Felipe Monroy
Iglesia bimilenaria e inteligencia artificial
El papa Francisco anunció que el próximo 25 de enero presentará un mensaje para reflexionar –evidentemente desde la fe cristiana– sobre el papel de la Inteligencia Artificial en la vida cotidiana y en la comunicación humana, un tema que ha sido absolutamente avasallador en los últimos dos años.
En recientes meses, ha estallado la proliferación de plataformas y servicios soportados por diferentes diseños de IA que remedian un sinfín de tareas a través de herramientas digitales dialógicas; que proponen modelos generativos y creativos alternos; o que plantean escenarios lógicos, plausibles y precisos a través del análisis predictivo de inmensos volúmenes de datos. Es lógico que desde la moral y ética cristianas exista una urgencia por diseccionar y comprender este fenómeno así como su impacto en la vida humana.
No es la primera vez que desde la Santa Sede se expresa una inquietud en esta materia, el Dicasterio para las Comunicaciones publicó en mayo pasado una audaz reflexión pastoral sobre la vida cotidiana digital contemporánea. En ella, la Iglesia católica acepta que la cultura contemporánea es ya una cultura digital que plantea desafíos especialmente en las fronteras de la veracidad, de la inclusión y la justicia.
Es probable que el pontífice recoja del mundo científico y cultural, las principales interrogantes que los especialistas se hacen sobre el impacto de la inteligencia artificial en la vida digital moderna: el reemplazo de profesiones y especializaciones del trabajo humano; la influencia de la IA sobre el comportamiento social; la manipulación de sesgos psico-cognitivos; la intervención en decisiones de política pública: salud, educación, diplomacia; la vulneración de límites de la privacidad o derechos humanos; y un largo etcétera.
“En los próximos años –apunta la Santa Sede–, la inteligencia artificial influirá cada vez más en nuestra experiencia de la realidad. Estamos asistiendo al desarrollo de máquinas que trabajan y toman decisiones por nosotros; que pueden aprender y predecir nuestros comportamientos; de máquinas que responden a nuestras preguntas y aprenden de nuestras respuestas…”.
Y, enseguida pone el dedo en la llaga: “¿Quién establece las fuentes de las que aprenden los sistemas de inteligencia artificial? ¿Quién financia a estos nuevos productores de opinión pública? ¿Cómo podemos garantizar que quienes elaboran los algoritmos estén guiados por principios éticos y ayuden a difundir globalmente una nueva conciencia y un nuevo pensamiento crítico para reducir al mínimo los fallos de las nuevas plataformas de información?”.
Sobran ejemplos de los desafíos de la IA en la cotidianidad, retos que pueden ir desde la falsificación de la realidad (como el deepfake que lo mismo puede hacer declarar la capitulación de la guerra a un avatar del presidente Zelenski, o manipular videos pornográficos con rostros de menores u otras personas) hasta la normalización de brechas socio-digitales o la redefinición de principios y valores éticos o civilizatorios.
Si bien la industria de estos sistemas y herramientas se ha comprometido a implementar regulaciones y directrices éticas; es evidente que se tratan de empresas de interés comercial y económico cuyos servicios avanzados están a disposición de las entidades de poder.
Es claro que el papa Francisco partirá desde los principios de la Doctrina Social de la Iglesia para explicar y atender estas nuevas relaciones y dinámicas, humanas y sociales, con la inteligencia artificial pues se requiere –como siempre– una renovada mirada al océano de posibilidades que ofrece este tipo de tecnología comunicativa desde tierra firme, una mirada que atienda oportunamente los fenómenos que probablemente se presenten en el futuro inmediato respecto a temas entorno a la veridicción y veracidad informativa, la dignidad del trabajo humano, la equidad en el acceso a bienes y servicios públicos, la resolución de conflictos, la construcción de paz, la corresponsabilidad política-tecnológica, el derecho a la intimidad, el derecho a la desconexión y la protección de la imagen personal.
Hay, finalmente, tres asuntos de orden geopolítico que preocupan a los expertos respecto al orden que la IA puede implantar en la cultura contemporánea a través de los diferentes accesos informativos y productos comunicativos: la utilización de la IA para reforzar estructuras de poder que podrían perpetuar modelos de injusticia e inequidad a través de simulaciones democráticas; el sometimiento de gobiernos o Estados-nación a las necesidades tecno-económicas de los propietarios de la IA; y la depredación tecnológica sobre la ya vulnerada ecología integral.
Como puede verse, el mensaje del pontífice respecto a la comunicación humana en tiempos de la inteligencia artificial no puede perder de vista que todo proceso de interacción dialógica humana o tecnológica debe estar basada en la complementariedad y la totalidad de la vida humana y social. Esperemos la propuesta que haga el pontífice respecto a este tema.
*Director VCNoticias.com @monroyfelipe
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Felipe Monroy
IA: Nuevas fronteras de la ética comunicativa
Entre muchas de sus cualidades, se dice que la comunicación nos permite ver el mundo a través de la mirada de los demás. Es una idea sugerente, porque simplifica una serie de incontables procesos que exigen conciencia, lenguaje, diferenciación y comprensión que sólo pueden existir en el ámbito interactivo de la naturaleza humana.
En este mundo, la humanidad ha expresado a través de su vasto –y exclusivo– universo simbólico su comprensión de la realidad; y, aunque es igualmente inabarcable la pluralidad de culturas humanas en la historia de las civilizaciones, en el fondo sólo nos hemos tenido a nosotros mismos como interlocutores materiales de la comunicación.
Es decir, por mucho que nos esforcemos en escuchar los ecos de la historia sobre nuestro planeta y el cosmos, o por atinadas que sean nuestras interpretaciones de las señales del resto de los seres vivos conocidos, en el fondo sólo nos comunicamos con herramientas de nuestras manos y nuestro ingenio en los términos que las culturas se permiten en los márgenes de nuestra especie. Hoy, una de esas herramientas provoca tantas ilusiones como inquietudes.
La Inteligencia Artificial actual ha alcanzado niveles de sofisticación algorítmica sorprendentes: la imitación del lenguaje humano (tanto verbal como visual) y la ‘generación’ de ideas complejas provenientes de inmensas bases dinámicas de datos obliga a reflexionar sobre los nuevos desafíos comunicativos a los que la humanidad se enfrenta; especialmente en lo referente a los márgenes éticos y políticos de esta “inteligencia generativa”.
Es cierto que aún parece lejana la construcción de herramientas de IA que asimilen la identidad propia y la otredad en una conciencia autónoma o que se acerquen a los procesos cognitivos humanos básicos; pero la capacidad que tienen hoy para imitar masiva, inmediata y progresivamente actividades humanas como el análisis, el diseño, la redacción, la esquematización y la jerarquización de informaciones obliga a reflexionar sobre cuáles son los espacios de la vida cotidiana digital que se ven afectados, perturbados o directamente transformados por esta tecnología.
La vida digital contemporánea expresa riesgos permanentes tanto para los usuarios como para la sociedad en general: el robo de datos e identidad, las amenazas de seguridad a las instituciones de servicio público, la falsificación de noticias, la propaganda psicográfica o la alienación social son desafíos permanentes para las instituciones sociales y el tejido social.
La eventualidad de ser tanto víctimas como propagadores de estrategias de consumo ideológico digitalizado es casi ineludible; y la posibilidad de que sea el propio algoritmo de consumo lo que determine las certezas y actitudes de nuestra ciudadanía onlife es cada vez mayor. Incluso, una institución tan ancestral como la Iglesia católica comprende que hoy ya no existe esa frontera entre la vida ‘online’ frente a la ‘offline’, sino una sola ‘onlife’ que une la vida humana y social en sus diversas expresiones en espacios digitales y físicos. Esto lleva a preguntarnos sobre la ética comunicativa y la ética política en los usos y alcances de la IA.
Ya desde los años 60 del siglo pasado, Marshall McLuhan afirmaba que las sociedades se suelen configurar más por la naturaleza de los medios con los que la humanidad se comunica, que por el contenido mismo de la comunicación; pero, por otra parte, el productor y decodificador último de toda comunicación mediada siempre será el ser humano. Por ello, la vida digital contemporánea con herramientas de la IA no debe perder de vista que la auténtica comunicación humana exigirá siempre que se atiendan cuestiones sociales reales y no sólo las especulativas del funcionamiento de los medios, como la ‘comunicación’ que sucede en la aparentemente incognoscible trama del algoritmo. Es decir, es necesario saber distinguir los productos comunicativos derivados de datos e instrucciones realizados con intencionalidad humana, de aquellas alucinaciones que la IA produce a través del recorrido iterado sobre sus códigos, bases de datos y dinámicas de consumo.
Comunicar, en última instancia, siempre será un proceso que exclusivamente habrá de interpretar la raza humana, y en ello radica su responsabilidad.
Así, se hace necesario que la sociedad de la información cuente con herramientas claras para contrarrestar la posibilidad de que el algoritmo anónimo tenga capacidad de hacer política social, promueva creencias y comportamientos o determine los contenidos que evalúe socializadores o ‘antisociales’. Ahí es donde deben entrar los viejos principios de la ética comunicativa en las nuevas fronteras de la IA: veracidad, imparcialidad, completud, responsabilidad y justicia pero en los márgenes de un medio que simula funciones cognitivas humanas complejas.
La comunicación es un intercambio dialógico entre entidades que se reconocen mínimamente semejantes pero que saben que no son iguales; la comunicación para el ser humano no es un fin, sino un camino que se descubre sobre los escarpados perfiles simbólicos de las culturas transformándose.
Por ello, la lucha por atender y mejorar las condiciones sociales de cada época siguen pasando invariablemente por una realidad que sólo se puede intervenir a través de la construcción de lenguajes, de discursos y de una comunicación donde participan los diferentes grupos humanos con las herramientas que están en permanente evolución (de la invención de la escritura a la interacción con la IA apenas ha sido un fragmento de la humanidad); una realidad donde se garantice la disponibilidad, asequibilidad y usabilidad de los medios para todos, en la que se facilite el acceso público a su configuración y en la que se respete la privacidad e inviolabilidad de la dignidad humana.
*Director VCNoticias.com @monroyfelipe
Felipe Monroy
AMLO y el Episcopado mexicano
Sólo un necio se atrevería a simplificar la compleja relación que el episcopado mexicano ha sostenido con Andrés Manuel López Obrador en las últimas dos décadas; el tabasqueño ha sido un personaje político particularmente difícil de comprender para la cúpula de los liderazgos católicos nacionales.
Mientras algunos obispos entienden y asimilan que la fuerza política de López Obrador proviene de una ardua reivindicación de largas luchas populares, de complicados resentimientos históricos y del hartazgo social acumulado por administraciones no sólo ineficientes sino corrompidas y corruptoras; otras jerarquías eclesiásticas consideran que el político es un enemigo de las instituciones nacionales (incluida la católica), un manipulador de los sentimientos religiosos tradicionales en el pueblo mexicano y un pragmático usurpador de símbolos y retórica cristiana con fines políticos.
Desde su época como presidente del PRD, jefe de gobierno del Distrito Federal, tres veces candidato a la presidencia de la República y el principal rostro visible de oposición a lo que él denominó “la mafia en el poder”, algunos liderazgos episcopales entraron en conflicto con López Obrador, en ocasiones debido a las tensiones sociales derivadas de la agenda presumiblemente ‘progresista’ o ‘de izquierda’ promovida por sus correligionarios, pero también por las cercanías y complicidades previas de algunos jerarcas religiosas con élites y grupos enquistados en el poder político-económico del país.
En particular, algunos ministros y obispos católicos han aprovechado ciertas coyunturas políticas para manifestar públicamente su oposición ideológica con el presidente, con su partido y su movimiento político. A través de ciertas orientaciones políticas y mediáticas dirigidas a la grey, obispos y sacerdotes –con la venia de sus superiores– han utilizado retóricas y narrativas con eufemismos políticos para persuadir a la ciudadanía de que el gobierno de López atenta contra las instituciones sociales, es autoritario, antidemocrático y directamente dictatorial. En el extremo, en plena catedral y aún revestido por la celebración eucarística dominical, un pastor incluso llamó a votar por un partido político opuesto al del presidente y hay ministros que no se ruborizan al repetir eslóganes propagandísticos anti obradoristas en servicios religiosos.
Y, sin embargo, el episcopado en pleno ha sido sumamente diplomático y respetuoso con López Obrador en sus tres visitas como candidato presidencial (2006, 2012 y 2018) y en el par de encuentros como presidente de México. A lo largo del sexenio, de manera formal, no desistieron de buscar cooperación y coparticipación entre el gobierno federal y la CEM para trabajar en asuntos como la construcción de paz, la atención del fenómeno migratorio y la libertad religiosa.
Por su parte, López Obrador ha sido especialmente agresivo con los obispos mexicanos. Aunque el político ha manifestado su admiración por el papa Francisco y buscó intensamente que el pontífice visitara el país bajo su administración, a través de sus conferencias ha acusado a los pastores mexicanos de no acompañar ni conocer al pueblo mexicano, de defender el neoliberalismo, de apoyar ‘al bloque político conservador’, de connivencia con las élites y los poderes fácticos, y hasta de ‘complicidad con los saqueadores y explotadores del pueblo’. Desde una superioridad moral –típica del puritanismo protestante–, los acusó de no ser buenos creyentes ni buenos cristianos.
Por ello, el último encuentro del tabasqueño con el pleno episcopal del miércoles 15 de noviembre pasado, sucedió en un ambiente incómodo, molesto, frío y seco en el que Obrador se escuchó a sí mismo –para no variar– durante casi una hora y en el que un par de representantes episcopales compartieron sus inquietudes sobre dramas graves que continúan padeciendo los mexicanos: la irrefrenable violencia, el dominio del crimen organizado, los efectos de la crisis humanitaria migratoria, la emergencia educativa y la corrupción ideológica en la dignidad de la vida humana, la familia y las libertades fundamentales.
Es muy probable que López Obrador no vuelva a tener oportunidad de encontrarse con los pastores católicos mexicanos en pleno; su administración está por concluir y las dinámicas electorales del 2024 ocupan ya las principales preocupaciones políticas. De manera inédita, el Consejo Permanente de obispos ya sostuvo sendas reuniones con las mujeres que lideran los dos proyectos políticos antagónicos rumbo a la presidencia de México, aún cuando el proceso electoral no da verificativo del inicio de las precampañas ni de la campaña presidencial, tal es la urgencia de nuevos interlocutores entre el episcopado y la política mexicana.
Al igual que sus predecesores, López Obrador alcanza apenas momentos anecdóticos e insustanciales para con las instituciones religiosas de México: No se avanzó en leyes que garanticen la plena libertad religiosa de los ciudadanos, no se combatió el jacobinismo trasnochado en las esferas legislativas y judiciales de México, no se trabajó en reparar heridas aún abiertas por la persecución religiosa politizada desde el Estado mexicano, no se actualizaron leyes discriminatorias contra ministros de culto, ni se concretaron trabajos en confianza y corresponsables entre autoridades civiles y religiosas para beneficio de poblaciones y comunidades, ni siquiera en momentos de emergencia.
El sexenio agoniza y hoy hay prioridad en el discernimiento entre dos proyectos de nación que estarán enfrentándose en la arena electoral; los cuales, sin apasionamientos simplones, han demostrado tener tanto efectos positivos como negativos en la sociedad mexicana. No obstante, el clima en el episcopado evidencia buena parte del sentimiento generalizado: no hay aplausos ni estridencias en un gobierno que concluye sin que se hayan cumplido los terribles vaticinios de sus malquerientes pero tampoco sin los resultados prometidos por una administración que encendió una gran esperanza de transformación. Como diría el poeta: “Así termina… no con una explosión sino en un gemido”.
*Director VCNoticias.com @monroyfelipe
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