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Felipe Monroy

El voto de Dios y la Virgen

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Durante el tercer y último debate de los candidatos a la presidencia de la República, destacó una peculiar (y riesgosa) estrategia de vincular las expresiones de fe, la apologética integrista, la pertenencia e identidad religiosa así como la devoción personal con el ejercicio de la política, del poder y de la representación popular.

La utilización política y mercadológica de los símbolos religiosos arraigados en el pueblo mexicano no es una novedad para nadie; como siempre, es relevante analizar por qué el tema siempre termina manifestándose en un proceso político o electoral aunque, en esta ocasión, como no se había visto en más de un siglo, el discurso político-religioso subió de tono ya que se sugirió que un representante popular “debe” dar explicaciones a un líder religioso de sus actos y se afirmó, desde el prejuicio, que la profesión de una fe diferente o la ausencia de la misma denota valores negativos de la persona.

La ley en México es clara: No se puede sugerir ningún tipo de discriminación a nadie por profesar o no una religión. De hecho, el artículo tercero de la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público exige que ningún documento oficial de identificación debe contener información sobre la orientación religiosa de las personas. La razón es simple: la identidad religiosa no determina ninguna cualidad de la identidad mexicana. Aún más, en el artículo 394 de la Ley General de Instituciones y Procedimientos Electorales es terminante con las candidaturas ciudadanas: “Abstenerse de utilizar símbolos religiosos, así como expresiones, alusiones o fundamentaciones de carácter religioso en su propaganda”.

No obstante, existen voces (entre las que me incluyo) que recomendamos una profunda reflexión sobre los efectos que estos principios esquizofrénicos provocan en un pueblo al que el Estado le exige dividirse permanentemente como ‘persona política’ y ‘persona religiosa’. Una adecuación moderna sobre el ejercicio pleno de la libertad de conciencia, libertad de pensamiento y libertad religiosa no sólo apela a tener mejores condiciones para los creyentes de cualquier credo sino especialmente para quienes eligen el agnosticismo y el ateísmo como expresiones válidas de su vida individual, social y política.

Lo que ocurrió en el debate y el postdebate en el que las vocerías de uno de los partidos políticos cuestionó desde un integrismo seudorreligioso “la falta de fe” de una de las candidatas es ejemplo suficiente del porqué, mientras no haya armonización entre las dimensiones de la República laica y la libertad religiosa, el que alguien tenga una fe o la ausencia de la misma seguirá siendo utilizado como arma discursiva de prejuicio, sectarismo y fanatismo religioso.

En México ya sabemos qué sucede cuando este tema se relativiza y se intenta resolver por medio de arreglos cupulares. José C. Valadés nos recuerda cómo se ‘dirimieron’ los conflictos político-religiosos en el Porfiriato tras la Reforma: “En lugar de combatir con el alto clero, en vez de suscitar la violencia contra la Iglesia, como lo habían hecho los viejos jacobinos mexicanos, el general Díaz, se propuso y lo logró con creces, poner bajo el ala del Estado a los arzobispos y a los obispos, y serenar la conciencia religiosa con la tranquilidad y la seguridad de quien, teniendo del brazo a los jefes, nada ha de temer a la grey”. Es decir, si el poder político y económico se granjea a la jerarquía, el conflicto se suspende.

Pero también, tras la Revolución y particularmente tras la actitud de persecución abierta de la Ley Calles y la Guerra Cristera, los Arreglos de 1929 pusieron freno a la escalada de agresiones y conflictos. La Ley Calles había encendido hogueras e incendiado inúmeros pueblos orillando a los obispos de México a refugiarse en Estados Unidos, y a los sacerdotes y a los fieles a realizar su ministerio en clandestinidad; pero incluso bajo esas circunstancias realmente adversas, el episcopado mexicano con liderazgos conciliadores como Leopoldo Ruiz Flores (obispo de Tabasco refugiado en Nueva York) y Pascual Díaz Barreto (arzobispo de Michoacán exiliado en Texas) se llegó a un acuerdo moderadamente aceptable, aunque sustentado en una simulación absoluta que ofendió a los cristeros que habían literalmente derramado su sangre en una batalla por la santidad. Al final, se pactó una indiferente coexistencia entre Iglesia y Estado hasta que los intereses de uno u otro los hiciera cooperar juntos esporádica y utilitariamente por mutua conveniencia.

En conclusión, el problema con la instrumentalización de los símbolos religiosos no es por la Virgen de Guadalupe o la conciencia del pecado, lo imperdonable es el prejuicio que deja entrever esta acusación hecha desde el purismo e integrismo religioso. Dudo mucho que tanto los creyentes de los más diversos credos como los ateos y los agnósticos, deseen que la política pública los discrimine o privilegie según su credo o su libre decisión de no tenerlo. Pero también considero que las dimensiones religiosas, comunitarias y espirituales deben participar sin simulación ni conveniencias en la vida social de la nación mexicana; entender y promover la libertad del prójimo pone en una dimensión correcta, moderna y democrática sus adhesiones, sus principios y valores éticos y religiosos, así como la tolerancia ante la pluralidad.

Director de VCNoticias.com @monroyfelipe



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Felipe Monroy

Erotismo virtual y las cavernas del desierto

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La compra, venta y suscripción de material pornográfico o semi-pornográfico en diversas plataformas digitales es un fenómeno que se ha instalado en la sociedad contemporánea de una forma peculiarmente natural, normalizada incluso. Sin embargo, hay mucho qué reflexionar sobre los efectos que este fenómeno provoca sobre la autopercepción personal, las valoraciones sociales en torno a la dignidad de las personas y las cualidades del auténtico bienestar integral.

Hay voces que, en favor del negocio a través del cual se prostituye la imagen, el nombre o la vida íntima de las personas, afirman que el intercambio de estas ‘mercancías’ no corrompe el cuerpo de quien se vende o no pone en peligro su integridad física; por el contrario, otros consideran que el comercio indiscriminado del cuerpo, la imagen y la identidad (especialmente de mujeres) repercute negativamente en varios aspectos de la vida al supeditar la libertad, identidad y dignidad humana a los mecanismos más deshumanizantes del mercado.

Parece que sólo desde una lógica racionalista del mercado y desde la perspectiva de que es inevitable la autoexplotación de la dignidad personal es posible justificar los bienes que este modelo de negocio. Por el contrario, las iglesias y religiones, al operar bajo lógicas diferentes, suelen ser muy críticas a aquellas actividades comerciales. Por eso ha sorprendido la entrevista publicada en People de la joven ‘Sophie Rain’, de 20 años, quien asegura haber ganado 43 millones de dólares por vender su contenido en la plataforma OnlyFans al tiempo de “conciliar sus valores cristianos”.

Para la joven, el publicar contenido sexual o erótico explícito para adultos no afecta su fe porque es asidua a los servicios religiosos de su congregación. En la entrevista señala que “el Señor es muy indulgente y me puso aquí. Él me puso en la Tierra por una razón y yo sólo estoy viviendo cada día”. En la entrevista, se da a entender que su adhesión e identidad cristiana también está ligada a la caridad de la comunidad religiosa recibida por su familia y por ella, cuando era niña. Y esta declaración recuerda a un par de anécdotas del siglo IV de ciertos monjes cristianos que se retiraron a las cavernas del desierto a vivir de forma ascética y cuya forma de vida era ejemplo para los pueblos aledaños.

La primera historia es sobre Paesia, una joven que perdió a sus padres y quedó huérfana; inicialmente hizo de su casa un hospicio para recibir a los monjes y sacerdotes de Escete (Egipto). Cuando gastó todos sus bienes, la joven comenzó a pasar penurias, “entonces algunos hombres perversos la buscaron y la alejaron del buen propósito, ella comenzó a obrar mal hasta prostituirse”. Los monjes buscaron al famoso abba Juan Colobos (340-410 d.C.) y le contaron lo que sucedía con aquella hermana que había sido tan buena y generosa con los frailes mientras tuvo recursos: “Mostrémosle ahora nosotros caridad a ella, ayudándola”.

El monje fue a verla. Con el dinero por vender su cuerpo y juventud, Paesia ahora vivía en un pequeño palacete con muchos criados y recibió a Juan Colobos con cierto orgullo y vanagloria. El monje, al verla lloró y ella le preguntó por qué. “Veo a Satanás jugando en tu rostro, ¿no he de llorar?”, dijo el religioso. La joven se conmovió, reconoció el mal que se hacía a ella misma y preguntó al monje si había una ‘penitencia’ para purgar sus errores. Juan Colobos la llevó al desierto, en una cueva “hizo una pequeña almohada en la arena y haciendo la señal de la cruz le indicó: ‘Duerme aquí’… hacia la medianoche, mientras hacía sus oraciones, el monje vio un camino luminoso que bajaba desde el cielo hasta donde ella estaba, y vio a los ángeles de Dios que llevaban su alma”. La historia concluye que una hora de penitencia de la joven había valido más que la penitencia de los muchos monjes que se habían alojado en su hogar: “habían pasado en ella largo tiempo, pero no habían mostrado el ardor de la suya”.

Otra historia cuenta una anécdota del abba Timoteo, presbítero y un monje cenobita también de Escete. El religioso conocía el caso de una mujer que daba en limosna todo el dinero que hacía vendiendo su cuerpo a hombres lujuriosos; preguntó a su maestro el abba Pastor qué opinaba. El anciano monje le dijo: “Ella no permanecerá en ese negocio porque el fruto de la fe se manifiesta en ella”. Pasó el tiempo y la madre de la mujer acudió a ver al padre Timoteo para buscar orientación pues su hija había incrementado tanto sus clientes como las ganancias, aunque seguía dando todo en limosna.

La madre también le dijo al sacerdote que su hija le había dicho que deseaba acudir a ver al fraile para pedirle, con vergüenza por sus pecados, que los monjes pidieran a Dios por ella. Timoteo no sabía qué hacer y pidió nuevamente consejo al anciano abba Pastor. El viejo monje le dijo: “Ve tú, más bien, a encontrarla a ella. No sé por qué has esperado tanto”; y así hizo Timoteo. La historia concluye con el encuentro del presbítero y la mujer comprendiendo sus respectivos errores, ayudándose mutuamente a agradar a Dios.

Existen muchísimas historias ancestrales de los monjes del desierto y aunque pertenecen a una era ya extinta, en ocasiones guardan enseñanzas incluso para nuestra época. Las historias anteriores tienen una similitud más allá del tema: es cierto que –como dice la estrella de la plataforma de contenido sexual explícito– la fe no se pierde incluso en estas condiciones de comerciar con el cuerpo y su dignidad íntima; pero sólo la cercanía personal, desinteresada y humilde de los pastores o religiosos, fraternalmente preocupados por sus semejantes, es el vehículo para que se reconozcan las verdaderas afectaciones a la persona en su integridad (física, moral, espiritual, identitaria) por estar sujetas a este negocio que subarrienda la dignidad y trastorna a sus consumidores.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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Felipe Monroy

Estamos solos en esto

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Las identidades ideológicas, religiosas o partidistas siempre serán una fuerza influyente dentro de las estrategias político-operativas para mantener o conseguir el poder; su efectividad depende usualmente de dos factores: de la dureza en las fronteras en la identidad del grupo y en el tamaño simbólico de sus enemigos reales o imaginados. Y si hay algo que agrava la vida democrática de una nación es la exacerbación de ambos factores.

Por un lado, los conflictos internos en las cúpulas del poder político en México tienen su origen en el propio interés por incrementar o mantener el control. El deseo de orden y estabilidad dentro de las filas del poder produce el estrechamiento de las fronteras de los que se consideran a sí mismos como “puros” frente a los que considera “viciados” o “corrompidos”.

Hemos visto en las últimas semanas cómo se multiplican y recrudecen las pugnas dentro de los grupos en el poder político en México: a través de acusaciones y recriminaciones mutuas se busca deslegitimar a los hermanos por la heredad del trono. El poder acumulado es una tentación natural y ya sin el riesgo de salir a buscarlo, el principal objetivo de los nuevos liderazgos será erigirse como esa identidad que merece el ejercicio de dicho poder o, por lo menos, la potestad para repartirlo a quienes se alineen mejor a la identidad del liderazgo establecido.

Como se ve, quien pertenece a un grupo de poder aún puede crear otras fronteras más íntimas de los privilegiados mientras radicaliza la dureza en la identidad del grupo interno e incrementa el tamaño de sus enemigos con las periferias del poder de los que hasta hace poco fueron correligionarios. Incluso en los estrechos círculos de poder, un grupo que se identifica a sí mismo como ‘más fiel’ o ‘más consciente’ se autoconvence y predica a sus prosélitos: “Estamos solos en esto”.

Por otra parte, los proscritos del poder (eso que algunos insisten erróneamente en llamar “la oposición”) tienen la opción de buscarlo y hacerse de él básicamente de la manera correcta que es acompañando una lucha política por los auténticos clamores sociales; sin embargo, casi siempre prefieren el camino sencillo al usurpar discursivamente las cualidades morales de algún conflicto irracional para auto erigirse como el único remedio. También ellos, al igual que sus adversarios, dicen “estamos solos en esto” antes de emprender auténticas y desaforadas cruzadas identitarias.

Respecto a esto, las capacidades mercadológicas de la nueva política ‘emocional’ han revelado cuán exitosas son las campañas mediáticas y electorales que ya no buscan el diálogo atemperado o debates racionales y argumentados, sino que vencen a través del puro enardecimiento de las masas a través de eslóganes agresivos y panegíricos llenos de autoelogios.

La búsqueda de poder para estas ‘oposiciones’, por tanto, se torna en una carrera por hallar y atizar voces minoritarias para convocarlas a batallas absolutas contra estructuras de poder existentes o contra los cambios sociales. Es en este tipo de motivaciones donde reside un fermento de polarización emocional de uso político: exacerbando las divisiones sociales (señalando y acentuando las diferencias), propugnando por hiperregulaciones (ejerciendo presión legislativa o punitiva contra aquellos que no piensan y obran como ellos desean) y minando los valores democráticos más básicos como la equidad, la pluralidad, la diversidad, la argumentación dialógica y la inclusión de las voces en el concierto de negociación política.

Es imperativo que toda la estructura social entre en dinámicas propositivas de resolución de conflictos, sin obviarlos o eludirlos. Las injusticias están allí: los crímenes y las carencias, los privilegios de unos y las precariedades de otros, los abusos y las víctimas. Faltan los espacios de pluralidad dialogante donde ningún liderazgo azuce a sus huestes con la idea de que “están solos” en el “verdadero” “rescate” de una patria o un pueblo.

Porque la exacerbación de estas identidades pseudo-heróicas reconfigura los conflictos políticos en batallas morales; donde todas las estrategias para superar las conflictividades se encuentran atravesadas por mecanismos socio-psicológicos como el temor, la escisión, la obediencia y la sumisión irrestrictas; y donde los discursos se plagan de agresividad, superioridad y desprecio.

La administración del poder no es una tarea sencilla, siempre se debe mantener un sano temor de que los cuadros internos no se perviertan en actos de corrupción por operar en la cúspide del privilegio o que la creación de ‘niveles’ o círculos concéntricos en torno al centroide del poder no sólo sirva para la gestión funcional y operativa del mismo sino como la jerarquización de clanes o camarillas de ‘puros’ y ‘defensores’ de inasibles ideales.

Pero además, la búsqueda de poder también debe mantener un sano temor de que sus tácticas no alimenten viejos o nuevos fanatismos, fuerzas integristas que dibujan sus propios monstruos enemigos para hacerse pasar por políticos heroicos. Nada es más peligroso que eso.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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Felipe Monroy

Tregua verbal

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En días pasados, el obispo Javier Acero Pérez hizo un llamado para que los días 12 y 25 de diciembre los mexicanos hicieran una “tregua” para reducir la violencia a la que nos hemos acostumbrado. El llamado no se limitó a los criminales para que bajen las armas; sino que hizo extensiva la invitación esencialmente a políticos y periodistas para también dejar de lado la agresividad discursiva y las agendas de interés confrontativo.

Los días elegidos no son casuales: el día de la Virgen de Guadalupe tiene un significado histórico en la pacificación de la cultura mexicana; y el día de la Natividad de Jesús también guarda un importante simbolismo como sucedió en la tregua de Navidad de 1914 durante la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, a diferencia de lo que se ha especulado en los medios, esta invitación a la tregua no se trata de un cálculo político demasiado pensado, sino un anhelo sencillo y esperanzado ante la cantidad de violencia que se vive en el país.

Se equivocan quienes afirman que el llamado a la tregua pretende “sustituir” el poder de las sotanas por la capacidad del Estado para enfrentar el problema del crimen organizado; el deseo originario tiene su valor en su sencillez, incluso en su desinteresada espontaneidad. El llamado a la tregua no tiene lógica en el poder sino en la armonía; tiene una espontaneidad moral que clama por armonía, no por control. Parafraseando a Eckhart: “Quien busca la paz a través de los senderos, encontrará los senderos y perderá la paz, que reside en los senderos”.

Una tregua habla esencialmente de la libertad de decisión; cada quien puede persuadirse o no de la responsabilidad de su actuar tanto como de sus palabras. Y esto último es realmente importante en el espacio cultural actual donde la vociferación de majaderías ha tomado los principales escenarios de conversación o, más precisamente, de intercambio de sandeces.

Me explico: El exceso de ruido e información en el espectro mediático y digital obliga hoy a los comunicadores a manifestar sus pensamientos de forma creativa e inteligente para ‘destacar’ entre el océano de estridencias; sin embargo, en lugar de creatividad hay sólo agresividad cáustica, burlona o pendenciera, infames vituperios y un desaforado griterío de necedades.

Hoy no se premia ni se recompensa al pensamiento sosegado, atemperado, analítico ni crítico; se enaltece a bufones llenos de agresividad que defienden a ultranza sus íntimas convicciones. Y eso es una decisión política que mantiene un ciclo creciente de virulencia pendenciera. Es decir, los comunicadores pueden tomar la oportunidad de la tregua para moderar los impulsos de sus certezas y propiciar el mejor servicio que pueden hacer: poner en común, abrir espacios de diálogo, construir puentes de entendimiento y silenciar sus propias diatribas y ceder el micrófono a voces que se suelen acallar sistemáticamente.

Ahora bien, la tregua no sólo es una oportunidad para los profesionales de la comunicación; una tregua útil en este aspecto cabría además en la audiencia para dejar de promover, patrocinar o consumir que en los que han hecho de la maledicencia su negocio. Todo ello, en términos de decisión política, ofrece espacios renovados dónde se puede experimentar el valor reflexivo en torno a las obligaciones éticas y morales de la sociedad como el bien común, la asistencia a los necesitados y la búsqueda activa de justicia.

Es claro que la tregua verbal no implica callar las injusticias, las corrupciones o los dolores sobre la faz de la tierra o que se cometen contra las personas; pero sí requiere que los partícipes estén convencidos de que el valor moral de su actitud supera cualquier otro valor material, económico o utilitario.

Tanto la tregua que llama a deponer las armas en la cotidianidad de los actos delictivos como la que invita a regular mediante el cumplimiento de altos estándares de corresponsabilidad política y mediática (o, por el contrario, a evitar comportamientos egoístas y utilitarios) tienen un modo práctico que conecta el sentido de la paz con el obrar concreto en “los días de tregua”.

Finalmente, también ha sido motivo de crítica que la tregua no deja de ser sólo un acto corto y pasajero, una ficción simulada y fugaz entre los reales dramas de una sociedad violenta. Y quizá sea cierto pero hay que recordar que la tregua no sustituye las responsabilidades institucionales del poder y del control: La pacificación en México es necesaria no sólo por la violencia criminal persistente sino por las graves injusticias sociales y culturales vigentes, por las hegemonías políticas que desoyen el clamor de los que no tienen voz y por la vana autorreferencialidad de los nuevos modelos de comunicación. El deber –como dice el clásico–, ata a la libertad; y la tregua sólo puede ser hija de la libertad, de la decisión personal y de la voz de su conciencia. Su anhelo es la armonía, no el orden; su potencia es la bondad, no la obligación. Pero quizá son esos actos cortos y pasajeros los que dan sentido a la búsqueda institucional y formal de la paz y el bienestar; como apuntó Cayo Salustio: “La armonía hace que las cosas pequeñas crezcan; y su ausencia, por el contrario, provoca que las grandes obras, perezcan”.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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Felipe Monroy

Sinodalidad: la radicalidad de un nuevo horizonte

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En el décimo segundo año de su pontificado y ante la décima tanda de cardenales creados por él, el papa Francisco puso en el centro de su mensaje su intención de que la Iglesia católica revalore su misión en “el riesgo del camino”. A los purpurados, que en otros tiempos se les consideró “los príncipes de la Iglesia”, ahora les pidió ser “artesanos de comunión y constructores de unidad” pero además “misioneros en el camino” para encontrarse ahí donde están las historias y los rostros de aquellos que necesitan signos de fraternidad, humildad, asombro y alegría.

Ha sido un intenso año para Francisco, entre los viajes apostólicos y la clausura de la segunda sesión del ‘Sínodo de la Sinodalidad’, se dio tiempo de concretar su cuarta encíclica apostólica ‘Dilexit Nos’ y animar los preparativos para el Jubileo Ordinario 2025 que lleva el lema ‘Peregrinos de Esperanza’. Sin embargo, en su mensaje a los cardenales condensa un par de ideas que confirman el nuevo horizonte para la Iglesia universal: que el camino parece ser hoy más importante que el destino; y que la audacia es una actitud que no debe ser proscrita a priori ni prejuzgada por las estructuras eclesiásticas.

No parece mucho, pero en el fondo, la Iglesia Católica está explorando un camino radical de transformación mediante ese proceso sinodal impulsado por el papa Francisco. La sinodalidad, al ser más una ‘invitación’ que una ‘indicación’, ofrece a los miembros de la Iglesia entrar en un movimiento que no es simplemente un ejercicio administrativo o instruccional, sino una profunda reimaginación de cómo la comunidad eclesial comprende su misión y su identidad.

El Sínodo sobre la Sinodalidad hoy representa un giro fundamental en la comprensión tradicional de la estructura eclesial en la que necesariamente haya más escucha y más diálogo; más apertura a la gobernanza colaborativa; y una renovada vitalidad espiritual centrada en la conversión y en la actitud misional. Es decir, ya no se trataría de ser una institución jerárquica cerrada, sino una comunidad dinámica y participativa que busca escuchar todas las voces, incluso aquellas históricamente marginadas.

El proceso sinodal en varias partes del mundo así lo demuestra: El año pasado, la Conferencia de Obispos Católicos de Brasil invitó a una mujer transgénero a que expusiera su historia de resiliencia espiritual y, al final, el diálogo demostró cómo la escucha genuina puede transformar percepciones largamente arraigadas.

O en Filipinas: hoy la Iglesia local abre espacios a jóvenes profesionales y teólogos que están reconfigurando el diálogo eclesial, introduciendo perspectivas sobre justicia social y responsabilidad ecológica en espacios universitarios y laborales. O lo que sucedió en una aldea de Kenia: el proceso sinodal “suavizó los modelos jerárquicos tradicionales” –así lo menciona el documento sobre ‘Caminos Africanos de la Sinodalidad’ publicado en 2023– y ahora son las mujeres mayores y las jóvenes las que participan por primera vez, colectiva y fraternalmente, en decisiones parroquiales relevantes. Finalmente, en el corazón europeo, varias parroquias católicas alemanas construyen puentes interreligiosos sin precedentes. A través del diálogo, sin prédica ni propagandas, la comunidad se siente recibida a compartir de manera auténtica su realidad cultural y espiritual.

Los elementos centrales de esta transformación incluyen una toma de decisiones más descentralizada, mayor participación laical, transparencia sin ambages, un mayor énfasis en el diálogo y reconocimiento de diversas experiencias espirituales. No se trata de una revolución, sino de una evolución orgánica eclesiástica que recupera aspectos fundamentales de la tradición eclesial.

Hoy la sinodalidad está desarrollándose como un ‘modus vivendi et operandi’ que afecta el estilo, las estructuras y los procesos de la Iglesia. Que implica una corresponsabilidad donde la autoridad se ejerce mediante el discernimiento colectivo, escuchando atentamente lo que el Espíritu sugiere a través de la comunidad.

No todos los creyentes católicos –mucho menos sus pastores– han adoptado este estilo de convivencia y servicio. Pero es comprensible que haya resistencias porque la búsqueda de la unidad armónica –en contraposición a la unidad monolítica–; la disposición a la permanente conversión personal –en lugar de sólo juzgar y condenar al prójimo–; la promoción de un profetismo social –que cuestione el pensamiento dominante–; y la actualización del lenguaje eclesial –especialmente para dar reconocimiento a la contribución de las mujeres en la Iglesia– no son actitudes que puedan asumirse por indicación, sino por andar el camino y comprender sus riesgos.

Es por ello, que la implementación de la sinodalidad como actitud eclesial no será uniforme ni inmediata. Dependerá de los contextos culturales y eclesiales de cada país y región, y encontrará resistencias aunque, también por ello, logrará abrir nuevos horizontes para esas dificultades.

Habrá que recorrer esa vereda para ver si el proceso sinodal realmente logra crear metodologías más inclusivas y receptivas mientras atiende los grandes desafíos contemporáneos. Se anticipa que será un camino complejo pero esperanzador; un nuevo horizonte que no teme a los riesgos de andar por las veredas de la inclusión, el diálogo y la corresponsabilidad. Veremos.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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