Opinión

Venezuela, ruta lejana al bienestar

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Hay que dejar algo muy claro: Todo debate sobre la geopolítica internacional con motivo del clímax de la prolongada crisis política en Venezuela es inútil para el venezolano de a pie. Para el ciudadano común, el juego de fuerzas de intereses internacionales no busca dar resolución al largo proceso de descomposición social y económico, apenas son el corifeo yámbico que quiere encontrar ventaja de un entuerto político.
El pueblo no se encuentra en una disyuntiva entre elegir una u otra resolución sino en una singular oportunidad de reconocimiento profundo de su destino. En la estructura clásica de un drama griego se diría que Venezuela está en epitasis: la pruebas y tribulaciones del personaje central se edifican irremediablemente hacia la catástrofe.
La asunción de Juan Guaidó a la presidencia ‘en funciones’ del país bolivariano bajo el auspicio, venia y soporte de las fuerzas económicas, militares y diplomáticas norteamericanas marcó el final de un largo episodio de devastación social y degradación política provocado por el empecinamiento absolutista y mitómano del sucesor chavista, Nicolás Maduro.
A la distancia es difícil comprender del todo las penurias que debe pasar el pueblo venezolano pero es ingenuo pensar que los intereses de las fuerzas supranacionales sean sólo las nobles que expresan en sus campañas contra el régimen. Al igual que es ingenuo creer que los procesos electorales y la vida pública institucional de Venezuela, bajo el gobierno de Maduro, sirven a los deseos de las voluntades ciudadanas y no a los caprichos del poder. En síntesis: Hay abuso en un gobierno que mantiene en miseria a un pueblo y hay deseos de cambio de régimen que no tienen el menor interés de mejorar la condición de la población.
La decisión de la ya mayoritaria oposición venezolana de quemar las naves sucedió, para variar, en un difícil momento para el mandatario estadounidense en turno. Una clásica apelación a su papel de ‘policía del mundo’ cuando las dificultades se acrecientan dentro de sus fronteras. Bastó poner en pie de guerra al país de las barras y las estrellas con eslóganes ‘democratizadores’ para, por ejemplo, sacar al gobierno de un prolongado cierre de actividades, para dar margen de operación a un aseidado Donald Trump.
Como en otras crisis, en los próximos acontecimientos se intensificará la idea de que hay sólo dos personajes en la historia: Maduro contra Guaidó, las fuerzas imperialistas contra el escudo socialista, una parte del mundo contra otra parte del mundo. Hay reportes de una especie de campaña política ‘cuartel por cuartel’ que ambos bandos realizan para sumar aliados. Maduro fue al Fuerte Paramacay a visitar a sus tropas, mientras Guaidó repartió folletos a militares en Caracas.
En este juego maniqueo sorprendió la celeridad que se le exigió a los gobiernos de los diferentes pueblos del orbe para definir sus lealtades. En México, por ejemplo, la torpe (o tramposa) filtración de un subalterno de Relaciones Exteriores a las horas del pronunciamiento favorable a Guaidó de la OEA y los Estados Unidos, obligó a que las autoridades de cancillería emitieran un pronunciamiento formal. 
Pero hay una tercera vía y un tercer personaje. El personaje es la sociedad venezolana y su camino es inagotable en creatividad. Por ello, aunque tibia, ha sido correcta la declaración del gobierno mexicano y otras naciones que apelan al diálogo. Bien por la neutralidad, débil en cuanto a su implicación discursiva a favor del tercer personaje. 
En el fondo, el clímax narrativo de la crisis política debe alcanzar la anagnórisis poética, para comenzar el ansiado desenlace de la tragedia bolivariana. Maduro continuará su campaña sobre las tanquetas de su desgastado régimen al que le exige lealtad; Guaidó introducirá con la fuerza que le den sus aliados los cambios legislativos y económicos que lo catapulten al Palacio de Miraflores. Pero la sociedad venezolana está llamada a definir su peso en la historia, a salir del estásimo de su desgracia.
Con todo, hay que reconocer que cualquiera de los escenarios que ponga fin a esta prolongada crisis política en Venezuela no va a resolver ni atender de cerca la crisis humanitaria que ha desgastado literalmente el alma y el cuerpo del pueblo venezolano. En los barrios populares, como bien apuntan los audaces corresponsales, ya no hay ni chavismo ni madurismo pero tampoco gustan las palabras imperialismo ni injerencismo. Hay un orgulloso sentimiento de oposición, de resuelta voluntad por un cambio; lo demostrarán, parece indicar, esta semana durante la manifestación masiva que se convoca. Será una oportunidad para que Guaidó y Maduro confirmen su papel en el drama; no de protagonistas sino de facilitadores del personaje central, el pueblo, en ruta hacia su próximo ciclo trágico: la larga y penosa búsqueda del bienestar que les fue arrancado.
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