Análisis y Opinión

¿Cuándo ir a la oficina y cuándo trabajar en casa?

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El Mundo Interno de las Organizaciones

Muchas empresas están diseñando nuevos modelos de operación en los que combinarán el trabajo a distancia con el presencial; sin embargo, pocas tienen claridad de los criterios para que sus colaboradores sepan cuándo deben asistir a la oficina y cuándo trabajar a distancia.

En semanas anteriores mencioné que la pérdida más importante del trabajo a distancia es la falta de espacios para generar relaciones, para hacer conexiones entre las personas y para cultivar la confianza y el sentido de pertenencia entre los miembros de un equipo. Esto sucede no solo por el simple hecho de satisfacer la necesidad que tenemos los seres humanos de interactuar y relacionarnos socialmente, sino porque un equipo de trabajo debe estar sustentado en la confianza entre sus integrantes para que sea efectivo y tenga un buen desempeño.

Estas relaciones que antes se generaban en los espacios informales de interacción en el día con día, como la hora del café, del cigarrito, la comida, los elevadores, el transporte público, eventos corporativos o en los minutos previos o posteriores a una junta, no encuentran hoy espacios para generarse y desarrollarse como antes.

Cuando escucho que hay empresas que están pensando en definir determinados días o un porcentaje de tiempo para trabajar en la oficina y el resto hacerlo a distancia, me parece que pueden estar cayendo en un grave error y que no tiene ningún sentido. ¿Para qué hago ir a la oficina a trabajar a una persona solo porque “le toca”, cuando lo que va a hacer es buscar un lugar para sentarse todo el tiempo frente a su computadora y trabajar en sus pendientes de manera aislada?, ¿Para qué tener una reunión por videoconferencia con parte del equipo en la oficina y parte del equipo en sus casas, solo porque a esos “no les toca venir”?

También he escuchado de empresas que tratan de impulsar lo más posible el trabajo a distancia con frases como: “si no tienes que venir, no vengas” o, “que la gente venga solo cuando sea necesario”. El problema es que dejar esto tan ambiguo puede hacer que un jefe decida que el 90% de las actividades sean necesarias según su criterio y que otros, por el contrario, decidan que nada lo es.

Dejar esta decisión totalmente abierta al criterio de la gente, sin darle ningún tipo de directriz clara y específica, puede resultar no solo en un clima organizacional con marcado desequilibrio entre áreas y estilos, sino que además puede poner en riesgo el sentido de pertenencia e integración entre el personal.

Me parece que los criterios para decidir cuándo ir o no a la oficina deben definirse de manera oficial para todos y no ser dejados al criterio de cada jefe. Pienso que la consideración más importante debería ser que se debe asistir a la oficina para actividades en las que haya interacción entre las personas, donde puedan conversar, pararse y escribir en el pizarrón, discutir, llegar a acuerdos y tomar decisiones. Actividades en las que puedan mostrarse como antes, en todo su esplendor a sus compañeros y a sus jefes y verse cara a cara para, no solo compartir puntos de vista sobre el trabajo sino en los que puedan sentir y vibrar las emociones de los demás.

Asistir a actividades que generen espacios libres para que conversen sobre sus temas personales, que tengan tiempo para platicar de sus preocupaciones y sentimientos, externar opiniones sobre temas ajenos al trabajo como la política, deportes, arte o incluso para “echar el chal o lavar la ropa”. Aprovechar que fueron a la oficina para conocerse como personas, encontrar las coincidencias que les permitan crear vínculos que después de aprovecharán a la hora de trabajar.

Actividades como salir a comer juntos con los compañeros y fortalecer sus lazos y su sentido de pertenencia, al equipo y por supuesto, a la empresa.

En organizaciones con modelos de operación más maduros y basados en procesos, pueden utilizar ese enfoque para definir las actividades específicas de cada proceso con interacciones que se deben ejecutar en la oficina y cuáles se pueden realizar a distancia.

En cualquier caso, estoy convencido de que tiene que existir un equilibrio que satisfaga no solo las necesidades para sacar el trabajo en sí sino también las necesidades sociales, emocionales y afectivas del personal.

Pienso que, de no poner especial atención en este tema, se podría estar implementando un modelo poco analizado y mal diseñado que con el tiempo y de manera silenciosa, podría diluir el sentido de pertenencia, erosionar la cultura organizacional, alejar coincidencias, convertir equipos de trabajo de alto desempeño en grupos de profesionales ejecutando sus respectivas funciones y, al final, convertirse en una enfermedad mortal para la propia organización.

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