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¿Qué clase de familias son esas…?

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El título de este artículo salió de una conversación familiar que tuvimos una vez que pasamos a recoger a mi hijo, que en ese entonces iba en primero de primaria y que se había quedado a comer en casa de una amigo de la escuela.

La anécdota es la siguiente: íbamos en el coche los: 4 papá, mamá, hija mayor e hijo menor y veníamos platicando de la experiencia que había vivido mi hijo durante la tarde que pasó en casa de su amigo. Nos comentaba que el papá de su amigo no vivía en la misma casa y que solo estaban la mamá y la abuela de su amigo en casa y remata la plática, con esta frase: ¿Qué clase de familias son esas? Y ambos padres preguntamos, ¿Cuáles? y el responde Esas… que se dejan

Ambos padres nos volteamos a ver pensando en cómo responderle a un niño de 7 años algo que fuera real pero que pudiera entender; entre los dos fuimos explicándole que algunas veces, sin importar las buenas intenciones, papá y mamá se separan, pero que los hijos siguen gozando del cariño de los dos y que, aunque no es ideal, cada vez era más común que los papás se separaran y que lo hijos los vieran a cada uno en diferentes momentos.

Aunque en esas fechas, nosotros no teníamos la menor intención de separarnos como pareja, el recuerdo de estas palabras taladraban nuestro cerebro cuando unos 5 años después, sí estábamos analizando la mejor forma de separarnos sin que se afectaran nuestros hijos.

Como he comentado en escritos anteriores, los padres (papás y mamás) buscamos la menor afectación a nuestro(s) hijo(s) al momento de separarnos, independientemente de las razones que motiven la separación y nos gustaría que nada cambiara para los hijos, incluso lo prometemos, pero la realidad es que esa promesa no se puede cumplir, por lo que el objetivo real debe ser que el cambio sea lo menos traumático posible. 

Retomando el tema de nuestra separación, pensábamos cuándo sería el mejor momento de comunicárselo a los hijos y cómo deberíamos llevar nuestra relación después de la separación, para asegurarnos que para ellos no fuera muy triste. 

Pero aquí es donde es relevante el saber escuchar a nuestros hijos, porque durante las pláticas que tuvimos sobre separación siempre retomábamos esa charla con nuestro hijo y entendimos que había que definir una relación cordial entre nosotros, sus padres, para que ellos no lo sufrieran. Lo más curioso del caso es que nosotros pensábamos que al que más le afectaría la separación sería al menor, porque aún lo seguimos viendo como ese pequeño niño de 7 años, pero ya tenía 12 y entendía mucho más de la vida de lo que nosotros pensábamos.

Finalmente, decidimos separarnos y se lo comentamos a cada hijo por separado para poder darles a cada una razón acorde a su edad y que fuera más fácil de entender y menos traumática. Con mi hija, que en ese entonces tenía 18 años, teníamos una explicación determinada y para mi hijo, de 12 años, otra menos compleja.

Lo más impresionante fue que de los 4 involucrados (papá, mamá, hija mayor e hijo menor), el que lo asimiló de la mejor manera fue el que más miedo nos daba, el hijo menor. Creo que incluso lo entendió mejor que nosotros, sus padres. Una vez que acabamos de explicarle, nos preguntó: ¿Pero yo los seguiré viendo a los dos, verdad? Y respondimos que ¡SI! Y nos dijo: Y me van a seguir queriendo igual, ¿no? Nuevamente respondimos ¡SI!, Y remató: Ok, entonces está bien, ¿ya me puedo ir?

Con mi hija fue un poco más difícil: ella tenía mucho más preguntas no tan sencillas de resolver, pero como al final tanto su mamá como yo sí cumplimos el compromiso de llevar una relación cordial posterior a la separación, creo que nuestros hijos no fueron tan afectados por este rompimiento de la familia en el concepto tradicional.

Aquí lo más destacable es: primero, buscamos el menor dolor y afectación para nuestros hijos; segundo, que les hablamos a cada uno por separado, porque aunque sean hermanos, cada uno de ellos reaccionó diferente y tenían que tener la oportunidad de expresarse sin el temor de afectar a su hermano; es decir, el reconocerles la individualidad a cada uno de los hijos les permitió procesar a su manera, una noticia tan relevante como la separación de sus padres.

Precisamente por esta conclusión es que quise compartirles esta historia: es una manera de demostrar mi teoría que el establecer relaciones individuales con cada hijo es vital para que la relación padre-hijo(a) permanezca durante el matrimonio y posterior a él.

Después de la separación y contrario a lo que más comúnmente sucede, mis hijos se quedaron conmigo pero su mamá siempre se mantuvo cercana a ellos. El proceso, como todos supondrán, no fue algo sencillo, pero finalmente, todos pudimos encontrar una nueva “normalidad”, que nos permitió superar los momentos difíciles.  Pero eso ya lo contaré en otro escrito.

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