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De la escuela a la alfarería, la vida de un artesano

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México.—  Othón Montoya tiene 80 años de edad, su cara sin lentes es capaz de decorar con precisión vasijas vidriadas de muchos colores, son las cazuelas las que le dicen qué detalles pintar, él comenzó con el oficio de alfarero desde los ocho años por azares del destino y un río crecido.

Con los ojos en el pasado, Don Othón se recuerda a los ocho años con un montón de libros nuevos bajo el brazo, para ir a la escuela tenía que cruzar un río que ese día había crecido por las lluvias, al sentirse resbalar dejó caer los útiles, “solté los libros se los llevó el río, yo todavía vi cuando se abrieron mis libretas”.

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Llorando regresó a la escuela y alguien le prestó una libreta y ese día pudo seguir estudiando, al día siguiente ya no ante la negativa de su padre quien le espetó: “hasta aquí se acabó la escuela en adelante vas a trabajar”.

Por aquellos días Don Othón lamentaba su situación porque veía a sus compañeros cuando pasaban de grado escolar “y yo seguía siendo el mismo, yo seguía con mis cazuelas”; además, era muy pobre y andaba descalzo; sin embargo en 1948 presentó sus cazuelas en lo que fue su primer concurso el cual ganó, con el premio logró comprarse sus primeros huaraches.

Con orgullo explicó que a los artesanos nunca les falta trabajo, solo se trata de buscarlo y desde Metepec, en el Estado de México, iba a la Ciudad de México a ofrecer sus cazuelas, caminaba por las calles de Tacubaya, Tacuba, La Villa e Iztapalapa, con su trabajo sacó adelante a sus diez hijos, “tengo abogados, tengo de todo, ellos también son artesanos como yo les enseñé, como mi papá me enseñó”.

“El trabajo artesanal es muy bonito, ya cada quien tiene su destino, mi papá preparaba el barro y yo veía que cuando una gotita caía en el barro se formaba una mini cazuelita y es lo que le daba a uno admiración”.

Él, comenzó a trabajar el barro jugando, aunque ya después dominó el oficio bajo los ojos vigilantes de su padre y aún cuando por muchos años renegó de su destino lejos de la escuela, en la actualidad es respetado en su comunidad por su trabajo.

“Cuando se acabaron las libretas yo ya no fui a la escuela, para mí fue triste pero ya luego me di cuenta que mi destino era ser artesano y lo soy”.

El barro con el que prepara las cazuelas llega de una mina; luego, se deja sudar al cubrirlo con un plástico para luego comenzar con el proceso de secado, después quebrarlo y molerlo, a mano se le arnea y se pasa por agua para luego añadir una especie de pelusa que emana la flor de tule o de lirio.

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Ese material vuelve a las cazuelas más resistentes a los calores de los braceros, explica con la experiencia de sus arrugas bailando por su pacífico rostro, posteriormente se curan las piezas con jabón para cerrar los poros.

Antes, este trabajo se cocía en hornos de adobe, a pura leña y el proceso de esmaltado era con materiales con plomo, lo que daña la salud de las personas, por eso él trabaja con una técnica de vidriado libre de plomo

Aún cuando dedicó una buena parte de su vida a la elaboración de piezas utilitarias, ahora pasa sus días trabajando solo vasijas decorativas, quienes le dictan los trazos a seguir, “siempre la pieza es la que te dice que le falta y que le sobra”.

En su trabajo, Don Othón no sólo ha invertido todos sus años, sino todo el corazón “el corazón ya lo tiene uno desde el principio de hacer esas piezas, claro que no son tan fácil, se hacen con voluntad, con aprecio, (…) entre más fino salga es una satisfacción porque va a ser una pieza muy admirable para todos”. (Con información de Notimex)

AGP

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