Análisis y Opinión
El problema de las campañas de contraste
Nunca han sido verdaderamente propositivas, eso lo tenemos claro, pero los discursos mediáticos de las campañas políticas a través de spots en medios de comunicación al menos deberían cumplir con un par de criterios: Facilitar a la audiencia el reconocimiento del partido, candidato o plataforma política y mostrar al menos una razón por la que es positivo votar por ellos.
Apenas ha comenzado el aluvión de spots publicitarios de los partidos políticos que buscan las preferencias del electorado y se evidencia que, para esta votación federal intermedia, solo hay un objetivo: arrancarle al actual partido hegemónico, Morena, todos los posibles espacios de representación en pugna.
La campaña unificada del PRI, PAN y PRD en la alianza ‘Va por México’ se enfoca en responsabilizar al partido del presidente López Obrador de una traición. El lema “Ponle un alto a Morena y a la destrucción del país” sintetiza todo el interés de esta campaña. Evidentemente, los partidos no necesitan reconocimiento de la audiencia, pero sí hacen un llamado directo a la acción al final.
El éxito de esta campaña radicaría en acendrar, entre la población que ya se siente traicionada tras dos años de gobierno lopezobradorista, la certeza de que no se le puede dar el mismo voto de confianza que se le dio en 2018. Hasta allí, parece un buen spot. El riesgo es que, este anuncio unificado, sea la confirmación de la prolongada narrativa utilizada por AMLO y Morena sobre el contubernio cómplice en las cúpulas de los partidos de oposición.
Es decir, la otra moneda de esta campaña es que quizá pueda radicalizar aún más el apoyo incondicional al partido presidencial ante el intento descarado de los viejos liderazgos para volver a un poder que, hay que decirlo, tampoco trae buenos recuerdos a la población.
En segundo lugar, están los anuncios políticos de los partidos en lo individual, incluidos los pequeños y de nuevo registro. Buscan en parte mostrar el rostro positivo de su instituto político, pero casi todos retornan al objetivo central: reprochar a Morena, cargarlo de las culpas (varias que sí tiene y otras francamente alucinantes) de los horrores en el país que aún se siguen constatando.
Quizá la estrategia de contraste extremo no sea una mala táctica política para arrancarle escaños al poder hegemónico actual; pero se debe reconocer que, desde la presidencia de la República, se ha trabajado decidida, disciplinada, implacable y persistentemente en esa misma estrategia, día a día, a través de las conferencias matutinas. Es probable que un par de meses de contra-campaña opositora no logren el objetivo deseado.
La contienda electoral hoy está definida en un pulso polarizante con apenas destellos propositivos; detalles que no alcanzan a desarrollar una narrativa dialogante que motive al respetable a confiar en algún instituto político o a reconocer su papel en la construcción de una política pluripartidista más equilibrada. En el fondo, sólo hay un discurso que invita a repudiar a una opción más que a otra.
Es claro que el proceso electoral del 2018 afectó demoledoramente a los partidos políticos, a todos. La ausencia de liderazgos políticos en la oposición es casi tan angustiante como la inestabilidad partidista de Morena. Lo sorprendente es que ninguno de los institutos políticos realmente cree que aquello sea un problema.
Algunos de los más estridentes mercadólogos utilizan cada proceso electoral los términos ‘storytelling’ y ‘narrativa’ con terrible ligereza. Hay que recordarles que ‘narrativa’ no es sólo lo que se coloca en medio de una estrategia de campaña ni lo que adereza algunos anuncios o discursos para convencer a los votantes. La narrativa electoral nos ayuda a comprendernos a nosotros mismos; esencialmente como entes políticos, actores con limitadas pero eficientes fuerzas en el juego por el poder. La narrativa política también auxilia a nuestra razón a dar sentido a realidades que nos interpelan y nos exigen una síntesis activa frente a potenciales escenarios. La narrativa revela los actores, el espacio y el tiempo; reconoce la secuencia de acontecimientos y ofrece una perspectiva de integración hacia los que aún no se sienten parte del relato.
¿Querrán los partidos superar la estrategia maniquea, y verdaderamente asomarse a las infinitas posibilidades del ‘storytelling’ político? Entonces deberían dejar de hablar de sí mismos y de sus adversarios, deberían hablar a la ciudadanía sobre las relaciones de poder y la autoridad posible que, a través de ellos, pueden servir al horizonte de los intereses y los anhelos de cada ciudadano.
LEE La (increíble) fuerza del caos
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe