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Felipe Monroy

Sinodalidad: la radicalidad de un nuevo horizonte

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En el décimo segundo año de su pontificado y ante la décima tanda de cardenales creados por él, el papa Francisco puso en el centro de su mensaje su intención de que la Iglesia católica revalore su misión en “el riesgo del camino”. A los purpurados, que en otros tiempos se les consideró “los príncipes de la Iglesia”, ahora les pidió ser “artesanos de comunión y constructores de unidad” pero además “misioneros en el camino” para encontrarse ahí donde están las historias y los rostros de aquellos que necesitan signos de fraternidad, humildad, asombro y alegría.

Ha sido un intenso año para Francisco, entre los viajes apostólicos y la clausura de la segunda sesión del ‘Sínodo de la Sinodalidad’, se dio tiempo de concretar su cuarta encíclica apostólica ‘Dilexit Nos’ y animar los preparativos para el Jubileo Ordinario 2025 que lleva el lema ‘Peregrinos de Esperanza’. Sin embargo, en su mensaje a los cardenales condensa un par de ideas que confirman el nuevo horizonte para la Iglesia universal: que el camino parece ser hoy más importante que el destino; y que la audacia es una actitud que no debe ser proscrita a priori ni prejuzgada por las estructuras eclesiásticas.

No parece mucho, pero en el fondo, la Iglesia Católica está explorando un camino radical de transformación mediante ese proceso sinodal impulsado por el papa Francisco. La sinodalidad, al ser más una ‘invitación’ que una ‘indicación’, ofrece a los miembros de la Iglesia entrar en un movimiento que no es simplemente un ejercicio administrativo o instruccional, sino una profunda reimaginación de cómo la comunidad eclesial comprende su misión y su identidad.

El Sínodo sobre la Sinodalidad hoy representa un giro fundamental en la comprensión tradicional de la estructura eclesial en la que necesariamente haya más escucha y más diálogo; más apertura a la gobernanza colaborativa; y una renovada vitalidad espiritual centrada en la conversión y en la actitud misional. Es decir, ya no se trataría de ser una institución jerárquica cerrada, sino una comunidad dinámica y participativa que busca escuchar todas las voces, incluso aquellas históricamente marginadas.

El proceso sinodal en varias partes del mundo así lo demuestra: El año pasado, la Conferencia de Obispos Católicos de Brasil invitó a una mujer transgénero a que expusiera su historia de resiliencia espiritual y, al final, el diálogo demostró cómo la escucha genuina puede transformar percepciones largamente arraigadas.

O en Filipinas: hoy la Iglesia local abre espacios a jóvenes profesionales y teólogos que están reconfigurando el diálogo eclesial, introduciendo perspectivas sobre justicia social y responsabilidad ecológica en espacios universitarios y laborales. O lo que sucedió en una aldea de Kenia: el proceso sinodal “suavizó los modelos jerárquicos tradicionales” –así lo menciona el documento sobre ‘Caminos Africanos de la Sinodalidad’ publicado en 2023– y ahora son las mujeres mayores y las jóvenes las que participan por primera vez, colectiva y fraternalmente, en decisiones parroquiales relevantes. Finalmente, en el corazón europeo, varias parroquias católicas alemanas construyen puentes interreligiosos sin precedentes. A través del diálogo, sin prédica ni propagandas, la comunidad se siente recibida a compartir de manera auténtica su realidad cultural y espiritual.

Los elementos centrales de esta transformación incluyen una toma de decisiones más descentralizada, mayor participación laical, transparencia sin ambages, un mayor énfasis en el diálogo y reconocimiento de diversas experiencias espirituales. No se trata de una revolución, sino de una evolución orgánica eclesiástica que recupera aspectos fundamentales de la tradición eclesial.

Hoy la sinodalidad está desarrollándose como un ‘modus vivendi et operandi’ que afecta el estilo, las estructuras y los procesos de la Iglesia. Que implica una corresponsabilidad donde la autoridad se ejerce mediante el discernimiento colectivo, escuchando atentamente lo que el Espíritu sugiere a través de la comunidad.

No todos los creyentes católicos –mucho menos sus pastores– han adoptado este estilo de convivencia y servicio. Pero es comprensible que haya resistencias porque la búsqueda de la unidad armónica –en contraposición a la unidad monolítica–; la disposición a la permanente conversión personal –en lugar de sólo juzgar y condenar al prójimo–; la promoción de un profetismo social –que cuestione el pensamiento dominante–; y la actualización del lenguaje eclesial –especialmente para dar reconocimiento a la contribución de las mujeres en la Iglesia– no son actitudes que puedan asumirse por indicación, sino por andar el camino y comprender sus riesgos.

Es por ello, que la implementación de la sinodalidad como actitud eclesial no será uniforme ni inmediata. Dependerá de los contextos culturales y eclesiales de cada país y región, y encontrará resistencias aunque, también por ello, logrará abrir nuevos horizontes para esas dificultades.

Habrá que recorrer esa vereda para ver si el proceso sinodal realmente logra crear metodologías más inclusivas y receptivas mientras atiende los grandes desafíos contemporáneos. Se anticipa que será un camino complejo pero esperanzador; un nuevo horizonte que no teme a los riesgos de andar por las veredas de la inclusión, el diálogo y la corresponsabilidad. Veremos.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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Felipe Monroy

Home office y familia, desequilibrio productivista

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Parece que no hay vuelta atrás, el teletrabajo o home office se reducirá drásticamente este año; no sólo porque los grandes corporativos y gobiernos argumentan que contando con el personal en sus propias oficinas aumenta la seguridad y confidencialidad en la gestión de datos y operaciones; sino porque algunas instancias consideran que los lazos personales y profesionales favorecen la creatividad, la colaboración y la cohesión de los trabajadores. Quieren que los empleados ‘se pongan la camiseta’ como se estila decir en la jerga gerencial incluso si esa decisión puede afectar las dinámicas familiares creadas desde el confinamiento pandémico.

Es por eso que los empleados son los que no están de acuerdo con volver a los fríos cubículos, al tráfico cotidiano y a las horas desperdiciadas en chismes de pasillo. Según la reciente encuesta laboral de M. Page, los trabajadores mexicanos consideran que el home office los hace más productivos (68%), que logran concentrarse mejor en sus actividades (81%), que gestionan mejor sus tiempos entre lo laboral y familiar (73%), que evitan distracciones (50%) y que, al tener un espacio cómodo según sus particulares necesidades de luz o temperatura mejoran su rendimiento (71%). Huelga decir que son los líderes de proyecto y gerentes quienes opinan todo lo contrario; en la misma encuesta se revela que el eslabón directivo no sólo rechaza cualquier rasgo positivo del teletrabajo sino que parece enfrentarse a un vacío emocional de no poder ejercer su liderazgo.

Según otro estudio titulado ‘Vivir para trabajar’ de la Universidad de Waterloo en Canadá, el home office sí aumenta tanto la devoción como la productividad laboral. Por ejemplo, las madres teletrabajadoras promedian 49 horas semanales, casi 10 más que la jornada estándar mientras internalizan la presión de “demostrar competencia” (en México, asciende a 55 horas semanales); según las mujeres trabajadoras entrevistadas, todo el tiempo ‘ahorrado’ en traslado y en convivencia improductiva en la oficina no lo dedican necesariamente al cuidado de los hijos, al hogar o a ellas mismas sino a extender su jornada laboral.

A los hombres, por otra parte, el home office parece facilitarles adoptar la responsabilidad del “nuevo padre comprometido” como un ideal de desarrollar sus actividades laborales conjugando su devoción familiar: asumiendo más tareas domésticas y más compromiso con la educación y acompañamiento de los hijos. Sin embargo, el mismo estudio, revela que los varones también aumentan horas laborales a sus jornadas sacrificando principalmente tiempo de su bienestar (descanso, esparcimiento). Es decir, que el “involucramiento” paterno –algo muy positivo para la integración familiar– no desafía la cultura del exceso de trabajo.

En conclusión, empleados y empresas se benefician de las prácticas del home office porque permiten –especialmente a los padres de familia– a normalizar el exceso de trabajo; de hecho, la Confederación Patronal de la República Mexicano reconoció que la opción del trabajo remoto ayudaba a algunas empresas a mejorar la productividad hasta en un 28%.

El estudio canadiense propone además el análisis de un nuevo concepto: la “Taylorización del hogar”; es decir que las familias ahora gestionan sus tiempos a modo de proyecto empresarial. Desde esa perspectiva, las actividades ‘familiares’ sólo cobran sentido cuando tienen una orientación de utilidad, enriquecedora, productiva y de status. Algunos entrevistados aseguran que su vida cotidiana se ha tornado un “lujo estresante” en el que “podríamos quitar cosas de nuestro plato, pero elegimos no hacerlo”. Es decir, que el estilo de consumo de una familia en home office suele no alinearse a modos de economía ecológica tradicional: reducir, ahorrar, reusar, reparar, etc.

La investigación advierte que la integración trabajo-familia, facilitada por políticas flexibles, en realidad intensifica la carga laboral. Los empleados terminan autoexplotándose para cumplir con expectativas irreales. Mientras las empresas prioricen la productividad sobre el bienestar, la flexibilidad seguirá siendo sinónimo de autoexplotación. Por fortuna, algunas instituciones ya han advertido estos riesgos y promueven leyes que regulen el teletrabajo y que favorezcan el “derecho a la desconexión”.

En conclusión, la percepción de directivos y gerentes sobre la productividad de sus equipos en trabajo remoto es falsa: sí hay mucha más productividad en los trabajadores en home office pero básicamente es por el sacrificio que estos hacen tanto a su bienestar personal como a las dinámicas gratuitas familiares. Dicho de otra manera: la expectativa de que, al retornar a la modalidad presencial del trabajo, ‘mejorará la productividad’ es completamente falsa; pero también es falso que el mero retorno a las oficinas influirá positiva y directamente en el bienestar familiar de los trabajadores.

En el fondo todo parece indicar que se requieren nuevas estructuras laborales y nuevas dinámicas culturales en los trabajos (presenciales o a distancia) para que las empresas y sus empleados encuentren los equilibrios del bienestar colectivo de las familias y de las expectativas realistas de productividad laboral. Sólo así, el trabajo puede ser liberador y dignificante; y constructor de generaciones más armónicas para la sociedad futura.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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Felipe Monroy

La reforma de la Iglesia ilumina el ocaso papal

El líder espiritual de la Iglesia tiene varios problemas de salud

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Resulta pesaroso, pero es inevitable tener una conversación sobre el periodo crepuscular del pontificado de Francisco. Los signos están allí: es un venerable anciano con un extenso cúmulo de padecimientos delicados –unos crónicos, otros en crisis recurrentes– que ingresa en la última etapa de su vida. Pero, al mismo tiempo, es el líder espiritual de la Iglesia católica en todo el mundo y jefe de Estado del Vaticano cuyo decaimiento natural obliga a las instancias religiosas y de gobierno a moverse entre amorosas, precavidas y protocolares decisiones.

Los últimos reportes médicos sobre la salud del Papa no dejan lugar a dudas; incluso con una recuperación positiva de los malestares que le han hecho crisis en esta ocasión, es de esperar que su supervivencia navegue entre la fragilidad y la disminución de la vitalidad. El Vaticano, restringido al protocolo institucional, maniobrará con cautela cada tramo de este mar oscuro y, sin embargo, justo gracias al empeño de Francisco, hoy la Iglesia cuenta con una profunda reforma que, se espera, iluminará el ocaso papal.

Desde el primer momento de su pontificado, Francisco puso sus empeños en la reforma estructural y de las actitudes en la Iglesia. Ha insistido en que la reforma debe ser un proceso de conversión, un cambio actitudinal y una “revolución de la esperanza”. Así como Jesús ‘reformó’ la imagen de Dios como un Padre misericordioso; la renovación espiritual y estructural de la Iglesia debía reforzar su misión de servicio, cuidado y acogida siendo auténtica ‘madre y maestra de humanidad’ para tiempos sumamente confusos.

Quizá la parte más difícil del gobierno de Bergoglio ha sido que nueva actitud se vea reflejada en los liderazgos y estructuras jerárquicas, más acostumbradas a resolver inquietudes o conflictos desde el rigorismo disciplinar más que desde la misericordia pastoral; y, sin embargo, la gran inquietud es saber si los cambios alcanzados en este pontificado –en especial por la Constitución Apostólica ‘Praedicate Evangelium’– favorecen un clima distinto en el Vaticano.

A diferencia de la etapa final de vida de Juan Pablo II o de la compleja situación previa a la renuncia de Benedicto XVI (ambas martiriales aunque en sentido distinto); la Curia Romana y la Iglesia católica cuentan con escenarios diferentes en esta etapa postrimera de Francisco: Una reforma del Banco Vaticano; enmiendas en los procesos judiciales y penales del Vaticano y en la secretaría para la Economía; se ha creado una comisión pontificia para la protección de menores; se ha simplificado del proceso de nulidad matrimonial; se crearon nuevos dicasterios (para Laicos, Familia y Vida, y para el Desarrollo Humano Integral) y una secretaría para la Comunicación; se publicaron nuevas medidas contra la negligencia de obispos; y, por si fuera poco, hay estatutos actualizados para diversos organismos pontificios subsidiarios.

La nueva Constitución Apostólica, por ejemplo, ha ‘nivelado’ el estatus de las oficinas vaticanas colocando la conversión personal como base de todo ministerio; hoy, la reducción o fusión de estructuras está enfocada en servir a las personas no a los procesos o a los trámites; incluso bajo el objetivo de priorizar la evangelización de “un mundo descristianizado” se ha cambiado al tradicional ‘guardián de la fe’ (mote popular que guarda un sentido de autopreservación) por un ‘promotor del diálogo teológico’ (cualidades del discipulado misionero post-conciliar y heredero del espíritu latinoamericano de Aparecida y de ‘Evangelii Gaudium’); y, evidentemente, el nuevo rostro de la Iglesia incluye en espacios claves de gobierno y decisión a las mujeres.

Finalmente, en esta compleja etapa, la experiencia sinodal en la Iglesia (a pesar de las intensas críticas) también debería favorecer el involucramiento de más agentes pastorales en una participación más transparente, abierta y colegiada del camino de la institución religiosa. A diferencia del inexpugnable hermetismo del círculo privado entorno a un agonizante Juan Pablo II o de esa triste etapa de los ‘cuervos’ y la “viña devastada por jabalíes” como definió Benedicto XVI al Vaticano antes de su inédita renuncia; hoy, la reforma de la Iglesia promete la alta expectativa de vivir un inevitable momento de declive y transición no sólo con mayor donaire y serenidad, sino con el luminoso y esperanzado compromiso de consolidar el proyecto reformista iniciado por Francisco. Y sólo las alas negras de los buitres podrían ensombrecer esa confianza.

*Director VCNoticias.com

@monroyfelipe

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Felipe Monroy

El mecanismo sucesorio en marcha

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Sucede cada vez, aunque siempre de forma distinta: Ante la disminución natural de la vitalidad con la que el Papa atiende el gobierno de la Iglesia universal, se activan los engranajes institucionales de la Curia Vaticana para que la Santa Sede continúe desempeñando los servicios que le competen, pero también se ponen en marcha un mecanismo un poco menos noble: el de las quinielas cardenalicias y la visibilización de los potenciales sucesores de un pontífice menguado.

La reciente hospitalización del papa Francisco y el cuadro clínico ‘complejo’ en el que se encuentra su sistema respiratorio han sido la ocasión propicia para que, prácticamente en cada rincón del planeta, se enciendan las alertas de dos escenarios potenciales: la renuncia de Bergoglio al papado o el inicio de la etapa final de un pontífice tan mermado que, como ya ha sucedido antes, sea la cúpula burocrática vaticana la que configure el orden y el ambiente para construir un sucesor a su medida.

Entre los corrillos eclesiásticos se suele criticar la actitud del aparato curial en la última etapa de vida de san Juan Pablo II. Mientras el mundo se sostenía en un suspiro observando durante días y noches la ventana de la habitación papal en el Palacio Apostólico donde el pontífice polaco agonizaba lentamente, la burocracia vaticana mantenía en operación la dinámica cotidiana no sólo publicando nombramientos episcopales, aceptando renuncias y designando representantes diplomáticos, sino emitiendo mensajes en nombre del pontífice y otras actividades ‘avaladas por el Papa’ de las cuales no quedan registros públicos sino anécdotas y testimonios más o menos vergonzosos.

Por ello, la elección de Joseph Ratzinger como sucesor de Karol Wojtyla fue la decisión lógica debido a que, como dedicado miembro de la Curia romana durante 25 años, sabría dar continuidad al gobierno pontificio tanto como ‘corregir’ aquello que, de primera mano, sabía que debía atenderse. Y, en efecto, Benedicto XVI como gran conocedor de los juegos curiales romanos, transfirió a la Secretaría de Estado al arzobispo de Génova, Tarcisio Bertone, quien fuera años atrás su antiguo secretario en la Congregación de la Doctrina de la fe, necesitaba confiar plenamente en alguien.

Bertone en efecto fue la sombra permanente del pontífice alemán; de hecho, en una anécdota personal, recuerdo al cardenal Tarcisio susurrando las palabras que el papa Benedicto XVI debía contestarme en un brevísimo encuentro que sostuvimos en el vuelo de regreso a Roma tras su viaje a Cuba y México en 2012. Hay que recordar que, justo en ese viaje, Joseph Ratzinger tuvo una caída durante su estancia en Guanajuato y aunque se ocultó prácticamente a todo el mundo, un año más tarde supimos que ahí comenzó su etapa final como pontífice: el traqueteo del mecanismo curial con la polémica de la filtración de documentos privados del Papa sobre los hombros además fue empujando quién sabe hasta dónde la inquietud del pontífice hasta que, por voluntad propia, decidió renunciar al solio papal en febrero del 2013.

El primer discurso de Jorge Mario Bergoglio como papa Francisco (“Los cardenales me vinieron a buscar al fin del mundo”) no dejó lugar a dudas de lo mucho que el colegio cardenalicio sospechaba del aparato curial romano. Con las intrigas, mutuas acusaciones, encubrimientos y malos manejos administrativos y financieros acumulados fue casi natural que se optara por un pastor ‘preservado’ del enrarecido ambiente vaticano pero además, como ha confirmado en varias ocasiones, Francisco recibió la encomienda y la confianza directa de los cardenales para ‘reformar la Iglesia’. Y así lo hizo.

Es por eso que, en esta ocasión, aunque para muchos operadores vaticanos es claro que el papa Francisco se encuentra en una etapa debilitada por su edad y también por sus padecimientos –es uno de los cinco pontífices más longevos de la historia–, el mecanismo sucesorio parece estar funcionando de otra forma.

En primer lugar, se ha planteado la posibilidad de que, al igual que Ratzinger, el papa Bergoglio renuncie voluntariamente; con la ventaja que, en esta ocasión, no habría tanta incertidumbre como en 2013, pues la experiencia ha resuelto no pocas dudas. De hecho, el propio Francisco ha confirmado que ha escrito su renuncia desde el inicio de su pontificado y que podría hacerse efectiva en el momento en que se encuentre impedido para gobernar y dirigir la Iglesia.

Pero lo que quizá realmente causa hoy intriga es respecto al papel que habrá de tomar la Curia Romana y el Colegio Cardenalicio durante esta etapa de un Francisco limitado y disminuido físicamente. Porque no es el mismo tipo de cúpula curial luego de las más de 20 reformas estructurales realizadas por el Papa, por la culminación de la reorientación de competencias de los dicasterios con la Constitución Praedicate Evangelium y, no menos trascendente, por la incorporación de varias mujeres en los órganos de gobierno y decisión vaticanos, posiciones que durante años sólo llevaron cardenales u obispos.

Pero además, también estamos ante el Colegio de Cardenales electores más diverso de la historia y particularmente joven; hay un cardenal de 50 años y otro de 45, por ejemplo, y recordemos que como cardenales tendrían posibilidad de votar y ser votados en un cónclave hasta los 80 años. Con esa posibilidad de poner la mirada en el futuro ¿cuál será la actitud que habrán de tomar en esta etapa naturalmente menguada del pontífice reinante?

Como siempre, en oración por el bienestar del Papa.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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Felipe Monroy

Antiinmigrante, el nuevo evangelio de los políticos cristianos

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En el pasado, alrededor del mundo occidental –pero especialmente en Europa–, algunos movimientos políticos inspirados en la moral cristiana se consolidaron en diversos partidos y agrupaciones cuyos principios y valores intentaban responder a los desafíos de la realidad dentro de los márgenes que la doctrina religiosa enseña. Así, por ejemplo, partidos y personajes políticos de identidad o raigambre cristiana no sólo han participado del proceso y competición política en sus localidades y naciones sino que también, en teoría, una vez en el ejercicio del poder anteponen la doctrina cristiana a la tentación del utilitarismo pragmático.

Sin embargo, un fenómeno cunde en aquellos grupos y personajes en estos días y es detonado esencialmente por la complejidad del fenómeno migratorio moderno: la afirmación de una nueva doctrina ‘cristiana’ antiinmigrante; una que comienza a estrechar alianzas con grupos políticos nacionalistas e integristas, xenófobos y supremacistas, con tal de mantener orden en un precario y artificial sistema político-económico.

Siguiendo el ejemplo norteamericano para granjearse al electorado creyente, el bloque político alemán conformado por la Unión Cristianodemócrata y la Unión Socialcristiana se ha aliado a partidos políticos catalogados como ultranacionalistas, anti islamistas y euroescépticos para endurecer las políticas de migración y asilo; y no es el único caso en Europa o el continente americano. A pesar de su identidad política han decidido dar la espalda a la doctrina humanitaria y cristiana respecto a los migrantes y refugiados a través de legislaciones que no sólo son más estrictas sino que llegan a tener tintes de discriminación, racismo y aporofobia.

La decisión de estos partidos es lógica y pragmática; de hecho, los obispos católicos alemanes confirman que hay una proporción creciente de población que se siente atraída por movimientos políticos discriminatorios, extremistas y radicales: “Observamos con gran preocupación que el pensamiento radical está en aumento e incluso se está convirtiendo en odio hacia los semejantes, especialmente debido a su religión, origen o color de piel”. Estos partidos políticos, para ganarse la simpatía de ese electorado inflamado de miedo y aversión no tienen reparo, por ejemplo, de plantear medidas de “expulsión de personas con antecedentes migratorios bajo el lema de remigración”.

Para la Iglesia católica alemana (también para otras tradiciones cristianas protestantes y evangélicas), el principal problema radica en que esta ideología política extremista cree que pueden distinguirse de manera tajante los pueblos según “su esencia” y sus prácticas culturales.

Este pensamiento conduce invariablemente a la consideración de que un país, una nación o un pueblo está delimitado por esencias “naturales” como la ascendencia o la sangre; y si la noción de “pueblo” termina siendo sólo una comunidad de personas étnica y culturalmente iguales o similares, el nacionalismo racial es la ideología política que mejor puede lucrar el sentimiento de protección supremacista. Y, por desgracia, ahí parecen haber vuelto los movimientos políticos identificados como cristianos pero con una doctrina político-religiosa que les instruye privilegiar al sujeto afín de su propio pueblo-nación (con quien comparte una supuesta identidad esencial) invisibilizando a cualquier otro prójimo.

Frente a este panorama, la doctrina contemporánea de la Iglesia católica ha ponderado, ante todo y por encima de los órdenes del sistema del Estado-Nación, a la dignidad humana; aunque no ha sido un camino sencillo. Por ejemplo, en su último mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y Refugiado, el papa Benedicto XVI antepuso el principio de que “cada Estado tiene el derecho de regular los flujos migratorios y adoptar medidas políticas dictadas por las exigencias generales del bien común” y depositó la carga de responsabilidad en los inmigrantes de trabajar su “auténtica integración” en la nación de acogida. El pontífice alemán apeló al respeto de la dignidad de toda persona humana, pero su perspectiva mantenía el orden estatal y diplomático como el sistema ideal en el que es posible construir y vigilar los mecanismos de aceptación y protección de las personas en condición de migración.

Por el contrario, el papa Francisco ha sido mucho más crítico con ese orden institucionalizado puesto que “las migraciones ponen de manifiesto frecuentemente las carencias y lagunas de los estados y de la comunidad internacional”, como denunció en su primer mensaje para la misma Jornada de Emigrantes y Refugiados. Para el argentino, los sistemas políticos no son capaces de abrazar “las aspiraciones de la humanidad de vivir la unidad en el respeto de las diferencias, la acogida y la hospitalidad” ni regular todos los medios para hacer posible “la equitativa distribución de los bienes de la tierra, la tutela y la promoción de la dignidad y la centralidad de todo ser humano”.

Entonces, si Benedicto XVI expresaba su confianza en que las instancias políticas pueden desarrollar mecanismos orientados al bien común; Francisco, insiste en que sólo la dimensión humanística y cristiana hace posible la justa distribución de los bienes y la custodia de la dignidad. Como sea, desoyendo a ambos, tanto partidos y liderazgos políticos ‘cristianos’ de naciones de acogida (Estados Unidos o Alemania, por ejemplo) apelan hoy al proteccionismo de “valores nacionalistas”, respaldados por campañas mediáticas y propaganda política, para confirmar este nuevo ‘evangelio’ que privilegia la defensa del poder institucionalizado por encima del servicio a los vulnerables.

Quizá sea un buen momento para recordar que la cristiandad primitiva, en el fondo, siempre fue un pueblo nómada bajo sospecha de los imperios y los órdenes políticos establecidos: que llevó consigo por supuesto su fe, pero también sus expresiones culturales, su identidad grupal y diversos atributos sociales muy a pesar de que las estructuras de poder pretendieron domarla. Después fue estructurante del poder y de la imposición de todas las regulaciones sociales; pero eso también sucedió hace mucho tiempo.

*Director VCNoticias.com  @monroyfelipe

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