Connect with us

Felipe Monroy

Video-política del espectáculo

Publicada

on

Siempre he rechazado la idea de que el control remoto de la televisión tenga tanta influencia social como los votos en las urnas; y, sin embargo, después del fenómeno popular del enésimo reality show en México junto a la veloz reacción de partidos y candidatos para sacar raja del mismo, nos vuelve la inquietud sobre ese pernicioso maridaje entre la televisión y la política del cual nos olvidamos un tiempo debido a la fascinación por los influencers y las redes sociodigitales.

Quizá es necesario recordar que tanto las maniobras de la farándula mediática como las de la política (especialmente en campañas) nunca han sido desinteresadas y, en ocasiones, han colaborado utilitariamente para que las primeras lleguen a tener peso político y las segundas, escaparates a la medida del producto. Es decir, que los políticos desean ser afiches espectaculares y el showbiz busca influenciar en ideológicas y políticas. Y sí: con la oferta de candidaturas políticas a personajes-producto de la farándula adocenada, parece que ha vuelto con renovada potencia la video-política mexicana del espectáculo o quizá en realidad nunca se fue.

A finales de los años 90 del siglo pasado, cuando el acceso a la Internet no determinaba buena parte de nuestra vida cotidiana y los gadgets digitales personales aún eran monofuncionales, la televisión vivía su apogeo en todos sus sistemas y plataformas. El acceso y derecho al progreso no sólo se definía por las pantallas más grandes, de mayor definición y sonorización, sino por la cantidad de oferta televisiva disponible para el espectador cuyo estatus mejoraba según su capacidad de suscripción a un océano de canales exclusivos.

En ese contexto, el sistema televisivo (concesionarios, dueños, productores e ídolos de las pantallas) llegó a tener el monopolio de ponderar lo digno de socializar. En esa cúspide de posibilidades se perfeccionó en toda su potencia un negocio televisivo que hacía converger bajo sus productos el entretenimiento, el marketing comercial, lo noticioso y lo político. La farándula y el entretenimiento banal fueron revestidos de relevancia informativa, el mercadeo hizo de la política un asunto de consumo publicitario; y viceversa.

Fue entonces que voces como la de Giovanni Sartori alertaron sobre los riesgos de una sociedad teledirigida, de la video-política del espectáculo y de los efectos de la video-formación de los televidentes que nos reducía a consumidores de imágenes incapacitados para comprender conceptos o abstracciones.

Sartori comprendía que su tesis original resultaba casi apocalíptica, pero incluso así sus alertas se menospreciaron con la evolución de la Web 2.0 (también llamada ‘web social’) y con la incursión de las redes sociodigitales en las dinámicas de cambio social. Esta evolución del uso de la Internet favoreció el desarrollo de tecnologías de participación, los usuarios podían colaborar y construir un nuevo mundo, convertirse en agentes activos de la sociedad donde ellos –y no los monopolios mediáticos o institucionales formales– se informaban mutuamente, comunicaban, generaban conocimiento y contenido con libertad.

Se llegó a afirmar que esta nueva forma de comunicarse y organizarse tenía capacidad para transformar realidades políticas concretas: desde derrocar tiranías hasta mejorar los sistemas de corresponsabilidad en las democracias. La experiencia nos dice que esta revolución tecnológica ni liberó pueblos ni logró concientizar masas; de hecho, sucedió todo lo contrario.

En buena medida, con la web social y la gadgetización de la vida cotidiana se ha favorecido la evolución de viejos fenómenos gregarios de incultura, cerrazón y conflicto: La desinformación e ignorancia voluntaria han encontrado todo un despliegue novedoso a través de las fake news; el entretenimiento trivial es alimentado permanente y gratuitamente por la memeización de la política; y el pragmatismo exótico de la política usufructúa la big data para construir narrativas emocionales y aspiracionales de sus personajes y productos ideológicos.

Y cuando despertamos –parafraseando a Monterroso–, la video-política todavía estaba allí. Es cierto que la pantalla y la imagen del televisor no nos dicen qué pensar pero sí qué debemos priorizar de los temas o problemas de nuestra sociedad; nuevamente la televisión retomó el rating que creyó perdido –reflejo además de sus inversiones económicas en todas las plataformas disponibles a los usuarios– y encontró una renovada oportunidad para definir los símbolos y el lenguaje para las masas.

El éxito en la inversión que la televisora mexicana hizo en su reality show para construir personajes y ficciones resultó evidente cuando los principales personajes políticos y económicos buscaron desesperadamente compartir el podio con los personajes-productos enaltecidos por la fábrica de estrellas. Sin saberlo, los políticos en campaña mendigando los flashes del fenómeno de la pantalla confirmaron que el próximo proceso electoral estará sustentado en la imagen de la persona más que en los proyectos o los programas; y quizá peor: estará sustentado más en el símbolo que en la persona; sólo que ese símbolo, le pertenece a la televisora.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe



Dejanos un comentario:

Felipe Monroy

IA: Nuevas fronteras de la ética comunicativa

Publicada

on

Entre muchas de sus cualidades, se dice que la comunicación nos permite ver el mundo a través de la mirada de los demás. Es una idea sugerente, porque simplifica una serie de incontables procesos que exigen conciencia, lenguaje, diferenciación y comprensión que sólo pueden existir en el ámbito interactivo de la naturaleza humana.

En este mundo, la humanidad ha expresado a través de su vasto –y exclusivo– universo simbólico su comprensión de la realidad; y, aunque es igualmente inabarcable la pluralidad de culturas humanas en la historia de las civilizaciones, en el fondo sólo nos hemos tenido a nosotros mismos como interlocutores materiales de la comunicación.

Es decir, por mucho que nos esforcemos en escuchar los ecos de la historia sobre nuestro planeta y el cosmos, o por atinadas que sean nuestras interpretaciones de las señales del resto de los seres vivos conocidos, en el fondo sólo nos comunicamos con herramientas de nuestras manos y nuestro ingenio en los términos que las culturas se permiten en los márgenes de nuestra especie. Hoy, una de esas herramientas provoca tantas ilusiones como inquietudes.

La Inteligencia Artificial actual ha alcanzado niveles de sofisticación algorítmica sorprendentes: la imitación del lenguaje humano (tanto verbal como visual) y la ‘generación’ de ideas complejas provenientes de inmensas bases dinámicas de datos obliga a reflexionar sobre los nuevos desafíos comunicativos a los que la humanidad se enfrenta; especialmente en lo referente a los márgenes éticos y políticos de esta “inteligencia generativa”.

Es cierto que aún parece lejana la construcción de herramientas de IA que asimilen la identidad propia y la otredad en una conciencia autónoma o que se acerquen a los procesos cognitivos humanos básicos; pero la capacidad que tienen hoy para imitar masiva, inmediata y progresivamente actividades humanas como el análisis, el diseño, la redacción, la esquematización y la jerarquización de informaciones obliga a reflexionar sobre cuáles son los espacios de la vida cotidiana digital que se ven afectados, perturbados o directamente transformados por esta tecnología.

La vida digital contemporánea expresa riesgos permanentes tanto para los usuarios como para la sociedad en general: el robo de datos e identidad, las amenazas de seguridad a las instituciones de servicio público, la falsificación de noticias, la propaganda psicográfica o la alienación social son desafíos permanentes para las instituciones sociales y el tejido social.

La eventualidad de ser tanto víctimas como propagadores de estrategias de consumo ideológico digitalizado es casi ineludible; y la posibilidad de que sea el propio algoritmo de consumo lo que determine las certezas y actitudes de nuestra ciudadanía onlife es cada vez mayor. Incluso, una institución tan ancestral como la Iglesia católica comprende que hoy ya no existe esa frontera entre la vida ‘online’ frente a la ‘offline’, sino una sola ‘onlife’ que une la vida humana y social en sus diversas expresiones en espacios digitales y físicos. Esto lleva a preguntarnos sobre la ética comunicativa y la ética política en los usos y alcances de la IA.

Ya desde los años 60 del siglo pasado, Marshall McLuhan afirmaba que las sociedades se suelen configurar más por la naturaleza de los medios con los que la humanidad se comunica, que por el contenido mismo de la comunicación; pero, por otra parte, el productor y decodificador último de toda comunicación mediada siempre será el ser humano. Por ello, la vida digital contemporánea con herramientas de la IA no debe perder de vista que la auténtica comunicación humana exigirá siempre que se atiendan cuestiones sociales reales y no sólo las especulativas del funcionamiento de los medios, como la ‘comunicación’ que sucede en la aparentemente incognoscible trama del algoritmo. Es decir, es necesario saber distinguir los productos comunicativos derivados de datos e instrucciones realizados con intencionalidad humana, de aquellas alucinaciones que la IA produce a través del recorrido iterado sobre sus códigos, bases de datos y dinámicas de consumo.

Comunicar, en última instancia, siempre será un proceso que exclusivamente habrá de interpretar la raza humana, y en ello radica su responsabilidad.

Así, se hace necesario que la sociedad de la información cuente con herramientas claras para contrarrestar la posibilidad de que el algoritmo anónimo tenga capacidad de hacer política social, promueva creencias y comportamientos o determine los contenidos que evalúe socializadores o ‘antisociales’. Ahí es donde deben entrar los viejos principios de la ética comunicativa en las nuevas fronteras de la IA: veracidad, imparcialidad, completud, responsabilidad y justicia pero en los márgenes de un medio que simula funciones cognitivas humanas complejas.

La comunicación es un intercambio dialógico entre entidades que se reconocen mínimamente semejantes pero que saben que no son iguales; la comunicación para el ser humano no es un fin, sino un camino que se descubre sobre los escarpados perfiles simbólicos de las culturas transformándose.

Por ello, la lucha por atender y mejorar las condiciones sociales de cada época siguen pasando invariablemente por una realidad que sólo se puede intervenir a través de la construcción de lenguajes, de discursos y de una comunicación donde participan los diferentes grupos humanos con las herramientas que están en permanente evolución (de la invención de la escritura a la interacción con la IA apenas ha sido un fragmento de la humanidad); una realidad donde se garantice la disponibilidad, asequibilidad y usabilidad de los medios para todos, en la que se facilite el acceso público a su configuración y en la que se respete la privacidad e inviolabilidad de la dignidad humana.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

Seguir leyendo

Felipe Monroy

AMLO y el Episcopado mexicano

Publicada

on

Sólo un necio se atrevería a simplificar la compleja relación que el episcopado mexicano ha sostenido con Andrés Manuel López Obrador en las últimas dos décadas; el tabasqueño ha sido un personaje político particularmente difícil de comprender para la cúpula de los liderazgos católicos nacionales.

Mientras algunos obispos entienden y asimilan que la fuerza política de López Obrador proviene de una ardua reivindicación de largas luchas populares, de complicados resentimientos históricos y del hartazgo social acumulado por administraciones no sólo ineficientes sino corrompidas y corruptoras; otras jerarquías eclesiásticas consideran que el político es un enemigo de las instituciones nacionales (incluida la católica), un manipulador de los sentimientos religiosos tradicionales en el pueblo mexicano y un pragmático usurpador de símbolos y retórica cristiana con fines políticos.

Desde su época como presidente del PRD, jefe de gobierno del Distrito Federal, tres veces candidato a la presidencia de la República y el principal rostro visible de oposición a lo que él denominó “la mafia en el poder”, algunos liderazgos episcopales entraron en conflicto con López Obrador, en ocasiones debido a las tensiones sociales derivadas de la agenda presumiblemente ‘progresista’ o ‘de izquierda’ promovida por sus correligionarios, pero también por las cercanías y complicidades previas de algunos jerarcas religiosas con élites y grupos enquistados en el poder político-económico del país.

En particular, algunos ministros y obispos católicos han aprovechado ciertas coyunturas políticas para manifestar públicamente su oposición ideológica con el presidente, con su partido y su movimiento político. A través de ciertas orientaciones políticas y mediáticas dirigidas a la grey, obispos y sacerdotes –con la venia de sus superiores– han utilizado retóricas y narrativas con eufemismos políticos para persuadir a la ciudadanía de que el gobierno de López atenta contra las instituciones sociales, es autoritario, antidemocrático y directamente dictatorial. En el extremo, en plena catedral y aún revestido por la celebración eucarística dominical, un pastor incluso llamó a votar por un partido político opuesto al del presidente y hay ministros que no se ruborizan al repetir eslóganes propagandísticos anti obradoristas en servicios religiosos.

Y, sin embargo, el episcopado en pleno ha sido sumamente diplomático y respetuoso con López Obrador en sus tres visitas como candidato presidencial (2006, 2012 y 2018) y en el par de encuentros como presidente de México. A lo largo del sexenio, de manera formal, no desistieron de buscar cooperación y coparticipación entre el gobierno federal y la CEM para trabajar en asuntos como la construcción de paz, la atención del fenómeno migratorio y la libertad religiosa.

Por su parte, López Obrador ha sido especialmente agresivo con los obispos mexicanos. Aunque el político ha manifestado su admiración por el papa Francisco y buscó intensamente que el pontífice visitara el país bajo su administración, a través de sus conferencias ha acusado a los pastores mexicanos de no acompañar ni conocer al pueblo mexicano, de defender el neoliberalismo, de apoyar ‘al bloque político conservador’, de connivencia con las élites y los poderes fácticos, y hasta de ‘complicidad con los saqueadores y explotadores del pueblo’. Desde una superioridad moral –típica del puritanismo protestante–, los acusó de no ser buenos creyentes ni buenos cristianos.

Por ello, el último encuentro del tabasqueño con el pleno episcopal del miércoles 15 de noviembre pasado, sucedió en un ambiente incómodo, molesto, frío y seco en el que Obrador se escuchó a sí mismo –para no variar– durante casi una hora y en el que un par de representantes episcopales compartieron sus inquietudes sobre dramas graves que continúan padeciendo los mexicanos: la irrefrenable violencia, el dominio del crimen organizado, los efectos de la crisis humanitaria migratoria, la emergencia educativa y la corrupción ideológica en la dignidad de la vida humana, la familia y las libertades fundamentales.

Es muy probable que López Obrador no vuelva a tener oportunidad de encontrarse con los pastores católicos mexicanos en pleno; su administración está por concluir y las dinámicas electorales del 2024 ocupan ya las principales preocupaciones políticas. De manera inédita, el Consejo Permanente de obispos ya sostuvo sendas reuniones con las mujeres que lideran los dos proyectos políticos antagónicos rumbo a la presidencia de México, aún cuando el proceso electoral no da verificativo del inicio de las precampañas ni de la campaña presidencial, tal es la urgencia de nuevos interlocutores entre el episcopado y la política mexicana.

Al igual que sus predecesores, López Obrador alcanza apenas momentos anecdóticos e insustanciales para con las instituciones religiosas de México: No se avanzó en leyes que garanticen la plena libertad religiosa de los ciudadanos, no se combatió el jacobinismo trasnochado en las esferas legislativas y judiciales de México, no se trabajó en reparar heridas aún abiertas por la persecución religiosa politizada desde el Estado mexicano, no se actualizaron leyes discriminatorias contra ministros de culto, ni se concretaron trabajos en confianza y corresponsables entre autoridades civiles y religiosas para beneficio de poblaciones y comunidades, ni siquiera en momentos de emergencia.

El sexenio agoniza y hoy hay prioridad en el discernimiento entre dos proyectos de nación que estarán enfrentándose en la arena electoral; los cuales, sin apasionamientos simplones, han demostrado tener tanto efectos positivos como negativos en la sociedad mexicana. No obstante, el clima en el episcopado evidencia buena parte del sentimiento generalizado: no hay aplausos ni estridencias en un gobierno que concluye sin que se hayan cumplido los terribles vaticinios de sus malquerientes pero tampoco sin los resultados prometidos por una administración que encendió una gran esperanza de transformación. Como diría el poeta: “Así termina… no con una explosión sino en un gemido”.

*Director VCNoticias.com @monroyfelipe

Seguir leyendo

Te Recomendamos