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Opinión

Sismo en el Metro, momentos de terror e incertidumbre

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Por Juana Galicia

¡Este güey viene ebrio, o qué le pasa!, exclama una señora sentada a mi lado, que venía pintándose las pestañas, eran los vagones del Metro que se movían como si se fueran a voltearse, fueron instantes de asombro al no saber qué pasaba, pues eran movimientos bruscos, nos mecían como estuviéramos en altamar, empezó el desconcierto al interior del vagón donde la mayoría éramos mujeres.

Por un instante pasó por mi mente, se ha descarrilado el Metro, pero no, otra persona y yo, como si nos hubiéramos puesto de acuerdo exclamamos al mismo tiempo, ¡está temblando¡, el vagón no podía frenarse, el rechillar de los neumáticos hacia un ruido espantoso que parecía que el tren se iba a desarmar.

Fueron los segundos más espantosos de mi vida, eran la 13:14 horas de este 19 de septiembre de 2017, 32 años después de haber vivido un terremoto similar, aún recuerdo cuando se cayó un librero sobre mi cama y se cuartearon las paredes de la casa.

Por fin el Metro logra frenar con mucha dificultad, parecía que el vagonista había perdido el control de la conducción, al interior se escuchaban gritos, llanto, desesperación, rezos, todo estaba oscuro, no había luz, nos habíamos quedado en el túnel entre la estación Hospital General y Centro Médico.

Algunos jóvenes que también viajaban en el vagón de mujeres trataban de tranquilizar a la gente. Una mujer que venía con su hija exclamaba “¡Ay Dios mío! ¡Ay dios bendito, ampáranos!” otra decía. “No pasa nada, no pasa nada. ¡Ya va a parar, no pasa nada, tranquilas!”.

Otras gritaban abran las ventanas para que circule el aire, no había aire, el calor empezaba a ser sofocante, al grado que una señora estaba a punto de desfallecer, la mujer que tenía al lado, empezó a darle aire, otra chicha le dio agua.

Yo trataba de calmarme, aunque por un momento sentí que de ahí no íbamos a salir pues se escuchó cómo caían piedras sobre el vagón, y al parecer una pared se derrumbó, es lo que se rumoró, pero las autoridades del Metro nunca mencionaron lo que realmente pasó.

Fueron 10 minutos los que el Metro se detuvo en ese tramo, 10 minutos que se hicieron eternos, sin luz, sin aire, sin saber en qué momento íbamos avanzar, sin señal en los celulares para hablar con algún familiar, y saber si estaban bien, o qué estaba pasando en las calles, en nuestras casas, con nuestros hijos, con nuestros padres, han sido los peores minutos de mi vida.

 

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Análisis y Opinión

Internet de las cosas, IA y dinámicas familiares 

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Felipe Monroy

Ciudad de México.- Cuesta creer que un robot-aspiradora pueda ser el responsable de la salud en las dinámicas familiares pero The Futurist, la prestigiosa revista sobre avances tecnológicos, planteó una inquietud real sobre la convivencia de nuestras familias con los asistentes virtuales, juguetes interactivos y herramientas conectadas a Internet.  

Los editores plantean un escenario con las famosas aspiradoras automáticas que a través de cámaras, sensores y conexión a la red recorren el piso de los hogares para levantar el polvo: el robot no sólo pasea inocente, sino que hace un escaneo completo de la estancia o pieza del hogar recopilando datos sobre los metros cuadrados de superficie, el tipo de suelo y la distribución del mobiliario, eso genera indicadores que suele relacionar al poder adquisitivo.  

Estos dispositivos también tienen capacidad para recoger ‘data’ sobre la ubicación geoespacial, la cantidad de habitantes de ese hogar, sus dinámicas cotidianas e incluso, a través de las imágenes, saber la condición de algún aspecto de la casa que requiera intervención, reparación o sustitución.  

Pero además, si los dispositivos tienen interfases de interacción con usuarios (como los asistentes virtuales) la información compilada también ayuda a crear perfiles psicográficos de núcleos sociales enteros; y toda esa información, como se sabe, suele ser traficada con diversos comercios virtuales, compañías de infoentretenimiento o herramientas políticas que no solo quieren ‘vender’ productos o ideas sino ‘modificar’ comportamientos, actitudes y expresiones de personas, familias y comunidades.  

Así –auguran con humor los editores– de pronto la aspiradora robot es la responsable de conflictos intrafamiliares por compras o deudas no dialogadas; por airadas discusiones entre sus miembros debido a polarizaciones ideológicas o políticas; o incluso por la introducción de nuevas costumbres o el cuestionamiento de viejas tradiciones. 

De ahí la pregunta: ¿Cómo se afectan las dinámicas familiares en esos hogares donde los asistentes virtuales programan la cena; los juguetes interactivos escuchan y educan a los niños; y los algoritmos deciden qué noticias y qué entretenimiento se debe consumir?  

A merced de la ‘big data’ 

Entre otros avances tecnológicos, la Internet de las Cosas y la Inteligencia Artificial han redefinido la convivencia social, pero también plantean riesgos estructurales en las familias y las personas: Desde la comercialización de datos íntimos –pues los hogares ya no constituyen la frontera de la privacidad– hasta la fragmentación cultural que no sólo pulveriza las identidades colectivas sino especialmente las individuales.  

Los nuevos hábitos familiares  en el contexto tecno-mediático se contraponen a las relaciones y valores familiares tradicionales a través de cambios en los modos de consumo y la exposición a mensajes ideológicos. 

Por ejemplo, los dispositivos conectados (termostatos inteligentes, cámaras para bebés, altavoces con IA) recopilan datos sensibles de manera permanente. En 2022, Amazon admitió que su dispositivo Alexa guarda conversaciones incluso cuando no se activa con los comandos. El riesgo es que esos datos son comercializados con grandes empresas informativas; así es como Google o Meta usa esos patrones de consumo familiar para vender anuncios personalizados; o aún más: aprovecha el análisis psicográfico de las personas para mutar sus sentimientos hacia algunos temas o manipularlos. 

Pero eso no es todo, según Kaspersky, una de las más avanzadas compañías de seguridad digital, el 67% de los ataques de secuestro de datos sucede en hogares con múltiples dispositivos. Es decir, la ciberdelincuencia no se limita a los grandes operadores de datos sino a hackers que pueden poner en riesgo la estabilidad en el hogar. Como menciona Carissa Véliz en ‘Privacidad es poder’: “Una familia promedio comparte más datos con corporaciones que con su propio psicólogo”. 

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Efecto burbuja.

Los especialistas advierten que el infoentretenimiento en las familias se ha convertido en burbujas individuales y autocomplaciente; las plataformas que buscan la atención de sus usuarios como TikTok, YouTube o Netflix emplean algoritmos que priorizan contenidos adictivos. Pero no eso no es todo, estos contenidos promueven en su mayoría desinformación (según un estudio de PeW, el 58% de adolescentes creen en teorías conspirativas vistas en redes) y aislamiento cultural.  

Es notable cómo cada vez menos hogares consumen contenido en familia y cada miembro aislado se reafirma en su identidad individual más por sus intereses personales que por la conciencia de pertenecer a una familia.  

Este ‘efecto burbuja’ reduce el diálogo intergeneracional y pone en conflicto valores éticos o morales entre padres e hijos; de hecho, bajo estas nuevas dinámicas, la familia cada vez es menos relevante en la transmisión de principios, valores e identidad. Según el INEGI, el 40% los niños mexicanos prefieren youtubers españoles; y los más recientes estudios revelan que los algoritmos de las IA homogenizan criterios, valores y narrativas. Así como los modelos estatistas y nacionalistas buscaron enterrar las lenguas indígenas y las tradiciones ancestrales; hoy el riesgo es que los lenguajes y las tradiciones familiares no representadas en los algoritmos (en manos de los poderes económicos) también estén en riesgo de desaparecer.  

¿Qué hacer? 

Evidentemente nada se logra deteniendo el camino de las tecnologías, pero sí se puede controlar el impacto que estas herramientas y dispositivos pueden llegar a tener en las relaciones familiares.  

Las familias requieren redescubrir los valores de compartir la mesa y no sólo la clave del Internet; recordar la importancia de los roles familiares complementarios para participar en objetivos comunes; y auxiliar a niños, adolescentes, jóvenes y adultos a mejorar sus habilidades sociales básicas y habilidades tecnológicas.  

En lo que respecta a las compañías que usufructúan el pirataje de datos compilados por la Inteligencia Artificial y la Internet de las Cosas, se requieren leyes y mecanismos de control para exigir transparencia en la recopilación de datos y protección de datos personales sensibles. Finalmente, las familias deben contar con espacios abiertos de formación tecnológica desde el pensamiento crítico para detectar y evitar los abusos.  

Lo importante es integrar correctamente la tecnología a las dinámicas familiares porque su uso acrítico amenaza directamente a la estabilidad familiar. Si, como apuntó Byung-Chul Han, “la hiperconexión nos aísla y la saturación de datos, nos empobrece”, el desafío de las familias es construir hogares donde estas herramientas no esclavicen ni enajenen, y donde la tradición no tema a la innovación. 

*Director VCNoticias.com  

@monroyfelipe 

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Análisis y Opinión

Teuchitlán, más allá del polvo y la sangre 

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Felipe Monroy

Ciudad de México.- Uno de los episodios más oscuros de la humanidad sucedió en la ciudad persa de Kermán; según los relatos, la ciudad era gobernada por la dinastía Zand cuando fue sitiada por Aga Mohammed Khan, un rebelde castrado que impuso su ley mediante la crueldad. El pueblo protegió sus propios hogares ante el asedio y esa acción fue suficiente para que Khan, al vencer, aplicase una reprimenda ejemplar: sacar ambos ojos de todos los varones.

El relato asegura que los soldados dejaron ciegos a más de 20 mil hombres hasta que se cansaron de cumplir con la tarea; algunos cientos más quedaron tuertos sólo por el agotamiento de sus opresores y vagaron por el desierto contando la historia. 

Otro episodio igualmente oscuro tiene que ver con los campos de concentración del siglo pasado por los crímenes contra cientos de miles de personas, y donde el horror adquirió otro componente que el sobreviviente Filip Müller relata en ‘Tres años en las cámaras de gas’. Al mismo tiempo que los guardianes daban muerte con tanta facilidad a los prisioneros, así impedían por todos los medios los suicidios.

Müller cuenta que ingresó voluntariamente a una cámara de gas para encontrar la muerte pero los guardias lo retiraron brutalmente diciendo: “¡Pedazo de mierda, maldito endemoniado, aprende que somos nosotros y no tú quienes decidimos si debes vivir o morir!”  

Cuesta trabajo reconocer que los mismos elementos de aquellas atrocidades están presentes en nuestra tierra y en este siglo; no sólo porque conmociona el evidente irrespeto a la vida humana, sino que la crueldad estructural y sistemática de sus actos parecen constituir los nuevos sentidos de una anti-sociedad que padece una enfermedad autofágica. Frente a cada imagen y explicación de lo que sucedió en el rancho Izaguirre de Teuchitlán, Jalisco, parece que estamos inermes al borde de un abismo; uno donde la humanidad ha perdido todo lo que realmente ama y valora.

Cada cadáver, cada remanente y vestigio de las vidas que se perdieron una realidad destructora, áspera, inflamable y corrosiva nos interpelan y nos dejan sin aire respirable, asfixiados en el alma, luchando por un poco de respiro. 

Nuestra primera reacción –con el pasmo de nuestra vulnerabilidad– ha sido sentir una profunda consternación por uno más de los horrores que se enlistan y se suceden con cierta regularidad en nuestra patria; pero rápidamente mudamos de actitud y, desde la peana de nuestra inocencia, comenzamos con los señalamientos, las acusaciones y la politización de nuestras certezas que adornamos con ínfulas de integridad. 

Sin embargo, en este contexto, resultan ociosos e inservibles los llamados, las exhortaciones o las lamentaciones; porque más que acciones, se requieren conversiones. En esta profunda ignominia hay algo más importante que la consecución de obras o actos, está de por medio el alma de un pueblo, de lo que somos y cómo hemos llegado a ello. Las respuestas no pueden ser inmediatistas u operativas, ni pueden refugiarse del lado del dedo que señala; se requiere una autocrítica que escueza en lo hondo del corazón. 

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Por ejemplo, los medios repiten el concepto pero no ahondan en el absurdo que implica: llaman ‘campo de exterminio y adiestramiento’ al tenebroso rancho sin reparar en la contradicción que subyace.

Si “la enseñanza de la supervivencia es la ejecución de la muerte”, ¿bastará con desmontar estos sitios y erradicar a sus operarios? ¿O se estaría perpetuando su perverso apostolado?  

En ese mundo trastocado, pedir un ‘trabajo bien hecho’ parece exigir lo mismo que se le pidió a los soldados del Aga Khan: suficiente desprecio humano para aniquilar sin cansancio, sujetos a la obediencia ciega y al efectismo pragmático. Y también parece necesitar de la misma clase de disociación y desdoblamiento que asimilaron los guardias y funcionarios de los campos de Auschwitz o Treblinka: un orgullo por su trabajo, incluso si este consistía en aniquilar a otros seres humanos. 

Es por ello, que apuntar con horror hacia estos sitios eludiendo la vergüenza propia, indicando a otros ‘lo que deberían hacer’ y devolviendo al Estado los poderes del Leviatán para imponer su régimen, no remedia ni el desprecio ni el orgullo que alimentan esas máquinas de destrucción. Por el contrario, la respuesta está tanto en los tuertos del desierto persa como en Müller y los sobrevivientes de los campos: en el relato. En la asimilación del drama, en que cada historia es un espejo en el que las personas deben encontrar un camino de salvación, de dignidad humana, de empatía y misericordia.  

Los relatos de Kermán y los campos de concentración nos confrontan e interpelan: ¿Qué hacemos nosotros distinto a esos otros seres humanos?¿Qué hay en nosotros de especial? Evidentemente no puede ser ni la laboriosidad ni el compromiso con las tareas, pero sí el orden con nuestra conciencia. Ya lo dijo George Orwell: “Lo primero que queremos de un muro es que sea firme; si está sólido y derecho es un buen muro… y, sin embargo, incluso el mejor muro del mundo debe ser destruido si rodea un campo de concentración”. 

Ante la innombrable brutalidad de los ‘campos de exterminio y adiestramiento’, de las fosas clandestinas y el drama de los desaparecidos, la dignidad nos exige coherencia entre la conciencia y las obras. Ojalá las instancias cuyo servicio es acompañar el espíritu y el alma del pueblo y de las familias mexicanas no se distraigan en recomendaciones técnicas al Estado, porque tienen en sus manos la misión y el auxilio de la conversión de las conciencias y la salvación de las almas. En esto reside su más noble colaboración. 

*Director VCNoticias.com 

@monroyfelipe 

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Felipe Monroy

Familia: ‘arquitecta de resiliencia’ en tiempos de incertidumbre

¿Cómo debe ser el rol de la familia para enfrentar la incertidumbre contemporánea?

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El signo más relevante del siglo XXI es, sin duda alguna, la incertidumbre. Esta época está marcada por migraciones, crisis globales, conflictos geopolíticos y transformaciones culturales realmente aceleradas, las familias enfrentan desafíos sin precedentes. Una de las principales inquietudes de los padres de familia es saber a qué adaptarse y cómo hacerlo para, con sus hijos, navegar en una sociedad cada vez más compleja. Al respecto, un estudio reciente de la Universidad Católica Portuguesa, liderado por el psicólogo Carlos Barros, revela que la respuesta está en la resiliencia intergeneracional y la empatía cultivada desde el hogar.

Incertidumbre: ¿Amenaza u oportunidad?

El psicólogo Barros retoma el concepto de “evitación de la incertidumbre” que fue popularizado por el antropólogo Geert Hofstede; el cual explica por qué algunas sociedades se paralizan ante lo desconocido, mientras otras lo abrazan.

Según el estudio, las familias en culturas con baja ‘evitación de la incertidumbre’ crían hijos más curiosos, con roles de identidad y participación más flexibles y una menor tolerancia a las reglas rígidas. En cambio, en sociedades con alta ‘evitación’, prevalece el miedo a lo diferente y la necesidad de mayor control.

En el primer tipo familiar, claramente hay mayor adaptabilidad a los cambios y búsqueda de soluciones creativas y cooperativas frente a nuevos desafíos; sin embargo, también se diluyen cualidades importantes para el núcleo familiar como el compromiso, el sacrificio, la presencia y la identidad complementaria para sostener un refugio que resiste ante las crisis.

En el segundo tipo familiar, por el contrario, muchos desafíos no experimentados en el pasado quedan sin atención, ocultos o invisibilizados; sin bien, la solidez de las convicciones, los roles y los compromisos de la familia son un auténtico refugio y certeza para los individuos que luchan contra un mundo cambiante, la poca adaptabilidad (evitar la incertidumbre) incrementa las condiciones y cualidades del miedo que termina alejándose de la realidad externa.

Resiliencia como proceso dinámico

Entonces, ¿Cómo debe ser el rol de la familia para enfrentar la incertidumbre contemporánea? Para el autor del estudio, las familias que interiorizan una dinámica de resiliencia tanto en la seguridad como en la esperanza saldrán adelante con mejores herramientas, capacidades y, sobre todo, con la valoración positiva tanto de sus raíces como de la prospectiva de su identidad.

La resiliencia no es solo “aguantar” las crisis, los desastres o las recurrentes adversidades como un muro sólido pero erosionado por la falta de vitalidad renovada; y tampoco significa solo “fluir” en los vaivenes del tiempo, sin cimientos y sin sentido de corresponsabilidad, con identidades volátiles y confusas. La resiliencia es un proceso dinámico que en la familia está nutrido tanto de sus más profundas tradiciones culturales como de las más creativas herramientas de adaptabilidad.

Barros pone el ejemplo con las experiencias de las familias migrantes y concluye que estas, al vivir en condiciones extremas de adversidad, transmiten estrategias de adaptación a sus hijos que involucran desde conservar las tradiciones de su identidad (lengua, costumbres, valores, hábitos, religión) hasta promover nuevas habilidades necesarias (aprender nuevos idiomas, reconocer valores culturales distintos e interactuar con libertad reconociendo la identidad propia y la dignidad de los demás)”. Esta respuesta de la familia a la resiliencia “crea un colchón emocional frente al estrés” que viven tanto los individuos como el colectivo familiar en un contexto de incertidumbre.

Por si fuera poco, la resiliencia es una cualidad de identidad y adaptabilidad que se transmite claramente entre generaciones; son los más pequeños quienes recogen de las experiencias de adversidad superadas mejores habilidades para negociar con cautela y esperanza su propio futuro familiar.

Empatía, empatía, empatía

Finalmente, el estudio enfatiza la importancia de educar en la empatía en tiempos de incertidumbre. Barros asegura que la empatía no es innata sino que se desarrolla esencialmente en la familia; y por ello, son pertinentes los espacios que proveen herramientas para su puesta en práctica en el seno familiar a través de talleres, terapias, sesiones, encuentros y demás estrategias solidarias o subsidiarias.

Así, si los padres escuchan activamente a sus hijos y validan sus emociones participan de la formación de una tolerancia social realista; y al mismo tiempo, si se mantienen las certezas profundas de la misión paternal y familiar, se provee confianza y un sitio seguro para que sus miembros se desarrollen en bienestar. La empatía, por tanto, es semilla de una sociedad más justa.

En conclusión, los intensos cambios socioculturales continuarán durante mucho tiempo antes de que una nueva etapa de seguridad vuelva a aparecer en el horizonte civilizatorio, mientras tanto, las familias son las auténticas “arquitectas de resiliencia” que requieren, además de herramientas y habilidades hacia adentro, de políticas públicas en la sociedad compartida para auxiliarse en esta responsabilidad y labor hacia el futuro.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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Columna Invitada

¿Podemos confiar en los medios?

Si no logramos tener en la comunicación tan fundamental, en la vida diaria, de esa vivencia de la esperanza, nuestro futuro será bastante dudoso

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En este momento, la gran escasez, es de esperanza. Y no necesariamente porque nosotros, en lo personal, estemos desesperanzados. Básicamente, pensemos en los medios, tanto los profesionales, los oficiales, como los privados, los de las redes sociales, que nos tienen constantemente en un estado de duda, de agobio y desesperanza. Y esto es algo que nos mantiene inquietos.

 Pensemos en dos noticias importantes de los últimos días. Uno es el caso de las guerras tradicionales.  El otro, el de las guerras comerciales. Ambos, entre naciones. Ambos, con el potencial de dañar a agresores y agredidos. Porque, en una guerra, todos los bandos pierden.

 El enfrentamiento entre Trump y su vicepresidente Vance con el señor Zelensky, presidente de Ucrania, quienes nos dieron un verdadero show que deja a la humanidad en la desesperanza. Poco importa saber quién ganó, quién perdió, quién tenía la razón, si alguien fue grosero o si ambos lo fueron, si ambos deberían de pedir disculpas o no. Simplemente, el resultado, después de haber visto un enfrentamiento de este estilo, no nos deja nada. No nos deja una posibilidad clara de que esta guerra, tan compleja, se vaya a resolver pronto.

 Y por el estilo: en estos mismos días, se hace realidad la ya tan anunciada amenaza de poner aranceles a distintos países, entre otros México. Tras de un tiempo de espera, el señor Trump cumplió con sus amenazas y de poco sirvieron reuniones, ofrecimientos de acciones por Canadá y México para cumplir las peticiones del presidente de los EE. UU.

Hay varios asuntos alrededor. Por un lado, los temas mismos. Situaciones complejas, difíciles, que no se pueden manejar con simplicidad. Pero, más importante, hay una deformación constante, buscada y desarrollada de la opinión pública. Donde se escuchan informaciones, se presentan datos y se tuercen, se muestran parcialmente, solamente para darle peso a sus ideas.

El resultado de esta comunicación, es desesperanza, miedo, rencores, fanatismo, odio. Tenemos no solamente ese tipo de resultados sino, algo tal vez más importante: nos estamos acostumbrando a tener una apariencia de razonamiento. Se ha hablado mucho de la posverdad, un tema tal vez más para filósofos y especialistas en el lenguaje. Vivimos las llamadas fake news; se nos está diciendo que ya la realidad no es lo que importa, que la razón no cuenta. Es una transformación, una deformación de la percepción de la realidad. A esas visiones deformadas se les hace pasar por razones. Y lo peor, es que lo estamos creyendo. Ante esta situación, ¿podemos confiar en los medios?

¿Cuál es el objeto de esta transformación, de esta deformación? ¿Será acaso buscar la paz? ¿O será tal vez el dinero o el prestigio? Parece que una parte del objetivo es crear y obtener ventajas de tipo económico. Pero también una parte importante es que tal vez, de ambos lados, hay una búsqueda de ganar a costa de la derrota del otro. No hay en esta discusión una búsqueda del concepto de ganar-ganar. Parecen decir: “Te aplico mi poder y no puedes hacer más que aceptar mi voluntad”.  Y lo hacemos frente a la prensa o en la plaza pública, donde no voy a aceptar que el otro pudiera tener, ni siquiera, un poquito de razón. Donde quiero quedar bien, porque estoy frente a quienes van a decir: ¿Quién ganó?

En ambos eventos nos encontramos con supuestos argumentos, con frases como: “no nos agradecen, no duran ustedes ni dos días sin nuestro apoyo, nos están faltando al respeto” o en el otro caso, como: “tomaron decisiones unilateralmente, no nos han tomado en cuenta, nosotros somos un pueblo soberano y ustedes no lo están considerando”. Finalmente, argumentos que son más de emotividad y no necesariamente de razón. Y que después de haberlos dicho, es muy difícil echarse atrás.

 El punto es cómo avasallar al enemigo, cómo poner fin a sus anhelos. Están poniendo sus ilusiones en mentiras. Y no debemos ser así. Necesitamos poder arriesgarnos a tener esperanza y tenemos que defender nuestra esperanza con respeto, con delicadeza; sostener nuestros puntos de vista, y vivir de acuerdo con esa esperanza. Y esto es verdaderamente importante.

Si no logramos tener en la comunicación tan fundamental, en la vida diaria, de esa vivencia de la esperanza, nuestro futuro será bastante dudoso. Tenemos que acostumbrarnos a tratar de convencer porque lo vivimos, ya que nosotros lo estamos demostrando con nuestro modo de ser, que creemos en aquello que estamos tratando de usar como argumento.

Tenemos problemas, casi siempre, por convertir el análisis en un asunto de política. La comunicación tiene un fondo político por el mero hecho de que trata de lo público, y también al revés: todas las cosas públicas terminan teniendo una faceta de comunicación. El propósito de una buena comunicación es poder construir una comunidad. Pero una comunidad no se construye de la manera como lo estamos presenciando. No se construye sin armonía, no se construye venciendo y derrotando a los demás.

Se trata de aceptar que puede haber diferentes puntos de vista y que, muchas veces, esos aspectos son valiosos. No se trata solamente de tener un buen método para vencer, que es lo que estamos manejando en este momento: hay que tratar de construir la paz tanto en los extremos tan dolorosos como puedan ser la situación en el Medio Oriente o en Ucrania, como la paz en nuestros hogares, en nuestras familias, en el trabajo diario, en la Sociedad.  Y, por difícil que parezca, también en la política.

 Es importante construir garantías, de manera que pueda haber confianza.  Mientras no tengamos confianza los unos en los otros, la paz es imposible. No se trata de lograr la paz para el vencedor y, desgraciadamente, lo que estamos viviendo en este momento es que algunos quieren tener paz, a costa de que otros pierdan.

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

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