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Columna Invitada

Abstencionismo

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Por Antonio Maza Pereda

La semana pasada sufrí una leve contractura, qué un terapeuta trató y quien me prescribió pasar un par de días en total reposo. Aproveché la situación para buscar la manera de escuchar a distintos comentaristas de radio y televisión, sobre todo a aquellos que tratan temas de política nacional.

A las pocas horas estaba yo verdaderamente fastidiado del contenido que tienen la inmensa mayoría de los programas de comentario político. A tal grado que, de pura desesperación, traté de ver brevemente algunos de los programas que mi madre y abuelas llamaban “telecomedias”. Pronto me di cuenta de que a esos programas más bien les deberían de llamar “teletragedias”. Porque de comedias no tienen nada. Pero eso mismo se podría aplicar a muchos programas noticiosos y de comentario político. Tal parece que la televisión y otros tipos de medios, incluyendo las redes sociales, se han dedicado a transmitir y magnificar diferentes tipos de tragedias.

Es difícil escuchar un programa noticioso sin que haya una proporción importante de noticias dedicadas a la violencia y a diferentes tipos de males, cómo catástrofes naturales y temas parecidos. Es tan fuerte la inclinación a los contenidos trágicos, que incluso en épocas cómo los fines de semana, donde normalmente hay pocas noticias, algunos noticieros transmiten noticias de tragedias relativamente menores, solamente por llenar la “nota roja”.

A las pocas horas de este régimen de tragedias, claramente empecé a sentir que me estaba deprimiendo. Ya no quería oír nada más, dejé de escuchar la radio y la TV, cerré el Twitter y el Facebook y me puse a buscar temas con mejor contenido. No cabe duda de que, después de un tiempo, quien lleva semanas o meses sometido a esta situación empieza a sentir una angustia provocada, inspirada y de alguna manera programada por la información. Una suerte de parálisis emocional, que genera temor y que tiene como fruto una indiferencia social.

Si yo aceptara las teorías de la conspiración, yo estaría creyendo en la idea de que hay una especie de “gobierno profundo”, que trata de manipular a la población para poderla dominar. Porque este temor provocado nos puede ir llevando a pensar que no tiene caso tratar de participar en temas sociales y políticos. La situación puede convertirse fácilmente en desesperanza. Desesperanza que también nos lleva a no tener paz, a vivir un constante temor de toda la cantidad de cosas malas que nos pueden ocurrir. Una depresión colectiva, que parecería ser provocada a propósito.

Esto me recuerda una situación qué ocurrió cuando se estaban dando en México los primeros pasos del cambio democrático. Una señora sencilla, del pueblo, se dirigió al entonces presidente Vicente Fox a decirle lo mal que se sentía al escuchar tantas malas noticias en los medios. Y el señor presidente le recomendó qué mejor ya no escuchara las noticias. Con lo cual todos los medios se dedicaron a criticarlo y acusarlo de que quería mantener a la población en la ignorancia. En lo cual tenían buena parte de razón. Mantener a la Sociedad en la ignorancia es una manera muy socorrida de conservarla sometida. Pero es cierto también que un exceso de información contradictoria, llena de embustes y falsedades tiene un efecto muy parecido. Estamos mucho más informados de lo que hemos estado en toda la historia de la humanidad y probablemente estamos también intoxicados por ese exceso de información, poco creíble y mal validada.

En esa situación no resulta raro que una buena parte del electorado ya no sepa por quién votar y no tenga ni siquiera la inclinación por hacerlo. Criticamos duramente a quienes se abstienen de votar y de participar en las cosas políticas, pero no nos ponemos en el papel del ciudadano que ya no sabe a quién creer y que está dominado por un temor que le impide tomar decisiones con lógica. Y esto no se resuelve regañando a quienes se abstienen de participar en política. Porque muchas veces los partidos, los medios y las redes sociales se centran más en lo negativo, en la crítica o la diatriba y no transmiten noticias que pudieran entusiasmar al electorado para que participe con mayor frecuencia.

¿Es criticable el abstencionismo? Por supuesto, pero también es muy explicable. Sometidos a un régimen de información negativa, con cierta facilidad podemos caer en esa situación. ¿Cuál es la solución? ¿Cerrar los ojos? ¿Responder a los ataques viciosos y negativos con mayor negatividad? ¿Contestar a las mentiras y embustes con nuestra propia cosecha de “fake news”? Porque eso es lo que estamos viendo tanto en el partido en el poder como en la oposición. Y ahora que muchos, de un modo u otro, somos comunicadores, tenemos también la responsabilidad de transmitir mensajes positivos, que den ánimo y que inspiren a la participación. La solución, claramente, no es dejar de pensar. Tampoco es responder a lo negativo con mayor negatividad, a la mentira con nuevas mentiras, al intento de crear indignación cada vez mayor en el electorado con otros motivos para hacer crecer la indignación.

Si un candidato, frente a esta situación que vivimos, quisiera empezar a recuperar la credibilidad del electorado, tendría que empezar por decir: “Nos han contado tantas mentiras, por tanto tiempo, que sólo puedo proponer algunas soluciones basándome en una percepción de la verdad de nuestra situación. Pero mi primer grupo de acciones, una vez electo como presidente de la república, es hacer un esfuerzo nacional por encontrar cuál es nuestra verdad y proponer planes con una lógica basada en ese conocimiento. Y, además, aceptar que muchas de nuestras propuestas serán provisionales, en la medida de que podamos ir descubriendo la verdad que nos ha sido negada por tanto tiempo”.

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx



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¿De dónde…?

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Por Antonio Maza Pereda

Si quiere usted un rápido resumen del segundo debate presidencial, para las próximas elecciones mexicanas, se puede sintetizar en dos grandes rubros: abundancia de ataques personales y una feria de ofrecimientos, mayormente enfocados a apoyos sociales, aunque no exclusivamente.

Nada nuevo en el frente de los ataques. Nuestros políticos manejan un dogma laico: “Si yo demuestro que tú estás mal, quiere decir que yo estoy bien”, nos dicen. Y, por asociación, “si quien te apoya estuvo mal hace años, quiere decir que tú estás mal”, agregan.

El tema de las múltiples falacias que usan en estos y otros debates, ya ha sido muy tratado en otras ocasiones. En cambio, el de los ofrecimientos que, por cierto, no fueron muy novedosos, casi no se cuestionan. Y valdría la pena hacerlo. Hay poca variedad en estos. Todos los contendientes ofrecieron beneficios similares. La diferencia estuvo en la prioridad que, a cada oferta, le asignó cada contrincante, generalmente por aspectos ideológicos. La candidata de la izquierda, como era de esperarse, considera necesario poner todo en manos del gobierno o casi. Mientras que la opositora, que difícilmente es de derecha, sí ve la necesidad de descentralizar el poder y dar más participación a la sociedad civil y a la iniciativa privada. El candidato también ve un fuerte papel para el gobierno y casi no elabora sobre el tema de la participación privada y ciudadana en sus propuestas.

Lo que no se respondió es la pregunta que el ciudadano, y en particular el contribuyente, tiene en mente: “¿De dónde…?”. Todos estos ofrecimientos tienen un costo. ¿Cómo se van a pagar? Entiendo que los políticos no quieran contestar estas preguntas. Responderlas tiene algo de tóxico. Si nos dicen que lo pagaremos los contribuyentes, a nadie le va a gustar. Y en este debate, solo el candidato mencionó como de pasada la necesidad de una reforma fiscal. Solo una vez y solo dedicando al asunto un par de segundos.

Tristemente, nada es gratis. ¿Queremos paz? Habrá que gastar en equipamiento, capacitación, comunicaciones, planeación y muchas cosas más. ¿Queremos mejor educación? Habrá que gastar en capacitación, dignificación de las instalaciones, mejor remuneración de los profesores para que no estén en el pluriempleo, y más. ¿Queremos más y mejor calidad de agua? Habrá que gastar en tecnología, recuperación de agua, potabilización, nuevas presas y más. Y la lista sigue y sigue. La gran pregunta es: ¿de dónde? Todas estas ofertas de apoyos sociales, ¿cuánto nos van a costar? ¿De dónde van a salir los recursos? Aun en los sistemas más primitivos de administración, ningún plan está completo si no se consideran los recursos y cuál será su origen.

La réplica facilona y que la mayor parte de los políticos y muchos en la Sociedad dan por respuesta es: “que lo pague el gobierno”. Y aquí se está haciendo la suposición de que el gobierno tiene recursos inagotables. No se dan cuenta de que todo el dinero que tiene el gobierno es porque lo extrajo de los sufridos contribuyentes. No hay de otra. Sí, puede haber ahorros, puede ser que se logre reducir o eliminar la corrupción. Pero eso claramente no basta, como ha demostrado el gobierno actual, que ha necesitado endeudar al país a un nivel nunca antes alcanzado.

El tema que ha estado en la agenda pública en las últimas semanas, muy a disgusto de nuestro actual gobierno, es el asunto de la incautación de los fondos de las AFORES no retirados por los mayores de 70 o 75 años. Este asunto se justifica diciendo que con ello se podrán tener más recursos para las pensiones. Pero hay algo que no está considerado. En 25 años de existencia de las AFORES, se ha acumulado una cantidad de varios miles de millones de pesos que no han sido reclamados por sus dueños. Pero esos son ingresos que ocurren una sola vez. Si la totalidad es gastada en este año, el año próximo solamente habrá una proporción, creemos, del 4% anual de lo disponible en 2024. Esto, suponiendo que los jubilados dejen su dinero sin recoger. Lo que sería muy raro: con todo el escándalo en torno a esto, la mayoría de la gente ya está enterada y seguramente estarán acelerando los trámites para cobrar el dinero que tienen en las AFORES.

Se podrá recuperar una cantidad importante de lo desviado por la corrupción, en 30 años o más. Pero una vez que se ha logrado recuperarlo, cada año la cantidad que se puede obtener es menor. Mucho menor. Eso, suponiendo que fallen los programas contra la corrupción; si de veras son exitosos, cada año habrá menos por recuperar. Y hay muchos ejemplos más.

No se pueden pagar apoyos permanentes, con ingresos que no se repiten de la misma manera año con año. Y eso nos deja dos soluciones. A corto plazo, una reforma fiscal que aumente las recaudaciones. En los países que nos ponen como modelo de servicios sociales, los países nórdicos, por ejemplo, los impuestos llegan a ser superiores al 50% de los ingresos. Por supuesto, ningún candidato va a proponer tal cosa. Otra solución es un esfuerzo enorme para mejorar la economía del país. Algo que es la solución de fondo, pero de largo plazo.

A nosotros, los ciudadanos sin partido, nos toca exigir cuentas claras de cuáles son los costos de todos esos ofrecimientos y de qué manera se va a obtener el dinero para poder pagarlos. Ciertamente, necesitamos un gran debate público, qué habrá que iniciar antes de las elecciones, pero claramente tendrá que continuar por un largo tiempo. Será necesario que los ciudadanos nos acostumbremos a vigilar el desempeño de los gobiernos que elegimos y exigirles un mínimo de sentido común en temas tan importantes como el gasto público. Una gran tarea.

No podemos permitir que las imágenes desarrolladas por los expertos en mercadotecnia política nos hagan pensar que todo saldrá bien, que nuestros candidatos siempre cumplirán con lo ofrecido y tendrán un gasto público responsable. Si pensábamos que la participación ciudadana terminaba con las elecciones, la noticia es que todavía hará falta mucha intervención del electorado.

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

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Origen de la autoridad política

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Por Antonio Maza Pereda

La legitimidad de la autoridad política procede de su origen y la manera como se mantiene fiel al modo como se generó. Esta autoridad procede de la Sociedad, que es la titular de su soberanía. La cual se transfiere a sus representantes de diferentes maneras: en la antigüedad, a las familias reales y ahora, en la mayor parte de los países, a través de mecanismos democráticos. Aunque todavía sigue siendo muy válido que en algunas Sociedades esa soberanía se transfiere a través de sistemas de usos y costumbres.

Pero al transferir esa soberanía a sus representantes, la Sociedad conserva el control de las acciones de los gobernantes y también tiene el derecho de sustituirlos, en el caso de que no cumplan con lo que se les ha encomendado. En otras palabras: la Sociedad tiene la facultad de pedir cuentas a los gobernantes que ha nombrado y exigirles el cumplimiento de sus obligaciones.

La democracia proporciona procedimientos y modos de control, a través del voto directo, libre y secreto. También controla mediante el concepto de la división de poderes y la creación de balances y contrapesos. Es un mecanismo bastante adecuado, pero que claramente está sujeto a una mejora continua.

¿Se está cumpliendo esto nuestra Sociedad? ¿Nuestros representantes tienen claro que tenemos el derecho de exigirles cuentas y que no pueden pasar por encima de mecanismos de control, adicionales a las elecciones? ¿Se sujetan al control de la Sociedad? Cuando usted, ciudadano, toma su decisión de votar, ¿toma en cuenta si los candidatos tienen claro que no tienen un poder absoluto y que están sujetos al derecho de sustituirlos, si no cumplen lo que la Sociedad les ha encomendado? ¿Están sujetos a la división de poderes, o buscan centralizar todas las decisiones?

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

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Cuando el Búho canta, la huelga muere

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Por Guillermo Moreno Ríos

Veo con tristeza, como ciudadano, como egresado y como maestro de horas sueltas que soy de la Universidad de Sonora, de la carrera de ingeniería civil, como se desmorona la esperanza de los estudiantes con el temor ante la afirmación insensible de quienes promueven la huelga de que se perderá el semestre.

Creo como hombre de bien y respetuoso del derecho, que es legal la huelga a la que acuden los sindicatos universitarios, apelando por sus derechos, los cuales considero deben de ser escuchados y tomados en cuenta; pero, ¿quién ve por los derechos de los estudiantes para tener una educación de calidad? a la altura de las mejores universidades del país; ¿quién ve por el derecho que tienen los padres de familia? sobre todo foráneos que con mucho esfuerzo y la buena de Dios, mandan a sus hijos a prepararse académicamente y fincar sus esperanzas en los futuros profesionistas.

Veo con tristeza, que las autoridades estatales, encabezadas por el gobernador del estado y aún con un secretario de educación que fue un rector de la Universidad y que contó con muchísimo apoyo del gobierno estatal de entonces; sea tan pasivos e indolentes.

Veo con tristeza, a un rector que no da la cara, que se esconde ante una realidad de conflictos no resueltos, que cada día que pasa cuesta y con tranquilidad afirma, al menos en medios de comunicación, pues que el semestre se alargue el semestre hasta junio o julio.

Es probable que reciba respuestas misivas con bastantes argumentos legales sobre los derechos de huelga, incluso tachándome de ignorante o de falto de sensibilidad política, pero no puedo quedarme callado, no puedo quedarme inerte ante esta injusticia respaldada en una legalidad que confunde un bien público, un futuro prometedor, con una empresa.

Sé que de ambas partes, existen argumentos válidos, que han hecho que sus posturas sean rígidas y no dudo, que con un dejo de razón; pero los invito a que recapaciten; que se busque otro tipo de presión, su derecho se pierde cuando pisoteas el derecho de otros, como en este caso sucede con el derecho a la educación de nuestros jóvenes.

No he dejado de dar clases, veo con firmeza el carácter de mis alumnos, recios y constantes, sacrificando el trasladarse a otra sede para poder tomar su clase. Agradezco a quienes me han permitido desde ahí trasladar esta protesta silenciosa y pacífica ante la injusticia que vivimos la mayoría de la comunidad universitaria y la comunidad en general.

Soy maestro, soy exalumno y me duele ver que como sociedad seguimos pasivos, me pregunto cuántos de los que me leen en este momento, no fueron víctimas de alguna huelga o perdieron un semestre.

Hago un llamado a todos quienes quieran y puedan hacer posible que ante la intolerancia y falta de diálogo, nuestros estudiantes no pierdan el semestre, a ti maestro; a ti que puedes prestar tus instalaciones, a ti medio de comunicación que puedes con tu influencia social lograr establecer un ambiente armónico y a las autoridades, tanto sindicales, universitarias y de gobierno, hacer un alto en el camino y recapacitar; por el bien de Sonora y de su gente.

Hago un llamado a los estudiantes, máxima libertad dentro de un máximo de orden; manifestarse y exigir de manera pacífica la apertura de la universidad, también es un derecho al que no se ha acudido; el orden social debe de prevalecer, manifestémonos tomando clases extramuros, demostremos que nuestro corazón de búho no se opaca ante el nido tomado, aprovechemos y extendamos las alas y cantemos, porque cuando el búho canta, la huelga muere.

Escrito originalmente el 2 de abril de 2014

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

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La decisión

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Por Antonio Maza Pereda

Estamos cerca de una de las decisiones más importantes que puede tomar un ciudadano: las elecciones federales. Poco menos de seis semanas y todo el proceso electoral que nos ha tenido entretenidos por más de un año, finalmente culminará.

Para la mayor parte de la ciudadanía, la decisión no será fácil. Claro, siempre habrá los núcleos duros de los partidos que ya tienen hecha su decisión o, mejor dicho, otros la han tomado por ellos. Pero el ciudadano común, el que no tiene compromisos previos, todavía está en situación de incertidumbre. Sí, hay tendencias de investigaciones y estadísticas. Claro, habrá quienes hayan contestado esas encuestas sinceramente. Pero también hay quienes todavía no desean contestarlas o las contestan a la ligera. Por lo que esos pronósticos no son de confiar, sin tomar en cuenta que, con frecuencia, son contradictorios.

Tenemos obstáculos que nos impiden tener una decisión clara. Muchos de ellos vienen de nuestros temores. Por ejemplo: nos dicen que los errores que cometamos, si es el caso, ya no habrá manera de corregirlos. Y eso pone una tensión muy particular en el ánimo de los ciudadanos. Otro temor muy importante: no tenemos claridad sobre la información que estamos recibiendo. Nos han mentido tanto, que ya no nos queda claro: ¿en dónde está la realidad? Y en esas condiciones siempre será muy difícil tomar una decisión con tranquilidad.

No es que sea algo novedoso. Hace poco menos de 2000 años, nos relatan los evangelios, Poncio Pilato tenía esta misma pregunta: “¿qué es la verdad?” Y era tal su escepticismo, que ni siquiera se quedó a esperar cuál era la respuesta. Así estamos actualmente: en un mar de confusión. Personas muy conocedoras, expertos académicos y de otros tipos nos dan análisis completamente contradictorios. En esas condiciones, ¿a quién creer? ¿Cuál es la base de mis decisiones? Winston Churchill, hablando del tema de la guerra, decía que en esa situación la primera baja es la verdad. Esto es cierto de un conflicto bélico, y es aún más cierto en confrontaciones políticas. Basándose en el dicho de que el fin justifica los medios, todas las mentiras, los embustes y los engaños se consideran válidos; siempre y cuando sirvan para empujar el triunfo de nuestra causa.

Por otro lado, estamos viviendo la cosecha de muchos años de sembrar el odio entre los mexicanos. Se ha perdido lo que se llama la amistad social. Y esto no es algo único de nosotros, los mexicanos. Hace ya algunos años que el papa Francisco, un hombre muy respetado, en un documento dirigido a toda la humanidad hablaba de este tema y nos decía de la necesidad de qué, en todas las naciones, se reconstruya la amistad social. Porque no es posible estar viviendo continuamente en la sospecha, el odio, la falta de colaboración.

¿Será que, quienes creemos en la posibilidad de una sociedad armónica, estamos siendo unos ingenuos? Bueno, no falta quienes nos quieren convencer de esto. Ciertamente, con mucho éxito. Posiblemente, uno de los elementos de esta amistad social es aceptar la posibilidad de que puedan existir errores de buena fe. Porque no hay posibilidad de tener decisiones totalmente a prueba de error. Si esperamos decisiones que nunca fallen, en eso sí realmente seríamos ingenuos. Por otro lado, a ninguno de nosotros le gusta equivocarse y siempre tendremos en cada decisión el temor a cometer errores. Ciertamente, eso nos puede paralizar.

Hay quienes nos están convenciendo de que esta es nuestra última oportunidad de enmendar las fallas que puedan tener nuestros gobiernos. “No habrá otra”, nos dicen. “Si nos equivocamos, ya no habrá remedio”, agregan. Quien ha comprado esta idea, seguramente estará paralizado por el temor. Ante ese miedo, la única solución es abstenerse, siguiendo el consejo que ya se decía en tiempo de los romanos: en la duda, abstente. Que al final del día, bien puede ser que ese sea el propósito de quiénes nos quieren indecisos. Apuestan a nuestra abstención.

Lo que sí es cierto es que, tal vez más que en ninguna otra época, el ciudadano ya no puede conformarse con una actividad política, enfocada únicamente al momento de las elecciones. Posiblemente, siempre ha sido así, pero también es cierto que una parte importante de la clase política nos quiere ver omisos en nuestra actividad ciudadana, una vez que se haya llegado al resultado electoral. Porque, aun en el caso de que nuestros candidatos fueran los ganadores, no podemos abstenernos de nuestro papel de conocer y vigilar el desempeño de aquellos que hemos escogido. Y con mayor razón en el caso de que los nuevos gobernantes no hayan sido aquellos que preferimos.

No cabe duda de que una parte importante de la clase política nos quiere ver ausentes una vez que las elecciones hayan ocurrido. Esta temporada de turbulencia por la que hemos pasado, ha generado un despertar ciudadano sin precedentes. Se habla y discute de política, nos mantenemos informados y comunicados, debatimos y damos opinión para poder tomar nuestras decisiones. Esto ha sido algo extraordinario, sumamente importante. Este interés público, este deseo de participar, no debe perderse. Como se dice muchas veces, la política es demasiado relevante como para dejársela en exclusiva a los políticos. Es nuestro campo, el campo de los ciudadanos, que no somos exclusivamente electores, sino también mandantes. Que debemos opinar, y vigilar a aquellos a quienes hemos hecho mandatarios.

Las catástrofes naturales, muy en particular la pandemia, y el efecto del crimen sistematizado y organizado, la gran campaña de mentiras procedente de todos los grupos políticos en mayor o menor medida, nos afectan y preocupan. Esto ha generado una gran cantidad de grupos ciudadanos que, aprovechando las ventajas de las nuevas tecnologías de información, hemos estado participando, muchas veces de manera cotidiana, para conocer y opinar sobre los asuntos públicos. Esto es un gran bien y hay que protegerlo como un tesoro. Sería una verdadera tragedia que, terminando las elecciones, regresáramos a nuestros hogares a vivir en nuestra feliz ignorancia. Cómo vivimos por muchas décadas.

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

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