Felipe Monroy
En pos de las variables ocultas
Cada proceso electoral es único y, sin embargo, cada manual de campañas políticas enumera a detalle las variables que deben ser objeto de atención de los candidatos y su equipo estratégico: Desde la planificación, el financiamiento, el análisis de las localidades y de las necesidades expresadas por sus habitantes hasta la creación de la historia del personaje político, del programa de gobierno o de la imagen personal o del partido que se pretenderá relatar al electorado.
Pero no sólo, hay otros aspectos muy específicos en las variables pertinentes a atender como la publicidad, el marketing, la dispersión de recursos, la estrategia en tierra, la relación con los medios de comunicación, los entrenamientos, el juego de las encuestas, los debates, los actos públicos, las reuniones gremiales, los acuerdos cupulares, la evaluación, el social listening, los protocolos de crisis y un largo etcétera que involucra aspectos gerenciales-administrativos y de pragmatismo político.
Y, entre todo aquello, como un listón que intenta mantener atado cada aspecto, la campaña requiere de un núcleo discursivo y mensajes consecuentes para objetivos sumamente concretos. Contenidos donde caben las estrategias de desprestigio y de diferenciación de los adversarios, de exageración, radicalización, simplificación y toda la retórica de polarización posible.
Es decir, el juego de las campañas políticas es el juego de comprender, administrar y atender las variables que pueden afectar a una población que se encuentra tanto decidida como indecisa en su preferencia electoral; o como diría Andrés Lizarralde: “[Hay que] mimar al voto duro, avanzar hacia el voto blando (elector débil de los contrincantes) y convencer a los indecisos”.
Por lo tanto, saber leer esas variables es una de las mejores cualidades de cualquier estratega político; mientras que, por el contrario, no verlas es básicamente una derrota anunciada y, lo que es peor, no saber siquiera qué fue lo que se pasó por alto. Muchas veces estas variables se encuentran en el sentimiento social, en los rasgos culturales, en las condiciones afectivas o emocionales de las personas, en los significados que le dan a la certeza y a la esperanza, al prejuicio o a la apertura; dichas variables incluso en ocasiones están mutando junto a su uso de lenguaje, a su mirada analítica, a su identidad o su proyecto de vida, al trato que dan y reciben en su hogar, en el trabajo o en el espacio público. Las variables ocultas, por ejemplo, no están en los bienes materiales con los que cuentan sino en el sentimiento que les provoca tenerlos (o carecer de ellos); hay variables tan inasibles como los anhelos y los deseos sean estos puros y trascendentes o primarios y pragmáticos.
En el corazón de las campañas electorales a la gubernatura del Estado de México, por ejemplo, hay núcleos discursivos que enfocan las estrategias de cada candidata para atender estas complejas variables: “capacidad y valentía” para regir y administrar una de las entidades más conflictivas, desafiantes y productivas del país y “lucha de dignidad” como una lección histórica para cambiar al grupo político que ha gobernado el estado hasta ahora.
Como se ve, estos mensajes no están orientados a situaciones concretas de empleo, salud, educación, bienestar social o seguridad pública. Apelan a esas variables ocultas difícilmente evaluables incluso con potentes herramientas de social listening; nacen de una decisión y de una mirada que apuesta a tener la razón. Apelan a ese sentimiento que es incluso difícil de verbalizar, al reflejarse el elector en la candidata, de identificarse más como capaz y valiente para administrar la adversidad o como un auténtico luchador de la transformación cuya dignidad está en juego.
El problema no es que las variables no se puedan ver o que sean propiamente un arcano de la esencia social; en ocasiones simplemente se encuentran ocultas a los ojos de quien está tanto distraído como obnubilado. Como sucede con el ejemplo anterior, depende en gran medida de la mirada sociopolítica de quien busca dirigir, administrar o gobernar una localidad para hacerlas evidentes.
Por ello se torna indispensable hablar sobre estas variables ocultas; su presencia o ausencia depende más de la mirada de los aspirantes y los partidos políticos que de los instrumentos que puedan evaluarlas. Las variables ocultas revelan mucho más que una sensación de continuidad o de alternancia; de adhesión o repulsión política; de lógica o emoción electoral; de leyes, programas o promesas. Hablan de potencialidades y atavismos que no se reconocen, de prejuicios y certezas inconfesables, de eso que la escritora Toni Morrison nos advirtió: “utopías pensadas por gente que no está allí, utopías que creen aquellos que no serían aceptados ahí”.
*Director VCNoticias.com @monroyfelipe
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Felipe Monroy
Jubileo 2025: Llevar esperanza a donde se ha perdido
Este 24 de diciembre ha comenzado el Jubileo Ordinario que la Iglesia católica celebra cada cuarto de siglo desde hace más de 500 años. Se trata de un momento muy esperado para los fieles católicos pero también para la ciudad de Roma, hogar de las magnas basílicas pontificias y, evidentemente, la capital urbanística del catolicismo occidental. Durante todo un año, la ciudad se convierte en una renovada sede de peregrinaciones de todos los rincones del planeta.
La celebración se extenderá hasta el 6 de enero de 2026 y, durante este periodo, se realizarán actos inscritos en tradiciones centenarias orientados a facilitar a los peregrinos de las Puertas Santas y las Iglesias Jubilares a obtener la Indulgencia Plenaria (acercamiento a la confesión, tomar la Sagrada Comunión, rezar por las intenciones del Papa y realizar obras de misericordia y penitencia); pero también se han programado eventos especiales y encuentros que reflejan las realidades e identidades eclesiales que en los últimos 25 años no necesariamente aparecían en el panorama social o no bajo las mismas dimensiones de sentido y relevancia.
El último jubileo ordinario sucedió durante el pontificado de Juan Pablo II en el año 2000, mucha agua ha pasado bajo el puente. Los jubileos son además oportunidades para que se intenten acciones simbólicas y se instauren nuevas tradiciones en la Iglesia católica. Hace un cuarto de siglo sucedió el histórico perdón pontificio en nombre de toda la Iglesia; en 1975 se avanzó en el ecumenismo y diálogo interreligioso al celebrar el retiro de las excomuniones a la Iglesia de Bizancio y con la invitación de monjes budistas a los actos del jubileo.
En 1950, el papa Pío XII proclamó el dogma de la Asunción de María y reformó al Colegio Cardenalicio con pastores representantes de casi todas las partes del mundo (antes casi todos los cardenales eran italianos y algunos pocos europeos). En otros jubileos se han realizado grandes obras civiles y religiosas (como las famosas escaleras entre Piazza Spagna y la iglesia de la Santísima Trinidad del Monte); también, por ejemplo, durante el jubileo de 1750 se instituyó la realización del Vía Crucis en el Coliseo Romano, tradición que continúa hasta nuestros días.
Este 2025 se ha inaugurado ya una obra civil para conectar el Castel Sant’Angelo con la Via della Conciliazione (calzada que conduce del río Tíber a la Plaza y Basílica de San Pedro) pero quizá lo más simbólico del Jubileo se concentrará en los encuentros, espacios y eventos.
Por ejemplo, se abrirá un espacio para una ‘Conferencia para religiosas comunicadoras de alto perfil’, un encuentro que reconoce la labor profesional, divulgadora y comunicativa (una de las actividades esenciales de la era de la información) realizada por una comunidad aparentemente anticuada (mujeres que libre y voluntariamente eligen un estilo de vida entregado en obra y oración por el servicio al prójimo y la adoración a Dios).
Para este evento y decenas más, Roma espera recibir a cientos de miles de servidores, fieles y organizaciones. Desde catequistas, seminaristas, sacerdotes, diáconos, obispos, misioneros, religiosas y religiosos; hasta comunicadores, artistas, deportistas, educadores, voluntarios, jueces y abogados; líderes sociales, empresariales y luchadores de movimientos populares; miembros cofrades y de organizaciones religiosas muy disímiles. Y además, el papa Francisco ha elegido tres situaciones humanas que han sido centrales en su pontificado y cuyos dramas buscarán reivindicación y consuelo en las fiestas jubilares: presos, migrantes y personas en condición de pobreza.
Hasta el momento ya hay más de un centenar de diócesis italianas y europeas que han organizado formalmente su peregrinación para acudir a las Puertas Santas aunque también el pontífice argentino ha descrito el verdadero sentido del Año Jubilar y que todos los cristianos pueden seguir desde sus propias localidades: “Con la apertura de la Puerta Santa damos inicio a un nuevo Jubileo. Cada uno de nosotros puede entrar en el misterio de este anuncio de gracia… Hay esperanza para cada uno de nosotros”.
Y también ha rematado en la misa de Navidad: “Todos nosotros tenemos el don y la tarea de llevar esperanza allí donde se ha perdido; allí donde la vida está herida, en las expectativas traicionadas, en los sueños rotos, en los fracasos que destrozan el corazón; en el cansancio de quien no puede más, en la soledad amarga de quien se siente derrotado, en el sufrimiento que devasta el alma; en los días largos y vacíos de los presos, en las habitaciones estrechas y frías de los pobres, en los lugares profanados por la guerra y la violencia. Llevar esperanza allí, sembrar esperanza allí”.
Llevar y sembrar esperanza en nuestras propias comunidades, localidades y naciones; no podríamos desear algo mejor en tiempos tan convulsos.
*Director VCNoticias.com @monroyfelipe
Felipe Monroy
Navidad y tinieblas
Vivimos bajo un permanente agobio por las malas noticias; desde las más inmediatas y próximas hasta las globales y trascendentes. Cuando no son hechos de conflictos políticos y de carencias más básicas de justicia en nuestro propio territorio, son las violencias internacionales y los angustiantes efectos de la destrucción de nuestro hogar planetario los que oscurecen el panorama de nuestros días cotidianos y de la humanidad entera.
Este 2024 ha confirmado que la maldad producida en nombre de casi todas las creencias y convicciones tiene pocas resistencias; sin alarmismos ni dramatismos podríamos asegurar que el mal viaja por anchas carreteras de alta velocidad y encuentra los vehículos de poder más eficientes para replicarse, para extenderse y para arraigarse sobre las instituciones sociales y los grupos humanos. Y, sin embargo, si no brillara una pequeña luz de esperanza entre tanta oscuridad; no habría mucho sentido de seguir adelante.
Nunca ha habido tiempos realmente sencillos, el ser humano vive entre guerras y desastres permanentes. Con las mejores intenciones se reinventa la política y la tecnología para apaciguar los dominios de la maldad y la carencia. Y en general, la humanidad lo ha hecho bien: la ciencia y la tecnología no sólo han facilitado muchos aspectos de la vida, han alargado la expectativa de la misma y han conjurado muchos de los males que la naturaleza no alcanza a remediar para todas sus creaturas; y, por otro lado, la política y las instituciones se han complejizado y especializado intentando atender un mundo cada vez más complejo.
Pero también hay que reconocer que los relatos más simples y más ancestrales son los que siguen configurando buena parte de los mínimos sociales de justicia, bondad, caridad y esperanza. Estos relatos provienen de expresiones humanas fundamentales y trascendentales, son las expresiones de la fe. Aunque en ocasiones también estas sean utilizadas como armas de exclusión, división, castigo y condena.
Sin duda, en su nombre, se han ejercido actos terribles y en la historia se pueden enumerar copiosos ejemplos; casi siempre en cada uno de estos actos maliciosos, esas expresiones religiosas vienen acompañadas por rasgos de fanatismo, fundamentalismo e integrismos; por lógicas de poder, gloria terrena y por jactancias de dominio sobre los débiles.
Sin embargo, cuando se habla de las historias de las principales religiones del mundo solemos olvidar que sus actos de ayuno y templanza van de la mano con la compasión y sed de justicia social; que la confianza en el destino ulterior no está desligada de las responsabilidades personales cotidianas; que las obras más grandes de la fe involucran la devolución de la dignidad a los pobres, la atención de los desvalidos, la asistencia a los enfermos y la lucha junto a los marginados; que la liberación de cada persona y de los pueblos tiene que ver con un rescate integral de esas oscuridades en que el mundo cae frecuentemente.
Por ello, casi todas las religiones tienen un fermento de esperanza; y, en particular, la religión cristiana no puede dejar de contemplar en el Nacimiento de Jesús (la Natividad, la Navidad), el primordial ejemplo de esa virtud. Desde hace siglos, algunas tradiciones cristianas cantan himnos de la Navidad destacando el oscuro escenario como el ambiente en el que el Salvador nació (aunque no necesariamente se ajustan a los textos evangélicos): a mitad de la noche, en una cueva o un pesebre, en un sitio prestado, vulnerable, incluso riesgoso; nacido en una tierra agitada por el poder o como hijo en un pueblo sometido.
Pero para estos relatos es allí, en ese sombrío mundo al descampado, donde la luz nos regala la esperanza. Por ello hasta ahí acuden ricos y pobres, magos y pastores, al encuentro que les devuelve la esperanza, aunque no siempre es sencillo reconocerla. En los relatos algunas veces se dice que llevaban puestos los ojos en el cielo (el símbolo es la estrella que les indica el camino) o también que recibieron seráficas instrucciones; pero en el fondo son un pueblo que es guiado hacia una promesa; y, sin embargo, al llegar descubren que no es en ningún trono o ninguna celestial peana sino sobre el más humilde de los recintos de la tierra donde reside la verdad que anhelan.
Para el mundo cristiano, la contemplación de la Encarnación de Dios en ese humillado rincón del mundo y de la historia no sólo otorga sentido a la “rica pobreza” y la “preciosa miseria” sino que, en el humano peregrinar sobre las tinieblas de cada época, siempre habrá una luz que brilla en nombre de las voces olvidadas, de los que padecen los actos ignominiosos del poder y la vanidad; para rescatar, para iluminar las cíclicas tinieblas.
Así lo dice el himno navideño de Romano de Emesa de hace mil quinientos años, que pone en voz de María, madre de Jesús, el sentido de esta esperanza: “Por los aires, por los frutos de la tierra y los hombres que la habitan, te ruego, niñito mío: reconcilia al mundo… Salva al mundo, salvador; que por eso has venido. Toda tu obra restáurala; por esto has brillado… Y ustedes –dice ahora María dirigiéndose a la humanidad–, abandonen la tristeza: yo he parido la alegría del mundo. Para saquear el reino del dolor he venido”. Lo que nos hace pensar que en este reino de dolor, en este permanente agobio por las malas noticias, incluso para nosotros, en estos tiempos tan oscuros, brilla la esperanza.
Feliz Navidad.
*Director VCNoticias.com @monroyfelipe
Felipe Monroy
Erotismo virtual y las cavernas del desierto
La compra, venta y suscripción de material pornográfico o semi-pornográfico en diversas plataformas digitales es un fenómeno que se ha instalado en la sociedad contemporánea de una forma peculiarmente natural, normalizada incluso. Sin embargo, hay mucho qué reflexionar sobre los efectos que este fenómeno provoca sobre la autopercepción personal, las valoraciones sociales en torno a la dignidad de las personas y las cualidades del auténtico bienestar integral.
Hay voces que, en favor del negocio a través del cual se prostituye la imagen, el nombre o la vida íntima de las personas, afirman que el intercambio de estas ‘mercancías’ no corrompe el cuerpo de quien se vende o no pone en peligro su integridad física; por el contrario, otros consideran que el comercio indiscriminado del cuerpo, la imagen y la identidad (especialmente de mujeres) repercute negativamente en varios aspectos de la vida al supeditar la libertad, identidad y dignidad humana a los mecanismos más deshumanizantes del mercado.
Parece que sólo desde una lógica racionalista del mercado y desde la perspectiva de que es inevitable la autoexplotación de la dignidad personal es posible justificar los bienes que este modelo de negocio. Por el contrario, las iglesias y religiones, al operar bajo lógicas diferentes, suelen ser muy críticas a aquellas actividades comerciales. Por eso ha sorprendido la entrevista publicada en People de la joven ‘Sophie Rain’, de 20 años, quien asegura haber ganado 43 millones de dólares por vender su contenido en la plataforma OnlyFans al tiempo de “conciliar sus valores cristianos”.
Para la joven, el publicar contenido sexual o erótico explícito para adultos no afecta su fe porque es asidua a los servicios religiosos de su congregación. En la entrevista señala que “el Señor es muy indulgente y me puso aquí. Él me puso en la Tierra por una razón y yo sólo estoy viviendo cada día”. En la entrevista, se da a entender que su adhesión e identidad cristiana también está ligada a la caridad de la comunidad religiosa recibida por su familia y por ella, cuando era niña. Y esta declaración recuerda a un par de anécdotas del siglo IV de ciertos monjes cristianos que se retiraron a las cavernas del desierto a vivir de forma ascética y cuya forma de vida era ejemplo para los pueblos aledaños.
La primera historia es sobre Paesia, una joven que perdió a sus padres y quedó huérfana; inicialmente hizo de su casa un hospicio para recibir a los monjes y sacerdotes de Escete (Egipto). Cuando gastó todos sus bienes, la joven comenzó a pasar penurias, “entonces algunos hombres perversos la buscaron y la alejaron del buen propósito, ella comenzó a obrar mal hasta prostituirse”. Los monjes buscaron al famoso abba Juan Colobos (340-410 d.C.) y le contaron lo que sucedía con aquella hermana que había sido tan buena y generosa con los frailes mientras tuvo recursos: “Mostrémosle ahora nosotros caridad a ella, ayudándola”.
El monje fue a verla. Con el dinero por vender su cuerpo y juventud, Paesia ahora vivía en un pequeño palacete con muchos criados y recibió a Juan Colobos con cierto orgullo y vanagloria. El monje, al verla lloró y ella le preguntó por qué. “Veo a Satanás jugando en tu rostro, ¿no he de llorar?”, dijo el religioso. La joven se conmovió, reconoció el mal que se hacía a ella misma y preguntó al monje si había una ‘penitencia’ para purgar sus errores. Juan Colobos la llevó al desierto, en una cueva “hizo una pequeña almohada en la arena y haciendo la señal de la cruz le indicó: ‘Duerme aquí’… hacia la medianoche, mientras hacía sus oraciones, el monje vio un camino luminoso que bajaba desde el cielo hasta donde ella estaba, y vio a los ángeles de Dios que llevaban su alma”. La historia concluye que una hora de penitencia de la joven había valido más que la penitencia de los muchos monjes que se habían alojado en su hogar: “habían pasado en ella largo tiempo, pero no habían mostrado el ardor de la suya”.
Otra historia cuenta una anécdota del abba Timoteo, presbítero y un monje cenobita también de Escete. El religioso conocía el caso de una mujer que daba en limosna todo el dinero que hacía vendiendo su cuerpo a hombres lujuriosos; preguntó a su maestro el abba Pastor qué opinaba. El anciano monje le dijo: “Ella no permanecerá en ese negocio porque el fruto de la fe se manifiesta en ella”. Pasó el tiempo y la madre de la mujer acudió a ver al padre Timoteo para buscar orientación pues su hija había incrementado tanto sus clientes como las ganancias, aunque seguía dando todo en limosna.
La madre también le dijo al sacerdote que su hija le había dicho que deseaba acudir a ver al fraile para pedirle, con vergüenza por sus pecados, que los monjes pidieran a Dios por ella. Timoteo no sabía qué hacer y pidió nuevamente consejo al anciano abba Pastor. El viejo monje le dijo: “Ve tú, más bien, a encontrarla a ella. No sé por qué has esperado tanto”; y así hizo Timoteo. La historia concluye con el encuentro del presbítero y la mujer comprendiendo sus respectivos errores, ayudándose mutuamente a agradar a Dios.
Existen muchísimas historias ancestrales de los monjes del desierto y aunque pertenecen a una era ya extinta, en ocasiones guardan enseñanzas incluso para nuestra época. Las historias anteriores tienen una similitud más allá del tema: es cierto que –como dice la estrella de la plataforma de contenido sexual explícito– la fe no se pierde incluso en estas condiciones de comerciar con el cuerpo y su dignidad íntima; pero sólo la cercanía personal, desinteresada y humilde de los pastores o religiosos, fraternalmente preocupados por sus semejantes, es el vehículo para que se reconozcan las verdaderas afectaciones a la persona en su integridad (física, moral, espiritual, identitaria) por estar sujetas a este negocio que subarrienda la dignidad y trastorna a sus consumidores.
*Director VCNoticias.com @monroyfelipe
Felipe Monroy
Estamos solos en esto
Las identidades ideológicas, religiosas o partidistas siempre serán una fuerza influyente dentro de las estrategias político-operativas para mantener o conseguir el poder; su efectividad depende usualmente de dos factores: de la dureza en las fronteras en la identidad del grupo y en el tamaño simbólico de sus enemigos reales o imaginados. Y si hay algo que agrava la vida democrática de una nación es la exacerbación de ambos factores.
Por un lado, los conflictos internos en las cúpulas del poder político en México tienen su origen en el propio interés por incrementar o mantener el control. El deseo de orden y estabilidad dentro de las filas del poder produce el estrechamiento de las fronteras de los que se consideran a sí mismos como “puros” frente a los que considera “viciados” o “corrompidos”.
Hemos visto en las últimas semanas cómo se multiplican y recrudecen las pugnas dentro de los grupos en el poder político en México: a través de acusaciones y recriminaciones mutuas se busca deslegitimar a los hermanos por la heredad del trono. El poder acumulado es una tentación natural y ya sin el riesgo de salir a buscarlo, el principal objetivo de los nuevos liderazgos será erigirse como esa identidad que merece el ejercicio de dicho poder o, por lo menos, la potestad para repartirlo a quienes se alineen mejor a la identidad del liderazgo establecido.
Como se ve, quien pertenece a un grupo de poder aún puede crear otras fronteras más íntimas de los privilegiados mientras radicaliza la dureza en la identidad del grupo interno e incrementa el tamaño de sus enemigos con las periferias del poder de los que hasta hace poco fueron correligionarios. Incluso en los estrechos círculos de poder, un grupo que se identifica a sí mismo como ‘más fiel’ o ‘más consciente’ se autoconvence y predica a sus prosélitos: “Estamos solos en esto”.
Por otra parte, los proscritos del poder (eso que algunos insisten erróneamente en llamar “la oposición”) tienen la opción de buscarlo y hacerse de él básicamente de la manera correcta que es acompañando una lucha política por los auténticos clamores sociales; sin embargo, casi siempre prefieren el camino sencillo al usurpar discursivamente las cualidades morales de algún conflicto irracional para auto erigirse como el único remedio. También ellos, al igual que sus adversarios, dicen “estamos solos en esto” antes de emprender auténticas y desaforadas cruzadas identitarias.
Respecto a esto, las capacidades mercadológicas de la nueva política ‘emocional’ han revelado cuán exitosas son las campañas mediáticas y electorales que ya no buscan el diálogo atemperado o debates racionales y argumentados, sino que vencen a través del puro enardecimiento de las masas a través de eslóganes agresivos y panegíricos llenos de autoelogios.
La búsqueda de poder para estas ‘oposiciones’, por tanto, se torna en una carrera por hallar y atizar voces minoritarias para convocarlas a batallas absolutas contra estructuras de poder existentes o contra los cambios sociales. Es en este tipo de motivaciones donde reside un fermento de polarización emocional de uso político: exacerbando las divisiones sociales (señalando y acentuando las diferencias), propugnando por hiperregulaciones (ejerciendo presión legislativa o punitiva contra aquellos que no piensan y obran como ellos desean) y minando los valores democráticos más básicos como la equidad, la pluralidad, la diversidad, la argumentación dialógica y la inclusión de las voces en el concierto de negociación política.
Es imperativo que toda la estructura social entre en dinámicas propositivas de resolución de conflictos, sin obviarlos o eludirlos. Las injusticias están allí: los crímenes y las carencias, los privilegios de unos y las precariedades de otros, los abusos y las víctimas. Faltan los espacios de pluralidad dialogante donde ningún liderazgo azuce a sus huestes con la idea de que “están solos” en el “verdadero” “rescate” de una patria o un pueblo.
Porque la exacerbación de estas identidades pseudo-heróicas reconfigura los conflictos políticos en batallas morales; donde todas las estrategias para superar las conflictividades se encuentran atravesadas por mecanismos socio-psicológicos como el temor, la escisión, la obediencia y la sumisión irrestrictas; y donde los discursos se plagan de agresividad, superioridad y desprecio.
La administración del poder no es una tarea sencilla, siempre se debe mantener un sano temor de que los cuadros internos no se perviertan en actos de corrupción por operar en la cúspide del privilegio o que la creación de ‘niveles’ o círculos concéntricos en torno al centroide del poder no sólo sirva para la gestión funcional y operativa del mismo sino como la jerarquización de clanes o camarillas de ‘puros’ y ‘defensores’ de inasibles ideales.
Pero además, la búsqueda de poder también debe mantener un sano temor de que sus tácticas no alimenten viejos o nuevos fanatismos, fuerzas integristas que dibujan sus propios monstruos enemigos para hacerse pasar por políticos heroicos. Nada es más peligroso que eso.
*Director VCNoticias.com @monroyfelipe
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