Opinión

Frente a la inseguridad

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A estas alturas es claro que el cambio de régimen en México no contagió de buenismo cívico a los antisociales del país. Además del crimen organizado, la violencia en lo que va del año parece indomable y muy poco parece prometer la Guardia Nacional con los malabares entre los derechos humanos y su cuestionado mando militar. En el fondo, se están agotando las estrategias desde la fuerza pública, hay que comenzar a pensar en acciones desde otros valores sociales y culturales.

Este mes inició con un tenebroso panorama sobre el tamaño de la violencia. No sólo por los 81 asesinatos del primer fin de semana de abril o el promedio aproximado 157 mil delitos comunes por mes que registra el Sistema Nacional de Seguridad Pública; también los efectos económicos ponen en alerta a la administración pública. El Instituto para la Economía y la Paz, por ejemplo, aseguró que el costo de la violencia en México es de 5.16 billones de pesos, es decir: 24% del Producto Interno Bruto Nacional. Un capital que seguro es muy doloroso perder para un régimen que busca remediar los desequilibrios económicos de sus gobernados mediante subsidios universales.

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Es muy difícil pensar las acciones policiales o militares puedan revertir esta tendencia en el corto plazo; que el escenario pueda dar un giro suficientemente positivo. Y, sin embargo, la actitud social frente a este panorama sí es importante en el proceso.

El filósofo Tzvetan Todorov en ‘Insumisos’ plantea la idea de que, a pesar de que la moral y la política se encuentran en las antípodas por su naturaleza y fines, en ocasiones las cualidades morales pueden convertirse en un arma política. Incluso más poderosas que las balas o la cárcel. Las cualidades morales -apuntaría Andrea Riccardi, fundador de la comunidad Sant’Egidio- pueden ser esa fuerza débil que no tiene armas ni recursos pero que es real y, a su modo, poderosa.

El miedo, el victimismo y la autopreservación, por ejemplo, generan más violencia; y, por el contrario, la sana indignación, la compasión y el heroísmo humanitario remedian tensiones, proveen espacios de paz.

Sin embargo, esas actitudes morales no suelen tener espacio en nuestro consumo cotidiano de noticias, de cultura o de diálogo social. No solemos conocerlas y, si no las vemos, es difícil que las aprendamos o las reproduzcamos. Pero, como apuntó el teórico arquitectónico Steven Holl: “Incluso la luz que no se ve con los ojos, se puede sentir”. Hay pequeñas rendijas de luz que iluminan el escenario social de México: a veces en colectivos humanitarios de acciones concretas a favor de los derechos humanos, migrantes o poblaciones vulnerables; a veces en forma de espacios de formación, auxilio, escucha u orientación comunitarios.

Cientos de organizaciones operan diferentes dimensiones de acción política y lo hacen desde sus principios y cualidades morales. En este año, la Conferencia del Episcopado Mexicano -por ejemplo- puso en línea un mapa interactivo con los centros de acción humanitaria que la Iglesia católica ofrece en el país en forma de comedores, centros de escucha, orfanatos, geriátricos, dispensarios médicos, albergues para pacientes con VIH, etcétera; aún no compila toda la información, pero cada punto en ese mapa es una oportunidad para que la luz sea sensible. No es la única institución, cientos de asociaciones religiosas, grupos cívicos, organizaciones no gubernamentales, centros académicos y hasta colectivos vecinales hacen algo en la medida de sus capacidades.

No se malinterprete: frente al crimen organizado, el narcotráfico y la delincuencia siempre será importante la acción directa de la ley y de disuasores de las actitudes antisociales; pero el verdadero cambio, la ruptura de modelo violento pasa invariablemente por la sensibilidad ante estas obras sociales. Obras que, incluso si no las vemos, podemos conmovernos por todo el bien que hacen sin esperar un solo voto o punto de aprobación social.

@monroyfelipe

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