisiéramos tener anécdotas impresionantes, espectaculares que nos permitan ser el “héroe” de la vida de nuestros hijos, pero con acciones pequeñas podemos crear vínculos que nos permitan alegrías de momento, pero más importante que eso, ser parte importante de la vida de nuestros hijos y hacer que la relación se mantenga aun en el caso de un rompimiento con la pareja.

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