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Opinión

Vivir en el acelere

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Doce días tardó en reaccionar la Santa Sede al tristemente célebre episodio de la inauguración de los juegos olímpicos en París y a los guiños (voluntarios o no) a iconografía de inspiración cristiana en un show de travestismo musical. El entuerto en realidad lo acrecentaron sectores radicalizados de ambos espectros: unos que, desde un alarmismo pueril y leonino, elevaron la acusación a nivel de ‘blasfemia’ y otros que, burlándose de la inteligencia del respetable, acusaron a la audiencia de no ser expertas en obras del barroco neerlandés de la escuela caravaggista de Utrecht.

Tremendistas los segundos como los primeros, doblaron la apuesta de su victimismo a lo largo de esta última quincena. No me detendré en el utilitarismo político que pretenden tanto los usufructuarios económicos de la quimérica identidad colectiva-ideológica LGBT como los teatrales y auto designados ‘paladines del cristianismo occidental europeo’; pero sí en una de sus principales herramientas que lo mismo los hace masivos como insustanciales: la velocidad.

Pero también ha propiciado otros fenómenos también advertidos por grandes pensadores: el ‘emborronamiento’ de la realidad, que se puede entender como ese paisaje fugaz, difuso e indefinido de los costados de la carretera cuando vamos a gran velocidad. Si en ese costado hay personas o acontecimientos que realmente merecen nuestra atención por más de una fracción de segundo, no lo sabremos.

Otro caso semejante sucede con la trascendencia de los acontecimientos. ¿Cuántas veces no ‘saltamos’ de un tema a otro sin atender a detalle un proceso de comprensión profunda de los hechos? Los escándalos son tan intempestivos como insustanciales; nada cambia excepto el espectáculo que se renueva gracias a nuestra falta de atención.

Este tema es tan importante que un asunto tan señero como la pandemia del coronavirus, la cual se supuso sería un parteaguas y un cambio sustancial de nuestra actitud civilizatoria ante el prójimo, las relaciones comerciales y el cuidado de la única casa común que compartimos como humanidad, no movió un ápice a las dinámicas bélicas internacionales, el hiperconsumo o la degradación de la fraternidad universal.

La intrascendencia es el efecto de una sociedad tan acelerada que todo lo consumimos en “economías de temporada”. Si la moda se consume en microtendencias, los productos culturales no terminan de estrenarse cuando se anuncia lo siguiente, expresando implícitamente la insustancialidad de lo apenas creado.

Finalmente, otro fenómeno derivado de la aceleración social es que los espacios, estructuras e instituciones donde ‘experimentamos’ la vida se contraen hasta diluirlos en horizontes de expectativas. No importa dónde estemos situados, la insatisfacción de no estar donde podríamos estar hace trizas no sólo la psique personal sino el diálogo social. Por ello, los personajes más destacados de esta época no apelan a la razón, sino al sentimentalismo (a las carencias emocionales); y las instancias que nos ayudan a ‘entender el mundo’, prefieren adornar suposiciones (aunque sean disparatadas verborragias conspiranoicas) en lugar de reconocer la dura y casi siempre inútil belleza de la realidad.

Si lo vemos con cuidado: los doce días que tardó una institución bimilenaria en responder a un evento que sucede cada cuatro años son en realidad poquísimos. Hoy el mundo parece exigir tanta inmediatez como se pueda, pero es un hecho que aquello es inversamente proporcional a la reflexión sopesada y madura que algunos temas requieren. Hoy, es muy común encontrarse en las redes sociodigitales la expresión: “Borré mi último post porque…” y después explican que algo les hizo cambiar de opinión o comprender mejor el asunto. Pues bien, ese es el poder del sosiego: el acceso a un nivel de conciencia que sólo el tiempo permite. Para ser claros, firmes y trascendentes en nuestros días basta practicar la moderación ante lo frenético, la calma ante la vorágine, la serenidad ante el ruido.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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Columna Invitada

El Futuro en Disputa: ¿Qué nos quiere advertir Miklos Lukacs en Hermosillo?

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El 6 de mayo, Hermosillo tiene una cita ineludible con una de las voces más provocadoras y lúcidas del debate contemporáneo: Miklos Lukacs.

Y aunque el título de su conferencia “Transhumanismo: Reto para la Humanidad” pueda sonar lejano la verdad es otra: el futuro de todo lo que somos —y de todo lo que creamos— está ahora mismo en juego.

Miklos Lukacs no viene a sermonearnos ni a vendernos una distopía prefabricada. No es un activista tradicional ni un predicador apocalíptico. Es un pensador sistemático, con formación en ciencia política, tecnología, filosofía de la ciencia y con una mirada quirúrgica sobre cómo las grandes corporaciones, gobiernos y laboratorios están rediseñando, literalmente, el significado de ser humano.

¿Por qué debería interesarnos esto, incluso a quienes no nos identificamos con discursos religiosos o conservadores? Porque el fenómeno del transhumanismo ya no es ciencia ficción: es ingeniería genética, inteligencia artificial, neuroenhancements, biotecnología… es la promesa —y el riesgo— de alterar nuestra biología, nuestras capacidades, nuestras libertades y nuestra dignidad básica, sin que tengamos aún marcos claros para entender, decidir ni regular su impacto.

Como ingeniero, he aprendido que toda obra que desafiamos construir necesita primero tres cosas: una visión completa, un fundamento sólido y un cálculo ético de sus riesgos. Sin esos elementos, cualquier maravilla tecnológica se convierte en una ruina inevitable.

El problema es que el proyecto transhumanista avanza hoy sin planos éticos visibles, impulsado más por intereses comerciales y especulativos que por una genuina preocupación por el bienestar colectivo.

Miklos no viene a condenar la tecnología —sería absurdo hacerlo en pleno siglo XXI— sino a preguntarnos, con datos duros, quién controla el cambio, para quién es, quién queda fuera y cuál es el costo oculto de estas transformaciones. Viene a sacudirnos la conciencia, no con miedos, sino con realidades que rara vez ocupan titulares: manipulación de datos biométricos, modificación genética de embriones, integración hombre-máquina, erosión de derechos humanos en nombre del “progreso”.

¿Qué humanidad queremos construir? ¿Quién decide qué significa ser “mejorado”? ¿Dónde queda el derecho a ser simplemente humano?

Estas preguntas no son de “conservadores” ni de “religiosos”: son preguntas de ciudadanía, de responsabilidad, de ingeniería social consciente, de defensa de un futuro donde sigamos teniendo voz.

Por eso, desde la RED Profesional por los Derechos Humanos, queremos invitarte a esta conferencia que promete ser uno de los momentos más relevantes del pensamiento contemporáneo en Sonora este año.

El futuro no se construye ignorándolo. Se construye pensándolo, debatiéndolo y, sobre todo, eligiéndolo.

Porque en tiempos de transformación radical, la indiferencia no es una opción.

Nos vemos este martes 6 de mayo, 18:30 hrs en el Dream Center, Hermosillo.

Semblanza del ponente: https://tinyurl.com/MIKLOSRED

Ficha de registro previo: https://tinyurl.com/REGISTROMIKLOS

Mtro. Guillermo Moreno Ríos
Ingeniero civil, académico, editor y especialista en Gestión Integral de Riesgos y Seguros. Creador de Memovember, Cubo de la Resiliencia y Promotor del Bambú.
incide.guillermo@gmail.com

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

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Columna Invitada

Franciscus

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Se nos fue el Papa Francisco y nos deja un sentimiento de tristeza. Ya lo veíamos mejor. Nos habían anunciado que su convalecencia iba bien. Además, lo estábamos viendo bastante activo. Había recibido unos días antes de su fallecimiento al vicepresidente de los Estados Unidos, el señor James D. Vance. También escribió y estuvo presente en la proclamación Urbi et Orbi del cierre de la Cuaresma. Estuvo presente, dio la bendición a los fieles que estuvieron en la plaza de San Pedro. Y también después hizo un pequeño recorrido en su famoso Papamóvil, saludando a los fieles. De manera que lo veíamos ya en vía de recuperación.

Hacer una relación formal de un personaje con una personalidad tan rica, es difícil de hacer. Se puede hablar de las primeras cosas que hizo, de los primeros aspectos en que destacó: fue el primero en ser un Papa no europeo. Él fue el primero en usar el nombre de Francisco. También recuperó la costumbre primitiva de que los Papas no tenían un número y no quiso ser llamado Francisco Primero. Decidió no vivir en los departamentos del Palacio Vaticano y quedarse en la casa de Santa Marta, en un lugar mucho más modesto.

Es difícil tener una visión completa de su aportación a la Iglesia. Seguramente, esto requiere de más de un artículo donde se pueda profundizar, no solo en sus hechos, sino también en las reflexiones y los comentarios en torno a su personalidad. Hay quien dice que dividió a la Iglesia Católica. Hay que reconocer que la Iglesia Católica tiene divisiones y que esas ya existían desde mucho antes de que llegara el Papa Francisco. Y también es cierto que no siempre las divisiones tienen algo de malo. Muchas veces esas divisiones permiten aclarar situaciones que no se han entendido, que se dieron por hecho y que es bueno comprenderlas y saberlas manejar.

No esperamos en nuestra Iglesia una total homogeneidad: que todo el mundo esté conforme en las mismas ideas, en las mismas maneras de ver las situaciones. Es interesante que incluso en el Nuevo Testamento está reseñada una división entre San Pablo y San Pedro. El mismo San Pablo menciona cómo él se opuso a San Pedro cuando consideró que estaba haciendo algo que no correspondía con el mensaje de Cristo. Y lo dejó escrito en el Nuevo Testamento como un mensaje para todos nosotros.

Es también interesante recordar la declaración que hizo el propio Papa Francisco en su visita a México, donde en una junta que se transmitió por televisión en directo, una reunión con los obispos mexicanos, les habló de que se pudieran enfrentar, como hombres, y que también se tenían que sanar después de la confrontación. Lo cual quiere decir que no le parecía malo que hubiera tales divisiones.  Hay que ir más allá de la superficie. Decir, al menos en esta primera relatoría, cuáles son los conceptos más importantes. En lo personal, tal vez inevitablemente, tengo que partir de mis opiniones personales. ¿Qué fue lo que más me impresionó de su pontificado?

Probablemente, uno de los temas que se ha dejado un poco de lado en todos estos comentarios, fue el llamado el Año Santo de la Misericordia. Un evento extraordinario al que llamó el Santo Padre, y que tuvo frutos interesantes. Fue una explicación más completa del concepto de la Misericordia, que no es nuevo, ni fue propio de este Papa. Ya el Papa San Juan Pablo II había impulsado el culto al Señor de la Misericordia. Pero es importante ver también qué fue lo que ocurrió en ese tiempo.

El evento, que duró de finales del año 2015 al 2016, tuvo una serie de presentaciones y de reflexiones sobre el tema de la misericordia, incluyendo varios de los pasajes de los evangelios y otros elementos similares. Sin embargo, posiblemente el asunto más notable fue que, durante el año de la misericordia, el Papa concedió un permiso para las personas que hubieran sido separadas de la iglesia, por haber participado o facilitado un aborto. Se les permitió que, en lugar de tener que presentarse frente a un obispo a solicitar que se les levantara la sanción eclesiástica, podían presentarse en confesión ante cualquier sacerdote y obtener la absolución.

Hubo reacciones, sobre todo en algunos grupos provida, que estaban insistiendo en el endurecimiento de las sanciones a quienes estuvieran involucrados en un aborto. Finalmente, terminando el año de la misericordia, el Papa Francisco, hizo permanente esa disposición, de modo que ya de ahí en adelante cualquier caso relacionado con el tema del aborto puede ser llevado ante cualquier sacerdote en confesión y solicitar la absolución. Lo cual es un cambio importante y que, a algunos de los grupos provida, no les pareció adecuado, pero finalmente no hicieron tampoco un gran alboroto.

Otro concepto relevante que ocurrió durante este pontificado fue la Reforma de la Curia, que tuvo que ver con establecer mayor transparencia, modificaciones en procedimientos, sobre todo en aspectos de tipo financiero. De una manera más notable, se empezaron a incorporar dentro del personal de la Curia a religiosas, y seglares. En México tenemos un seglar, el Doctor Rodrigo Guerra, quien ocupa un puesto importante en la Curia del Vaticano, como secretario del Consejo Pontificio para América Latina.  Simultáneamente, fue discutido si se pudiera aprobar el sacerdocio para mujeres, y lo que se logró fue ampliar la participación de las mujeres en los cuerpos de decisión de la Iglesia Católica.

Un tercer tema fue el asunto de la llamada sinodalidad. Un término poco conocido, que tiene como etimología la palabra que significa “caminar juntos”. La sinodalidad se estaba manejando básicamente como las reuniones de obispos, y se amplió el concepto para incorporar en este caminar de la Iglesia Católica a sacerdotes, obispos, religiosos y religiosas, y también seglares, con la idea de que todos caminemos juntos en la toma de decisiones y en nuestro modo de vivir como organización.

Un tema que se discutió bastante: se hicieron reuniones previas en distintos países para presentar conceptos a discusión, hubo tres eventos, en los cuales hubo invitados seglares y religiosos. Estos invitados, normalmente, no están incorporados en estos tipos de reuniones, sino como expertos, porque los sínodos generalmente eran solo de obispos. Y esto es un cambio, un modo diferente de manejar los puntos de vista y los trabajos de la Iglesia. Un cambio fundamental.

Esto tiene que ver con una serie de declaraciones del Papa, desde el momento en que tomó posesión, diciendo que él se oponía al clericalismo, entendiendo por ello el predominio de los clérigos sobre el resto de la Iglesia. Precisamente, el concepto que está detrás del tema de los sínodos de la sinodalidad. Esto despertó bastante interés, aunque no faltó algún que otro cínico que decía que habría que esperarse unas cuantas décadas para ver que esto se aplicara.

Posteriormente,  en la visita que hizo el Papa Francisco a Brasil, hubo un comentario sobre el tema, que a algunos les descorazonó.  Francisco reiteró que había que incluir a más laicos en las decisiones de la Iglesia; pero, por otro lado, también dijo que muchas veces se les había pedido a los laicos participar y no había habido respuesta. Lo cual de alguna manera es el fruto natural del clericalismo, porque cuando este existe, su resultado es el infantilismo de los laicos en cuestiones de la Iglesia.

En las preparaciones del sínodo se hicieron consultas en las cuales se incluyeron a clérigos, religiosos y religiosas, además de seglares. En el caso de estos últimos, generalmente la consulta ocurrió entre los laicos que ya están participando en actividades de la Iglesia. Los mismos que en algún momento el Papa Francisco los llamó “laicos clericalizados”, y que consideró que no era una situación adecuada. Finalmente, no hay un mecanismo sencillo para poder hacer consultas a los laicos llamados “seglares en el mundo”.

El sínodo terminó en octubre del año pasado y se dijo, en ese momento, que posteriormente habría un documento donde el Papa Francisco daría sus directrices sobre los resultados del sínodo. Lo cual, aparentemente, no ha ocurrido y no resulta claro cuál será el resultado en este asunto. Ya se entregó un documento como una relatoría con las conclusiones del sínodo y hubo una declaración del Papa diciendo que sus resultados no son normativos y se tendrán que ir aplicando en diferentes localidades para tener más claridad para su uso.

Hay más que decir sobre estos 12 años de presencia del Papa Francisco entre nosotros. Un pontificado que tuvo un inicio único en los últimos tiempos de la Iglesia, dónde se dieron simultáneamente un Papa emérito, quien renunció a su cargo y se retiró al estudio y la oración, simultáneamente con un Papa actuante. Este y otros temas valen la pena comentar en una próxima publicación.

La opinión emitida en este artículo es responsabilidad del autor y no necesariamente refleja la postura de Siete24.mx

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Felipe Monroy

Después de Francisco: Abrazar las contradicciones

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La ausencia de Francisco inquieta no sólo a la Iglesia católica sino al mundo entero. Las especulaciones sobre su sucesor se realizan tanto en las mundanas casas de apuestas como en los rincones más silenciosos de los hogares y templos donde se reza calladamente por el próximo obispo de Roma.

En esta semana, el siglo XXI se sostiene en un suspiro que desea transitar hacia el futuro, acompañado de un nuevo pontífice que siga siendo ejemplar y necesario en un momento tan crudo como el que se vive.

Francisco cumplió una misión y ha dejado su impronta; su legado se observa en cómo los personajes más humillados de la historia son puestos ahora en el centro de las conversaciones sobre el destino del mundo, y en cómo aquellos reclaman una paternidad que les asista en las periferias su existencia, en las más tensas y contradictorias realidades de nuestro tiempo, con ternura y aceptación, con perdón y caridad, sin eufemismos ni edulcorantes ni maquillajes.

Como dijo el cardenal Battista Re en la Misa de Exequias: el nombre papal de Francisco se convirtió en programa y también en un estilo; pero hoy, ese proyecto y ese carácter, exigen fortaleza, sabiduría, piedad y coherencia al próximo sucesor de San Pedro; y que, si hacemos caso al cardenal Parolin en el rezo del segundo Novendiali, deberá también “acoger la herencia” de Francisco y “hacerla vida propia”.

Porque si el papa Juan Pablo II combatió el comunismo político, Benedicto XVI cuestionó el relativismo cultural y Francisco dijo de frente los pecados del globalismo ideológico; el próximo pontífice también tendrá su propia realidad que interpela al mundo y que exige orientación cristiana para no perder ni la humanidad ni la confianza en Dios.

Por ello, en realidad los cardenales en estos días piensan menos en nombres y más en contextos: en menos de ocho años, la Iglesia estará celebrando dos milenios de la misión de Jesús en la tierra; dos mil años de la Redención de la humanidad a través de su Pasión, Muerte y Resurrección; y también el aniversario bimilenario de la encomienda que hiciera Cristo a San Pedro para que éste apaciente a su rebaño. Y en este tiempo, los signos de una “tercera guerra mundial a pedazos”, la irremediable catástrofe ecológica y la crisis antropológico-cultural inquietan a los purpurados para elegir de entre sus hermanos a quien represente la unidad de la Iglesia ante arduas jornadas por venir.

Hasta ahora, las congregaciones generales que los cardenales han sostenido y su histórica peregrinación conjunta para venerar los restos del bien recordado papa Francisco hacia la Basílica de Santa María la Mayor (lejos de la colina Vaticana y muy cerca del bullicio populoso de la Estación Termini) revelan una cosa: cunde la estupefacción.

Muchos purpurados rezan con auténtico abandono; ellos mismos parecen no saber hacia dónde marcha el juego mediático de los ‘papabile’ ni qué signos requieren enfoque en esta Sede Vacante. Casi no cruzan palabras entre ellos y miran hacia el frente como a un punto inasible en el espacio.

La mayoría no ofrece palabras a la prensa; pero los que sí, se dedican a pasear largos minutos en traje talar para que la gente los reconozca y los salude; se toman fotos, bendicen a cuantos pueden bajo el claro cielo romano de estos días y bajo la mirada de decenas de cámaras que, intuyen, guardarán instantáneas que serán necesarias en un par de semanas.

Sin embargo, nadie sabe lo que significan estos actos, porque incluso las palabras de los purpurados son crípticas: Los que no quieren ser descartados dicen públicamente que no desean ser Papa; pero los que realmente quieren alejarse del solio pontificio dicen: “Sí, me gustaría ser Papa y además creo que lo haría muy bien”.

Algunos bromean para parecer ligeros y otros huyen con timidez del asedio de los curiosos. Hay, finalmente, otros cardenales que se saben ‘no elegibles’ y por eso consideran que su mejor servicio es orientar la mirada de sus homólogos hacia sus particulares reflexiones. Y la prensa les ayuda en estas intenciones.

Pero no todos van a extrañar al papa Francisco. Y no me refiero sólo a los haters de ocasión, sino a diversos personajes de las cúpulas de poder que suelen hablar de paz y reconciliación, prosperidad y bienestar, sin reconocer auténticamente las graves contradicciones existentes en las sociedades del mundo; y que la actitud del Papa argentino los evidenció con convicción brutal. Francisco, por ejemplo, no sólo descolocó sino que desnudó a políticos y líderes que utilizan la religión como propaganda, que hacen ostentación de fanática piedad sin coherencia con el mensaje del credo que dicen profesar.

Y es por eso que la Sede Vacante inquieta a todo el mundo; porque al próximo pontífice –al igual que todos sus predecesores– le tocará encarnar una fe en medio de un contexto global concreto donde las contradicciones sociales no son meros discursos ni ideologías sino heridas concretas de los pueblos y de su gente. Así, bajo el próximo pontificado, los símbolos religiosos de la cristiandad seguirán guardando su sentido real mientras conserven su relación con el significado profundo de su misterio. De lo contrario, como alertó Francisco, serán símbolos vaciados de contenido que se convierten en mera señalética de poder, superioridad y fingida pureza. Y esa sí sería una mala noticia, aunque se gane en las apuestas.

*Director VCNoticias.com | Enviado especial Siete24.mx en Roma @monroyfelipe

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Felipe Monroy

La muerte de Francisco: el fin de un pontificado que desafió inercias y redefinió la Iglesia

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La noticia de la muerte del papa Francisco, ocurrida este 21 de abril en la Casa Santa Marta, no solo marca el final de un pontificado de doce años, sino el cierre de una era de audacia pastoral que transformó la imagen y las prioridades de la Iglesia católica universal. Su legado, tejido entre gestos revolucionarios y reformas estructurales, será recordado como un intento radical por motivar un nuevo lenguaje cristiano en clave de ternura, apertura y apertura a los cambios. En este estilo evangélico, el perdón y la misericordia fueron planteados como motores de la conversión cristiana; los pobres y las periferias fueron ubicados en el centro de la historia y del dinamismo social; y la sinodalidad –el caminar juntos- se rehabilitó como el método de ser Iglesia sobre la piel de la realidad.

En octubre de 2012, meses antes de ser elegido pontífice, el entonces cardenal Jorge Mario Bergoglio ya anticipaba la urgencia de un “aire fresco” para una Iglesia agotada por “el cansancio de los buenos”. Aquella frase, pronunciada en Buenos Aires a un grupo de periodistas entre los que me encontraba, resumía su diagnóstico: la institución necesitaba despojarse de rigideces burocráticas y recuperar la capacidad de “tocar las heridas” del mundo. Seis meses más tarde, su elección como primer papa latinoamericano, jesuita y proveniente de las “periferias” geográficas y existenciales, no fue casual: los cardenales lo fueron a buscar ‘al fin del mundo’ para que reformara la Iglesia.

Desde el balcón de San Pedro, con un sencillo “buenas tardes” y un nombre inspirado en el poverello de Asís, Francisco inició una revolución silenciosa. Renunció a los palacios apostólicos, vistió sin ostentación y priorizó el contacto directo con fieles y no creyentes. Pero su gestualidad, aunque mediática, no fue mero simbolismo: fue teología en acción. “Prefiero una Iglesia accidentada por salir a la calle que una Iglesia enferma de encierro”, declaró en Evangelii Gaudium (2013), documento que se convirtió en manifiesto de su visión: una Iglesia en salida, misionera y alejada del autorreferencialismo.

Francisco heredó una Iglesia fracturada. Los escándalos de corrupción en el Vaticano, las filtraciones de documentos confidenciales y la sombra de la renuncia de Benedicto XVI exigían un líder dispuesto a enfrentar lo que él mismo llamó “las estructuras de pecado”. Su respuesta fue la Praedicate Evangelium (2022), una reforma curial que democratizó la toma de decisiones y redefinió la Curia Romana como un órgano al servicio de la evangelización, no del poder.

Sin embargo, su mayor batalla fue cultural. Criticó sin ambages la “rigidez” de quienes convierten la doctrina en “una jaula de normas”, abogó por una pastoral de “puertas abiertas” y desafió tabúes al promover la inclusión de divorciados, homosexuales y mujeres en roles protagónicos. “La Iglesia no es una aduana”, insistió, “es una madre que abraza”. Este enfoque, aunque celebrado por millones, le granjeó enemigos. Sectores tradicionalistas, tanto dentro como fuera del Vaticano, lo acusaron de herejía, desprestigiaron su formación teológica e incluso oraron por su muerte temprana.

Si algo define el legado intelectual de Francisco es su capacidad para entrelazar lo espiritual con lo social. En Laudato Si’ (2015), su encíclica ecológica, no solo alertó sobre el cambio climático, sino que denunció un sistema económico “que mata” y convierte a los excluidos en “desechos”. Fue un texto pionero en vincular la explotación ambiental con la injusticia social, y en reivindicar el saber de los pueblos originarios: “Para ellos, la tierra no es un bien económico, sino un don sagrado”.

En Fratelli Tutti (2020), escrito bajo la sombra de la pandemia, amplió su crítica al individualismo y llamó a construir una “fraternidad universal”. Sus encuentros con el patriarca ortodoxo Kirill en Cuba, el ayatolá Al Sistani en Irak o su histórico gesto de lavar los pies de refugiados, no fueron actos protocolarios: fueron cimientos de una diplomacia basada en el diálogo y la compasión.

Francisco entendió que, en un mundo descristianizado, la Iglesia debía optar por la persuasión, no por la imposición. Su “revolución de la ternura” —un concepto que repetía como antídoto contra la indiferencia— se tradujo en gestos concretos: visitar cárceles, abrazar a enfermos de COVID-19, denunciar la “cultura del descarte” y pedir perdón por los abusos clericales. “La misericordia no es una idea, es una acción”, insistió durante el Jubileo Extraordinario de 2016.

Pero esta apertura generó tensiones. Su insistencia en escuchar antes que juzgar —evidente en Amoris Laetitia (2016), donde pidió acompañar a familias “heridas” sin “encasillarlas en esquemas rígidos”— fue malinterpretada como relativismo. Mientras progresistas lo veían como un reformador incompleto, conservadores lo tacharon de peligroso.

El desgaste físico y político de Francisco fue evidente en sus últimos años. A pesar de una cirugía de colon, problemas en la rodilla y una agenda exhaustiva, rechazó retirarse a descansar: “Tengo demasiado por hacer”, decía. Su fragilidad, sin embargo, no apagó su voz. En 2024, durante su viaje a Sudán del Sur, se arrodilló ante líderes políticos para suplicar paz, un gesto que resumía su estilo: la humildad como fuerza.

Su resistencia a ceder ante presiones lo convirtió en un símbolo de coherencia, pero también lo aisló. La malicia de ciertos sectores eclesiales —desde cardenales que lo desafiaron abiertamente hasta sacerdotes que usaron redes sociales para minar su autoridad— reveló una paradoja: el papa más popular del siglo XXI enfrentó su mayor oposición dentro de casa.

Con su muerte, la Iglesia enfrenta una encrucijada: consolidar su herencia o regresar a seguridades tradicionales. Francisco no fue un revolucionario en el dogma, pero sí un disruptor en la pastoral. Democratizó el papado al descentralizar el poder, al priorizar las periferias sobre el centro y demostró que la relevancia de la Iglesia depende de su capacidad para servir, no para dominar.

Su llamado a una “cultura del encuentro” —esa mezcla de escucha, diálogo y acción concreta— trascendió lo religioso. Líderes políticos, ambientalistas y activistas sociales adoptaron sus consignas, probando que, en un mundo fracturado, el lenguaje de la misericordia aún resuena.

Sin embargo, su pontificado también dejó tareas pendientes: la igualdad de género en la Iglesia, la transparencia financiera total y la reconciliación con víctimas de abusos siguen siendo desafíos abiertos.

Al despedir a Francisco, el mundo no llora solo a un líder religioso, sino a un hombre que encarnó las contradicciones de su tiempo: un pastor que abrazó el cambio y el camino agreste; un místico que habló de economía y política contemporánea; y un pontífice que prefirió construir puentes a ras de suelo, desde los humildes y desde la humildad.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

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