Opinión
Es un niño… no un producto
Los crímenes más atroces contra la humanidad han involucrado la cosificación de la víctima. Por muy retorcida que esté una mente, no puede atentar contra un igual. Por ello, los esclavos, los siervos, los judíos, los afroamericanos, las mujeres, extranjeros, migrantes, cristianos; en diferentes puntos y lugares de la historia han sido considerado objetos, animales o de menos, seres humanos inferiores. No podría ser de otra manera.
Afortunadamente, todos esos grupos han tenido la oportunidad de organizarse, de defenderse, de manifestarse. Todos han logrado en mayor o menor medida, mejorar sus condiciones y gozar de los derechos humanos que todos debemos tener.
Hoy sin embargo, hay un grupo que algunas personas sin escrúpulos insisten en hacer invisible: los seres humanos en el vientre de su madre.
Contrario a los demás, este grupo tiene la peculiaridad de que no puede organizarse ni manifestarse. No puede defenderse, no puede ser escuchado. No es consciente de su entorno ni de las amenazas que sobre él se ciernen. Su defensa depende de sus progenitores, de todos los que creemos en los derechos fundamentales.
Los grupos que quieren asesinar al menor en el vientre de su madre lo quieren despojar de su humanidad sobre la base de si es querido o no por sus padres. Si es querido, su vida vale y es un ser humano. Si no es querido, su vida no vale y no es un ser humano.
¡Imagínense ese criterio aplicado a los niños fuera del vientre de su madre! Quienes así piensan, tendrían que aceptar y promover el maltrato infantil. La madre tranquilamente podría decir: ¡no lo quiero! Y sobre esa base pisotear sus derechos más elementales y hasta quizás, disponer de su vida.
La realidad es que la humanidad es intrínseca a cualquier individuo de nuestra especie. No se nos puede despojar de ella por el mero arbitrio o capricho de otro ser humano, aún cuando éstos sean nuestros padres.
Esa condición tampoco cambia en función de nuestra etapa de desarrollo. Ancianos, adultos, jóvenes, adolescentes, niños, bebés, fetos, embriones, cigotos…TODOS pertenecemos a la misma especie de Homo Sapiens Sapiens. TODOS somos seres humanos. Queridos o no, somo seres humanos.
Así, defensoras y defensores del lenguaje preciso, DEJEMOS DE LLAMAR PRODUCTO AL INDIVIDUO QUE ESTÁ GESTANDOSE EN EL VIENTRE DE SU MADRE. Él o ella no son un producto, no son una cosa. Son seres humanos.
No existe en la biología un fenómeno que permita dotar de humanidad a un objeto; la única forma en que ésta ocurre es mediante su transmisión, de padres a hijos. Así, un ente no puede pasar de producto a ser humano. Es ser humano desde el inicio de su existencia.
Algunos dirán “no son personas según el código Civil”. A ellos les respondería: ¿desde cuándo los derechos humanos están supeditados a una definición contenida en una norma secundaria que regula las relaciones entre particulares?
¿Desde cuándo la universalidad de los derechos humanos queda sujeta a la definición de un concepto contenido, como es persona? Me explico: toda persona es ser humano, pero no todo ser humano es persona. Ser humano es el continente, persona el contenido.
El primero, ser humano, es el único relevante para definir a un titular de derechos humanos. Cualquier otra postura sería INCOMPATIBLE con la universalidad de los mismos. Si es persona o no para el derecho civil, no es parámetro para definir su humanidad.
Otros dirán: “es que no tiene sistema nervioso, no tiene terminales neurológicas, no tiene conciencia”
A ellos les preguntaría: ¿desde cuándo un ser humano necesita de condiciones físicas específicas para ser considerado como tal? ¿estas interrogantes se plantean fuera del contexto de aborto? ¿O sólo se plantean cuando se quiere justificar ese cruel asesinato?
Un ser humano lo es desde el inicio de su existencia, sólo va progresando en su desarrollo hasta su muerte. Como decía Don Sergio Salvador Aguirre Anguiano: “todos somos un ser humano en desarrollo, desde nuestra concepción hasta el momento de nuestra muerte”.
El ser humano que se gesta en el vientre de su madre no puede ser despojado de su humanidad. Es un ser vivo, miembro de nuestra especie. No es un producto. No es una cosa. Su vida no le pertenece a otro.
Es un ser humano. Y como tal, es titular de los mismos derechos que cualquier otro ser humano; quizás incluso con primacía, dada su alta vulnerabilidad y dependencia. Es más joven e indefenso que un niño, que un bebé.
La agenda pro-muerte quiere crear un conflicto entre este ser indefenso y su madre. Quiere contraponer el derecho a la vida de un ser humano con el derecho a la libertad de decidir, a la planificación familiar y a un plan de vida de otro.
Pero el derecho a la vida no se opone al goce de los derechos de los demás. El derecho a la vida solamente dibuja límites a las conductas externas sobre el individuo, protege su existencia.
Por ello, entre los ya nacidos, no hay un sólo derecho oponible al derecho a la vida. No se puede alegar que los hijos interfieren con el plan de vida para matarlos impunemente. El Derecho no permite matar de inanición a un bebé que requiere de la leche materna bajo el argumento del derecho a decidir sobre su propio cuerpo. No se puede alegar que no se quiere a la decendencia o que sólo se desea una familia de un hijo, no de dos, para matar a uno de ellos.
Pero la agenda pro-muerte sí quiere que estas aberraciones tengan lugar en el momento en el que el ser humano afectado es mudo y completamente vulnerable: cuando está en el vientre de su madre.
La agenda pro-muerte quiere, necesita cosificar al ser humano en gestación. Necesita llamarlo producto. Así nos resultaría más fácil aceptar las atrocidades que jamás aceptaríamos cuando el sujeto afectado está fuera del vientre de su madre, con voz. A nosotros nos corresponde no caer en esa trampa perversa.
Pronto, y a insistencia de un Ministro que quiere blindarse por su desempeño al frente del Máximo Tribunal, la Suprema Corte de Justicia tendrá que resolver sobre la constitucionalidad de preceptos que defienden la vida desde el momento de la concepción.
Como un verdadero Tribunal Constitucional, estamos seguros que resolverán en favor de esa constitucionalidad; haciendo valer la primacía de los derechos fundamentales, su universalidad y su progresividad.
Quien considere constitucional matar a un bebé en el vientre de su madre, lo está cosificando. Lo está desconociendo como ser humano. Tal y como hicieron Hitler, Nerón, Calígula, la inquisición, los señores feudales, y los comerciantes de esclavos con otros grupos vulnerables.
¿Que harán Arturo Zaldívar Lelo de Larrea, Luis María Aguilar Morales, Fernando Franco, Juan González Alcántara Carrancá, Alfredo Gutiérrez Ortiz Mena, Norma Piña Hernández?
Al votar, ¿verán seres humanos, niños y niñas, o sólo verán productos? Pronto lo sabremos.
En el ágora: Sólo una de las tres Ministras en activo simpatiza con los grupos feministas radicales. ¿sabrá que esos grupos no representan a la mayoría de las mexicanas y que su visión “progresista” es minoritaria? ¿Le importarán más los aplausos y reconocimientos de esas asociaciones que la vida de los menores en gestación?
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Felipe Monroy
Iglesia bimilenaria e inteligencia artificial
El papa Francisco anunció que el próximo 25 de enero presentará un mensaje para reflexionar –evidentemente desde la fe cristiana– sobre el papel de la Inteligencia Artificial en la vida cotidiana y en la comunicación humana, un tema que ha sido absolutamente avasallador en los últimos dos años.
En recientes meses, ha estallado la proliferación de plataformas y servicios soportados por diferentes diseños de IA que remedian un sinfín de tareas a través de herramientas digitales dialógicas; que proponen modelos generativos y creativos alternos; o que plantean escenarios lógicos, plausibles y precisos a través del análisis predictivo de inmensos volúmenes de datos. Es lógico que desde la moral y ética cristianas exista una urgencia por diseccionar y comprender este fenómeno así como su impacto en la vida humana.
No es la primera vez que desde la Santa Sede se expresa una inquietud en esta materia, el Dicasterio para las Comunicaciones publicó en mayo pasado una audaz reflexión pastoral sobre la vida cotidiana digital contemporánea. En ella, la Iglesia católica acepta que la cultura contemporánea es ya una cultura digital que plantea desafíos especialmente en las fronteras de la veracidad, de la inclusión y la justicia.
Es probable que el pontífice recoja del mundo científico y cultural, las principales interrogantes que los especialistas se hacen sobre el impacto de la inteligencia artificial en la vida digital moderna: el reemplazo de profesiones y especializaciones del trabajo humano; la influencia de la IA sobre el comportamiento social; la manipulación de sesgos psico-cognitivos; la intervención en decisiones de política pública: salud, educación, diplomacia; la vulneración de límites de la privacidad o derechos humanos; y un largo etcétera.
“En los próximos años –apunta la Santa Sede–, la inteligencia artificial influirá cada vez más en nuestra experiencia de la realidad. Estamos asistiendo al desarrollo de máquinas que trabajan y toman decisiones por nosotros; que pueden aprender y predecir nuestros comportamientos; de máquinas que responden a nuestras preguntas y aprenden de nuestras respuestas…”.
Y, enseguida pone el dedo en la llaga: “¿Quién establece las fuentes de las que aprenden los sistemas de inteligencia artificial? ¿Quién financia a estos nuevos productores de opinión pública? ¿Cómo podemos garantizar que quienes elaboran los algoritmos estén guiados por principios éticos y ayuden a difundir globalmente una nueva conciencia y un nuevo pensamiento crítico para reducir al mínimo los fallos de las nuevas plataformas de información?”.
Sobran ejemplos de los desafíos de la IA en la cotidianidad, retos que pueden ir desde la falsificación de la realidad (como el deepfake que lo mismo puede hacer declarar la capitulación de la guerra a un avatar del presidente Zelenski, o manipular videos pornográficos con rostros de menores u otras personas) hasta la normalización de brechas socio-digitales o la redefinición de principios y valores éticos o civilizatorios.
Si bien la industria de estos sistemas y herramientas se ha comprometido a implementar regulaciones y directrices éticas; es evidente que se tratan de empresas de interés comercial y económico cuyos servicios avanzados están a disposición de las entidades de poder.
Es claro que el papa Francisco partirá desde los principios de la Doctrina Social de la Iglesia para explicar y atender estas nuevas relaciones y dinámicas, humanas y sociales, con la inteligencia artificial pues se requiere –como siempre– una renovada mirada al océano de posibilidades que ofrece este tipo de tecnología comunicativa desde tierra firme, una mirada que atienda oportunamente los fenómenos que probablemente se presenten en el futuro inmediato respecto a temas entorno a la veridicción y veracidad informativa, la dignidad del trabajo humano, la equidad en el acceso a bienes y servicios públicos, la resolución de conflictos, la construcción de paz, la corresponsabilidad política-tecnológica, el derecho a la intimidad, el derecho a la desconexión y la protección de la imagen personal.
Hay, finalmente, tres asuntos de orden geopolítico que preocupan a los expertos respecto al orden que la IA puede implantar en la cultura contemporánea a través de los diferentes accesos informativos y productos comunicativos: la utilización de la IA para reforzar estructuras de poder que podrían perpetuar modelos de injusticia e inequidad a través de simulaciones democráticas; el sometimiento de gobiernos o Estados-nación a las necesidades tecno-económicas de los propietarios de la IA; y la depredación tecnológica sobre la ya vulnerada ecología integral.
Como puede verse, el mensaje del pontífice respecto a la comunicación humana en tiempos de la inteligencia artificial no puede perder de vista que todo proceso de interacción dialógica humana o tecnológica debe estar basada en la complementariedad y la totalidad de la vida humana y social. Esperemos la propuesta que haga el pontífice respecto a este tema.
*Director VCNoticias.com @monroyfelipe
Felipe Monroy
Catolicismo de derecha en el escenario electoral 2024
En la última entrega explicaba cómo de manera simplista se tiene la idea de que el votante católico en México se orienta con más naturalidad a la derecha política cuando en realidad también hay movimientos católicos con convergencias ideológicas ubicadas en la izquierda política; y, sin embargo, es evidente cómo en los últimos años se expresa cierto reacomodo de varios grupos católicos a las políticas de la derecha económica neoliberal, de integrismo identitario antiinmigrante y de un misticismo del capital como medio disciplinar moralizante.
Este novísimo fenómeno tiene varias motivaciones sociológicas; unas que son producto de la historia del país y otras que vienen de recientes acontecimientos políticos internacionales que movilizan los intereses y juegos de poder.
Comencemos por esto último. En los Estados Unidos (el supuesto ‘paradigma democrático universal’), era tradicional que el voto de los católicos norteamericanos se manifestara favorable al Partido Demócrata. Según el sacerdote jesuita Matt Malone, entre 1890 y 1930, en medio de la masiva inmigración de grandes grupos católicos a los Estados Unidos, las políticas anti inmigrantes de políticos del Partido Republicano y del poderoso grupo protestante-blanco-anglosajón, orillaba a la clase emergente y pobre a mirar con más simpatía al Partido Demócrata.
Con el tiempo, ilustres personajes católicos fueron alcanzando lentamente relevancia en la política norteamericana a pesar de haber comenzado inicial y literalmente satanizados por grupos racistas protestantes anglosajones como el Ku-Klux-Klan (a Al Smith, primer gobernador católico de Nueva York, lo comparaban con el “anti-cristo”). Pero después de apoyar primero al demócrata Kennedy, como primer presidente católico de EU; y luego al republicano Nixon; quedó en claro que el votante católico no respondía a las siglas partidistas sino a las políticas públicas y a los privilegios de su clase. Incluso cuando la Suprema Corte posibilitó la realización de abortos, el voto católico continuó yendo y viniendo entre partidos ‘pro-vida’ y ‘pro-aborto’ equiparándose en pluralidad al voto nacional. Hasta que llegó Trump.
Después de décadas de aparente neutralidad, el voto católico se manifestó sólidamente a favor del millonario, de su propaganda anti inmigrante, de su defensa de la vida del no nacido y de su evidente orientación neoliberal. Este fenómeno, animó a diferentes grupos políticos ideológicos de derecha a trabajar por una aparente insolubilidad entre el catolicismo y la derecha; incluso a utilizar el planteamiento del papa Benedicto XVI sobre ‘los principios innegociables del catolicismo en la política’ para reducir esos principios a la derecha política y económica. Porque si bien dichos principios innegociables hablan de dignidad de la vida humana y bien común, la derecha política sólo los utiliza para limitarlos a ciertas realidades de libertad de mercado y de moralización de la vida social; pero no a las de luchas populares, los derechos civiles, la justicia social, el ecologismo, la igualdad o la integración de las minorías en las democracias liberales.
Y eso nos devuelve a México. Después de la persecución religiosa de inicios del siglo pasado, el catolicismo mexicano intentó incorporarse a las dinámicas políticas a través de la institucionalización partidista. Primero con el Partido Católico Nacional y después, de una forma menos gremial, con el Partido Acción Nacional. De hecho, a pesar de mostrar una mayor apertura y modernidad institucional, el PAN tuvo entre sus dirigentes y grupos de acción política a católicos y movimientos católicos muy relevantes. Desde sus orígenes, este partido –quizá buscando desmarcarse del prejuicio católico que utilizaría en su contra el partido hegemónico, quizá porque el episcopado mexicano no incorporó los principios políticos de la encíclica social Rerum Novarum a su magisterio– no se afilió a la Democracia Cristiana que ofrecía una crítica igualmente dura contra el socialismo como contra el capitalismo: “La DC profundizaba su condena al capitalismo inhumano que sólo creía en la acumulación de riqueza y al comunismo que vulneraba las libertades individuales y sometía a los nacionalismos en el mundo”, explica la socióloga Hernández y confirma que, aunque el PAN asumió en sus ideales los preceptos de la doctrina social de la Iglesia, en la práctica se concentró más en la defensa de los valores del liberalismo político y económico.
Fue durante la Guerra Fría y particularmente en el pontificado de Juan Pablo II, que el catolicismo mexicano ponderó su lucha contra el comunismo mientras abrazaba los preceptos del emergente neoliberalismo económico. Ahí, la derecha política terminó de definir su alianza con la jerarquía eclesiástica y con los movimientos católicos de participación política.
En contrasentido con la doctrina social, no sólo se identificó a toda lucha popular y social con el comunismo sino que, por asociación, debían ser condenadas por el catolicismo. Y además, la derecha política propuso reinterpretar principios de la Doctrina Social de la Iglesia (la distribución universal de los bienes, la solidaridad, la justicia social y la subsidiariedad) bajo la filosofía del neoliberalismo económico, es decir: la supremacía de las leyes del mercado, los derechos de la propiedad privada por encima del espacio público y la naturalidad de la desigual representación en el poder de las élites.
Así, el catolicismo de derecha (una categoría tan absurda como el catolicismo de izquierda) se enfrenta hoy a una utilitaria e injusta categorización porque sin bien la derecha política mexicana fue absorbida por una ideología económica neoliberal radical eso no significa que, desde el catolicismo militante también se relativicen los valores tradicionales, las identidades pluriculturales del pueblo o la dignidad de la integralidad de la vida humana. Es sólo que más que el nacionalismo o la implementación de mecanismos más horizontales de representación del pueblo, la derecha católica mexicana está imbuida en un determinismo ideológico del mercado y el predominio del capital.
Y esa es la razón detrás de las emergentes rupturas de la derecha católica mexicana provocadas por personajes exóticos (algunos realmente farisaicos) que movilizan desde la radicalización discursiva al posicionarse frente a ciertos conflictos políticos desde prejuicios fanáticos, extremismo intransigente y sin las imposiciones ideológicas neoliberales, como sucede en los debates entorno a los feminismos, las ideologías de género, el aborto, la eutanasia, etcétera. Un tema que abordaremos en la tercera entrega.
*Director VCNoticias.com @monroyfelipe
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