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Felipe Monroy

Alfonso Cortés: El diálogo como camino para la Iglesia contemporánea

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Al concluir su servicio como arzobispo de León, Alfonso Cortés Contreras ha dejado claro que su vocación trasciende el gobierno episcopal. Desde hace una década ha estado detrás de algunas audacias que ponen al día el camino de la Iglesia contemporánea: el diálogo, la educación, la cultura, el encuentro y la reflexión sobre el sentido práctico y trascendente del conocimiento en los desafíos antropológicos actuales; por ello, aún se perfila como un promotor de estos espacios que se han tornado cruciales para la Iglesia.

Cortés Contreras tiene una historia personal intensamente vinculada a la educación formal y a las instituciones de enseñanza como rector del Pontificio Colegio Mexicano y presidente de los institutos internacionales de formación de clérigos afincados en Roma; experiencia que le ha facilitado promover con creatividad nuevas maneras de colaboración y cooperación entre centros educativos concretos y organizaciones que también coadyuvan en la educación aunque no necesariamente desde el ámbito tradicional.

Esto último no es una simpleza y al menos para México donde la cooperación interinstitucional representa una urgencia absoluta para evitar que camarillas politizadas tiranicen ámbitos que exigen la contribución de todos. Es bien conocida la compleja relación que la Iglesia mexicana ha sostenido en diversos niveles con las administraciones de la República; los mismos procesos históricos que han marcado los márgenes de la libertad religiosa y la laicidad educativa han afectado la posibilidad incluso de un mayor involucramiento del Estado con otras instituciones y organismos en las tareas formativas, incluidas las iglesias, la sociedad civil y hasta los padres de familia. De ahí que se reconozca la labor del arzobispo para facilitar la participación respetuosa de personajes e instituciones plurales en diálogos y encuentros que favorecen la integración apasionada pero despolitizada de los retos educativos.

A lo largo de la última década, Cortés ha favorecido la creación de iniciativas que buscan responder a esos grandes desafíos culturales y educativos resultado del “cambio de época” y de la “crisis antropológica” en donde la persona humana se somete a fragmentaciones artificiales de su vida impuestas esencialmente por la economía y el desarrollo tecnológico; a esas tensiones educativas y culturales ha propuesto una mirada menos rigorista y abierta a la comprensión de que la cultura implica todo el ambiente vital de la persona y no sólo a los fragmentos de interdependencia social.

Por ello, el diálogo para el arzobispo, no es una opción, sino una urgencia. En un momento en que la Iglesia se enfrenta a la sombra del integrismo, el rigorismo disciplinar y al capillismo político, la capacidad de escuchar y responder a las diversas voces de la sociedad se convierte en una herramienta indispensable para la nueva evangelización. Estar al servicio de los pueblos, no sólo desde un púlpito o desde la sanción canónica, sino en contacto directo con las realidades de cada comunidad, requiere un interés genuino por las expresiones sociales emergentes; disposición que, a la postre, impactará positivamente en el cambio de actitud que los creyentes deben asumir en una época donde la cultura ya no comparte necesariamente los valores o principios del cristianismo.

Desde un criterio renovado que contrasta con la autorreferencialidad, Cortés ha participado en la redacción y promoción del documento ‘Educar para una nueva sociedad’ (2012) del episcopado mexicano; un texto que no sólo ofreció un diagnóstico de lo que se definió como “emergencia educativa”, sino que propuso una visión de educación que trasciende las aulas y que ha buscado integrar a todos los sectores sociales en un diálogo más profundo y significativo para el reconocimiento de la identidad nacional y el valor de la transmisión de la cultura. Se trata de un texto que incluso se adelantó ligeramente a lo que el papa Francisco convocó en 2019 bajo el nombre de ‘Pacto Educativo Global’, el cual pretender recuperar la centralidad de la persona humana (su dignidad, su esperanza y trascendencia) en la transformación cultural profunda, integral y a largo plazo a través de la educación.

La hoja de servicios del arzobispo a favor del diálogo, la cultura y la educación en México incluye encuentros formativos de talla internacional, seminarios presenciales y virtuales, y eventos interinstitucionales de gran trascendencia como el Acto Académico sobre Laicidad Abierta y Libertad Religiosa celebrado en el 30 aniversario del reconocimiento jurídico de las asociaciones religiosas en México y el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre el gobierno mexicano y la Santa Sede, donde se ponderó la importancia de la libertad de pensamiento, conciencia y religión como derechos fundamentales del ser humano; o la Primera Jornada de Formación para Agentes de Pastoral de la Cultura, Educativa, Universitaria y del Deporte, en la que decenas de liderazgos nacionales intercambiaron experiencias formativas junto a expertos de talla internacional e instituciones culturales y deportivas de vanguardia.

Como arzobispo emérito, Alfonso Cortés quizá pueda secundar lo dicho por un longevo cardenal después de que el Papa le aceptara su renuncia al gobierno diocesano: “Ahora sí voy a poder orar y trabajar en serio”. Desde la Dimensión Episcopal ha construido vínculos y relaciones estrechas con el mundo de la educación y la cultura; algunos altos dignatarios pontificios como los cardenales Pietro Parolin, Christophe Pierre y José Tolentino de Mendonça –quienes han participado en actividades promovidas por el arzobispo– comprenden el vigoroso legado emprendido en esta área en los últimos años y que, además, proyecta a la Iglesia hacia un futuro renovado y revitalizante.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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Felipe Monroy

Home office y familia, desequilibrio productivista

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Parece que no hay vuelta atrás, el teletrabajo o home office se reducirá drásticamente este año; no sólo porque los grandes corporativos y gobiernos argumentan que contando con el personal en sus propias oficinas aumenta la seguridad y confidencialidad en la gestión de datos y operaciones; sino porque algunas instancias consideran que los lazos personales y profesionales favorecen la creatividad, la colaboración y la cohesión de los trabajadores. Quieren que los empleados ‘se pongan la camiseta’ como se estila decir en la jerga gerencial incluso si esa decisión puede afectar las dinámicas familiares creadas desde el confinamiento pandémico.

Es por eso que los empleados son los que no están de acuerdo con volver a los fríos cubículos, al tráfico cotidiano y a las horas desperdiciadas en chismes de pasillo. Según la reciente encuesta laboral de M. Page, los trabajadores mexicanos consideran que el home office los hace más productivos (68%), que logran concentrarse mejor en sus actividades (81%), que gestionan mejor sus tiempos entre lo laboral y familiar (73%), que evitan distracciones (50%) y que, al tener un espacio cómodo según sus particulares necesidades de luz o temperatura mejoran su rendimiento (71%). Huelga decir que son los líderes de proyecto y gerentes quienes opinan todo lo contrario; en la misma encuesta se revela que el eslabón directivo no sólo rechaza cualquier rasgo positivo del teletrabajo sino que parece enfrentarse a un vacío emocional de no poder ejercer su liderazgo.

Según otro estudio titulado ‘Vivir para trabajar’ de la Universidad de Waterloo en Canadá, el home office sí aumenta tanto la devoción como la productividad laboral. Por ejemplo, las madres teletrabajadoras promedian 49 horas semanales, casi 10 más que la jornada estándar mientras internalizan la presión de “demostrar competencia” (en México, asciende a 55 horas semanales); según las mujeres trabajadoras entrevistadas, todo el tiempo ‘ahorrado’ en traslado y en convivencia improductiva en la oficina no lo dedican necesariamente al cuidado de los hijos, al hogar o a ellas mismas sino a extender su jornada laboral.

A los hombres, por otra parte, el home office parece facilitarles adoptar la responsabilidad del “nuevo padre comprometido” como un ideal de desarrollar sus actividades laborales conjugando su devoción familiar: asumiendo más tareas domésticas y más compromiso con la educación y acompañamiento de los hijos. Sin embargo, el mismo estudio, revela que los varones también aumentan horas laborales a sus jornadas sacrificando principalmente tiempo de su bienestar (descanso, esparcimiento). Es decir, que el “involucramiento” paterno –algo muy positivo para la integración familiar– no desafía la cultura del exceso de trabajo.

En conclusión, empleados y empresas se benefician de las prácticas del home office porque permiten –especialmente a los padres de familia– a normalizar el exceso de trabajo; de hecho, la Confederación Patronal de la República Mexicano reconoció que la opción del trabajo remoto ayudaba a algunas empresas a mejorar la productividad hasta en un 28%.

El estudio canadiense propone además el análisis de un nuevo concepto: la “Taylorización del hogar”; es decir que las familias ahora gestionan sus tiempos a modo de proyecto empresarial. Desde esa perspectiva, las actividades ‘familiares’ sólo cobran sentido cuando tienen una orientación de utilidad, enriquecedora, productiva y de status. Algunos entrevistados aseguran que su vida cotidiana se ha tornado un “lujo estresante” en el que “podríamos quitar cosas de nuestro plato, pero elegimos no hacerlo”. Es decir, que el estilo de consumo de una familia en home office suele no alinearse a modos de economía ecológica tradicional: reducir, ahorrar, reusar, reparar, etc.

La investigación advierte que la integración trabajo-familia, facilitada por políticas flexibles, en realidad intensifica la carga laboral. Los empleados terminan autoexplotándose para cumplir con expectativas irreales. Mientras las empresas prioricen la productividad sobre el bienestar, la flexibilidad seguirá siendo sinónimo de autoexplotación. Por fortuna, algunas instituciones ya han advertido estos riesgos y promueven leyes que regulen el teletrabajo y que favorezcan el “derecho a la desconexión”.

En conclusión, la percepción de directivos y gerentes sobre la productividad de sus equipos en trabajo remoto es falsa: sí hay mucha más productividad en los trabajadores en home office pero básicamente es por el sacrificio que estos hacen tanto a su bienestar personal como a las dinámicas gratuitas familiares. Dicho de otra manera: la expectativa de que, al retornar a la modalidad presencial del trabajo, ‘mejorará la productividad’ es completamente falsa; pero también es falso que el mero retorno a las oficinas influirá positiva y directamente en el bienestar familiar de los trabajadores.

En el fondo todo parece indicar que se requieren nuevas estructuras laborales y nuevas dinámicas culturales en los trabajos (presenciales o a distancia) para que las empresas y sus empleados encuentren los equilibrios del bienestar colectivo de las familias y de las expectativas realistas de productividad laboral. Sólo así, el trabajo puede ser liberador y dignificante; y constructor de generaciones más armónicas para la sociedad futura.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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Felipe Monroy

La reforma de la Iglesia ilumina el ocaso papal

El líder espiritual de la Iglesia tiene varios problemas de salud

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Resulta pesaroso, pero es inevitable tener una conversación sobre el periodo crepuscular del pontificado de Francisco. Los signos están allí: es un venerable anciano con un extenso cúmulo de padecimientos delicados –unos crónicos, otros en crisis recurrentes– que ingresa en la última etapa de su vida. Pero, al mismo tiempo, es el líder espiritual de la Iglesia católica en todo el mundo y jefe de Estado del Vaticano cuyo decaimiento natural obliga a las instancias religiosas y de gobierno a moverse entre amorosas, precavidas y protocolares decisiones.

Los últimos reportes médicos sobre la salud del Papa no dejan lugar a dudas; incluso con una recuperación positiva de los malestares que le han hecho crisis en esta ocasión, es de esperar que su supervivencia navegue entre la fragilidad y la disminución de la vitalidad. El Vaticano, restringido al protocolo institucional, maniobrará con cautela cada tramo de este mar oscuro y, sin embargo, justo gracias al empeño de Francisco, hoy la Iglesia cuenta con una profunda reforma que, se espera, iluminará el ocaso papal.

Desde el primer momento de su pontificado, Francisco puso sus empeños en la reforma estructural y de las actitudes en la Iglesia. Ha insistido en que la reforma debe ser un proceso de conversión, un cambio actitudinal y una “revolución de la esperanza”. Así como Jesús ‘reformó’ la imagen de Dios como un Padre misericordioso; la renovación espiritual y estructural de la Iglesia debía reforzar su misión de servicio, cuidado y acogida siendo auténtica ‘madre y maestra de humanidad’ para tiempos sumamente confusos.

Quizá la parte más difícil del gobierno de Bergoglio ha sido que nueva actitud se vea reflejada en los liderazgos y estructuras jerárquicas, más acostumbradas a resolver inquietudes o conflictos desde el rigorismo disciplinar más que desde la misericordia pastoral; y, sin embargo, la gran inquietud es saber si los cambios alcanzados en este pontificado –en especial por la Constitución Apostólica ‘Praedicate Evangelium’– favorecen un clima distinto en el Vaticano.

A diferencia de la etapa final de vida de Juan Pablo II o de la compleja situación previa a la renuncia de Benedicto XVI (ambas martiriales aunque en sentido distinto); la Curia Romana y la Iglesia católica cuentan con escenarios diferentes en esta etapa postrimera de Francisco: Una reforma del Banco Vaticano; enmiendas en los procesos judiciales y penales del Vaticano y en la secretaría para la Economía; se ha creado una comisión pontificia para la protección de menores; se ha simplificado del proceso de nulidad matrimonial; se crearon nuevos dicasterios (para Laicos, Familia y Vida, y para el Desarrollo Humano Integral) y una secretaría para la Comunicación; se publicaron nuevas medidas contra la negligencia de obispos; y, por si fuera poco, hay estatutos actualizados para diversos organismos pontificios subsidiarios.

La nueva Constitución Apostólica, por ejemplo, ha ‘nivelado’ el estatus de las oficinas vaticanas colocando la conversión personal como base de todo ministerio; hoy, la reducción o fusión de estructuras está enfocada en servir a las personas no a los procesos o a los trámites; incluso bajo el objetivo de priorizar la evangelización de “un mundo descristianizado” se ha cambiado al tradicional ‘guardián de la fe’ (mote popular que guarda un sentido de autopreservación) por un ‘promotor del diálogo teológico’ (cualidades del discipulado misionero post-conciliar y heredero del espíritu latinoamericano de Aparecida y de ‘Evangelii Gaudium’); y, evidentemente, el nuevo rostro de la Iglesia incluye en espacios claves de gobierno y decisión a las mujeres.

Finalmente, en esta compleja etapa, la experiencia sinodal en la Iglesia (a pesar de las intensas críticas) también debería favorecer el involucramiento de más agentes pastorales en una participación más transparente, abierta y colegiada del camino de la institución religiosa. A diferencia del inexpugnable hermetismo del círculo privado entorno a un agonizante Juan Pablo II o de esa triste etapa de los ‘cuervos’ y la “viña devastada por jabalíes” como definió Benedicto XVI al Vaticano antes de su inédita renuncia; hoy, la reforma de la Iglesia promete la alta expectativa de vivir un inevitable momento de declive y transición no sólo con mayor donaire y serenidad, sino con el luminoso y esperanzado compromiso de consolidar el proyecto reformista iniciado por Francisco. Y sólo las alas negras de los buitres podrían ensombrecer esa confianza.

*Director VCNoticias.com

@monroyfelipe

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Felipe Monroy

El mecanismo sucesorio en marcha

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Sucede cada vez, aunque siempre de forma distinta: Ante la disminución natural de la vitalidad con la que el Papa atiende el gobierno de la Iglesia universal, se activan los engranajes institucionales de la Curia Vaticana para que la Santa Sede continúe desempeñando los servicios que le competen, pero también se ponen en marcha un mecanismo un poco menos noble: el de las quinielas cardenalicias y la visibilización de los potenciales sucesores de un pontífice menguado.

La reciente hospitalización del papa Francisco y el cuadro clínico ‘complejo’ en el que se encuentra su sistema respiratorio han sido la ocasión propicia para que, prácticamente en cada rincón del planeta, se enciendan las alertas de dos escenarios potenciales: la renuncia de Bergoglio al papado o el inicio de la etapa final de un pontífice tan mermado que, como ya ha sucedido antes, sea la cúpula burocrática vaticana la que configure el orden y el ambiente para construir un sucesor a su medida.

Entre los corrillos eclesiásticos se suele criticar la actitud del aparato curial en la última etapa de vida de san Juan Pablo II. Mientras el mundo se sostenía en un suspiro observando durante días y noches la ventana de la habitación papal en el Palacio Apostólico donde el pontífice polaco agonizaba lentamente, la burocracia vaticana mantenía en operación la dinámica cotidiana no sólo publicando nombramientos episcopales, aceptando renuncias y designando representantes diplomáticos, sino emitiendo mensajes en nombre del pontífice y otras actividades ‘avaladas por el Papa’ de las cuales no quedan registros públicos sino anécdotas y testimonios más o menos vergonzosos.

Por ello, la elección de Joseph Ratzinger como sucesor de Karol Wojtyla fue la decisión lógica debido a que, como dedicado miembro de la Curia romana durante 25 años, sabría dar continuidad al gobierno pontificio tanto como ‘corregir’ aquello que, de primera mano, sabía que debía atenderse. Y, en efecto, Benedicto XVI como gran conocedor de los juegos curiales romanos, transfirió a la Secretaría de Estado al arzobispo de Génova, Tarcisio Bertone, quien fuera años atrás su antiguo secretario en la Congregación de la Doctrina de la fe, necesitaba confiar plenamente en alguien.

Bertone en efecto fue la sombra permanente del pontífice alemán; de hecho, en una anécdota personal, recuerdo al cardenal Tarcisio susurrando las palabras que el papa Benedicto XVI debía contestarme en un brevísimo encuentro que sostuvimos en el vuelo de regreso a Roma tras su viaje a Cuba y México en 2012. Hay que recordar que, justo en ese viaje, Joseph Ratzinger tuvo una caída durante su estancia en Guanajuato y aunque se ocultó prácticamente a todo el mundo, un año más tarde supimos que ahí comenzó su etapa final como pontífice: el traqueteo del mecanismo curial con la polémica de la filtración de documentos privados del Papa sobre los hombros además fue empujando quién sabe hasta dónde la inquietud del pontífice hasta que, por voluntad propia, decidió renunciar al solio papal en febrero del 2013.

El primer discurso de Jorge Mario Bergoglio como papa Francisco (“Los cardenales me vinieron a buscar al fin del mundo”) no dejó lugar a dudas de lo mucho que el colegio cardenalicio sospechaba del aparato curial romano. Con las intrigas, mutuas acusaciones, encubrimientos y malos manejos administrativos y financieros acumulados fue casi natural que se optara por un pastor ‘preservado’ del enrarecido ambiente vaticano pero además, como ha confirmado en varias ocasiones, Francisco recibió la encomienda y la confianza directa de los cardenales para ‘reformar la Iglesia’. Y así lo hizo.

Es por eso que, en esta ocasión, aunque para muchos operadores vaticanos es claro que el papa Francisco se encuentra en una etapa debilitada por su edad y también por sus padecimientos –es uno de los cinco pontífices más longevos de la historia–, el mecanismo sucesorio parece estar funcionando de otra forma.

En primer lugar, se ha planteado la posibilidad de que, al igual que Ratzinger, el papa Bergoglio renuncie voluntariamente; con la ventaja que, en esta ocasión, no habría tanta incertidumbre como en 2013, pues la experiencia ha resuelto no pocas dudas. De hecho, el propio Francisco ha confirmado que ha escrito su renuncia desde el inicio de su pontificado y que podría hacerse efectiva en el momento en que se encuentre impedido para gobernar y dirigir la Iglesia.

Pero lo que quizá realmente causa hoy intriga es respecto al papel que habrá de tomar la Curia Romana y el Colegio Cardenalicio durante esta etapa de un Francisco limitado y disminuido físicamente. Porque no es el mismo tipo de cúpula curial luego de las más de 20 reformas estructurales realizadas por el Papa, por la culminación de la reorientación de competencias de los dicasterios con la Constitución Praedicate Evangelium y, no menos trascendente, por la incorporación de varias mujeres en los órganos de gobierno y decisión vaticanos, posiciones que durante años sólo llevaron cardenales u obispos.

Pero además, también estamos ante el Colegio de Cardenales electores más diverso de la historia y particularmente joven; hay un cardenal de 50 años y otro de 45, por ejemplo, y recordemos que como cardenales tendrían posibilidad de votar y ser votados en un cónclave hasta los 80 años. Con esa posibilidad de poner la mirada en el futuro ¿cuál será la actitud que habrán de tomar en esta etapa naturalmente menguada del pontífice reinante?

Como siempre, en oración por el bienestar del Papa.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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Felipe Monroy

Antiinmigrante, el nuevo evangelio de los políticos cristianos

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En el pasado, alrededor del mundo occidental –pero especialmente en Europa–, algunos movimientos políticos inspirados en la moral cristiana se consolidaron en diversos partidos y agrupaciones cuyos principios y valores intentaban responder a los desafíos de la realidad dentro de los márgenes que la doctrina religiosa enseña. Así, por ejemplo, partidos y personajes políticos de identidad o raigambre cristiana no sólo han participado del proceso y competición política en sus localidades y naciones sino que también, en teoría, una vez en el ejercicio del poder anteponen la doctrina cristiana a la tentación del utilitarismo pragmático.

Sin embargo, un fenómeno cunde en aquellos grupos y personajes en estos días y es detonado esencialmente por la complejidad del fenómeno migratorio moderno: la afirmación de una nueva doctrina ‘cristiana’ antiinmigrante; una que comienza a estrechar alianzas con grupos políticos nacionalistas e integristas, xenófobos y supremacistas, con tal de mantener orden en un precario y artificial sistema político-económico.

Siguiendo el ejemplo norteamericano para granjearse al electorado creyente, el bloque político alemán conformado por la Unión Cristianodemócrata y la Unión Socialcristiana se ha aliado a partidos políticos catalogados como ultranacionalistas, anti islamistas y euroescépticos para endurecer las políticas de migración y asilo; y no es el único caso en Europa o el continente americano. A pesar de su identidad política han decidido dar la espalda a la doctrina humanitaria y cristiana respecto a los migrantes y refugiados a través de legislaciones que no sólo son más estrictas sino que llegan a tener tintes de discriminación, racismo y aporofobia.

La decisión de estos partidos es lógica y pragmática; de hecho, los obispos católicos alemanes confirman que hay una proporción creciente de población que se siente atraída por movimientos políticos discriminatorios, extremistas y radicales: “Observamos con gran preocupación que el pensamiento radical está en aumento e incluso se está convirtiendo en odio hacia los semejantes, especialmente debido a su religión, origen o color de piel”. Estos partidos políticos, para ganarse la simpatía de ese electorado inflamado de miedo y aversión no tienen reparo, por ejemplo, de plantear medidas de “expulsión de personas con antecedentes migratorios bajo el lema de remigración”.

Para la Iglesia católica alemana (también para otras tradiciones cristianas protestantes y evangélicas), el principal problema radica en que esta ideología política extremista cree que pueden distinguirse de manera tajante los pueblos según “su esencia” y sus prácticas culturales.

Este pensamiento conduce invariablemente a la consideración de que un país, una nación o un pueblo está delimitado por esencias “naturales” como la ascendencia o la sangre; y si la noción de “pueblo” termina siendo sólo una comunidad de personas étnica y culturalmente iguales o similares, el nacionalismo racial es la ideología política que mejor puede lucrar el sentimiento de protección supremacista. Y, por desgracia, ahí parecen haber vuelto los movimientos políticos identificados como cristianos pero con una doctrina político-religiosa que les instruye privilegiar al sujeto afín de su propio pueblo-nación (con quien comparte una supuesta identidad esencial) invisibilizando a cualquier otro prójimo.

Frente a este panorama, la doctrina contemporánea de la Iglesia católica ha ponderado, ante todo y por encima de los órdenes del sistema del Estado-Nación, a la dignidad humana; aunque no ha sido un camino sencillo. Por ejemplo, en su último mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y Refugiado, el papa Benedicto XVI antepuso el principio de que “cada Estado tiene el derecho de regular los flujos migratorios y adoptar medidas políticas dictadas por las exigencias generales del bien común” y depositó la carga de responsabilidad en los inmigrantes de trabajar su “auténtica integración” en la nación de acogida. El pontífice alemán apeló al respeto de la dignidad de toda persona humana, pero su perspectiva mantenía el orden estatal y diplomático como el sistema ideal en el que es posible construir y vigilar los mecanismos de aceptación y protección de las personas en condición de migración.

Por el contrario, el papa Francisco ha sido mucho más crítico con ese orden institucionalizado puesto que “las migraciones ponen de manifiesto frecuentemente las carencias y lagunas de los estados y de la comunidad internacional”, como denunció en su primer mensaje para la misma Jornada de Emigrantes y Refugiados. Para el argentino, los sistemas políticos no son capaces de abrazar “las aspiraciones de la humanidad de vivir la unidad en el respeto de las diferencias, la acogida y la hospitalidad” ni regular todos los medios para hacer posible “la equitativa distribución de los bienes de la tierra, la tutela y la promoción de la dignidad y la centralidad de todo ser humano”.

Entonces, si Benedicto XVI expresaba su confianza en que las instancias políticas pueden desarrollar mecanismos orientados al bien común; Francisco, insiste en que sólo la dimensión humanística y cristiana hace posible la justa distribución de los bienes y la custodia de la dignidad. Como sea, desoyendo a ambos, tanto partidos y liderazgos políticos ‘cristianos’ de naciones de acogida (Estados Unidos o Alemania, por ejemplo) apelan hoy al proteccionismo de “valores nacionalistas”, respaldados por campañas mediáticas y propaganda política, para confirmar este nuevo ‘evangelio’ que privilegia la defensa del poder institucionalizado por encima del servicio a los vulnerables.

Quizá sea un buen momento para recordar que la cristiandad primitiva, en el fondo, siempre fue un pueblo nómada bajo sospecha de los imperios y los órdenes políticos establecidos: que llevó consigo por supuesto su fe, pero también sus expresiones culturales, su identidad grupal y diversos atributos sociales muy a pesar de que las estructuras de poder pretendieron domarla. Después fue estructurante del poder y de la imposición de todas las regulaciones sociales; pero eso también sucedió hace mucho tiempo.

*Director VCNoticias.com  @monroyfelipe

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