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El Peladito, una familia triunfadora

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México.— Para el creador de El Peladito (primero un sueño y, ahora, una realidad que logró con su esposa Alejandra) la vida se resume a una máxima que le escuchó a su padre: “si vas a hacer algo, hazlo bien; si, no; no lo hagas”.

Hoy, a casi 5 años de haber comenzado este proyecto, en un local muy pequeño en la colonia Obrera de la Ciudad de México, con apenas 3 empleados (su esposa, él y un hermano), El Peladito tiene actualmente 5 sucursales, una carta de más de 60 platillos, especialidades en pescados y mariscos al mejor y único estilo Sinaloa (la mitad, creación del que se define cocinero, más que chef) y 150 empleados que conforman lo que él llama “la familia Peladito”.

Es una familia que comenzó con una verdad a medias y la ayuda de la Virgen de Guadalupe. “¿Sabes hacer pescado zarandeado?”, le preguntaron a Víctor cuando fue a pedir trabajo en un restaurante de Sinaloa. “¡N’ombre, compa, seguro que sé!”, respondió. Y sabía, pero sólo en teoría. Víctor había trabajado en un restaurante de Tijuana como “cortador de verduras, empanizaba; lo que en cocina llamamos producción”, pero su inquietud lo llevó a meterse en la cocina. “Tenían varias secciones: de comida caliente, de mariscos, pescados al carbón y aguachiles. Y yo, al terminar mi turno, en vez de irme a mi casa a dormir, me quedaba a aprender”.

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Solo de ver, estaba seguro de que sabía preparar, así que no dudó cuando le preguntaron si sabía hacer el zarandeado. Pero ese día tuvo otra ayuda: “Yo siempre me encomiendo a la virgencita, me persigno y a darle”. Y funcionó: le dieron el trabajo.

Víctor Ferrer es de Sinaloa, pero la cocina lo ha llevado lo mismo a Tijuana que a la Ciudad de México, a donde llegó hace 17 años con la promesa de que, al hacerse cargo de la cocina de un restaurante de mariscos, le pagaría su sueldo, la renta de un departamento y sus viáticos. “¡Vámonos!”, dijo Víctor quien, no hace falta decirlo, se considera alguien que siempre ha soñado en grande.

Pero no fue fácil cumplir su sueño. Al llegar a la ciudad trabajó un año y dos meses, esperando que las promesas se cumplieran, pero no hubo nada. “Me di cuenta de que no todos tienen palabra y es mejor firmar un papel”, recuerda.

Pero la fama de sus platillos (gran parte de su éxito es que inventa sus propias recetas) llegó a oídos de un inversionista, que le encomendó abrir un restaurante, en donde sus aguachiles comenzaron a atraer personalidades de la farándula, de la política, del deporte.

Su buena racha terminó de manera fulminante con la muerte del inversionista, ya que la mujer que heredó el restaurante lo llamó sólo para… despedirlo. A la salida de Ferrer del restaurante, éste dejó de funcionar y Víctor enfrentó una mala racha.

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Y, de esa mala racha, la gastronomía ganó a uno de los mejores cocineros de pescados y mariscos de la Ciudad de México.

Durante esa dura etapa, Víctor dormía mucho para no pensar en comer. Y al despertar le venían a la mente recetas nuevas. “Tenía una libretita donde anotaba los platillos que se le ocurrían y así nació la tostada sinaloense, que es la primera que inventé y la que más se vende ahora en El Peladito”.

emc

 

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