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Felipe Monroy

Prensa purulenta

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Esta semana, como indigno testimonio del periodismo mexicano, destaca la circulación de una revista cuya portada no puede sino llenar de vergüenza a todos quienes intentamos hacer de este oficio un servicio en la clarificación de las perennes tinieblas de la sociedad. El problema de aquella desgracia no es su exageración sino la actitud detrás de la línea editorial del semanario, suficientemente ignominiosa como para siquiera calificarla de ‘mal periodismo’.

Ahora bien, tampoco es un tema que se resuelva con la superficialidad argumentativa de que el periodismo debe garantizar toda libertad de expresión; porque tan importante resulta defender la libertad de expresión como contribuir a enriquecerla en su nobleza. Y evidentemente, la dirección editorial de la revista ha hecho todo lo contrario.

Así que no es un momento para eufemismos, este tipo de prensa es el ejemplo paradigmático de un periodismo pelandusco; no sólo un erial, un yermo abandonado o un terreno infértil donde nada tiene provecho, sino un sitio purulento donde sólo crece maleza ponzoñosa y hierbajos miserables, un pozo envenenado donde se alimentan los encolerizados. No podemos sino preguntarnos cómo llegaron, aquellos colegas, hasta tal oquedad.

Tampoco quiero reducir esta crítica a un simple moralismo, el propósito no es señalar los desaciertos de la portada o la línea editorial desde una petulancia altanera sino contribuir a la reflexión sobre el papel del periodismo en esta “rebeldía contra la pasiva aceptación de nuestros actos vanos”. No importa desde dónde nos aproximemos a la ética periodística, invariablemente se hace necesario recordar por qué son imprescindibles los principios de respeto y de no instrumentalización de los humanos y sus dramas en el oficio informativo.

Para ello, es usual que la ética periodística –siempre dinámica– sea observada desde una de las muchas formulaciones kantianas del imperativo categórico: “Obra como si la máxima de tu acción fuese a convertirse por tu voluntad en una ley universal de la naturaleza”.

Es decir, casi impúdicos, los periodistas solemos publicitar y evidenciar nuestros errores en la desnudez del juicio social; muy pocas veces los corregimos o nos hacemos cargo de las consecuencias derivadas de ellos. Por ello, antes de publicar lo que, invariablemente será una sutil aportación a la historia inmediata y al breve relato historiográfico de nuestro tiempo, debemos preguntarnos si sentiremos orgullo de nuestras diatribas, nuestras obsesiones, los insultos y las infamias a las que dimos voz.

¿Qué sucedería si el insulto fácil se torna la norma para toda la información y opinión mediática en el futuro, incluida la que se vuelva contra nosotros? ¿Una portada tan infame o los infaustos adjetivos sobre la apariencia de una persona son el legado que dejaremos de nuestra profesión en los anales de la historia? ¿Mereceríamos y fomentaríamos entre los colegas que se nos agrediera con el mismo vómito cáustico?

Es cierto que la política (sus intereses, sus mundanas obsesiones) genera escenarios dramáticos en donde se juegan crudamente los límites del poder; en ella, dicen, se permite el grito al desesperado, el clamor al abatido, la revuelta al oprimido e incluso la mentira y la maledicencia a los propagandistas. Y aunque mentir y maldecir siempre han tenido un espacio entre las tácticas de control desde el poder o de la rebelión contra el poder, debemos preguntarnos permanentemente si aquellas deberían ser la norma de nuestra conducta para con el prójimo y viceversa.

Hay otra reflexión importante que exige este desafortunado episodio del semanario autodefinido como ‘opositor’ y tiene que ver con el origen de la diatriba. En el marco político, siempre estarán los excluidos del poder, los marginados, incluso los humillados. No importan las altas cualidades democráticas del sistema político, siempre habrá sectores no representados, desoídos y hasta despreciados. El periodismo tiene allí una alta responsabilidad para hacer público lo acallado, un deber para con la minoridad en resistencia pero con una distinción: El periodismo debe estar inclinado sobre los abismos de los que sufren objetiva y auténticamente, se conmueve con el grito atávico de una madre ante la pérdida de su criatura y con la indignación de quien contempla los derechos de los humildes mancillados desde el poder; pero el periodismo no debe hacer campañas de terror desde los poderes formales o fácticos, no puede participar del relato perturbado de quien, teniendo poder, desea tener aún más privilegios.

No se puede ser más enfático, el periodismo representa siempre una decisión y un activismo político; pero su oficio exige distancia de esa visceralidad ignominiosa que raya en la locura. El periodismo debe respetar los derechos de los débiles y discriminados, comenzando por el respeto a su inteligencia; debe evitar toda opinión discriminatoria que incite a la violencia o a las prácticas inhumanas o humillantes; debe evitar alusiones peyorativas; debe evitar expresiones o manifestaciones desagradables o hirientes sobre la condición personal de las personas o sobre su integridad física o moral. En conclusión, no se debe tratar a los demás como medios para nuestros propios propósitos, no importa lo urgentes o necesarios que nos parezcan.

*Director Siete24.mx @monroyfelipe



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Felipe Monroy

Ni meme ni expresión religiosa: es tedio pendenciero

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A cuarenta días de las votaciones, las campañas electorales deberían estar en un momento álgido de discusión, de confrontación y debate, incluso se permitiría una dura invectiva entre contendientes; y, sin embargo, no son los perfiles de las candidaturas ni sus discursos o sus acciones de campaña las que generan la conversación social. A falta de una discusión entre personajes que representan proyectos, tenemos episodios –más o menos– estériles que evidencian mera provocación e ignorancia.

Es claro que el episodio de la tristemente célebre playera que muestra la representación de la muerte en actitud de silenciar a alguien mientras un mensaje sentencia que “un verdadero hombre nunca habla mal de López Obrador” es una provocación para generar toda una conversación que, paradójicamente, se aleja de la necesaria discusión en torno a los proyectos centrales en disputa.

Las reacciones parecen más abundantes de lo necesario: Los obispos de México emitieron un extraño comunicado en cuyo discurso se mezcla la cultura de la muerte, el juicio de amparo y el año jubilar por la vidente del Sagrado Corazón para cuestionar indirectamente la exótica propaganda de la playera; los comunicadores, analistas y hasta el presidente de la República rascaron en lo profundo las esquizofrénicas relaciones entre el poder político y el religioso en el país para explicar si este episodio habla de libertad religiosa, de exaltación de la violencia o de apología del crimen; los propagandistas de ocasión aprovecharon para infundir miedo a través de interpretaciones histéricas; y una vocera de la administración federal intentó convencer que todo fue un meme mientras insulta la inteligencia de todos, junto a la suya propia.

Se podría escribir un libro entero sobre las interpretaciones simbólicas, antropológico-religiosas, políticas, crítico-discursivas o histórico-contextuales de la playera en cuestión; se podría reflexionar intensamente sobre los elementos fascistoides subyacentes que se conjuntan bajo la mera existencia de un instrumento comunicativo así y, por supuesto, se podría analizar con seriedad el juego de la propaganda, la comunicación política, el fetichismo de los símbolos del poder y las instituciones ideológicas en pugna al respecto de este episodio. Pero de lo que no habla, paradójicamente, es del modelo de país que se encuentra en disputa: No parece haber ningún hilo conductor interesante entre los contendientes políticos, su personalidad y temple, sus fundamentos político-ideológicos o sus habilidades técnico-operativas con la transversalidad de sus proyectos en la realidad y el escenario deseable de la administración y la política pública.

En síntesis. Por supuesto no es un tema de fe ni de religión, mucho menos un asunto de ministros de culto o asociaciones religiosas registradas ante el Estado mexicano. La playera en cuestión no emite un mensaje religioso concreto; aunque claro que puede haber interpretaciones sobre que la calavera encapuchada y amenazante sea efectivamente una representación de la “Santa Muerte”. Si la efigie en cuestión estuviera reconocida ante el Estado mexicano como el símbolo de una asociación religiosa, el uso de dicha imagen por parte de un partido político y un funcionario federal sería objeto de sanción. Pero las expresiones populares de dicha cultura han sido tan menospreciadas e infravaloradas, proscritas de las relaciones formales religiosas que justo han sido catalogadas como ‘desviaciones sectarias’ u otros apelativos con los que se busca invisibilizar en lugar de comprender ese extraño fenómeno que alcanza a diversos sectores sociales.

Tampoco es un meme cuya naturaleza carece de fuente y propósito; son evidentes tanto el origen como la utilidad política de su discurso. Ahora bien, sin duda será necesario hablar de la histórica asociación simbólica de la calavera y la muerte con discursos de agresividad y violencia, de superioridad y de sacrificio individual por el bien colectivo; ahí, sobre la playera, también hay trazos de machismo y conservadurismo rancio, de ‘calificación de actitudes masculinas’ y disciplinarismo dogmático.

Lo dicho, ante perfiles políticos insulsos y anecdóticos en las campañas electorales, el tedio pendenciero sustituye la confrontación política con símbolos que no se entienden pero se usan para incendiar la conversación: la playera de la muerte que manda silenciar es un ejemplo, pero también está la falsa fotografía de supuestos tatuajes diabólicos que tiene una contendiente de origen judío a la que también le agrandan artificialmente la nariz con consabidas connotaciones racistas y discriminatorias.

La única pregunta que vale la pena ahora hacerse es: ¿Quién realmente podría tener el carácter para meter en cintura a tanto lenguaraz?

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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Felipe Monroy

Itinerario 2024: El juego del lobo

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En la cultura popular existen tres fábulas clásicas que involucran a un niño y a un lobo; pero todas nos enseñan algo distinto que ahora resulta pertinente recordar en medio de este proceso electoral. Porque, en el fondo, para los propagandistas políticos es más sencillo retomar viejas historias, que forjar nuevas en torno a sus paladines o a sus adversarios.

La más antigua historia, habla de un pequeño que estaba encaramado en el techo de una casa cuando ve pasar a un lobo y comienza a llamar “asesino y ladrón” a la criatura; el lobo, flemático, le responde que es muy fácil ser valiente desde una distancia segura. Toda la propaganda política se basa en este principio. El juego electoral en un país democrático se realiza en cierto “espacio seguro” donde se pueden decir muchas cosas –no siempre verdaderas– sobre los adversarios sin tener consecuencias directas ni proporcionales. En una dictadura, no existe ese espacio seguro.

Este juego democrático lo asumen como natural los bandos politizados incluso en su apelativo más agresivo: hacer propaganda negra (o “guerra sucia, en serio” como dijera Jorge Castañeda) es parte casi obligada en una campaña electoral pues, al tiempo de construir una imagen propia más atractiva, se debe contaminar e incluso hasta mancillar discursivamente la honra del adversario. En México, ha habido campañas tan cargadas hacia esta agresividad con el propósito de insuflar miedo a los votantes a través de ataques personalizados que lo que se termina afectando es ese “espacio seguro” hasta volver el juego democrático literalmente en un conflicto absoluto y sin cuartel. Por si fuera poco, un gobierno emanado de una campaña de tal agresividad puede aparentemente legitimar a otras fuerzas no políticas (o fácticas) a recurrir a medios igualmente agresivos o incluso violentos.

La segunda historia habla sobre la mentira. La historia clásica de Pedrito y el lobo relata cómo el pequeño pastorcillo, cuando estaba aburrido, alertaba falsamente al pueblo sobre la llegada de un lobo. El pueblo, engañado y movilizado, creyó varias veces su mentira pero, al final, cuando la amenaza era real y la alarma del niño también, el pueblo ya no hizo nada y el lobo arrasó libremente con todo. Aquí la comunicación política de campaña también debe ser cautelosa porque si recurrentemente utiliza una falsa amenaza para convencer a sus electores, al final es probable caer en descrédito cuando realmente se necesita.

Esta segunda historia tiene una variación desde la comunicación política, en ella Pedrito no nombra al lobo con el nombre de “lobo” sino que se vale de recursos retóricos para hablar del lobo indirectamente. Este es un juego propagandístico sumamente importante porque permite al pueblo “deducir” por sí mismo la identidad del lobo. Como el acertijo exige el razonamiento del oyente es más fácil que se valide la premisa (aunque sea errónea) como recompensa al acierto mental propio.

Por ejemplo, la campaña de Claudio X. González apela a esta estrategia al asegurar que “Lo que está en juego el 2 de junio es: Democracia o dictadura, libertad o sumisión… unidad o división”. Estrictamente no están ni siquiera mencionados los proyectos políticos en colisión sino que, con el uso de la metonimia (designar algo con el nombre de otra cosa) exige al lector ubicar en cada categoría al menos a alguno de los tres proyectos políticos en contienda.

Por paradójico que resulte, este recurso retórico no sólo busca hacerse de partidarios y oponentes. Pues si se coloca en los negativos a sus adversarios, gana adeptos; y si se coloca en los negativos a sus aliados, de cualquier manera logra validar un falso argumento. El falso argumento es que la “democracia”, la “libertad” o la “unidad” se reducen al mero sufragio y no a las amplias complejidades del fenómeno político como son la soberanía popular, la igualdad política, la libertad individual y colectiva, el sistema legal imparcial e igualitario, el pluralismo político, la rendición de cuentas y transparencia, la tolerancia y respeto a los derechos humanos, la participación y corresponsabilidad cívica, la deliberación y representatividad popular, etcétera.

Esta retórica de reduccionismo político es particularmente útil a las fuerzas que guardan poder y privilegios; y es que sin duda las jornadas electorales, las elecciones y el voto son esenciales en la construcción democrática de un Estado pero no son ni el único ni quizá el más importante ejercicio cívico-democrático. La participación ciudadana democrática en la vida pública no puede reducirse a condiciones propias del juego electoral que se manifiestan mediáticamente casi siempre en polarizaciones (“A sólo se expresa como B vs C” por ejemplo: “Sólo hay dos proyectos a elegir” o “En esta elección sólo hay dos sopas”) o en dicotomizaciones (“la integralidad de A sólo puede ser B pero no C; todo A puede ser C pero no B” por ejemplo: “La democracia sólo es posible con nuestro partido pero no con el de enfrente”).

El problema es que se erige al ‘voto’ como una respuesta casi mágica frente a problemas más profundos que no se resuelven sólo votando ni apoyando con propaganda a alguna opción política. Por ello, es una propaganda utilitaria el sugerir que el voto resuelve o remedia problemas como la desigualdad, la influencia ideológica, la corrupción, el cobro de piso, la impunidad, etcétera. Un discurso así es cómodo porque interpela a quien escucha a tomar una sola decisión para sentirse en paz. Como haciéndolo pensar: “Si ya voté por B o por C, ya cumplí en la lucha contra la corrupción, los moches, la transa, el abuso…”).

Lo más importante es motivar a participar transversalmente de la vida pública a través de la educación, la formación, la acción solidaria, la promoción social con honestidad, respeto y diálogo visibilizando realidades subyugadas o sometidas, dando voz a los sin voz, construyendo entendimiento desde la crítica pero principalmente desde la pluralidad. Tal como enseña la última historia de Pedro y el lobo, de Prokofiev: el valiente niño comprende que no todos los problemas son iguales y que se requiere de la cooperación y el talento conjunto de sus amigos animales para someter al temible lobo. La fábula enseña que la audacia y el trabajo en equipo pueden vencer adversidades mayúsculas; además, si se escucha con cautela, nos enseña que, a pesar de las desgracias, no todo está perdido para siempre.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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Felipe Monroy

Dignidad humana y la polémica que no fue

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A inicios de abril el Dicasterio para la Doctrina de la Fe de la Santa Sede liberó un nuevo documento orientador sobre inquietudes globales respecto a la práctica de la fe en la sociedad contemporánea; es la segunda Declaración oficial presentada bajo el liderazgo del cardenal argentino Víctor Manuel Fernández y se publica apenas cuatro meses después de la polémica declaración Fiducia Supplicans en la que se autorizan las bendiciones a parejas homosexuales bajo discreción y discernimiento de los ministros de culto.

El nuevo documento denominado Dignitas Infinita habla sobre un tema realmente toral en la cultura actual que es la valoración, el reconocimiento y el respeto irrestricto a la dignidad humana y, sin embargo, a diferencia de su antecesor, ni los medios de comunicación ni los colectivos defensores de derechos humanos e incluso tampoco los recurrentes vociferadores eclesiásticos decidieron hablar de este documento o polemizar respecto a lo que plantea. Y quizá sólo haya una explicación razonable: la declaración vaticana sobre la dignidad humana no les sirve a sus propios intereses y se prefiere callar para no evidenciar lo mucho que se ha normalizado el relativizar la dignidad humana propia y de los demás. Veamos:

En el preámbulo, la Declaración parte de un principio irrenunciable de la doctrina cristiana el cual no siempre ha sido asumido ni respetado, incluso por los propios católicos: “la dignidad humana existe más allá de toda circunstancia”. Esto quiere decir que sin importar los contextos históricos o culturales y sin distingo de las diferencias físicas, psicológicas, sociales y morales de las personas, cada una de ellas –cada uno de nosotros miembros de la raza humana desde el momento del inicio de nuestra existencia individual e irrepetible y hasta el final de la misma– goza de una dignidad infinita e irrevocable.

La Declaración distingue diversas aserciones sobre la dignidad humana (ontológica, existencial, moral o social) pero esencialmente cuestiona ciertas condiciones contemporáneas que han logrado relativizar o redefinir las fronteras de la dignidad inherente de cada ser humano. La Santa Sede reconoce que, en no pocas ocasiones en el pasado y aún en nuestros días, algunas doctrinas filosóficas, políticas, ideológicas y religiosas han permitido ‘ensombrecer’ la dignidad humana autorizando o avalando actos contrarios a ella, como la esclavitud, el genocidio, la persecución racial, la discriminación, la promoción sistemática al aborto o a la eutanasia; pero también apoyando modelos sociales, leyes y mecanismos que favorezcan o perpetúen condiciones infrahumanas de vida, detenciones arbitrarias, deportaciones, prostitución, trata de blancas y de jóvenes, condiciones laborales degradantes, la instrumentalización del ser humano, la mercantilización del cuerpo y de la vida humana, la renta de mujeres para embarazos de terceros y un largo etcétera.

Todas estas realidades e inquietudes sociales contemporáneas obligan a mirar aquellas realidades fronterizas de la experiencia humana donde hoy se regatean aspectos esenciales de la dignidad: la invisibilización del ser humano en gestación; el descarte social de los ancianos, los marginados y los enfermos; la manipulación médica, quirúrgica u hormonal innecesaria a niñas, niños y adolescentes; la mercantilización del cuerpo o de alguna de sus partes; las terapias de desapego materno; la explotación, despojo e, incluso, la vulneración de la identidad, privacidad, seguridad a través de herramientas tecnológicas intrusivas, engañosas o crematísticas.

El documento debería haber causado tanta polémica y discusión como su precedente; sin embargo, su invisibilización revela lo que la sociedad contemporánea prefiere callar. En este 2024, por ejemplo, se publicó el estudio académico sobre el “Alquiler de vientres como explotación reproductiva de mujeres rurales de Tabasco”, un trabajo de Pilar Alberti y un equipo de investigadores que evidencian los efectos nocivos tanto en las personas como en las comunidades donde se autoriza o promueven modelos de ‘vientre subrogado’. El tema por supuesto que abre un debate importante sobre cómo ciertas justificaciones económicas o utilitarias son legalizadas para intervenir indolentemente tanto en el cuerpo de las mujeres como en la dignidad intrínseca del ser humano en gestación.

También hace unos pocos días se revelaron los resultados del Estudio Cass en Gran Bretaña, un análisis de largo aliento sobre los efectos nocivos y hasta criminales producidos a adolescentes y jóvenes por haberles facilitado intervenciones de cambio de sexo y hormonización durante su infancia. En este caso, el discurso ideológico de organismos internacionales promovido a través de voceros de gran impacto mediático (actores, actrices, deportistas, comunicadores, etcétera) y sustentado bajo teorías del género, género fluido y trangénero se impusieron frente a las necesidades médicas y psicológicas de los infantes provocándoles graves afectaciones en su salud física y mental.

Ahora, el Sistema Nacional de Salud Pública del Reino Unido exige que toda atención a niñas, niños y adolescentes con disforia de género comience con terapias psicológicas para explorar y comprender detonantes sobre sus inquietudes (que pueden ser desde problemas de salud mental hasta abusos sexuales subyacentes) antes de que siquiera que sugiera cualquier modelo de ‘transición’. Un tema que nos compete a México porque justo por el repudio comprensible a las llamadas ‘terapias de conversión’ –las cuales deben estar prohibidas debido a sus actos violatorios de la dignidad humana– se ha metido en el mismo saco a todo tipo de terapia profesional para analizar y atender la disforia de género dejando a las infancias vulnerables a que sistemas comerciales, tecnocapitalistas e ideológicos del género les provoquen las mismas afectaciones que las denunciadas en Inglaterra.

Y una última inquietud que se vincula a la actual contienda política-electoral en México: ¿Acaso las candidaturas presentan discursos o plataformas a favor de la visibilidad, respeto y promoción de la dignidad humana, en todas sus condiciones y en todas sus circunstancias? ¿O quizá sólo se limitan a decir que ‘lo que ya aprobó la Corte’ es todo el margen posible de los magistrados han impuesto a la dignidad humana? ¿Y eso, será suficiente?

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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Felipe Monroy

Claudia y Xóchitl, segunda aduana episcopal

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Tanto el ambiente como el salón de la plenaria episcopal lucieron colmados de expectativas y ansiedad política; los obispos de México recibieron a las dos candidatas a la presidencia de la República, Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez, para escrutar algo más que sus proyectos políticos. Como se sabe, este encuentro de los aspirantes con los líderes católicos de México no define el rumbo de las intenciones electorales pero sí adelanta el tipo de relación que se sostendrá entre el poder político y el poder eclesiástico durante el sexenio.

Hace seis años, los obispos comentan que Andrés Manuel López Obrador utilizó todo el tiempo del encuentro para prolongar, en su monomanía, su discurso y planteamiento político; al final quedó muy poco tiempo para el diálogo (y eso que era su tercera ocasión frente al pleno episcopal). Como se sabe, López Obrador arrasó indubitablemente en la elección pero, una vez en el poder, la falta de diálogo entre el poder civil y el eclesiástico fue construyendo una animadversión mutua; la cual, a pesar de la diplomacia, moderación y templanza del presidente del episcopado, Rogelio Cabrera, ha motivado a no pocos obispos, sacerdotes, laicos católicos y estructuras eclesiales a operar política y discursivamente contra todos los aliados del movimiento cuatroteísta.

Quizá por eso mismo y consciente de la desventaja heredada, Sheinbaum llegó con puntualidad y apertura. Intercambió un breve diálogo con el presidente de la CEM y después dirigió al pleno un discurso de alrededor de 30 minutos donde presentó los ejes principales de su plataforma y el proyecto para la Presidencia; el diálogo fue un poco más abundante pero –a decir de los presentes– no necesariamente esclarecedor. Como se ha dicho en otros foros, algunos obispos consideran que la candidata de Morena, PT y PVEM tiene dificultades para empatizar y cautivar a sus interlocutores: su discurso es estructurado y claro, pero monótono y técnico.

Con Sheimbaun había un tema ineludible: la violencia y el fracaso de las estrategias de seguridad. La candidata firmó semanas atrás, con reservas, el Compromiso por la Paz compendiado por el episcopado y las comunidades religiosas junto a varios sectores de la sociedad civil. En ese entonces dijo no compartir el panorama pesimista y calamitoso de la Iglesia; sin embargo, a pesar de tener justo frente a ella al cardenal emérito Norberto Rivera y al obispo de Orizaba, Eduardo Cervantes –primero y último de los obispos que sufrieron asaltos armados tras el triunfo de López Obrador– continuó sin reconocer la ausencia de avances en materia de seguridad ciudadana. Sin duda Sheinbaum navegó contra muchos prejuicios pero tampoco logró cimentar una nueva relación con los líderes católicos.

La historia fue muy diferente con Xóchitl Gálvez. El episcopado la recibió sin solemnidades y como a una vieja conocida; en sus diez minutos de presentación, Gálvez no habló de política ni de proyectos sino de su sabida historia personal que ha sido su principal herramienta mercadológica en esta elección. Después saludó e interactuó con algunos obispos periféricos con los que ya había establecido contacto durante el sexenio de Vicente Fox y también con el arzobispo de Tulancingo con quien se presentó como candidata estatal al gobierno de Hidalgo en 2010.

Los cardenales activos se acercaron solícitos a saludarla y la única pregunta incómoda que recibió fue por parte del obispo emérito, Raúl Vera, por la supeditación de su campaña y potencial gobierno no sólo a las estructuras del PRI, PAN y PRD sino a los acuerdos de sus dirigencias para colocarse de forma ominosa a ellos mismos en las principales curules plurinominales. Gálvez respondió como siempre, desmarcándose de los partidos cuyas cúpulas la colocaron en la candidatura; de ese modo, la oficina de prensa del Episcopado le hizo justo el favor de no mencionar en su comunicado a sus partidos políticos que, se ha demostrado, son algunos de los principales lastres que afectan sus intenciones de voto.

Finalmente, en ambos encuentros, emergió un tema que los obispos cuestionaron a las dos candidatas: el asunto de la libertad religiosa y en particular de la libertad de expresión política de los ministros de culto. Tanto a Claudia como a Xóchitl se les cuestionó especialmente sobre este derecho ya que, debido a la falta de actualización de las leyes reglamentarias sobre asociaciones religiosas y culto público, aún existen mecanismos poco claros respecto a los márgenes de censura y sanción contra los ministros religiosos que participen indirecta o disimuladamente en el juego político. La candidata de Morena, PT y PVEM se comprometió a garantizar la libertad religiosa pero continuó diferenciando las esferas de actuación del Estado y de las organizaciones religiosas.

Por su parte, la candidata del PRI, PAN y PRD acusó la falta de libertad de expresión política de los ministros en México con un dato que ni siquiera la propias instituciones religiosas han divulgado o confirmado: dijo que sesenta ministros de culto son investigados directamente por el Estado debido a actividades políticas propagandísticas explícitas o tácitas. Delitos que aún permanecen en la legislación mexicana y que no se persiguen de oficio sino a través de querellas y denuncias de terceros.

Respecto al candidato Maynez de Movimiento Ciudadano: su visita al plenario episcopal quedó agendada un día más tarde e incluso después que se realizó el conversatorio entre obispos sobre las plataformas políticas. No es, sin embargo, sólo una visita de cortesía; en el fondo –como explica a esta columna un destacado diplomático y hombre cercano al papa Francisco– la Iglesia católica debe eludir la tentación de operar a favor o en contra de opciones o facciones políticas concretas en una democracia; debe evitar hacer propaganda política directa o indirectamente, puesto que en el pueblo reside la decisión de quiénes van a gobernar y ahí debe estar la Iglesia para “acompañar a quienes van a ser servidores del pueblo, ayudarlos en esa difícil labor que no está exenta de compromisos y presiones”. Veremos.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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