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Felipe Monroy

La fiesta de la palabra y el riesgo de la incultura

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Resulta difícil creer que tenemos una crisis educativa y cultural profunda cuando contemplamos la más grande fiesta de las letras en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara; hacia donde se mire, se encuentran todo tipo de publicaciones en un recinto apoteósico y rebosante: editoriales, autores, editores, libreros y, sobre todo, lectores que conviven en una intensa semana de consumo bibliófilo.

Y, sin embargo, bajo esa emoción y los oropeles de “la fiesta de la palabra” crece el riesgo de una incultura generalizada, del relativismo ontológico y de la pedantería frívola de ciertos influenciadores que consideran que la refundación de la civilización humana comienza en su micro-videos y sus consejos de vida. Entre tantas palabras, tantas ideas, muchas actuales y las inmarcesibles, la FIL quizá es uno de los sitios donde debe ser más sencillo encontrar la esquiva humildad ante la vastedad de oferta de pensamiento; pero los eventos vergonzantes cunden: rechiflas por animadversiones pasionales, polémicas por endiosamiento de farsantes y embaucadores, actos politiqueros rancios y verborrea de egolatría sin freno.

El abucheo de algunos personajes políticos no debe ser signo de preocupación, por el contrario, podría ser un efecto de la politización gremial, de nuevas comunidades informadas a través de otros recursos mediáticos y, por tanto, de una sana democracia que valora las tensiones de los conflictos. Pero la inquina automática por filiaciones partidistas se ha convertido en un espectáculo pobre de ideas y de reiterados insultos mediocres.

Aún así, eso no sería del todo grave (ya que la política utiliza juegos muy variados para conseguir sus objetivos) si no fuese porque, bajo este estilo de ‘participación’ se hace crecer la idea de que “los enemigos” se personifican para combatir problemas que les trascienden.

Esto último no es sencillo de asimilar porque siempre será más fácil identificar al ‘malvado’ que categorizar la naturaleza del mal en los actos propios y ajenos; es decir: atribuir al diablo la obra del mal sin hacer una reflexión de la moralidad de nuestro obrar.

El segundo fenómeno de preocupación es la exaltación de farsantes. A lo largo de la historia siempre ha habido ciertos personajes que, sin arriesgar nada, manipulan sistemas y modelos para su usufructo personal; pero no es eso de lo que hablamos, ni siquiera es una preocupación la exponencial proliferación de farsantes y mercachifles que hacen de la educación un negocio y el conocimiento, una mercancía. Lo que realmente inquieta es cómo la ‘industria mercadológica’ ha logrado eliminar las fronteras entre lo útil, lo necesario, lo fútil y los desperdicios.

Ese inmenso mar de libros, de voces, de ideas y de historias de pronto se convierte en un limitado paisaje donde la certeza es más importante que la búsqueda, donde la cerrazón se torna más eficiente que la apertura y el individualismo se torna más grande que la universalidad. Hay signos claros de una crisis cultural donde, paradójicamente, la democratización del conocimiento genera mucho más ruido que discernimiento, más desprecio que encuentro, más agresividad que comprensión y más autorreferencialidad que ilusión por soñar y descubrir linderos nuevos del pensamiento.

Ya lo había advertido el sociólogo Zygmunt Bauman bajo sus conceptos de la “modernidad líquida” que confirman que la abundante información no garantiza una sociedad más educada, sino más fragmentada y superficial. Lo podemos constatar en los modélicos personajes de las redes sociales, los llamados ‘influencers’, que construyen narrativas no sólo efímeras que reemplazan el conocimiento profundo por el entretenimiento instantáneo, sino dinámicas perversas de ‘naturalizar’ la mercantilización de la vida cotidiana. La investigadora danesa Mette Hochmuth ha documentado cómo estos nuevos mediadores culturales generan comunidades basadas en la adhesión emocional pero que aportan poco –si acaso– en el análisis crítico.

Por ello, es fundamental recuperar la horizontalidad del conocimiento y el sentido educador transversal de la actividad humana (desde la familia hasta el espacio comunitario más inimaginable), donde la humildad intelectual sea el principal valor. Debemos transformar los espacios culturales en verdaderos laboratorios de pensamiento crítico, donde el diálogo supere la confrontación y la comprensión prevalezca sobre la simple acumulación de información.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe



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Felipe Monroy

Morelia: una sede, dos arzobispos

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Carlos Garfias Merlos, el hombre fuerte de las iniciativas de construcción de paz en la Iglesia en México, está por cumplir medio siglo de servicio sacerdotal. Con este motivo, la Arquidiócesis de Morelia a la que ha servido desde el 2016 ha editado un extraordinario ejemplar biográfico sobre su vida y trayectoria ministerial. El obsequio y reconocimiento diocesano llega en un momento sensible: la Santa Sede ha dispuesto prácticamente a su sucesor y el arzobispo está dispuesto a vivir con plenitud espiritual el Año Jubilar en una dimensión cristiana poco cómoda: la enfermedad y la discapacidad.

Entre los círculos eclesiásticos quizá no fue una sorpresa la decisión del papa Francisco de nombrar a un arzobispo coadjutor para la emblemática Arquidiócesis de Morelia. Desde la pandemia, en 2021, Garfias fue duramente golpeado y afectado por el SARS Cov2, vivió una prolongada y dramática hospitalización; tras la cual, lamentablemente, sobrevinieron una serie de afectaciones de diversa gravedad que el propio arzobispo relata en primera persona con transparencia y perspectiva humanista al final del libro-homenaje.

El singular nombramiento recayó en el también michoacano José Armando Álvarez Cano, de 65 años. Álvarez, quien fue promovido al episcopado por el gran referente de la región eclesiástica de Don Vasco, el cardenal emérito de Morelia, Alberto Suárez Inda, será recibido en plena Cuaresma para coparticipar en el gobierno pastoral con facultades especiales, incluida el derecho a sucesión de Carlos Garfias.

Álvarez Cano cuenta con una positiva trayectoria episcopal; primero en la región mazateca de la sierra oaxaqueña, liderando la ardua misión de la Iglesia en la prelatura de Huautla de Jiménez; y después, trasladado a la costa del Golfo de México en la diócesis de Tampico, Tamaulipas, donde mantuvo la asistencia espiritual a pesar de que, en el máximo pico de la pandemia, más del 40% de los sacerdotes padeció diversas afectaciones del virus.

Su llegada a Morelia evidencia, por otra parte, los oficios e intereses de los obispos mexicanos (en particular del cardenal Suárez) y la Nunciatura apostólica para que esta Iglesia local no se arriesgue a una potencial sede impedida o vacante. Un tema que no es menor puesto que en otros casos no suele haber tanta urgencia; por ejemplo, desde 2022, la sede de la prelatura del Nayar, permanece vacante; o desde el 2023, la arquidiócesis de Tuxtla Gutiérrez tampoco ha recibido noticia del nuevo arzobispo tras la muerte de Fabio Martínez Castilla.

Como sea, a mediados de marzo, la capital michoacana tendrá dos arzobispos: Garfias como diocesano y Álvarez, como coadjutor, que –para favorecer a la diócesis– estarán compelidos a colaborar en “unión de acción e intenciones” y a consultarse en asuntos de importancia. Y, por supuesto, entre los temas centrales, según lo expresan ambos arzobispos, estará la atención a las vocaciones y ministerios (la ‘Pastoral de Pastores’, como la llama Álvarez Cano) y la promoción de proyectos que fortalezcan la educación, la formación y la construcción de la paz.

A pesar de las limitaciones que el conjunto de padecimientos condiciona al arzobispo de las cuatro mitras y dos palios metropolitanos (Carlos Garfias ha sido obispo en Ciudad Altamirano, Nezahualcóyotl, Acapulco y Morelia), ha confiado a sus cercanos su deseo de continuar promoviendo la paz esencialmente en los espacios universitarios y educativos, y a través de uno de los lenguajes más apreciados por los jóvenes: la música.

Y todo parece indicar que ese será uno de los últimos proyectos como titular diocesano pues, como se sabe, Carlos Garfias cumplió 74 años el pasado 1 de enero, lo que sugiere que para el primer día del 2026, éste deberá presentar su renuncia canónica al Santo Padre y, en cuanto sea aceptada, Álvarez Cano pasaría inmediatamente a ser el arzobispo metropolitano. Y a pesar de que se ha sabido de varios casos de obispos coadjutores que fueron trasladados a otra diócesis antes de que se aplicara esta regla sucesoria, parece que en Morelia no será el caso y Álvarez Cano será pleno sucesor del venerable Vasco de Quiroga.

Finalmente, y a propósito del ‘Tata’ Vasco, el egregio primer obispo de Michoacán que aguarda el proceso de su beatificación a 460 años de su muerte. En 2020, el cardenal Suárez Inda recibió del papa Francisco una misiva que, entre otras cosas le aseguraba: “Trataré de acelerar la causa de Vasco de Quiroga”; y es probable que en este año, en el contexto del Jubileo, el Papa reciba del arzobispo Garfias su testimonio personal sobre el drama de su salud y su recuperación encomendada tanto a la patrona moreliana, la Virgen de la Salud, y al venerable Tata Vasco de Quiroga.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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Felipe Monroy

Pueblos, tributos e invasiones

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De pronto, como si estuviéramos en la época de los imperios, escuchamos a distintos líderes anunciar invasiones, exigir tributaciones draconianas o prometer la disolución de pueblos, etnias o comunidades “indeseables”. Pareciera que la política internacional se ha vuelto a simplificar en juegos de poder y sumisión; que los acuerdos y las negociaciones entre naciones dejaron de apoyarse en el mutuo reconocimiento de sus valores histórico-culturales y se reducen al mero intercambio de intereses crematísticos inmediatos, donde no importa “quién eres” sino “qué tienes”.

En este contexto quizá sea pertinente reflexionar sobre la naturaleza y finalidad de los pueblos; de su identidad y el sentido que dan a su tierra y a su patria; o recordar las crudas enseñanzas que nos han dejado las invasiones y las imposiciones comerciales entre naciones. Porque, como humanidad, hemos aprendido mucho de cada ocasión en que las fuerzas pretenden apropiarse de la tierra ajena, exterminando o expulsando a los pueblos que ahí residen; o cuando las arrogancias desprecian las identidades culturales de otros pueblos mientras ambicionan la riqueza de sus suelos.

Hay una fábula china atribuida a Lie Zi de hace 25 siglos en la que se cuenta cómo un anciano convocó a su familia para desmontar las inmensas montañas Taihang y Wangwu para abrir un camino sin rodeos hacia el río Hanshui. Casi todos sus parientes estuvieron de acuerdo; los hijos y nietos comenzaron a remover la montaña una palada de tierra a la vez.

No todos fueron tan optimistas; los más críticos cuestionaron la idea del anciano. Le preguntaron sobre si había hecho cálculos de la fuerza que era necesaria para remover ambas montañas, también le pidieron que explicara cómo iba a ser el proceso de quitar las piedras o dónde tenía pensado vaciar la tierra y los peñascos. La fábula cuenta que mientras la familia hacía largos viajes entre las montañas y el mar para tirar la tierra removida, los sabios de la región se burlaban de ellos; pero el anciano les respondía: “Aunque yo muera, quedarán mis hijos y los hijos de mis hijos; y así sucesivamente, de generación en generación. Y como estas montañas no crecen, ¿por qué no vamos a ser capaces de terminar por removerlas?”

En esta pequeña historia se incluyen dos de las características más importantes de un pueblo. La primera, su apertura al futuro, su esperanza en que con trabajo se puede transformar una visión en realidad; la segunda, la potestad sobre la tierra, el suelo firme que realmente puede ser transformado.

Sin embargo, cuando se pierde, se pervierte o se comercia esa visión o si la comunidad abandona su trabajo y servicio hacia ese futuro, entonces se acaba el pueblo. Se muere de inanición, se asfixia de tedio, envejece su mirada tanto como sus fuerzas. Claro, también hay otra forma en que muere un pueblo: es por medio de la invasión de otro pueblo más poderoso. Y en este siglo, quizá estemos alcanzado el pináculo en ambas estrategias.

Hay pueblos que mueren directamente por envejecimiento, porque pierden por vergüenza o conveniencia su lengua materna o porque no conservan el sentido de la relación que tienen con la tierra bajo sus pies. En la fábula sería como si hijos y nietos no sólo abandonaran la visión del abuelo para encontrar un camino directo al río; sino que abandonaran la misma confianza que el anciano puso en ellos en el futuro, en “los hijos de los hijos”.

Hoy mismo, muchas naciones desarrolladas o en vías de desarrollo viven crisis profundas de identidad por el envejecimiento demográfico, por la falta de hijos en las familias, por el miedo que se ha inoculado en jóvenes a la maternidad y la paternidad, por la romantización del ‘nomadismo’ y la autosuficiencia egoísta, por el utilitarismo lingüístico del mundo económico y mercantil. Porque los han convencido de abandonar toda idea de soberanía y heredad de la tierra, de patrimonio y responsabilidad del otro.

Pero también, es preocupante que las intenciones de dominación, exterminio o expulsión de los pueblos haya retornado al discurso político de manera cínica. Durante siglos, la lógica de dominación residía en la potestad del territorio; así, un rey sólo era rey en tanto tuviera tierras que administrar, y la libertad consistía en que la tributación al poder terrenal para vivir de la tierra no fuera la vida misma. Así, el ideal de la “cantidad” de tierra y de la “calidad” del pueblo se resume en lo que planteaba Kautylia a príncipes y reyes: “Al conquistar, prefiere la vasta tierra estéril en lugar de la pequeña porción de riqueza; todo desierto se vuelve fértil bajo el espíritu del hombre”. El problema, como sabemos, es que esto sólo lleva a una consecución lógica: la guerra.

Ya desde la plenitud de los tiempos, como resultado de la guerra, los pueblos sojuzgados han debido de tributar a los imperios. Dominados por las armas, el lenguaje o el comercio, los pueblos sometidos quedan obligados de “dar al César lo que es del César” hasta casi diluirse; y, sin embargo, siempre habrá algo que les quede como pueblo y que los hará trascender incluso bajo el yugo de los poderosos: es la suma de su lenguaje, su historia, su cultura y sus tradiciones; sus miedos, desafíos y esperanzas; sus creencias y convicciones; y sí, también esa relación mítica e inasible con la porción de suelo a la que sensiblemente le llaman ‘patria’.

Y dicha patria –nos recuerda José Emilio Pacheco– es incomprensible en “su fulgor abstracto”; sólo nos dan sentido sus “diez lugares suyos, / cierta gente, / puertos, bosques de pinos, / fortalezas, / una ciudad deshecha, / gris, monstruosa, / varias figuras de su historia, / montañas / -y tres o cuatro ríos”. Por ello, en tiempo de renovadas amenazas de tributaciones e invasiones por parte de los grandes poderes bélicos y económicos del orbe, quizá sea oportuno repensar en los pueblos que somos, en los sueños trascendentes que –como el anciano de la fábula– tenemos, en la esperanza que depositamos en las generaciones venideras y en que, en el fondo, no podemos ser dueños de ninguna tierra sino sólo de la relación que creamos con ella.

Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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Felipe Monroy

Contra el anarquismo egoísta

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“Yo no dependo de nada, para mí no hay nada como yo mismo”. Con estas palabras sintetizó Kaspar Schmidt (bajo el seudónimo de Max Stirner) su manifiesto radicalmente individualista a favor de la absoluta soberanía egocéntrica a mediados del siglo XIX. Y quizá haya llegado el momento de volver a revisar su libro “El único y su propiedad” porque, por alguna razón, esta doctrina filosófica que pretendía convertirse en dimensión política hace casi doscientos años, hoy ha vuelto a la conversación social.

Lo primero que debemos reconocer es que a las personas y a los colectivos nos es muy difícil trabajar en equipo mientras se negocian los intereses propios y los ajenos; pero además, que en toda relación de control, siempre está en redefinición permanente la idea del “bien común” y que dicha idea no necesariamente se integra sólo por los valores sociales, morales, institucionales o temporales de la sociedad sino por modelos ideológicos o propagandísticos impuestos por el poder o las hegemonías discursivas.

Estas condiciones hacen sumamente compleja la convivencia, la cooperación y, como puede imaginarse, la democracia. Sin embargo, aunque sea difícil –o quizá justamente por su dificultad–, la democracia sigue siendo el mejor sistema político conocido, no sólo por su capacidad de dar representación a distintas voces sociales sino por la flexibilidad de sus procedimientos en la adaptación permanente a la negociación y a la mutación de la idea del bien común.

Pero si ahora estamos desempolvando el anarquismo individualista de Schmidt-Stirner es porque la política post pandémica parece que ha dejado de confiar en la negociación –al dejar de reconocer un mínimo de validez en los valores de los intereses de los débiles o desposeídos–, y al mismo tiempo manifiesta desprecio ante cualquier idea política que incluya colectividades más amplias que las del poderoso y su estrecha camarilla de interesados.

La crisis democrática contemporánea no se debe tanto al conflicto entre modelos de búsqueda de distintas perspectivas del “bien común” sino por la negación misma de procesos que construyen comunidad a través de las siempre arduas relaciones interpersonales.

Por supuesto, el anarquismo individualista desde la perspectiva filosófica plantea no imponer nada a nadie ni dejarse imponer por nadie; sin embargo, el anarquismo egoísta en la política exalta la idea de que el gobernante no es un individuo privilegiado (por diversas condiciones externas) sino el único soberano de su destino por sus propios méritos y fuerzas; que es la única realidad verdadera, libre de cualquier atadura externa, especialmente de sus congéneres. Para el encumbrado, cualquier abstracción que llegue a limitar su propia autonomía individual, debería ser rechazada; pero, al mismo tiempo, sus propias ideas abstractas (Dios, el Estado o la ley) sólo tienen sentido cuando son usadas para someter a los individuos que no han sido artífices de su propio éxito (que al menos es como se imagina a sí mismo).

Bajo esta política egoísta, lo que el individuo reclama y usa, es suyo; toda propiedad no es un derecho social, sino una expresión de poder. Así, aunque para otros haya cosas ‘necesarias’ o ‘justas’ si no las tienen o no las gozan es porque no se han esforzado lo suficiente, porque carecen de poder. Pero incluso, la búsqueda o acumulación de poder que se pueda obtener mediante aliados debe ser voluntaria, temporal y exclusivamente basada en intereses mutuos. Es decir, ninguna obligación moral o institucional es válida para construir acuerdos o alianzas. Y si esto último no se entiende del todo, basta mirar la ausencia de acuerdos o esfuerzos de los poderosos ante responsabilidades morales urgentes como el cuidado del planeta que compartimos. No hay alianzas ni esfuerzos colectivos motivados por convicciones éticas o morales, sino por intereses (de los que tienen poder).

Ahora bien, ¿hay alguna otra perspectiva de hacer y dinamizar la política? Algunos consideramos que sí bajo lo que condensó John Rawls: Apoyar una moral más definida por las relaciones interpersonales que por la idea de un “bien mayor”; recordar la importancia de la singularidad de las personas, de modo en que la comunidad sea expresión de individuos diversos y distintos; rechazar la idea de que la sociedad sólo se reduce al juego de intereses egoístas de los individuos; condenar la desigualdad basada en la exclusión y la jerarquía; y, finalmente, rechazar la primacía meritocrática.

La búsqueda del bien por parte de individuos separados, aliados a otros sólo por intereses egoístas, es un camino que ha demostrado alimentar el abuso y la perpetuación de injusticias; por el contrario, el reconocimiento de los conceptos de personalidad y comunidad para construir relaciones apropiadas entre las personas y su ambiente, no sólo es un camino más arduo, lento y difícil sino esencialmente ético, democrático y justo.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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Felipe Monroy

Un siglo de sábados por la paz

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Silenciosa y pequeña, casi minúscula, pero no por ello menos significativa fue la primera de doce celebraciones previstas para evitar la escalada violenta en todo el mundo y quizá eludir la guerra global. Se trata de una iniciativa de fieles católicos franceses que buscan la paz a través de la conversión y actos solemnes en los principales santuarios marianos del orbe.

La idea surgió en una asociación de fieles que repararon en que este 2025 se cumple un siglo de la aparición de la Virgen María a Sor Lucía dos Santos (vidente de Nuestra Señora de Fátima). Como se sabe, en 1917, en aquel pequeño pueblo portugués, la Virgen anunció a los niños Francisco, Jacinta y Lucía su devoción y su solicitud “para evitar la guerra”. En el mensaje, la Virgen anunció que pediría la consagración de Rusia a su Inmaculado Corazón y la Comunión Reparadora de los Primeros Sábados. Ocho años más tarde, el 10 de diciembre de 1925, en Pontevedra (Portugal), la Virgen nuevamente se apareció a Lucía para lanzar la devoción de los primeros sábados de mes en todo el mundo.

A partir de esta petición, la asociación de fieles católicos busca que en cada santuario mariano del mundo se concrete esta petición realizada hace un siglo por la Virgen María. Y la urgencia para ellos es clara: alrededor del orbe crecen las tensiones políticas y culturales derivadas de radicalismos ideológicos (fruto de una egopolítica ultranacionalista) y tecnofeudalismos neoextractivistas que buscan generar una nueva geopolítica y un orden de poder sustentado en la agresividad discursiva y las amenazas económicas.

Pero esa no es toda la urgencia.

Los organizadores de este esfuerzo global recuerdan que el 17 de junio de 1689, en Paray-Le Monial (Francia), la vidente del Sagrado Corazón de Jesús, la religiosa Margarita María Alacoque, quien ya había sido testigo de diversas manifestaciones, recibe de Cristo la petición de hacerle llegar al rey de Francia la necesidad de consagrar su reino al Sagrado Corazón de Jesús y coser su emblema en los estandartes del ejército.

Según los relatos históricos, la religiosa pidió a diversas personas que acercaran ese mensaje al rey Luis XIV; sin embargo, no se sabe si el monarca recibió el mensaje o sólo lo desestimó. Como fuere, cien años más tarde, en 1789 se dio inicio a la gran Revolución Francesa, un acontecimiento histórico que terminaría con la monarquía a través de un conflicto lleno de tragedias. Tras su destitución, el rey Luis XVI comprendió su error y el de sus predecesores. En prisión (julio de 1792) juró obedecer al Sagrado Corazón y cumplir sus peticiones si regresaba al trono de Francia. Pero ya era demasiado tarde.

Este 2025 se cumple un siglo de la petición de la Virgen María para que se promueva la Comunión Reparadora el primer sábado de cada mes; la promesa es preservar a la humanidad de una guerra que, por otro lado, es evidente que se gesta en fragmentos bélicos esparcidos por todo el mundo. De hecho, este 28 de enero, el Boletín de Científicos Atómicos –la organización que se dedica a ajustar anualmente el “reloj del Juicio Final”– decidió restar un segundo al tiempo que le queda a la humanidad antes de la gran catástrofe.

El reloj inició a “siete minutos antes de la medianoche” en 1947 y hoy está a 89 segundos del final, lo más cerca que ha estado nunca. Tanto así que Daniel Holz, presidente del Consejo de Ciencia y Seguridad del Boletín, declaró que era “una advertencia a todos los líderes mundiales” del riesgo que se corre actualmente.

Para los fieles que promueven en los santuarios marianos la Comunión Reparadora del primer sábado de cada mes, la advertencia vino desde hace un siglo. De cierto modo, dicen, hemos tenido un siglo para alcanzar la paz, pero al igual que en el pasado, se ha desoído el mensaje.

Para motivar y renovar la urgencia del mensaje, los organizadores prevén que tras la celebración en enero del Santuario de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa (en rue du Bac, París), se continué este esfuerzo en recintos marianos en todo el mundo: Harissa (Líbano); Lourdes (Francia); Guadalupe (México); Aparecida (Brasil); Czestochowa (Polonia), Astaná (Kazajistán), etcétera.

“Es mucho lo que está en juego, porque los cambios dramáticos en la situación del mundo
son consecuencia de nuestra desatención a esta petición del Cielo”, declara la asociación y considera que los horrores del siglo XX se debieron a que no se puso atención al mensaje de Fátima; pero advierte que el tema no ha concluido. Así lo dijo también el 13 de mayo de 2010, el papa Benedicto XVI recordará durante su visita al santuario portugués: “Quien piense que la misión profética de Fátima ha concluido, se equivoca”.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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