Felipe Monroy

Pausa en la contienda frenética

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Los políticos necesitan que hablemos de los políticos. Más que de otras preocupaciones o necesidades, el personaje político requiere que la conversación social gire en torno a su propia persona y de su narración; por tanto, precisa que también se hable de sus opositores, porque sin adversario no hay una atractiva narrativa política y no hay nada más aburrido que una historia heróica sin obstáculos.

Por ello, lo que ha sucedido estos días de ‘pausa’ sobre las campañas electorales en México no es del todo natural. En parte porque la campaña de Xóchitl Gálvez, como contrincante opositora, no supo –o no pudo– continuar con el empuje de la irrupción mediática que provocó el acuerdo cupular de su designación; y en parte porque la campaña de Claudia Sheinbaum, como delfín del partido en el poder, no ha podido –o no ha sabido– darle una voz propia a la mujer que lidera los intereses de las estructuras políticas hegemónicas.

También puede atribuirse este impasse a las instituciones electorales por esas facultades sancionadoras que pueden llegar a utilizar contra quienes ‘adelanten’ los tiempos formales de campaña divulgando posicionamientos concretos sobre política y proyectos de nación; pero ese planteamiento es, por lo menos, una excusa. Entre los riesgos que puede y debe correr una agrupación política para visibilizar su mensaje en el marco de una contienda electoral está el vulnerar las exquisiteces de horarios de las instancias reguladoras. Dicho de otra manera: en campaña, llegar a tiempo es llegar antes.

Pero esta pausa es también una extraordinaria oportunidad para afinar las estrategias; siempre hay que pensar antes de hablar. Es claro que el electorado en ocasiones ha puesto en la administración política a legendarios locuaces dicharacheros pero al final terminan gobernando enredados en su larga palabrería.

Y también nos obliga a reflexionar sobre esta cualidad contemporánea de las campañas electorales tan intensas, vertiginosas e hipertróficas que terminan provocando fatiga y desinterés en el electorado: la baja participación de la ciudadanía en las urnas –como han comprobado empíricamente los estudios de Tyler Murphy sobre democracias contemporáneas– no depende ni de las cualidades del sistema electoral ni de las preocupaciones político-económicas de la ciudadanía pero quizá sí de la saturación comunicativa de las campañas.

Pero una buena narrativa política requiere una estrategia acompasada, que adapte el ritmo y el tono de la comunicación política a las necesidades, realidades y expectativas de los ciudadanos. Una estrategia así no sólo es más sostenible en el tiempo sino más efectiva para hacer converger con lógica las respuestas a dos preguntas que por torpeza casi siempre se obvian: ¿Quiénes somos? ¿Qué buscamos?

En la estrategia frenética se busca suplir con imagen, actos, eventos, fotos, propaganda, música, noticias, perifoneo, redes y demás, la compleja profundidad de las respuestas a las preguntas anteriores; pero se requiere antes identidad y proyecto. De lo contrario, sólo tenemos entre manos una saturación informativa, pérdida de credibilidad y rechazo del electorado por el bombardeo de ideas inconexas, agresivas y auto elogiantes.

Una campaña electoral no puede reducirse a meros fuegos de artificio y a mensajes unidireccionales; si las redes sociodigitales han democratizado el acceso informativo y hasta la conversación social, las nuevas estrategias de convencimiento político requieren crear vínculos más horizontales con la ciudadanía, para hacerlos sentir escuchados, respetados y atendidos.

En el fondo, las campañas políticas que se yerguen hacia el 2024 padecen del mismo problema: o les falta claridad en la identidad o carecen totalmente de proyecto. Y antes de preocuparnos por eslóganes o imágenes, los grupos políticos que apoyan a sendas candidaturas requieren un discurso coherente, consistente, vigente y real. Sólo así se puede poner a trabajar con orden y auténtica estrategia los recursos humanos, materiales y financieros de manera óptima y funcional.

En conclusión, no por mucho escándalo se termina convenciendo al respetable. Es positivo que las campañas se tomen un tiempo para respirar y responder con integridad su naturaleza y sus propósitos; sólo de allí surge la originalidad. Hoy la autenticidad es imprescindible en las campañas electorales, de lo contrario van a tener que responder como el empresario-político peruano, César Acuña: “No es plagio, sólo es una copia”.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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